Un espacio para la re-flexión y re-construccion del rol masculino.

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miércoles, 12 de diciembre de 2007

EL "MACHO LATINO" UN PELIGRO PARA LA SALUD

El “macho latino”, un estereotipo peligroso para la salud
La construcción de la masculinidad es un proceso cultural. Lo interesante, señalan los especialistas, es darse cuenta cómo se van construyendo estos distintos modelos y percibir si las conductas que se ejercen son realmente propias o responden a una presión social.

Por Verónica Kenigstein. Especial para Clarín.com
Por motivos varios, ser varón no es tan fácil como era. El problema es mayor cuando el hombre se siente obligado a sostener lo que algunos especialistas denominan rasgos de la masculinidad hegemónica. ¿De qué se trata? Son aquellas características asociadas con el ser varón que la cultura occidental refuerza y hasta estandariza, como las conductas de riesgo, los comportamientos agresivos, el poco cuidado por la propia salud, la desconexión con la percepción emocional y la obligación de demostrar fortaleza a toda costa. En otras palabras, la sociedad presiona para que los varones se diferencien claramente de las mujeres. En los últimos años, diversos estudios de laOrganización Panamericana de la Salud (OPS) demostraron que la práctica de conductas asociadas con estos rasgos masculinos de la cultura dominante representa un serio riesgo para la salud de los hombres. “Los varones que se refugian en estos comportamientos están más propensos a enfermarse tanto física como emocionalmente”, sostienen. ¿Por qué? Entre otras cosas porque se cuidan menos, corren más riesgos y responden más agresivamente al estrés. Además, están más expuestos a las tres primeras causas de muerte: lesiones no intencionales, homicidio y suicidio. En Argentina, como en otros lugares del mundo, existen grupos de varones cuyo objetivo es reflexionar sobre sí mismos, sobre su condición masculina y sus relaciones: con el mundo, con el padre, con los hijos, con la mujer y, en los últimos tiempos, con el trabajo y en especial con el dinero. Esos grupos han ido creciendo. Quienes han participado de estas experiencias coinciden en que producen efectos contradictorios. “Si alguien necesita permanentemente confirmar su potencia, su virilidad, es por inseguridad”, dice Norberto Inda, terapeuta especializado en grupos y parejas. Y agrega: “Es una instancia frágil, que puede estar motivada por un problema de erección, la pérdida del trabajo, o un fracaso deportivo”.El psicólogo Guillermo Vilaseca, director del sitio www.varones.com.ar, sostiene que hoy, “ser varón está ligado a saber, poder y tener; ser importante, sentirse orgulloso y confiado de sí mismo. Todas cualidades con un denominador común: potencia”. Según Vilaseca, hoy los varones tienen menos poder pero son compelidos a comportarse como si lo conservaran. “En este cuadro de situación los varones conforman una ‘población en riesgo’. Tienen problemas consigo mismos, con las mujeres y con el mundo. ‘Deben demostrarse’ que pueden, aunque esto no sea así. ¿El resultado? Impotencia, confusión y, a veces, enfermedad”, dice.El machismo exacerbado tiene una presencia muy fuerte en las culturas latinoamericanas. “Canadienses, belgas y escandinavos, por ejemplo, están bastante menos preocupados por la virilidad y la defensa de los valores fálicos”, sostiene Inda. Sin embargo, varias experiencias probadas en la Argentina y en la región han obtenido resultados claramente positivos. En casi todas el varón logra achicar la necesidad de que la mujer lo observe permanentemente y esto puede ayudar a generar una verdadera pareja, en el sentido de pares, donde las diferencias subsisten pero no se tornan desigualdades. ¿Qué vías o estrategias permite mejorar la comunicación y el entendimiento en la pareja? “Hablar, no suponer lo que se espera de nosotros. Saber que junto a los roles están las personas, que suelen ser más ricas y complejas. Incluir el humor siempre, no tomarse tan en serio, no creérsela demasiado”, concluye Inda.

COSTRUCCION DE LA MASCULINIDAD Y RELACIONES DE GENERO

Expositora: Laura E. AsturiasForo: "Mujeres en Lucha por la Igualdad deDerechos y la Justicia Social" Ciudad de Guatemala, 5 de marzo de 1997
La conocemos desde hace tantos años, y aun ahora hace estremecer esa parte sensible que anidamos entre el pecho y el vientre. Tal vez sea que vivimos esa canción como una segunda piel nuestra -- un hijo, una hija, algún ser querido --que ahora descansa en la tierra, y Mercedes Sosa no hace más que recordárnoslo. Ha sido, en verdad, "un monstruo grande que pisa fuerte", esta guerra cruel librada por tanto tiempo y que ha arrasado con tanta piel guatemalteca. Una guerra que no acaba con un puñado de firmas plasmadas en un papel oficial, porque no es en papel donde se siembra la paz.
Todavía percibo la paz como aquello que nos hace posible vivir con dignidad, cobijar lo querido y lo nuestro bajo techo y entre paredes firmes; poder tomar un libro y comprenderlo más que adivinarlo; y tener la certeza de que, llegado el nuevo día, habrá más que una tortilla para saciar el hambre que punza el estómago, y un trabajo gratificante que compense justamente nuestro esfuerzo.
Ciertamente cuesta sembrar la paz donde impera la arrogancia, entre tanto privilegio otorgado sin merecimiento alguno, entre tanta pistola en manos de niños que apenas han dejado el pañal y que ni siquiera han conocido la plenitud del amor pero que ya sueñan y se obsesionan con matar. Simples hechos que, entre muchos otros, dan cuenta de la tarea que tenemos por delante, ahora que algunos han depuesto oficialmente las armas, mientras otros nos amenazan cotidiana e impunemente con ellas.
Una tarea de reconstrucción que, al igual que el tiempo invertido en demostrar quién podía más -- aunque algunos con más justificación que otros --, ahora requerirá de igual número de años, pero con un impuesto obligatorio para todas y todos: las consecuencias de la violencia generada por tanto juego de poder. Mas no entraremos aquí en el conocido relato histórico de cómo se construyó esta última guerra.
Lo que considero relevante -- en este momento histórico de búsqueda de las verdades pasadas para transformar el hoy, el mañana y el aquí -- es reflexionar acerca de cómo se construyen quienes hacen la guerra y cómo se aprende esa supuesta hombría que contribuye a generar y prolongar conflictos armados, que engendra niños pistoleros y fomenta una arrogancia que no debe tener lugar a las puertas de un nuevo milenio.
Habrá quiénes se pregunten por qué es una mujer quien viene hoy aquí a hablar sobre la masculinidad. A esto yo plantearía: ¿Por qué no una mujer, cuando no son los hombres quienes lo estén haciendo públicamente y, con muy escasas excepciones, ni siquiera aquellos que en la práctica son muy solidarios con las mujeres?
Es posible comprender el vínculo entre las relaciones de género y la construcción de la masculinidad hegemónica, una masculinidad dominante que no es otra cosa que toda la gama de conductas que aprende la mayoría de los hombres en el país. Se trata, en síntesis, de una masculinidad sexista, homofóbica, por lo general racista y, concretamente, patriarcal.
Pero la comprensión de este vínculo requiere, como mínimo, de la voluntad de dejarnos confrontar por todos aquellos asuntos que nos resultan desagradables y no nos conviene analizar; asuntos que nos desafían a cambios radicales y a menudo dolorosos. Porque hablar de la masculinidad hegemónica implica hablar de discriminación, de sexismo y de injusticia. No hacerlo equivaldría a hablar de cambios mas no de revolución; o hablar sobre el aborto y "olvidar" mencionar a la iglesia católica.
El tema de mi ponencia este día fue de mi elección, y mi intención es motivar reflexiones en un campo en el que me considero todavía inexperta. Es por esto que, más que una receta sobre lo que personalmente considero que debería cambiar, compartiré con ustedes una parte de los escritos, aprendizajes y reflexiones de varios hombres de otras sociedades comprometidos con la transformación de la masculinidad dominante. Adelante hablaré sobre ellos, pero desde ya quiero dar el crédito que corresponde a las siguientes personas por sus aportes: En Australia, Michael Flood, editor de la revista XY; Nick Sellars, Bob Pease, Dez Wildwood y Ben Wadham, columnistas de esa publicación. Ana Criquillion y Giovanna Mérola, escritoras de la revista chilena Mujer/Fempress. En Nicaragua, Edgar Amador, psicólogo y profesor de la Universidad de Managua. Y el escritor guatemalteco Mario Alberto Carrera.
Nuestra sociedad acepta intelectualmente los valores de igualdad, libertad y autonomía, que explícita o tácitamente están plasmados en la Constitución Política de la República. Estos valores, sin embargo, no se han traducido aún en comportamientos y políticas congruentes con tales conceptos. Y la más viva prueba de ello la encontramos en nuestra propia casa, en la manera en que seguimos formando a niñas y niños.
Aunque se reconoce que las cosas están cambiando, un alto porcentaje de niñas y niños continúa aprendiendo, desde muy temprana edad, que "el mundo de la mujer es la casa y la casa del hombre es el mundo". De acuerdo con este guión socialmente determinado, los varones juegan a ver quién es el más fuerte y audaz en ese mundo que es su casa; quién es el más hábil y valiente, el más capaz de desafiar las normas establecidas y salirse con la suya. Es decir, aprenden a jugar a "ser hombres" y se supone que todo ello afianza la masculinidad tal como nuestra sociedad la percibe.
A las niñas, por su lado, se les induce no a jugar a "ser mujeres" sino a jugar a "ser madres", y se les proveen los implementos necesarios -- muñecas, ollitas y planchas diminutas -- que les permiten desempeñar el papel que se les asigna para beneficio de la comunidad en su conjunto: el de amas de casa, esposas y madres.
Como sociedad, no hemos aún analizado y apreciado, en toda su magnitud, el daño que causamos a niños y niñas a través del rígido acondicionamiento que les imponemos. Y es esa falta de análisis y apreciación lo que nos mantiene en un modelo de formación nocivo y potencialmente destructivo, pues es el producto de acciones y actitudes que, paradójicamente, niegan y contravienen otros valores vitales para la convivencia, como lo son la ética, la solidaridad, el reconocimiento mutuo y el respeto a la vida, a la individualidad y a la diversidad humana.
Llegada cierta edad, a los varones les impedimos expresar ternura, cariño, tristeza o dolor, todas expresiones de humanidad, y les permitimos solamente la ira, la agresividad, la audacia, y también el placer, como muestras de la masculinidad ideal. Es así como construimos el "macho" castrado de su sensibilidad y en buena parte de su amor y con un comportamiento caricaturesco en su agresividad.
En las niñas, por el contrario, reprimimos las manifestaciones de agresividad, de ira, y también de placer, y exaltamos las de ternura, dolor y sufrimiento. Es así como construimos la mujer "víctima", sufrida, abnegada, desprovista de audacia y caricaturizada en las expresiones de tristeza y dolor.
Los hombres sienten tanto como las mujeres, pero aprenden a ocultar sus sentimientos, a través de un acondicionamiento potente y a menudo violento, desde los años formativos que determinan la conducta humana.
En algún momento de la historia -- seguramente hace unos siete mil años con el establecimiento del patriarcado -- se les robó a los hombres la posibilidad de la ternura, la expresión de sentimientos y la capacidad de crianza, clasificándolos como "débiles" al tener alguna de estas características y, por tanto, potencialmente "peligrosos" para la formación de su descendencia. El niño aprende rápidamente acerca de su género, y con ello se percata de que se convertirá en hombre. Y la forma en que los niños construyen sus ideas acerca de la masculinidad se ve complicada por un factor clave en la sociedad actual: la falta de padres. Aunque el papel activo del padre es de crucial importancia para la formación del niño, muchos hogares carecen de una presencia paterna y, cuando sí la tienen, es común que ésta sea deficiente por diversas razones.
Hoy en día, padre e hijo comparten períodos de tiempo muy cortos, usualmente después de un arduo día de trabajo y con el padre en estado de agotamiento. Los hombres están en el campo, las fábricas u oficinas y los niños pasan cada vez más tiempo en la escuela, cuando tienen acceso a ella, o deambulan por las calles, sin orientación alguna, cuando no asisten a clases. A esto se suman los altos grados de alcoholismo y violencia masculina en el hogar que profundizan las deficiencias en la función afectiva del padre. Todo ello implica que los niños tengan, como modelos, aspectos muy limitados de la conducta masculina, y no todo el espectro de la masculinidad y de lo que significa ser un verdadero hombre.
Es también notoria la falta de "hombres sabios" en nuestra sociedad, y más aún en la población ladina. "Hombres sabios" son aquellos que han aprendido acerca de sus propias profundidades, debilidades y fortalezas y tienen la capacidad, el deseo y el compromiso de transmitir su aprendizaje y sabiduría a otros más jóvenes. Hay quienes afirman que sin "hombres sabios" la sociedad se devora a sí misma y que un joven es violento con otros y consigo mismo pues carece de un modelo integral de masculinidad y nunca llega a tener la orientación de un "hombre sabio". También las escuelas juegan un papel de suma importancia en la construcción de la masculinidad. En las escuelas primarias, las mujeres constituyen el mayor porcentaje de docentes. Muchos niños, al igual que niñas, pasan por la primaria sin un solo hombre como maestro.
Ante la separación física y emocional entre hombres y jóvenes, entre padre e hijo, es más difícil aprender el significado de la masculinidad. Sin embargo, todos los niños deben crecer y convertirse en hombres, porque no tienen otra opción, y lo aprenderán de una u otra forma. En nuestra sociedad son evidentes tres métodos de aprendizaje de la masculinidad, y los tres son peligrosos.
En primer lugar, los niños comúnmente aprenden acerca de la masculinidad a través de los medios de comunicación. Un niño típico mira más televisión que a su padre. Dejando a un lado el potencial educativo positivo de la televisión, ésta usualmente presenta tres tipos de hombre: el deportista ultracompetitivo, el hombre violento o criminal y el alcohólico o drogadicto.
Las imágenes percibidas por el niño son, entonces, de hombres agresivos, invulnerables, insensibles, emocionalmente cerrados y muy negligentes respecto a su bienestar personal. Y, como bien lo saben las maestras y los maestros, son éstas las conductas más evidentes en la escuela.
Simplemente no hay mucho de dónde los niños y los adolescentes puedan escoger, y tampoco ayuda el que estos modelos sean reforzados cotidianamente en los hogares y las comunidades.
La segunda fuente de modelos de masculinidad viene del grupo de amigos. Los jóvenes pasan mucho más tiempo con muchachos de su edad que con hombres adultos. En estos grupos gana siempre el más agresivo y violento, el que más desafía la autoridad. Y es él quien termina dando el ejemplo de una masculinidad "exitosa", porque al final su conducta consigue lo que pretende.
La tercera forma en que los niños y los jóvenes aprenden acerca de la masculinidad es por reacción. Si los modelos de la televisión y del grupo de amigos son negativos, éste es potencialmente más dañino para la convivencia humana, ya que al no poder aprender sobre la masculinidad pues en la casa y la escuela está rodeado de mujeres, el niño llega a interpretar el concepto de "masculino" como "no femenino".
El peligro particular en esta forma de aprendizaje de la masculinidad es que usualmente se acompaña del desarrollo de una actitud antagónica hacia las mujeres, de una cultura anti-mujer en la cual se degrada todo lo percibido como "femenino" y se evitan a cualquier costa cuestiones tales como mostrar emociones, cuidar de otras personas y del propio cuerpo, hablar sobre sentimientos, y también algo crucial para la educación de los varones: ser buenos en la escuela. Lo que tienen en común estas tres formas de aprendizaje es que transmiten cotidianamente, a niños y jóvenes, una imagen altamente estereotipada, distorsionada y limitada de la masculinidad.
La identidad sexual que asume la mayoría de hombres responde a un guión socialmente determinado que exagera las conductas más asociadas con la masculinidad, entre las cuales destacan la indiferencia, la prepotencia, el falocentrismo, la obsesión por el orgasmo y también la multiplicidad de parejas. La construcción de la masculinidad hegemónica está directamente vinculada con la adopción de prácticas temerarias y de graves riesgos (como en el caso de la actividad sexual, al rechazar el uso del preservativo para prevenir el SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual) y también el consumo de alcohol, que suele facilitar la conducta sexual insegura. Y, por lo general, los campos de experimentación, los escenarios donde se actúa el guión masculino, son el cuerpo y la vida de las mujeres.
Aunque es cierto que tanto las mujeres como los hombres pierden por la asignación de rígidos papeles sociales basados en razones puramente biológicas, también lo es que siempre serán ellas quienes lleven la peor parte, pues son las mujeres a quienes se despoja de poder en la práctica sexista que mantiene el poderío masculino. Es por ello que el feminismo significa y propone una redistribución del poder en la sociedad, para que los hombres como grupo dejen de ejercer poder sobre las mujeres y de oprimirlas como grupo.
En uno de sus artículos, el australiano Michael Flood señala que el sexismo y el feminismo podrían parecer relevantes sólo para las mujeres: "Después de todo, son las mujeres quienes adquieren menos empleos o promociones en el trabajo. Son ellas quienes están subrepresentadas en la política e invisibilizadas en el lenguaje. Y son ellas quienes más sufren el acoso, el abuso y la violación sexuales, y cuyos cuerpos son continuamente cosificados en la pornografía y los medios de comunicación."
Es imposible hablar de feminismo sin hablar de sexismo. Porque, tal como plantea Flood, "si las mujeres no participan tanto en el trabajo formal y la política, ¿quiénes lo hacen? ¿Quiénes las someten al acoso sexual y la violación? ¿Quiénes sí son visibles en el lenguaje?" Éstos son ejemplos importantes y ampliamente diseminados del poder de los hombres sobre las mujeres. Y también son ejemplos de las formas en que todos los hombres se benefician del sexismo.
Es fácil reconocer incidentes individuales y grupales del sexismo y del poder de los hombres sobre las mujeres: el hombre que toca a una mujer que camina por la calle; los hombres que, después de una fiesta o reunión, continúan hablando, sin inmutarse, mientras las mujeres limpian, lavan y guardan cosas; el gerente de un banco que niega un préstamo a una mujer soltera o un crédito agrícola a una mujer indígena; o varios hombres jóvenes que violan a una mujer.
El poderío masculino se refleja, dolorosamente, en el hecho de que los hombres cometen alrededor del 90 por ciento de los crímenes violentos, incluyendo casi el 100 por ciento de las violaciones a mujeres, niños y niñas. La masculinidad aprendida y también la heterosexualidad aprendida son factores cruciales que explican las diversas violaciones dentro del contexto del poderío masculino.
Pero más allá de estos despliegues individuales o grupales de brutalidad y opresión, se encuentra toda una estructura de poder: el patriarcado.
Vivimos en una sociedad que, al igual que muchas otras en el mundo, trabaja en función de los intereses de los hombres. En la mayoría de los casos, quienes dirigen las corporaciones, los departamentos gubernamentales y las universidades, son hombres que disponen las cosas de tal forma que para las mujeres es sumamente difícil, cuando no imposible, ganar acceso a posiciones de alto nivel. Éste es sólo un ejemplo de la naturaleza estructural del poder masculino, que a su vez da forma a las interacciones individuales entre hombres y mujeres.
Los beneficios del sexismo y del patriarcado para los hombres existen también a escala global. No es una simple casualidad el hecho de que los hombres perciban el 90 por ciento de los ingresos a nivel mundial y posean el 99 por ciento de las propiedades.
Sexismo es el plano donde se encuentran, sin mayores diferencias, los hombres de la izquierda y de la derecha, quienes mantienen discursos aparentemente democráticos pero que al final dañan a las mujeres, las cosifican y excluyen de las decisiones que las afectan. ¿Llegará, acaso, el día en que Pablo Monsanto se preste, "en pie de igualdad", a salir sonriente y en calzoncillos en la primera página de un diario mientras sus compañeras se presentan totalmente vestidas?
Sexismo es hacer uso de la prerrogativa masculina para abandonar física y espiritualmente a los hijos y las hijas cuando las responsabilidades de la paternidad y la convivencia empiezan a resultar abrumadoras. Es sexismo el que, en un país donde la mayor parte de la legislación fue elaborada por hombres para beneficiar primordialmente al sexo masculino, los hombres se quejen cuando, tras una separación o un divorcio, alguna ley les obliga a contribuir a la manutención de sus hijas e hijos.
En actividades mixtas como ésta, en las que se intenta analizar las relaciones de género dentro del contexto del patriarcado, no es extraño que algún hombre afirme que si las mujeres tenemos a nuestro cargo la crianza de los hijos, somos nosotras las "culpables" del machismo. Al culparnos por la perpetuación del patriarcado, se olvida, antojadizamente, que el "no estar" es también una potente forma de enseñar la masculinidad. Es siempre mucho más fácil culpar a las mujeres cuando no se desea aceptar que la ausencia y la conducta del padre -- al igual que los comportamientos de muchos hombres en la comunidad -- son, de hecho, los modelos que absorbe el niño que debe aprender a ser hombre. Y es siempre mucho más fácil examinar las formas en que los hombres perciben que se les niega su pleno potencial que ver cuánto se benefician en áreas donde a otras personas se les niega el suyo.
El sexismo incluye todos los aspectos de la conducta y las costumbres masculinas, del lenguaje y de las instituciones sociales -- tales como la familia, el matrimonio y la educación -- que crean, refuerzan y también provienen de las desventajas experimentadas por las mujeres. A los hombres les interesa perpetuar el sexismo pues éste les representa poder, privilegios y prestigio, además de un grupo entero de personas sobre quienes pueden sentirse superiores: las mujeres.
Los hombres aprenden a ejercer poder sobre las mujeres, y este ejercicio incluye no escuchar la voz de las mujeres, subordinar los deseos y la voluntad de ellas a los suyos, y concentrarse en el cuerpo femenino como un objeto y una imagen y no como la expresión integral de una persona completa, consciente, con derechos y sentimientos. Y han aprendido también que su poder patriarcal es "natural" y que no puede ser cambiado, lo cual forma parte de la ideología del sexismo, que justifica y legitima la opresión de las mujeres. Sin embargo, el poder patriarcal sí puede ser transformado en un modelo de convivencia más equitativo, y es a raíz de esta certeza que nace el llamado "movimiento de hombres".
Hoy en día se evidencia un cambio en la conciencia y la comprensión de las relaciones de género y de poder, motivado por los desafíos que a nivel mundial ha planteado el movimiento feminista. Un cambio que también es compartido por hombres que se han atrevido a imaginar y vivir su masculinidad en formas no opresivas, ni para ellos mismos ni para otras personas; hombres que, a la vez de reconstruir radicalmente su masculinidad, apoyan explícitamente las demandas de las mujeres.
Son hombres que han aceptado con profundo respeto las experiencias de las mujeres bajo la tiranía del machismo y que se han visto reflejados en esas experiencias al reconocer no sólo su papel de opresores, sino también el sufrimiento y los comportamientos autodestructivos por los que debieron pasar para acceder a la virilidad.
Estos hombres creen en la necesidad de reflexionar juntos y apoyarse mutuamente para superar las heridas causadas en sus vidas por el patriarcado. Pero también reconocen que en nuestras sociedades, dominadas por hombres, la experiencia masculina del dolor viene acompañada de un mecanismo de compensación: la posibilidad de confirmar su poder y dominio sobre quienes no son hombres (las mujeres), quienes todavía no lo son o nunca lo serán (los niños y las niñas) y aquellos que no están conformes con las normas hegemónicas de la sexualidad masculina (los homosexuales).
Es por ello que estos hombres que se han sumado a las filas feministas, y que se autodenominan "profeministas", saben que no basta con ser "buenos" o "tiernos" con las mujeres, las niñas y los niños, que no basta con combatir sólo el sexismo y la violencia masculina, sino que su lucha debe enmarcarse en acciones concretas, positivas y creativas, asumidas con compromiso y determinación, para erradicar todos los patrones de opresión. Es así como también luchan activamente contra la homofobia y el racismo.
Son hombres que han sabido apreciar la lógica humanitaria e incluyente en las propuestas que tantas mujeres alrededor del mundo han aportado a la reflexión sobre las relaciones de poder entre los sexos. Admiten haber aprendido mucho de ellas y reconocen que los esfuerzos de los hombres por lograr cambios sociales sustanciales sólo podrán ser legítimos y efectivos si trabajan junto a las mujeres en pie de igualdad. Son hombres que han aceptado el desafío de ser más respetuosos y honestos pues saben que ello afianzará sus relaciones personales y permitirá que sus coaliciones políticas sean más sólidas.
Son también hombres que, por su franca oposición al sexismo, al racismo y a la homofobia, han debido afrontar, en sus culturas, todo tipo de burlas, hostigamiento y también cuestionamientos acerca de su hombría.
Saben que, al actuar con valentía, cuestionar las normas, alzar la voz y hacer públicas sus creencias y emociones, se arriesgan a que los aíslen y los ataquen por considerarlos "raros" y aun homosexuales. Pero son hombres que no han permitido que tales actos y actitudes, producto del temor de los machos a perder su poderío, los alejen de su postura y del compromiso de erradicar la opresión en todas sus manifestaciones.
Son hombres conscientes de que los más fieles practicantes del sexismo tienen un profundo interés en que las cosas continúen como están. Aquí voy a citar de nuevo a Michael Flood: "Los hombres ganamos mucho con el sexismo: tenemos alguien que cuida de nosotros, que cocina, lava y limpia para nosotros; que nos alimenta, nos consiente, nos alivia y nos halaga. Si el sexismo desapareciera, tendríamos que crecer y cuidar de nosotros mismos. Y tendríamos que aceptar que, después de todo, no somos tan especiales como nos hemos creído."
Los hombres profeministas se han concentrado en la violencia de los hombres contra las mujeres, la pornografía, la discriminación sexual y las desigualdades de poder por razón de género. Y han descubierto en el camino que, para muchos hombres, los conceptos de sexismo y de opresión son todavía una píldora demasiado difícil de tragar. Porque el movimiento de hombres no es, en absoluto, un espacio homogéneo sino de diversas expresiones y corrientes.
Algunos grupos masculinos han surgido primordialmente para reivindicar los derechos que los hombres sienten que han perdido a partir del movimiento feminista. Y aunque reconocen que el modelo patriarcal ha sido nocivo también para ellos y no sólo para las mujeres, y dan la impresión de abogar por la igualdad de derechos entre los sexos, son en realidad los "hombres de derecha" del movimiento. Porque tras este discurso aparentemente humanista e igualitario, niegan tener poder en la sociedad y el hecho de que las leyes, los medios de comunicación, los gobiernos, la iglesia y la historia han estado y siguen estando de su lado y en sus manos. Y niegan también que sus supuestas "reivindicaciones de igualdad" terminan reforzando sus posiciones de poder y control, tanto en el ámbito público como en la familia.
Estos grupos argumentan que los hombres están tan oprimidos como las mujeres. Expresan cólera contra el feminismo por los desafíos que éste les presenta y concentran sus energías en lo que ellos ven como las ventajas relativas de las mujeres en comparación con los hombres.
Porque para ellos es mucho más fácil discutir lo que perciben como violaciones a sus derechos que analizar cuánto se benefician en áreas en que a las mujeres, y también a otras personas, de hecho se les niegan los suyos.
Los hombres profeministas, por su lado, saben que deben criticar abiertamente esas facciones de su movimiento que se involucran en polémicas contra el feminismo y las mujeres. Son conscientes de la necesidad de dar atención al dolor experimentado por los hombres, derivado de una salud deficiente, de la tensión laboral y de su experiencia de impotencia social; un dolor también producto del abuso sexual que han sufrido, pero que mantienen herméticamente oculto especialmente si el ofensor fue otro hombre. Pero saben que la mejor forma de dar atención a esos dolores es contextualizarlos dentro de las relaciones de poder de clase, de raza, de edad y sexualidad, por un lado, y los efectos contradictorios del poder patriarcal, por el otro.
Son ahora miles los hombres organizados en grupos en Canadá, Australia, Estados Unidos y Europa. En Australia, la organización MASA, que significa Hombres contra la Violencia Sexual, ha conseguido incidir, con su política profeminista, en la política social del país.
En Estados Unidos se realizan, desde los años ochenta, reuniones a las que asisten hombres de diferentes estratos sociales y económicos, en las cuales se hace un fuerte énfasis en la espiritualidad y el saber indígenas. Allí se encuentran "maestros" y "hombres sabios" como los guatemaltecos Miguel Rivera y Martín Prechtel.
También Latinoamérica está participando en estos cambios. En Costa Rica, se reúne regularmente, desde hace algunos años, un grupo mixto que reflexiona sobre las relaciones entre los géneros. En Nicaragua, la Fundación Puntos de Encuentro para la Transformación de la Vida Cotidiana inició hace algunos años un ciclo de talleres con hombres jóvenes sobre la identidad, la sexualidad y la violencia doméstica. En estos talleres se argumenta que no existe la llamada "esencia masculina", sino que se aprende a ser hombre como se aprende a ser mujer, y que el aprendizaje masculino en nuestras sociedades incluye el aprender a ser competitivo, violento, impositivo, macho y homofóbico.
Sus participantes intentan aprender juntos a no caer en estériles sentimientos de culpas y actitudes de odio o desprecio hacia sí mismos por ser parte del género dominante, y más bien a confrontar con firmeza en ellos mismos, en sus relaciones personales y a nivel social y político, el ciclo de violencia en el cual viven.
El movimiento de hombres profeministas, en alianza con mujeres feministas, también ha sido instrumental para promover una agenda pro-hombres que reconoce la influencia de los dolores del pasado. Y aunque aprecian la importancia de mejorar las vidas de los hombres, creen que una de las maneras de hacerlo es viviendo en formas que realmente hagan una diferencia y resistiéndose a la tendencia de presentar a los hombres como víctimas.
Los hombres profeministas estuvieron presentes, en noviembre de 1996, en la Conferencia Internacional sobre Violencia, Abuso y Ciudadanía de las Mujeres, celebrada en Inglaterra, durante la cual presentaron estudios críticos, análisis y resultados de experiencias sobre el tema de Los Hombres y sus Masculinidades. Allí se abordó desde la conciencia política del género y las políticas profeministas hasta la violencia masculina contra las mujeres a la luz del Derecho Penal.
En esa conferencia, Latinoamérica fue representada por el psicólogo nicaragüense Edgar Amador, profesor de la Universidad de Managua, quien presentó una ponencia sobre la respuesta de los hombres a la violencia contra las mujeres en Centroamérica, y destacó que "siempre fueron las mujeres organizadas las que combatieron la violencia, la conducta discriminatoria y el abuso por parte de los hombres, pero en 1993 un grupo de hombres organizados decidió crear un espacio de reflexión y actuar para poner fin a la violencia, aun entre ellos mismos". Amador comentó, además, que a pesar de la suspicacia que ha despertado en Nicaragua, el grupo ha logrado más aceptación y su labor se centra en la reflexión de sus experiencias individuales y temas que generalmente no se discuten entre los hombres.
Estos hombres de Nicaragua se dedican a realizar acciones conjuntas con mujeres y otros grupos civiles para combatir la violencia sexual y doméstica; participan en debates públicos, apoyan a los hombres que desean superar el machismo y promueven la formación de grupos similares. Uno de estos hombres se encuentra por algún tiempo en Guatemala, impartiendo, a nivel rural, talleres sobre los hombres y la masculinidad.
El programa expuesto en la conferencia en Inglaterra podría pasar desapercibido para muchas personas. Sin embargo, representa un enorme avance y la gran novedad de este fin de siglo que apunta alentadoramente hacia un cambio cualitativo en la relación entre hombres y mujeres.
Porque aunque el persistente ataque a las mujeres y al feminismo evidencia que no hay cambios significativos entre los "hombres de derecha" del movimiento, los profeministas son ejemplo vivo de que sí es posible el cambio, a través de actitudes y acciones conscientes. Este "hacerse diferentes" puede ocurrir constantemente en sus vidas. En cada sociedad existen restricciones específicas, pero también hay posibilidades de transformación para las personas.
Los hombres profeministas afirman que lo que los hombres hacen y son ocurre, y puede cambiar, en varias áreas. Aunque el terreno de las relaciones sexuales y emocionales -- es decir, la convivencia en pareja, la familia y el hogar -- puede ser el área de práctica más difícil para los hombres, pues es desafiante el que su poder personal sea cuestionado, las formas en que viven y se relacionan con otras personas están abiertas al cambio. Los hombres pueden, por ejemplo, tratar de establecer relaciones auténticamente íntimas y hacer que las relaciones sexuales no sean opresivas sino de consentimiento mutuo; pueden disminuir el poder patriarcal de la paternidad y pueden abandonar la violencia contra la mujer, los hijos y las hijas. Generar cambios en este nivel cotidiano, en las conversaciones, en el trabajo doméstico y las emociones, erosiona los patrones de la opresión.
Espacios tales como el trabajo remunerado, los partidos políticos, los sindicatos y otras organizaciones también ofrecen posibilidades para el cambio político contra el patriarcado, ya que en ellos se encuentran múltiples ejemplos de sexismo: la forma en que los hombres dominan los puestos ejecutivos y se aferran a ellos sin dar paso a mujeres tanto o más calificadas que ellos; los métodos de trabajo que excluyen completamente a las mujeres; el acoso sexual; y también la conveniente ceguera ante la condición y las experiencias de las mujeres. Los hombres pueden intervenir en cualquiera de estos espacios.
Sin embargo, el cambio personal y espiritual de los hombres no será suficiente para hacer frente a los problemas de explotación y desigualdad de poder. Su crecimiento individual no conducirá automáticamente a acciones personales o políticas que apoyen la igualdad de género, y hasta podría ser que ayude a los hombres a acomodar las demandas de las mujeres en un patriarcado más sutil y modernizado. Es por ello que las estrategias grupales y colectivas son vitales para desmantelar la opresión.
Conscientes de la necesidad de erradicar la dominación de género, los hombres profeministas promueven el diálogo por encima de las diferencias, la creación de alianzas y la política de coalición, pues éstos representan espacios alternativos en los que se puede trabajar por la igualdad de género. Así proponen que la estrategia más progresista para los hombres consiste en solidarizarse y crear alianzas con las mujeres, con indígenas, homosexuales y otras consideradas "minorías", iempre bajo el principio del respeto a la diversidad. Proponen, además, el desarrollo de una política de hombres profeministas en los movimientos sociales progresistas y en el Estado. Y es aquí, justamente, donde surge el mayor obstáculo.
El movimiento de hombres no ha logrado el necesario apoyo político a sus demandas. Según el escritor Bob Connell, "el proyecto de transformar la masculinidad no tiene prácticamente ningún peso político, ninguna influencia en las políticas públicas ni recursos para su organización; no cuenta con una base popular ni tiene presencia en la cultura de las masas."
Esta falta de fuerza en el movimiento posiblemente tenga mucho que ver con los hombres que ocupan los más altos niveles del poder: las evidencias indican que los dirigentes a esos niveles simplemente no están dispuestos a cambiar.
Al igual que muchos otros, los hombres poderosos protegen lo suyo pero, a diferencia del resto, son los beneficiarios de lo que Connell denomina "el dividendo patriarcal", otorgado a hombres exitosos o prominentes que se someten al ideal masculino. Además del honor, el prestigio y el derecho a gobernar que el patriarcado les confiere, los hombres obtienen los considerables beneficios materiales y la buena vida que acompañan a las posiciones de autoridad.
Las manifestaciones machistas que encierran a los jóvenes tras las rejas, que los alejan de las aulas y los meten en problemas, también dan a esos jóvenes la motivación y la autoridad para llegar a la cima, a pesar de que son las muchachas quienes demuestran niveles académicos superiores. ¿Por qué, entonces, querrían los hombres que ostentan las más altas posiciones perturbar el modelo de masculinidad que los colocó en ellas? Obviamente, una estrategia de vital importancia sería involucrar hombres poderosos en el proceso de concientización, convenciéndolos de recompensas que no sean las ofrecidas por el patriarcado.
Personalmente, creo que es hora de analizar los efectos reales de los valores masculinos dominantes sobre otras personas en la familia, el trabajo, la política y también sobre sí mismos. El negarse a hablar, a admitir debilidad y a mostrar vulnerabilidad, así como las prácticas de control y dominio sobre otras personas, son tácticas exitosas de poder, pero también son los puntos que provocan el colapso en los hombres.
Porque es un hecho que la opresión tiene un elevado costo también para el opresor. Y si existe una lección que los hombres podrían aprender de sus vidas cotidianas, de sus relaciones opresivas con las mujeres y con otros hombres, y del dolor que el patriarcado les ha legado, se trata de una lección muy antigua: la lección sobre el enemigo interno. Éstas son razones importantes que deberían motivar al menos una intención de cambio.
Creo que todas estas reflexiones deben ocurrir aquí y ahora porque ni las mujeres ni los hombres que somos parte del tejido de este embrión de nación llamado Guatemala, podemos permitir que se repita el genocidio de las últimas décadas. Creo que la reflexión y el cambio deben darse también porque no debemos seguir conviviendo en la ignorancia mutua sobre "el otro sexo"; porque debemos dejar de vernos como sexos opuestos si compartimos la misma Tierra, el mismo techo, y posiblemente la misma cama y los mismos ideales de libertad, de hermandad, de solidaridad.
Porque debemos cuestionar, combatir y transformar esta arrogancia patriarcal que sólo conseguirá postergar aún más la cosecha de la paz.
Y creo que la reflexión y las acciones concretas de cambio deben darse porque la construcción de la masculinidad dominante, que aplasta la humanidad de la gente, significa también la destrucción de la confianza en niños y niñas que necesitan, por el contrario, modelos más positivos, sanos e integrales en los hombres con quienes comparten su hogar y sus comunidades; modelos que les permitan un desarrollo cimentado en la equidad, la libertad y la esperanza. Si no podemos darles, hoy y aquí, la sociedad que necesitan y merecen, debemos al menos intentar ofrecerles modelos de conducta que reflejen nuestro compromiso con el cambio y con la paz, para que les sea menos difícil afrontar la segregación, la inseguridad y la violencia que, de hecho, les estamos heredando.
Bibliografía:
· Arndt, Bettina. "Renuentes al cambio" (Getting the act together). Revista Manhood. Australia, 1996. Traducción de Laura E. Asturias. · Cardelle, Frank. "Cara a cara". Revista Uno Mismo, Vol. III, Nº 11, 1992. · Criquillion, Ana. "La cuestión masculina: ¿Otro problema femenino?" Suplemento Vamos de Compras, Diario Prensa Libre (Guatemala), 16-XII-94. Originalmente publicado en la revista Mujer/Fempress (Chile). · Flood, Michael. "Antisexismo cotidiano" (Everyday anti-sexism). Revista XY: men, sex, politics. Australia, 1995. · Flood, Michael. "La política del género" (The politics of gender). Revista XY: men, sex, politics. Australia, 1995. · Mérola, Giovanna. "Hombres y masculinidades". Revista mujer/fempress (Chile) No. 183, enero de 1997. · Pease, Bob. "Política profeminista" (Pro-feminist politics). Revista XY: men, sex, politics, 6(3). Australia, 1996. · Sellars, Nick. "Subdividir y dominar" (Subdivide and rule). Revista XY: men, sex, politics, 3(3). Australia, 1995. · Stoessiger, Rex. "Las escuelas les fallan a los niños" (Schools failing boys). Revista Manhood Online. Traducción: Laura E. Asturias. s· Wadham, Ben. "Violencia masculina: ¿Un mito?" (The myth of male sviolence?). Revista XY: men, sex, politics, 6(1). Australia, 1996. · Wildwood, Dez. "Abuso sexual de hombres y niños" (Sexual abuse of men and boys).Revista XY: men, sex, politics. Australia, 1995.

¿QUE ES LA IDENTIDAD MASCULINA?

José Angel Lozoya Gómez
La identidad, entendida como un modo personal de identificarnos y diferenciarnos de los y las demás, es un concepto teórico que puede ayudar a conocernos, pero cuando hablamos de identidad masculina nos estamos refiriendo inevitablemente al concepto de identidad de genero, es decir, a las características adjudicadas a la masculinidad, en un momento histórico, o geográfico, y en un contexto cultural y social determinado.
Lo masculino no es ninguna esencia, el hombre nace y el varón se hace. Las características que solemos identificar como masculinas no son innatas, sino consecuencia de un proceso de socialización que pretende relaciones de dominación entre los sexos. La identidad o mejor dicho, la condición masculina es por tanto un producto social, un resultado que podemos modificar en uso de nuestra libertad, si deseamos una sociedad en la que ningún sexo oprima al otro.
Las diferencias biológicas entre la mujer y el hombre son naturales y no modificables, y aunque no las conozcamos en toda su extensión, porque serian necesarias unas condiciones de libertad inexistentes para que pudieran expresarse, los trabajos de John Money y Anke Ehrhardt demostraron que del mismo sustrato biológico, se pueden producir diferencias muy marcadas en lo qué respecta a la masculinidad y la feminidad, a partir de etiquetar a un niño como chico o chica y educarlo en consecuencia. Al menos desde entonces parece haber consenso en que las diferencias observables entre mujeres y hombres se deben fundamentalmente a la socialización, que es la encargada de fomentar o reprimir las actitudes e intereses que se considera adecuados a cada sexo.
No conozco ningún defecto o virtud, de comportamiento o carácter, que lo sea solo en un sexo. Tampoco sé de ni ninguna corriente de pensamiento, que al defender la existencia de diferencias no resalte estas y minimice las semejanzas, y como consecuencia vea la necesidad de educar de forma diferente a niñas y niños, enfrentándonos a la tendencia de las dicotomías a la jerarquización, es decir, al peligro de reproducir relaciones de poder entre los sexos.
COMO SE CONSTRUYE LA SUBJETIVIDAD DEL GENERO MASCULINO.(Apuntes inconclusos).
Los hombres son una parte de la humanidad pero han venido presentándose como modelo de toda ella, evitando de esta forma la necesidad de que ellos o su poder se vean cuestionados. Esta situación explica porqué para muchos, ser hombre sea ser importante, y para todos suponga privilegios, aunque estar a la altura de las circunstancias conlleve unos costes personales y sociales tan grandes que obliguen a cuestionar si merecen la pena.
La importancia del sexo desde antes del nacimiento es patente en muchas culturas (china, India,...) y en los deseos de no pocos padres y madres. Cuando se interroga a alguien sobre si prefiere niño o niña, además, se le está preguntando implícitamente, por la disposición a asumir las diferencias que implica convivir con y criar a una u otra persona: cosas que habrá que reforzar, problemas que habrá que prevenir, etc.
En cuanto nacemos, o la ecografía permite conocer el sexo del feto, la familia empieza a hacer proyectos y dar pasos que tengan en cuenta esta circunstancia, que determina el nombre y condiciona casi todo lo que tenga que ver con él: la ropa, los colores, los juguetes, etc.
Desde que nace se trata de fomentarle unos comportamientos y reprimirle otros, al tiempo que se le transmiten ciertas convicciones de lo que significa ser varón. Esto es así incluso en el caso de los hijos de madres feministas y padres por la igualdad, porque el propósito de educar un niño no sexista, obliga a reforzar valores poco frecuentes entre sus iguales e inculcar una actitud critica frente a las manifestaciones más censurables del modelo masculino tradicional, que inevitablemente le llegaran en forma de exigencias a través de múltiples canales: la familia, la escuela, la televisión, sus iguales, etc.
El proceso de construcción de la subjetividad masculinidad se prolonga a lo largo de toda la vida (no termina nunca,) e intenta reducir las diferencias potenciales entre los hombres para ajustarlos a un modelo preexistente, que trata de aumentar las diferencias que podrían tener con las mujeres, a las que se unifica en torno a otro modelo. Aunque no se consigue evitar diferencias entre los hombres, ni el parecido de muchos a bastantes mujeres, la sociedad actúa como si lo hubiese conseguido.
El problema no reside en decirle a un niño que es biológicamente diferente de una niña, el conflicto radica en como hacerle ver, a pesar de lo que escucha y observa, que no tienen porque ser socialmente desiguales, ni son justas la cantidad de implicaciones que los roles tienen en el plano de los derechos y las obligaciones.
Se percibe que ser hombre es SER IMPORTANTE, porque al menos se es ante la pareja y la descendencia. Pero sobre todo llama la atención que "todos" tengamos sensación de transcendencia, como si estuviéramos en este mundo para cumplir una misión, no se sabe cual, que depende de nosotros y para la que debemos preservar el grado de autonomía necesario, sensación que contribuye a reforzar el temor a perdernos en la relación de pareja.
El AISLAMIENTO es otra de las claves de la educación masculina. Es una característica típica del poder y por tanto de los grupos que lo ejercen, que dicen sentirse incomprendidos y poco considerados para evitar atender a las criticas e intentar conservar el poder. Pero en el caso de los hombres, este recurso tiene como contrapartida hacer mas dolorosa cualquier angustia por el hecho de no poder compartirla. Todos -y todas- sabemos lo que alivia, el solo hecho de contar un problema. Pero es frecuente en los hombres, la sensación de no poder o no saber compartir: "los problemas gordos me los trago solo".
Educados para COMPETIR y triunfar se les presenta la confianza como peligrosa, (somos esclavos de lo qué decimos y dueños de lo que callamos). No es recomendable comentar las propias dudas sobre algo que pensamos hacer o defender a nuestros rivales (en el trabajo, la política,...) por que lo pueden usar para vencernos.
El VALOR se nos supone al tiempo que se nos exige reiteradamente demostrarlo.
Hay quien dice que ocultamos los SENTIMIENTOS y puede que algunos lo hagan para evitar comprometerse, pero mas bien parece que a fuerza de negarlos, de no reconocerlos ni expresarlos, como todo lo que no se utiliza se atrofian y acaban siendo como bonsáis, tan graciosos como pequeños Los niños nacen con capacidad para expresar sus emociones pero se les socializa fuera de ellas o se les enseña a expresar la ternura a través de la rudeza, (apretones de mano, palmadas en la espalda, exigencia,...).
Nos dijeron que los hombres no lloran y aprendimos a controlar las lagrimas (y el resto de los sentimientos) para lograr el reconocimiento, hasta el punto de pedir excusas cuando no lo conseguimos (perdón no pude controlarme,) aunque luego y en determinadas circunstancias, te echen en cara que no sepas hacerlo. Los privilegios cuestan caros y en el campo de los sentimientos, todo lo que ganamos en poder lo pagamos en represión emocional.
Hace poco discutíamos en el grupo de hombres de Sevilla, si nos parecíamos mas a caballeros dentro de una armadura oxidada, que nos impedía contactar emocionalmente con los y las demás o a Pinocho, un muñeco de madera luchando por humanizarse, al que le crece la nariz con cada mentira.
Orientados hacia una META que dé forma y sentido a sus esfuerzos. Los hombres son entrenados entre la exhortación y la humillación (ganador o perdedor) buscando que sean competitivos, controlados e independientes.
La necesidad de una meta les acompaña siempre, por eso se dice que padecen el síndrome de Ulises, el héroe mitológico que se pasó la vida intentando llegar a Itaca sin darse cuenta que la vida era el camino. Recuerdo una entrevista al primer astronauta hijo de españoles (Michael López Díaz Alegría,) cuando le preguntaron cual era su meta después de conseguir aquella por la que tanto había luchado, ser astronauta, se hizo un silencio tenso, hasta que encontró la respuesta, "buscar otra meta". En las relaciones de pareja no es extraño que cuando ella dice sí, empiecen los problemas, si no hay otra meta el interés del hombre decrece y con él, el deseo.
Diversos autores coinciden en señalar que la identidad masculina se construye por oposición, por un proceso de diferenciación de lo femenino, más que como resultado de un proceso de identificación con otros hombres. Ser hombre es no ser mujer ni homosexual (al que se imagina como afeminado).Es mas frecuente que se diga a los niños que eso es cosa de niñas, que eso no es cosa de hombres.
La identidad de género no determina LA ORIENTACIÓN DEL DESEO SEXUAL, ni la homosexualidad tiene porque significar que la identidad de género no esté perfectamente asumida e interiorizada. Pero es curioso como muchos padres y madres que piensan que la orientación del deseo es de origen biológico, sospechando que de todas formas la educación es muy importante, tratan de prevenir una posible homosexualidad a través de una educación muy masculina, llegando a condicionar el contacto afectivo corporal, sobre todo, entre el padre y el hijo, abundando los padres y madres que tratan a sus hijos con más brusquedad, o los acarician y miman menos que a sus hijas.
Sobre un tema tan de moda como la IMPORTANCIA DEL PADRE, Corsi nos recuerda que desde el campo de la psicología evolutiva, se tiende a analizar casi exclusivamente el vinculo materno filial, ignorando casi por completo la figura del padre, a quien le adjudican un papel regulador en momentos posteriores. Como el vinculo primario del varón es con su madre, el proceso de construcción de la identidad masculina pasaría por el eje de separación-diferenciación, de modo que para llegar a ser varón en un mundo androcentrico y homofobico tendrá que reprimir las identificaciones femeninas y demostrar que él no es una mujer ni un homosexual.
Uno de los temas más discutidos, últimamente, es la importancia de que el niño (y la niña) crezcan con un padre presente qué les sirva de modelo de identificación, (qué haya más hombres entre el profesorado de preescolar y de educación primaria,...). Parece razonable que, aquí y ahora, es al menos mas cómodo tener ambos modelos como referentes, pero, coincidiremos en que es mejor no tener un padre presente que tener uno malo. Esto ultimo lo digo porque históricamente y hasta fechas muy recientes lo normal era tener a ese padre presente y no parece que sea casualidad, que la crisis del patriarcado haya coincidido con su alejamiento relativo. No obstante ahora se habla de la diferencia entre ser padre y hacer de padre, lo primero no tiene ningún mérito pero lo segundo implica la asunción de esa responsabilidad. También se habla de padre faltante frente a la idea de padre ausente, para aclarar que el padre presente no tiene porque incluir intercambio corporal y afectivo, ni el cumplimiento de la función de maternaje que es la que crea el vinculo que puede servir como modelo alternativo.
La COEDUCACIÓN se nos ha presentado desde la enseñanza como la formula para combatir el sexismo, pero lo masculino y sus valores sigue tomándose como ejemplo de normalidad, madurez, cordura y autonomía olvidando que los hombres tienen los problemas psicosociales de salud mas relevantes, relacionados con los estilos de vida, drogodependencias y violencias. En lugar de cuestionar el modelo masculino lo han convertido en "café para todos y todas". Una de las consecuencias mas llamativas es que se espera que para el año 2020 las expectativas de vida de las mujeres hayan retrocedido hasta igualarse a las de los hombres. Parece que seria más lógico caminar hacia un modelo "unisex" que tomando lo mejor de cada genero contribuyera a alargar la expectativas y la calidad de vida para todas y todos.
Aunque la ADAPTACIÓN DE LOS HOMBRES A LOS CAMBIOS impulsados por las mujeres, la hemos iniciado cada uno a nivel personal, presionados por las circunstancias y las mujeres con que nos hemos relacionado, desde mediados de los 70 en los países escandinavos y de los 80 en distintas ciudades españolas han ido apareciendo grupos de hombres que buscan compartir aquellas inquietudes que difícilmente surgen en las conversaciones entre varones, ni son fáciles de tener en presencia de las mujeres .En ellos se cuestiona la vigencia del modelo tradicional, se habla de los malestares masculinos o se analiza críticamente, (no en todos los grupos,) cómo contribuimos a reproducir relaciones de dominación.
En España, los primeros hombres que se plantearon, en voz alta, la necesidad de organizarse para el cambio, estaban vinculados afectivamente a mujeres feministas e interesados en el estudio de la sexualidad, y la primera vez que grupos de hombres han decidido pronunciarse públicamente contra el sexismo lo han hecho contra la violencia masculina en la pareja a raíz del asesinato de Ana Orantes. Lo primero es lógico tratándose de hombres que a pesar de todas las dificultades quieren compartir la vida intima con mujeres que exigen condiciones de igualdad y reciprocidad, lo segundo es la consecuencia de entender el amor como una buena amistad con momentos eróticos, en el que resulta inaguantable la contradicción masculina entre el placer y el cumplir, y lo ultimo porque era cómplice el silencio del colectivo masculino ante la forma mas sangrante de intentar evitar el derecho de las mujeres a la libertad.
BIBLIOGRAFIA:
· Corsi, Jorge,Violencia masculina en la pareja, Paidós, Barcelona,1995. · Beauvoir, Simone de, El Segundo Sexo. · Bonino, Luis, Deconstruyendo la "normalidad" masculina.(Apuntes para una "psicopatología" de género masculino. · Fisher, Robert, El Caballero de la Armadura Oxidada,Obelisco. Barcelona. 1994. · López, Teresa, "El hecho de ser mujer", El País, Madrid. 24-1-1999. · Lozoya, José Angel, "Política de Alianzas: El Movimiento de Hombres y el Feminismo", Jornadas Feministas, Almuñecar (Granada), Julio 1999. · Marques, Josep Vicent. y Osborne, Raquel, Sexualidad y Sexismo, UNED, Fundación Universidad Empresa, Madrid, 1991. · Naifeh, Steven y White, Gregory, Por qué los hombres ocultan sus sentimientos, Javier Vergara, Buenos Aires, 1990. · Parker, Mac. Los hombres el aislamiento y el sexo, Vermont, 1985. · Sau, Victoria, Diccionario Ideológico Feminista, Icaria. Barcelona 1990. · Valcárcel, Amelia, "La difícil de la libre existencia", El País, Madrid 24-1-1999. · Valle del, Teresa y Sanz Carmela, Genero y Sexualidad,UNED Fundación Universidad u Empresa. Madrid 1991.
* Comunicación presentada en las Jornadas sobre MUJER Y SALUD, Jerez de la Frontera, febrero de 1999. José Ángel Lozoya Gómez es miembro del Colectivo de Salud SPECULUM. Tel. 954228294.