Rut Sonnabend
PSICÓLOGA PSICOANALISTA. MIEMBRO DEL TURNO DE INTERVENCIÓN PARA LA ADOPCIÓN Y MIEMBRO DE LA SECCIÓN DE CATALUNYA - ESCUELA EUROPEA DE PSICOANÁLISIS.
La adopción como modalidad para acceder a la paternidad es antigua, pero actualmente nos encontramos con el hecho de que ha cobrado dimensiones de tal magnitud que se ha convertido en una cuestión de estado. Varias razones convergen en esta coyuntura, y sólo por nombrar algunas, sin intención de desarrollarlas, podríamos resumirlas en las desigualdades norte-sur que determinan un alto porcentaje de niños en situación de riesgo social debido a las condiciones económicas y sociales en que se encuentran los países, y que determinan en algunas ocasiones el abandono de niños en instituciones y organismos oficiales ante la imposibilidad de que los padres biológicos se ocupen de ellos.
Paradójicamente, el avance de las técnicas de reproducción asistida y los fracasos concomitantes, por un lado, y una mayor concienciación con relación a la infancia en situación de riesgo, por otro, determinan que parejas con hijos biológicos o sin posibilidad de tenerlos soliciten una adopción.
La legislación se ha instaurado para evitar los excesos tan frecuentes en ésta práctica; el mercado de niños está penalizado y los futuros padres deben reunir requisitos diversos para ser considerados idóneos para recibir un a menor en adopción.
Ahora bien, ¿de qué se trata cuando una pareja pide un niño en adopción, qué es lo que está en juego desde la perspectiva del deseo de ser padres?
En la mayoría de los casos, cuando una pareja decide adoptar lo hace luego de haber transitado un largo y doloroso camino en búsqueda del hijo biológico: el impacto de la no concepción, sea por causas conocidas o no, la enfrenta con un real traumatizante para la pareja, los ideales se desvanecen junto con la proyección de un futuro que había construido.
Los efectos de esta situación en ocasiones son devastadores; la elaboración del duelo por la imposibilidad de concebir hijos permitirá que las parejas puedan plantearse otras vías para acceder a la paternidad.
La práctica clínica nos proporciona elementos para aseverar que en ocasiones la asunción de la adopción no se puede realizar, aunque la pareja lo solicite, por no haber elaborado el duelo de la pérdida que significa ser padres biológicos.
Para intentar dar respuestas a lo que interrogábamos en nuestro título, la primera cuestión que debemos responder es la pregunta acerca de qué es la filiación.
¿Qué es la filiación?
La filiación define el lazo de parentesco que une a un niño con sus padres, cualquiera que sea su naturaleza, no se asienta en lo biológico. Se cree que son los padres quienes hacen un hijo, ya que una pareja sin niños no es una pareja parental, pero contra toda evidencia son los hijos que hacen los padres.
La filiación no tiene nada de natural, da cuenta de lo simbólico, de la particular posición que el hijo ocupa en el deseo de sus padres, y este postulado permite pensar la adopción como un modo particular de filiación. Modo diferente, tal vez, de gozar la paternidad, pero igual de válido que la paternidad biológica, ya que lo que lo determina es el deseo: sea deseo de procrear o deseo de adoptar, se trata de deseo de tener un hijo.
Cuando una pareja decide tener un hijo por la vía biológica no pide a un otro que se lo autorice, rasgo diferencial con aquellos que solicitan adopción, quienes en su deseo deben transitar por la demanda que concluye, salvo excepciones, en la idoneidad para adoptar.
Es en los técnicos, profesionales de la psicología y asistentes sociales en quienes recae la responsabilidad de poder clarificar lo que está en juego en la demanda de adopción, priorizando aquello que permitiría aceptar dicho pedido. De lo que se trata es de poder constatar cómo cada uno de los solicitantes se siente concernido en su elección. No se trata tanto de si hay un deseo decidido o de si están a la altura de ser unos padres buenos o perfectos; sabemos desde Freud que no se trata del bien hacer ni de buscar las respuestas a la pregunta de qué hace falta para ser un buen padre o madre. Sentirse concernidos es poder hacerse cargo de aquello que reenvía a sus propios orígenes, a la posición como hijos, a la relación con sus propios padres, a poder hablar de la imposibilidad de tener hijos y de lo que esto significa para que no se convierta en un estigma para sus vidas. En asumir, en fin, que el ser padres adoptivos los coloca en la posición de deseantes. Y como ningún deseo es puro ni natural, tampoco en la adopción hay que esperar ni el ideal benefactor de aquellos que salvarían a los pobres niños del Tercer Mundo, ni tampoco de las parejas que se salvarían solicitando un hijo adoptivo.
Un hijo interroga siempre, haciendo emerger los fantasmas de cada uno de los padres; en el caso del hijo adoptivo, obligando a recordar aquello que ya se había olvidado, poniendo en cuestión el deseo en juego y haciendo surgir la subjetividad y la historia de cada uno de ellos.
¿Cuál es la función del profesional que escucha dicha demanda? Evitar ser simplemente un seleccionador. La cuestión del bien no debe ser nuestro leitmotiv, ya que es a cada sujeto a quien corresponde buscar su lugar como sujeto, se trata más bien de verificar cómo cada uno inscribe los significantes de su propia historia, es decir, los dichos, las palabras y todo aquello que conforma su propia existencia, ya que todos los sujetos, independientemente de la manera que han llegado al mundo, son adoptados de un deseo que los ha hecho vivir y ser hijos. Entonces no se trata para quien escucha esta demanda de resolverla con los criterios que permite seleccionar los buenos padres, lo importante es estar atento a los efectos de tal demanda y permitir eventualmente a cada uno hacerse cargo de su propia elección.
Otra función es atribuir el niño a los padres. El "ustedes pueden ser padres" dicho por el que está en el lugar del técnico no reenvía a un ideal, pero sí a un autorizarse. La palabra fundacional permite autorizar como padres a quiénes, habiéndose hecho rechazar por medio de la infertilidad psicológica u orgánica, pueden acceder a una paternidad, y en ocasiones la práctica nos lo demuestra, luego de este "pueden ser padres", deviene un embarazo. La filiación procede de lo simbólico, no de lo biológico, y permite inscribir un sujeto en el orden generacional. El deseo de ser padres no tiene nada de natural ni de puro, y esto no desclasifica a los potenciales sujetos que desean tener un hijo.
Ahora bien, esto no exime de tener en cuenta la particularidad de los niños que han sido abandonados y que serán adoptados. Las entrevistas psicológicas no son sólo para valorar la idoneidad, se trata también de permitir a los solicitantes acercarse a la realidad psíquica de los niños abandonados.
La vivencia de abandono es un real que como tal tiene efectos traumatizantes, sobretodo si es tardío en relación con la edad del menor, el daño es aún mayor.
No hay ningún mecanismo psicosocial que permita restablecer ni superar el abandono. No se puede reparar el daño causado. Se puede atemperar con substitutos, pero dependerá fundamentalmente de cómo cada sujeto modaliza y subjetiviza dicho acto. Ahora bien, no se puede esperar que un niño que ha sufrido tal circunstancia en su vida pueda arreglárselas solo, son necesarias algunas medidas como el ser acogido o poder ser adoptado para que pueda ser ayudado a vivir. La importancia de que un niño se desarrolle en un medio familiar es posibilitarle los modelos de sus primeras identificaciones. La familia no es solamente lo que asegura la reproducción de la vida ni la satisfacción de las necesidades, se trata de la cuestión de la transmisión de un deseo, de la constitución subjetiva y de la relación con ese deseo particular que lo determina como tal.
Como no existe una clínica particular del niño adoptado ni tampoco una patología característica, lo que se plantea es si la novela familiar toma rasgos determinados.
La novela familiar
La novela familiar tal como la desarrolló Freud es el deseo de tener otros padres que sean más dignos que los propios. Deseo de aquella época feliz que para el niño representaron los padres idealizados de los primeros años, la novela familiar es el rechazo a la desaparición de ese tiempo feliz.
En el niño adoptado se da la circunstancia de que eso ha existido en su realidad y puede con sus preguntas desencadenar la polémica.
Es víctima y también privilegiado. Nace frecuentemente en un país pobre, abandonado, representando el resto excluido del progreso del cual se compadecen los buenos amos. Las preguntas realizadas por el niño y posteriormente adolescente no son cuestiones que remitan a explicaciones biológicas ni a las verdades de su dossier, en el que se consignan en el mejor de los casos algunos datos de su historia anterior, sino que sus preguntas apuntan a aquello que puede responder "a saber el deseo que lo ha hecho nacer de sus genitores y el deseo de sus padres adoptivos que lo han hecho su hijo". Será esta la cuestión espinosa, cómo hablarle de estas dobles parejas, cómo nombrarlas. De lo que se trata es de ayudarlo para que pueda fabricar él sus propias respuestas. Será la particularidad de su novela familiar: dos padres, dos madres, ser abandonado por un lado, ser demasiado deseado, a veces, por otro; será con esto que tendrá que arreglárselas. No se trata de ir a buscar la cara de los genitores, o de conocer el país donde nacieron, aunque no descarto dicha búsqueda, de lo que se trata es de que pueda elaborar que aquello perdido para siempre no se trataba ni de monstruos ni de dioses, hombres seguramente. Si como sosteníamos no hay clínica de la adopción, sí que hay clínica del sujeto, y es en cada caso particular que se podrá verificar cómo el abandono ha determinado a tal o cual sujeto y este hecho marcará a cada uno en su singularidad.
Todo niño es adoptado, todo niño imagina que sus padres no son los verdaderos, que él ha sido abandonado, secuestrado, robado; la novela familiar es un momento estructural, no una fantasía, y del encuentro con aquellos que lo nombrarán como hijo dependerá decisivamente su elección como sujeto deseado y deseante.
Bibliografía
Brunin, Jean-Pierre. "Adoptions et sélection", a Les feuillets du Courtil, núm. 5.
Calvet, Rosa M. (1994). Allò que no camina. Lligams i solituds. Barcelona: Eolia.
Chatel, Marie-Magdeleine (1996). El malestar en la procreación. Buenos Aires: Nueva Visión.
De Dinechin (1994). El debate ético sobre las PMA en Francia. Seminario Hispanohablante de París.
Epelboin, Sylvie (1996). "Ética y nuevas procreaciones", a El Niño, núm. 3. Barcelona.
Mira, Vicente (1994). Tengo derecho a un hijo. Seminario hispanohablante de París.
Pascual, Clotilde (1994). Les noves formes de procreació. Lligams i solituds. Barcelona: Eolia.
PSICÓLOGA PSICOANALISTA. MIEMBRO DEL TURNO DE INTERVENCIÓN PARA LA ADOPCIÓN Y MIEMBRO DE LA SECCIÓN DE CATALUNYA - ESCUELA EUROPEA DE PSICOANÁLISIS.
La adopción como modalidad para acceder a la paternidad es antigua, pero actualmente nos encontramos con el hecho de que ha cobrado dimensiones de tal magnitud que se ha convertido en una cuestión de estado. Varias razones convergen en esta coyuntura, y sólo por nombrar algunas, sin intención de desarrollarlas, podríamos resumirlas en las desigualdades norte-sur que determinan un alto porcentaje de niños en situación de riesgo social debido a las condiciones económicas y sociales en que se encuentran los países, y que determinan en algunas ocasiones el abandono de niños en instituciones y organismos oficiales ante la imposibilidad de que los padres biológicos se ocupen de ellos.
Paradójicamente, el avance de las técnicas de reproducción asistida y los fracasos concomitantes, por un lado, y una mayor concienciación con relación a la infancia en situación de riesgo, por otro, determinan que parejas con hijos biológicos o sin posibilidad de tenerlos soliciten una adopción.
La legislación se ha instaurado para evitar los excesos tan frecuentes en ésta práctica; el mercado de niños está penalizado y los futuros padres deben reunir requisitos diversos para ser considerados idóneos para recibir un a menor en adopción.
Ahora bien, ¿de qué se trata cuando una pareja pide un niño en adopción, qué es lo que está en juego desde la perspectiva del deseo de ser padres?
En la mayoría de los casos, cuando una pareja decide adoptar lo hace luego de haber transitado un largo y doloroso camino en búsqueda del hijo biológico: el impacto de la no concepción, sea por causas conocidas o no, la enfrenta con un real traumatizante para la pareja, los ideales se desvanecen junto con la proyección de un futuro que había construido.
Los efectos de esta situación en ocasiones son devastadores; la elaboración del duelo por la imposibilidad de concebir hijos permitirá que las parejas puedan plantearse otras vías para acceder a la paternidad.
La práctica clínica nos proporciona elementos para aseverar que en ocasiones la asunción de la adopción no se puede realizar, aunque la pareja lo solicite, por no haber elaborado el duelo de la pérdida que significa ser padres biológicos.
Para intentar dar respuestas a lo que interrogábamos en nuestro título, la primera cuestión que debemos responder es la pregunta acerca de qué es la filiación.
¿Qué es la filiación?
La filiación define el lazo de parentesco que une a un niño con sus padres, cualquiera que sea su naturaleza, no se asienta en lo biológico. Se cree que son los padres quienes hacen un hijo, ya que una pareja sin niños no es una pareja parental, pero contra toda evidencia son los hijos que hacen los padres.
La filiación no tiene nada de natural, da cuenta de lo simbólico, de la particular posición que el hijo ocupa en el deseo de sus padres, y este postulado permite pensar la adopción como un modo particular de filiación. Modo diferente, tal vez, de gozar la paternidad, pero igual de válido que la paternidad biológica, ya que lo que lo determina es el deseo: sea deseo de procrear o deseo de adoptar, se trata de deseo de tener un hijo.
Cuando una pareja decide tener un hijo por la vía biológica no pide a un otro que se lo autorice, rasgo diferencial con aquellos que solicitan adopción, quienes en su deseo deben transitar por la demanda que concluye, salvo excepciones, en la idoneidad para adoptar.
Es en los técnicos, profesionales de la psicología y asistentes sociales en quienes recae la responsabilidad de poder clarificar lo que está en juego en la demanda de adopción, priorizando aquello que permitiría aceptar dicho pedido. De lo que se trata es de poder constatar cómo cada uno de los solicitantes se siente concernido en su elección. No se trata tanto de si hay un deseo decidido o de si están a la altura de ser unos padres buenos o perfectos; sabemos desde Freud que no se trata del bien hacer ni de buscar las respuestas a la pregunta de qué hace falta para ser un buen padre o madre. Sentirse concernidos es poder hacerse cargo de aquello que reenvía a sus propios orígenes, a la posición como hijos, a la relación con sus propios padres, a poder hablar de la imposibilidad de tener hijos y de lo que esto significa para que no se convierta en un estigma para sus vidas. En asumir, en fin, que el ser padres adoptivos los coloca en la posición de deseantes. Y como ningún deseo es puro ni natural, tampoco en la adopción hay que esperar ni el ideal benefactor de aquellos que salvarían a los pobres niños del Tercer Mundo, ni tampoco de las parejas que se salvarían solicitando un hijo adoptivo.
Un hijo interroga siempre, haciendo emerger los fantasmas de cada uno de los padres; en el caso del hijo adoptivo, obligando a recordar aquello que ya se había olvidado, poniendo en cuestión el deseo en juego y haciendo surgir la subjetividad y la historia de cada uno de ellos.
¿Cuál es la función del profesional que escucha dicha demanda? Evitar ser simplemente un seleccionador. La cuestión del bien no debe ser nuestro leitmotiv, ya que es a cada sujeto a quien corresponde buscar su lugar como sujeto, se trata más bien de verificar cómo cada uno inscribe los significantes de su propia historia, es decir, los dichos, las palabras y todo aquello que conforma su propia existencia, ya que todos los sujetos, independientemente de la manera que han llegado al mundo, son adoptados de un deseo que los ha hecho vivir y ser hijos. Entonces no se trata para quien escucha esta demanda de resolverla con los criterios que permite seleccionar los buenos padres, lo importante es estar atento a los efectos de tal demanda y permitir eventualmente a cada uno hacerse cargo de su propia elección.
Otra función es atribuir el niño a los padres. El "ustedes pueden ser padres" dicho por el que está en el lugar del técnico no reenvía a un ideal, pero sí a un autorizarse. La palabra fundacional permite autorizar como padres a quiénes, habiéndose hecho rechazar por medio de la infertilidad psicológica u orgánica, pueden acceder a una paternidad, y en ocasiones la práctica nos lo demuestra, luego de este "pueden ser padres", deviene un embarazo. La filiación procede de lo simbólico, no de lo biológico, y permite inscribir un sujeto en el orden generacional. El deseo de ser padres no tiene nada de natural ni de puro, y esto no desclasifica a los potenciales sujetos que desean tener un hijo.
Ahora bien, esto no exime de tener en cuenta la particularidad de los niños que han sido abandonados y que serán adoptados. Las entrevistas psicológicas no son sólo para valorar la idoneidad, se trata también de permitir a los solicitantes acercarse a la realidad psíquica de los niños abandonados.
La vivencia de abandono es un real que como tal tiene efectos traumatizantes, sobretodo si es tardío en relación con la edad del menor, el daño es aún mayor.
No hay ningún mecanismo psicosocial que permita restablecer ni superar el abandono. No se puede reparar el daño causado. Se puede atemperar con substitutos, pero dependerá fundamentalmente de cómo cada sujeto modaliza y subjetiviza dicho acto. Ahora bien, no se puede esperar que un niño que ha sufrido tal circunstancia en su vida pueda arreglárselas solo, son necesarias algunas medidas como el ser acogido o poder ser adoptado para que pueda ser ayudado a vivir. La importancia de que un niño se desarrolle en un medio familiar es posibilitarle los modelos de sus primeras identificaciones. La familia no es solamente lo que asegura la reproducción de la vida ni la satisfacción de las necesidades, se trata de la cuestión de la transmisión de un deseo, de la constitución subjetiva y de la relación con ese deseo particular que lo determina como tal.
Como no existe una clínica particular del niño adoptado ni tampoco una patología característica, lo que se plantea es si la novela familiar toma rasgos determinados.
La novela familiar
La novela familiar tal como la desarrolló Freud es el deseo de tener otros padres que sean más dignos que los propios. Deseo de aquella época feliz que para el niño representaron los padres idealizados de los primeros años, la novela familiar es el rechazo a la desaparición de ese tiempo feliz.
En el niño adoptado se da la circunstancia de que eso ha existido en su realidad y puede con sus preguntas desencadenar la polémica.
Es víctima y también privilegiado. Nace frecuentemente en un país pobre, abandonado, representando el resto excluido del progreso del cual se compadecen los buenos amos. Las preguntas realizadas por el niño y posteriormente adolescente no son cuestiones que remitan a explicaciones biológicas ni a las verdades de su dossier, en el que se consignan en el mejor de los casos algunos datos de su historia anterior, sino que sus preguntas apuntan a aquello que puede responder "a saber el deseo que lo ha hecho nacer de sus genitores y el deseo de sus padres adoptivos que lo han hecho su hijo". Será esta la cuestión espinosa, cómo hablarle de estas dobles parejas, cómo nombrarlas. De lo que se trata es de ayudarlo para que pueda fabricar él sus propias respuestas. Será la particularidad de su novela familiar: dos padres, dos madres, ser abandonado por un lado, ser demasiado deseado, a veces, por otro; será con esto que tendrá que arreglárselas. No se trata de ir a buscar la cara de los genitores, o de conocer el país donde nacieron, aunque no descarto dicha búsqueda, de lo que se trata es de que pueda elaborar que aquello perdido para siempre no se trataba ni de monstruos ni de dioses, hombres seguramente. Si como sosteníamos no hay clínica de la adopción, sí que hay clínica del sujeto, y es en cada caso particular que se podrá verificar cómo el abandono ha determinado a tal o cual sujeto y este hecho marcará a cada uno en su singularidad.
Todo niño es adoptado, todo niño imagina que sus padres no son los verdaderos, que él ha sido abandonado, secuestrado, robado; la novela familiar es un momento estructural, no una fantasía, y del encuentro con aquellos que lo nombrarán como hijo dependerá decisivamente su elección como sujeto deseado y deseante.
Bibliografía
Brunin, Jean-Pierre. "Adoptions et sélection", a Les feuillets du Courtil, núm. 5.
Calvet, Rosa M. (1994). Allò que no camina. Lligams i solituds. Barcelona: Eolia.
Chatel, Marie-Magdeleine (1996). El malestar en la procreación. Buenos Aires: Nueva Visión.
De Dinechin (1994). El debate ético sobre las PMA en Francia. Seminario Hispanohablante de París.
Epelboin, Sylvie (1996). "Ética y nuevas procreaciones", a El Niño, núm. 3. Barcelona.
Mira, Vicente (1994). Tengo derecho a un hijo. Seminario hispanohablante de París.
Pascual, Clotilde (1994). Les noves formes de procreació. Lligams i solituds. Barcelona: Eolia.
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