LA PATERNIDAD Y EL MUNDO DE LOS AFECTOS[1]
Miguel Angel Ramos Padilla
Una buena parte de los integrantes de diversas generaciones en América Latina creció con una imagen de padre ausente y distante aunque estuviera físicamente presente y cercano. Un padre que evitaba ser expresivo en sus afectos con relación a sus hijos, hijas y pareja, pensando que de esta manera transmitía la seguridad y autoridad que su familia necesitaba. Cuando niños, el ser varones nos daba, en algunas ocasiones, el privilegio de su permisiva compañía en actividades lúdicas consideradas netamente masculinas -como es el caso de ir al estadio, jugar a la pelota, o emprender un paseo de aventuras- y de esa manera intuimos los códigos del afecto de nuestro padre, a la vez que aprendimos que la expresión de los afectos mediante la ternura y las caricias era netamente femenina. Esto mismo, con seguridad, no funcionaba cuando se trataba de nuestras hermanas, quienes educadas para las expresiones afectuosas, sintieron, junto a nuestras madres, un doloroso vacío.
Frente a las diversas maneras del control masculino sobre las decisiones femeninas, a la dependencia económica, y en muchos casos ante la agresión física, emocional y psicológica del varón, el refugio y la cierta compensación que hallaba la mujer estaba en el estrechamiento de los lazos afectivos con los hijos e hijas. Sus permanentes muestras de afecto y ternura para con ellos y ellas, a través de los diversos aspectos de la crianza, rol que socialmente le fue asignado, le fue ganando una relación más íntima y una atmósfera de confianza, dentro de la cual éstos y éstas consideraron a la madre como a la persona a quien, preferentemente, se podía acudir y esperar siempre un apoyo incondicional, en comparación al padre que, generalmente, era afectivamente frío, lejano y severo. El poder de los afectos habría sido de la madre, usada muchas veces como arma de resistencia y negociación, campo en el cual el varón poco incursionó.
El género y las relaciones de poder y resistencia
El control que ejercen las mujeres en la organización de la vida doméstica y el hecho que la reproducción se desarrolla en el cuerpo de las mujeres, pueden constituir espacios de poder y de resistencia, que hacen que el sistema de poder ejercido por los varones se base en relaciones inestables e inseguras. La célebre frase de Foucault “el poder se ejerce, no se posee” sintetiza muy bien las relaciones de género como espacios contradictorios, inseguros, siempre en tensión. Según Teresita De Barbieri, esta inestabilidad ha llevado a resolver el conflicto mediante una estructuración del sistema extremadamente poderosa en el que se ponen en juego el relacionamiento afectivo, y prácticas sociales en las que se juegan cuestiones tan fundamentales como la trascendencia de la muerte. Esto significa que la superación del conflicto no pasa por la eliminación del otro, sino por la negociación permanente (y siempre inestable) que asegure la paz (De Barbieri. 1992).
Rara vez las mujeres se alejan del amor y de los afectos, logrando transformar los espacios que les habían dejado los hombres en pequeños campos de grandes poderes donde se volvían dueñas absolutas y sabias manipuladoras y así defenderse del poder hegemónico masculino en la esfera de lo privado. Se convirtió en “reina del hogar” para no morir, pero los hombres sabían que este reinado no ponía en peligro el suyo. Matriarcado de la crianza y de los afectos del adentro que es el más ambiguo y peligroso asignado y asumido por las mujeres (Florence Thomas, 1997).
La masculinidad y el mundo de los afectos
La represión de las emociones, característica importante en la construcción social de la masculinidad, atraviesa todas las etapas de la vida de los varones. Cuando niños aprendemos a soportar el dolor bajo el lema permanentemente repetido por los adultos "los hombres no lloran” y tratamos de aprender a reprimir nuestros afectos para diferenciarnos de las niñas; pasando por la adolescencia y juventud cuando, a diferencia de las mujeres, evitamos amistades de mayor intimidad con otros muchachos y preferimos los grupos. Mientras ellas se pueden expresar afecto, nosotros difícilmente le decimos a un amigo que lo queremos. La única forma autorizada de tocar el cuerpo de otro hombre es a través de golpes y violencia. Por esto los adolescentes, en su necesidad de contacto con sus pares, juegan a “luchitas” interminables y a golpear a sus amigos, cuando en el fondo les gustaría abrazarlos. O necesitamos estar bajo los efectos del alcohol para decir más abiertamente el clásico “yo te estimo”. Llegamos a ser padres, en nuestra etapa adulta, y tratando de mantener el autocontrol ante los diversos problemas de la vida cotidiana y la autoridad, nos es difícil expresar nuestro cariño y ternura a nuestros hijos y esposa, empobreciendo nuestras relaciones con los seres que más queremos y con nosotros mismos.
La gama de emociones no desaparece, simplemente se frenan o no se les permite desempeñar papel importante en nuestras vidas. Eliminamos estas emociones porque podrían restringir nuestra capacidad y deseo de autocontrol o de dominio sobre los seres que nos rodean, para lo cual debemos mantener una dura coraza. Según Michael Kaufman, el intento por suprimir las emociones es lo que nos conduce a una mayor dependencia pues, al perder el hilo de una amplia gama de necesidades y capacidades humanas, al reprimir nuestra necesidad de cuidar y nutrir, los hombres perdemos el sentido común emotivo y la capacidad de cuidarnos (Kaufman, 1997). La falta de vías seguras de expresión y descarga emocional se transforma en ira y hostilidad. Parte de esta ira se dirige contra uno mismo en forma de sentimiento de culpabilidad, odio a sí mismo y diversos síntomas fisiológicos y psicológicos; parte se dirige a otros hombres y parte hacia las mujeres (M. Kaufman, 1989. También ver M. Dohmen, 1995).
La paternidad y el desarrollo de los afectos
Por mucho tiempo se justificó (y aún se sigue haciendo) los mayores vínculos emocionales de la madre con los hijos, echando mano de representaciones biologicistas de la maternidad. Se aducía que el embarazo y la lactancia eran etapas en las que lo biológico imponía una distancia clara en la relación padre-hijo, y esto incidiría en que la relación con la madre fuera más intensa. Pero, hay muchos estudios, basados en el enfoque constructivista, que demuestran que los hechos de la maternidad y de la paternidad no están dados. Según Thomas Laqueur, las leyes, costumbres y preceptos, los sentimientos, la emoción y el poder de la imaginación hacen que los hechos biológicos asuman significación cultural (Laqueur, 1992). La manera de ser padre -y de ser madre- es un hecho histórico construido por las culturas, lo mismo que la función de padre. Así, lo que se denomina instinto materno, son prácticas amorosas construidas históricamente e ideológicamente, de las cuales nos hemos excluido los varones (F. Thomas, Op.cit).
Estas prácticas amorosas y afectivas desarrolladas por la maternidad y reclamadas para la paternidad conllevan como elemento central a la ternura. A ésta podríamos entenderla como un conjunto de expresiones cálidas y acariciadoras que producen simultáneamente goce al objeto amado y a nosotros mismos, porque la ternura es ante todo una caricia que nosotros mismos nos proporcionamos, y sólo podemos ser tiernos cuando lo somos con nosotros mismos. Los hombres poco hemos respetado nuestro propio cuerpo y poco hemos desarrollado nuestra sensibilidad para captar nuestras emociones, lo cual nos impide, con mayor razón, respetar y menos captar las emociones de los que nos rodean. Se es tierno o tierna cuando se evalúa los gestos tiernos de quien amamos, captando el gozo o el dolor del otro. La ternura es sobre todo una experiencia táctil, es una caricia. La caricia, como dice Luis Carlos Restrepo, “es una mano revestida de paciencia que toca sin herir y suelta para permitir la movilidad del ser con quien entramos en contacto.... Lo apuesto a agarre es la caricia, pues es imposible acariciar por la fuerza, ya que la experiencia se convertiría al momento en un maltrato. Para acariciar debemos contar con el otro, con la disposición de su cuerpo, con sus reacciones y deseos”. Ser tiernos... “implica invertir la manualidad, desistir del agarre ejercitando el juego de coger y soltar sin apoderarnos del otro” (Restrepo, 1997). Ejercicio difícil para los hombres culturalmente preparados para ejercer el respeto autoritario, quebrar voluntades hacia nuestros designios y no educar para la libertad basándose en una apertura emocional, porque pensamos que perdemos el respeto que nos deben quienes están bajo nuestro mando. La mayor parte de las relaciones paternas filiales se dan en una lógica de que el padre es la autoridad y de que el hijo tiene que obedecer pensando que de esta manera educamos, cuando la educación es un proceso interactivo en el cual todos aprendemos.
Algunos indicios en los cambios experimentados en la paternidad
Muchas ideas están cambiando en el mundo y cada vez más hombres aceptan la idea de una mayor relación tierna y emocional con los hijos pero ¿Cuánto hemos podido avanzar los varones respecto a la expresión y desarrollo del mundo de nuestros afectos y en especial el de la ternura, manifestación que hasta hace poco era considerada como femenina?. ¿Qué ha ocurrido en nuestras sociedades latinoamericanas, en un aspecto tan crucial de la construcción del género masculino y cuáles serían sus probables repercusiones en la equidad de géneros?. ¿Qué factores están influyendo para el cambio de actitud de los varones? ¿Qué cambios se han dado entre las diversas generaciones en este aspecto?.
Norma Fuller escribe sobre el mundo de los afectos de los varones de la clase media en la Lima de hoy, en su libro “Identidades Masculinas” (Fuller, 1997), en el cual los motivos de la paternidad aparecen como muy racionales –la perpetuación a través de la descendencia, su plena realización como varón en el sentido de la virilidad comprobada y la responsabilidad, el orgullo de tener una prole, la importancia de transmitir a los hijos su sabiduría y formar sus personalidades, etc. A pesar que concluye que la paternidad es definida por el amor y está asociada con los sentimientos más profundos del ser humano, no le es permitido incursionar realmente en ese mundo de los afectos, como reafirmando la dificultad de los varones en expresarlos y el reto muy grande para un investigador incursionar en ese nivel de la subjetividad (Ver también Arias y Rodríguez, 1995 y R.L. Ramírez, 1997).
Hoy día es más común las imágenes de padres mostrando actitudes tiernas hacia sus hijos, en afiches, en las imágenes de los diversos medios de comunicación y en las calles. Si empezamos por los manuales de crianza de niños, existe notables cambios, desde los publicados a comienzos de este siglo que aconsejaban a los padres no mostrarse muy amigables con los hijos, ya que su autoridad quedaría debilitada (A.Giddens, 1995), hasta los actuales que refuerzan la idea de que los padres debían fomentar lazos emocionales con sus hijos, reconociendo claramente la autonomía de los mismos.
Haciendo una revisión de las representaciones simbólicas de la masculinidad y la feminidad a través de los medios de comunicación, se pueden constatar algunos cambios y muchas permanencias. En un estudio de Wernick, comentado por Juan Carlos Callirgos, sobre las representaciones masculinas en la publicidad norteamericana durante la década de los ochenta, concluye que en los últimos años han ido apareciendo nuevas representaciones masculinas. Así, por ejemplo, la versión masculina asociada al poder ante la familia y a la agresividad, ahora coexiste con otras versiones: hombres dulces, tiernos, preocupados por labores domésticas o por sus relaciones interpersonales, u hombres que aparecen como objeto de contemplación. Wernick señala que las imágenes masculinas ahora son menos uniformes y se empieza a (re)presentar a hombres y mujeres comportándose de manera similar....¿cuánto de esto significa un cambio real? (se pregunta el autor) ¿Cuánto refleja un cuestionamiento de las desigualdades de género?. ¿Es un nuevo disfraz para el mismo lobo?. En otro trabajo, también citado por Callirgos, Hawke se pregunta si las expresiones simbólicas del nuevo “ethos” de la paternidad, por ejemplo, son un logro de las feministas que demandaban cambios en la organización social de la paternidad, o más bien un intento de los hombres de reasegurar la autoridad patriarcal sobre las mujeres y los hijos (J.C.Callirgos, 1996).
En la investigación sobre varones de la clase media en el Perú N. Fuller concluye que éstos han asumido como propio el discurso sobre la paternidad que supone una participación activa en la crianza de los hijos, pero por otro lado la cultura masculina tradicional prohibe al varón inmiscuirse en las tareas domésticas. Existiría una falta de correspondencia entre el ideal de padre cercano y la división sexual del trabajo dentro de la familia que aleja al varón del hogar (N.Fuller, Op.cit.).
En otra investigación realizada en México con hombres de clase media, visiblemente progresistas, todos ellos reconocen que están poco tiempo con los hijos y que el contacto de la madre con los niños es más frecuente e intenso. Según la autora, la paradoja radica en el hecho de que es la responsabilidad paterna percibida como más relevante, es decir la obligación de proveer, la que más los aleja de ese deseo de involucrarse de manera más directa con los hijos. Y, en la competencia entre la necesidad de proveer económicamente y la necesidad de atender físicamente a los hijos –sobra decirlo- ni siquiera se cuestiona la preeminencia de la primera, que representa (todavía) uno de los principales anclajes de lo que significa ser hombre (M.W.Vivas, 1993). En el contexto actual de crisis económica y en donde ser proveedor es más complicado y aún más si intentáramos ser los únicos proveedores; unido al hecho que experimentamos un contexto de transición demográfica en donde la fecundidad ha bajado considerablemente por lo cual niños y niñas crecen con menos hermanos y demandan más atención de los padres, pero que a la vez, por esa misma crisis económica, se está ausente más tiempo que antes, se complejiza la paternidad.
Benno De Keijzer, en un trabajo sobre la paternidad y la crianza de los hijos, plantea que cada vez hay más hombres que se ven enfrentados con la necesidad de negociar o de perder a la pareja, puesto que ella ya trabaja y participa socialmente. Son los padres neomachistas que ya no pueden ejercer el patriarcado como lo hicieron sus padres y abuelos, pero que aún mantienen un marco de referencia con un encuadre machista. Más, también van creciendo en número los hombres involucrados en la crianza de sus hijos los cuales se encuentran abriendo nuevos caminos, puesto que es probable que hayan visto algo distinto en su propia crianza desde niños. Esto llevaría a una participación llena de contradicciones y ambivalencias que incluyen la competencia con su trabajo e imagen pública, el deseo de una mayor cercanía con sus hijos, la sensación de perder el tiempo y el reto de aprender múltiples aspectos de la crianza. Esto sin hablar de lo que este proceso podría significar a nivel del reacomodo de las relaciones de poder en la pareja. ¿Hasta qué punto, se pregunta, la crianza de los hijos puede convertirse a su vez en un espacio de competencia y de lucha? (De Keijzer s/f).
Muchos varones se han visto inmersos en rápidos procesos de cambio de los roles por género que no entienden, y se sienten presionados por las exigencias de sus parejas y por el discurso cada vez más presente que lo insta a compartir “la carga” de la crianza y de las labores domésticas. Pocos esfuerzos aún se han hecho para evidenciar, en la educación de los varones, que el poder que ostentamos está viciado y que muchos de nuestros privilegios suponen aislamiento, alienación y que no sólo causa dolor a los personas que nos rodean, sino también angustia, soledad y dolor a nosotros mismos (Ver al respecto Figueroa., 1997) Es fundamental que sintamos que la sociedad nos ha mutilado de una fuente de goce, de disfrute y de inmensas riquezas tanto relacionales como sensoriales. Si se presentara la crianza de los hijos no como una carga, sino como la posibilidad de gozar y recrearse con su compañía, sentiríamos las inmensas oportunidades de desarrollo humano que dejamos pasar. Los hombres tenemos derecho a expresar ternura a quienes nos rodean en el ámbito público y privado, sin tener que dar explicaciones a nadie. Tendremos que ir aprendiendo a recuperar nuestra capacidad sensitiva y de expresión amorosa que la sociedad se empeñó en atrofiar. Finalmente, necesitamos un nuevo modelo de hombre compartiendo una vida rica en afectos con las mujeres y no compitiendo por el mundo de los afectos, lo cual no sólo favorecerá el bienestar de las mujeres y de nuestros hijos, sino el de los mismos hombres.
BIBLIOGRAFIA
Arias de Aramburú, Rosario y Rodríguez, Marisela. “A puro valor mexicano”.Connotaciones del uso del condón en hombres de la clase media de la ciudad de México. En Coloquio Latinoamericano sobre “Varones, Sexualidad y Reproducción”. Zacatecas 17 y 18 de noviembre de 1995. Mimeo.
Callirgos, Juan Carlos.”Sobre Heroes y Batallas. Los Caminos de la identidad masculina”. Escuela para el Desarrollo. 1era. Edición. Lima, diciembre de 1996.
De Barbieri, Teresita. “Sobre la categoría de género. Una introducción teórica- metodológica”. En Revista Interamericana de Sociología. Nº 2 y 3. México, Mayo – Diciembre, Año VI, 1992.
De Keijzer, Benno. “Para negociar se necesitan dos: Procesos de interacción en la pareja con énfasis en la crianza: Una aproximación crítica desde lo masculino”. En Elementos éticos para el análisis de la reproducción. J.G. Figueroa. Programa Universitario de Estudios de Género. UNAM (en revisión editorial).
Dohmen, Mónica Liliana. “Aspectos emocionales” En Corsi, Jorge et al.. “Violencia masculina en la pareja. Una aproximación al diagnóstico y a los modelos de intervención”. Ed. Paidós. Buenos Aires, 1995. Cap. 7.
Figueroa, Juan Guillermo. “Algunos elementos del entorno reproductivo de los varones al reinterpretar la relación entre salud, sexualidad y reproducción”. Mimeo preparado para el tallet sobre Identidad masculina, sexualidad, salud y reproducción, celebrado en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM. Junio de 1997.
Fuller, Norma. “Identidades Masculinas. Varones de la Clase Media en el Perú”. Pontificia Universidad Católica del Perú. Fondo editorial, Lima 1997
Giddens, Anthony. “La transformación de la intimidad:Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades modernas”. Ed. Cátedra-Teorema. Madrid, 1995
Kaufman, Michael. “Hombres. Placer, poder y cambio”. CIPAF, Santo Domingo, 1989.
Kaufman, Michael. “Las experiencias contradictorias del poder entre los hombres”. En: Valdés, Teresa y Olavarría, José (eds.) “Masculinidades. Poder y crisis”. Isis Internacional. Ediciones de las Mujeres Nº24. Santiago, Chile, Junio 1997.
Laqueur, Thomas W. “Los hechos de la paternidad”. En Debate Feminista. Año 3, Vol.6, México,Setiembre de 1992.
Ramírez, Rafael Luis. “Nosotros los borícuas”. En Valdés, Teresa y Olavarría, José (eds.) Op.Cit.
Restrepo, Luis Carlos. “El Derecho a la Ternura”. Arango Editores. Undécima edición. Bogotá-Colombia, Junio de 1997.
Thomas, Florence. “Conversaciones con un hombre ausente”. Arango Editores. 1era. edición. Bogotá-Colombia, 1997.
Vivas, María Waleska. “Del lado de los hombres. Algunas reflexiones en torno a la masculinidad. Tesis de licenciatura en etnología. Escuela Nacional de Antropología e Historia. México D.F. 1993
[1] Publicado en: FEM. Publicación Feminista Mensual. Año 25 N°219. México D.F. Junio 2001
Docente- investigador. Facultad de Salud Pública y Administración. Universidad Peruana Cayetano Heredia
Miguel Angel Ramos Padilla
Una buena parte de los integrantes de diversas generaciones en América Latina creció con una imagen de padre ausente y distante aunque estuviera físicamente presente y cercano. Un padre que evitaba ser expresivo en sus afectos con relación a sus hijos, hijas y pareja, pensando que de esta manera transmitía la seguridad y autoridad que su familia necesitaba. Cuando niños, el ser varones nos daba, en algunas ocasiones, el privilegio de su permisiva compañía en actividades lúdicas consideradas netamente masculinas -como es el caso de ir al estadio, jugar a la pelota, o emprender un paseo de aventuras- y de esa manera intuimos los códigos del afecto de nuestro padre, a la vez que aprendimos que la expresión de los afectos mediante la ternura y las caricias era netamente femenina. Esto mismo, con seguridad, no funcionaba cuando se trataba de nuestras hermanas, quienes educadas para las expresiones afectuosas, sintieron, junto a nuestras madres, un doloroso vacío.
Frente a las diversas maneras del control masculino sobre las decisiones femeninas, a la dependencia económica, y en muchos casos ante la agresión física, emocional y psicológica del varón, el refugio y la cierta compensación que hallaba la mujer estaba en el estrechamiento de los lazos afectivos con los hijos e hijas. Sus permanentes muestras de afecto y ternura para con ellos y ellas, a través de los diversos aspectos de la crianza, rol que socialmente le fue asignado, le fue ganando una relación más íntima y una atmósfera de confianza, dentro de la cual éstos y éstas consideraron a la madre como a la persona a quien, preferentemente, se podía acudir y esperar siempre un apoyo incondicional, en comparación al padre que, generalmente, era afectivamente frío, lejano y severo. El poder de los afectos habría sido de la madre, usada muchas veces como arma de resistencia y negociación, campo en el cual el varón poco incursionó.
El género y las relaciones de poder y resistencia
El control que ejercen las mujeres en la organización de la vida doméstica y el hecho que la reproducción se desarrolla en el cuerpo de las mujeres, pueden constituir espacios de poder y de resistencia, que hacen que el sistema de poder ejercido por los varones se base en relaciones inestables e inseguras. La célebre frase de Foucault “el poder se ejerce, no se posee” sintetiza muy bien las relaciones de género como espacios contradictorios, inseguros, siempre en tensión. Según Teresita De Barbieri, esta inestabilidad ha llevado a resolver el conflicto mediante una estructuración del sistema extremadamente poderosa en el que se ponen en juego el relacionamiento afectivo, y prácticas sociales en las que se juegan cuestiones tan fundamentales como la trascendencia de la muerte. Esto significa que la superación del conflicto no pasa por la eliminación del otro, sino por la negociación permanente (y siempre inestable) que asegure la paz (De Barbieri. 1992).
Rara vez las mujeres se alejan del amor y de los afectos, logrando transformar los espacios que les habían dejado los hombres en pequeños campos de grandes poderes donde se volvían dueñas absolutas y sabias manipuladoras y así defenderse del poder hegemónico masculino en la esfera de lo privado. Se convirtió en “reina del hogar” para no morir, pero los hombres sabían que este reinado no ponía en peligro el suyo. Matriarcado de la crianza y de los afectos del adentro que es el más ambiguo y peligroso asignado y asumido por las mujeres (Florence Thomas, 1997).
La masculinidad y el mundo de los afectos
La represión de las emociones, característica importante en la construcción social de la masculinidad, atraviesa todas las etapas de la vida de los varones. Cuando niños aprendemos a soportar el dolor bajo el lema permanentemente repetido por los adultos "los hombres no lloran” y tratamos de aprender a reprimir nuestros afectos para diferenciarnos de las niñas; pasando por la adolescencia y juventud cuando, a diferencia de las mujeres, evitamos amistades de mayor intimidad con otros muchachos y preferimos los grupos. Mientras ellas se pueden expresar afecto, nosotros difícilmente le decimos a un amigo que lo queremos. La única forma autorizada de tocar el cuerpo de otro hombre es a través de golpes y violencia. Por esto los adolescentes, en su necesidad de contacto con sus pares, juegan a “luchitas” interminables y a golpear a sus amigos, cuando en el fondo les gustaría abrazarlos. O necesitamos estar bajo los efectos del alcohol para decir más abiertamente el clásico “yo te estimo”. Llegamos a ser padres, en nuestra etapa adulta, y tratando de mantener el autocontrol ante los diversos problemas de la vida cotidiana y la autoridad, nos es difícil expresar nuestro cariño y ternura a nuestros hijos y esposa, empobreciendo nuestras relaciones con los seres que más queremos y con nosotros mismos.
La gama de emociones no desaparece, simplemente se frenan o no se les permite desempeñar papel importante en nuestras vidas. Eliminamos estas emociones porque podrían restringir nuestra capacidad y deseo de autocontrol o de dominio sobre los seres que nos rodean, para lo cual debemos mantener una dura coraza. Según Michael Kaufman, el intento por suprimir las emociones es lo que nos conduce a una mayor dependencia pues, al perder el hilo de una amplia gama de necesidades y capacidades humanas, al reprimir nuestra necesidad de cuidar y nutrir, los hombres perdemos el sentido común emotivo y la capacidad de cuidarnos (Kaufman, 1997). La falta de vías seguras de expresión y descarga emocional se transforma en ira y hostilidad. Parte de esta ira se dirige contra uno mismo en forma de sentimiento de culpabilidad, odio a sí mismo y diversos síntomas fisiológicos y psicológicos; parte se dirige a otros hombres y parte hacia las mujeres (M. Kaufman, 1989. También ver M. Dohmen, 1995).
La paternidad y el desarrollo de los afectos
Por mucho tiempo se justificó (y aún se sigue haciendo) los mayores vínculos emocionales de la madre con los hijos, echando mano de representaciones biologicistas de la maternidad. Se aducía que el embarazo y la lactancia eran etapas en las que lo biológico imponía una distancia clara en la relación padre-hijo, y esto incidiría en que la relación con la madre fuera más intensa. Pero, hay muchos estudios, basados en el enfoque constructivista, que demuestran que los hechos de la maternidad y de la paternidad no están dados. Según Thomas Laqueur, las leyes, costumbres y preceptos, los sentimientos, la emoción y el poder de la imaginación hacen que los hechos biológicos asuman significación cultural (Laqueur, 1992). La manera de ser padre -y de ser madre- es un hecho histórico construido por las culturas, lo mismo que la función de padre. Así, lo que se denomina instinto materno, son prácticas amorosas construidas históricamente e ideológicamente, de las cuales nos hemos excluido los varones (F. Thomas, Op.cit).
Estas prácticas amorosas y afectivas desarrolladas por la maternidad y reclamadas para la paternidad conllevan como elemento central a la ternura. A ésta podríamos entenderla como un conjunto de expresiones cálidas y acariciadoras que producen simultáneamente goce al objeto amado y a nosotros mismos, porque la ternura es ante todo una caricia que nosotros mismos nos proporcionamos, y sólo podemos ser tiernos cuando lo somos con nosotros mismos. Los hombres poco hemos respetado nuestro propio cuerpo y poco hemos desarrollado nuestra sensibilidad para captar nuestras emociones, lo cual nos impide, con mayor razón, respetar y menos captar las emociones de los que nos rodean. Se es tierno o tierna cuando se evalúa los gestos tiernos de quien amamos, captando el gozo o el dolor del otro. La ternura es sobre todo una experiencia táctil, es una caricia. La caricia, como dice Luis Carlos Restrepo, “es una mano revestida de paciencia que toca sin herir y suelta para permitir la movilidad del ser con quien entramos en contacto.... Lo apuesto a agarre es la caricia, pues es imposible acariciar por la fuerza, ya que la experiencia se convertiría al momento en un maltrato. Para acariciar debemos contar con el otro, con la disposición de su cuerpo, con sus reacciones y deseos”. Ser tiernos... “implica invertir la manualidad, desistir del agarre ejercitando el juego de coger y soltar sin apoderarnos del otro” (Restrepo, 1997). Ejercicio difícil para los hombres culturalmente preparados para ejercer el respeto autoritario, quebrar voluntades hacia nuestros designios y no educar para la libertad basándose en una apertura emocional, porque pensamos que perdemos el respeto que nos deben quienes están bajo nuestro mando. La mayor parte de las relaciones paternas filiales se dan en una lógica de que el padre es la autoridad y de que el hijo tiene que obedecer pensando que de esta manera educamos, cuando la educación es un proceso interactivo en el cual todos aprendemos.
Algunos indicios en los cambios experimentados en la paternidad
Muchas ideas están cambiando en el mundo y cada vez más hombres aceptan la idea de una mayor relación tierna y emocional con los hijos pero ¿Cuánto hemos podido avanzar los varones respecto a la expresión y desarrollo del mundo de nuestros afectos y en especial el de la ternura, manifestación que hasta hace poco era considerada como femenina?. ¿Qué ha ocurrido en nuestras sociedades latinoamericanas, en un aspecto tan crucial de la construcción del género masculino y cuáles serían sus probables repercusiones en la equidad de géneros?. ¿Qué factores están influyendo para el cambio de actitud de los varones? ¿Qué cambios se han dado entre las diversas generaciones en este aspecto?.
Norma Fuller escribe sobre el mundo de los afectos de los varones de la clase media en la Lima de hoy, en su libro “Identidades Masculinas” (Fuller, 1997), en el cual los motivos de la paternidad aparecen como muy racionales –la perpetuación a través de la descendencia, su plena realización como varón en el sentido de la virilidad comprobada y la responsabilidad, el orgullo de tener una prole, la importancia de transmitir a los hijos su sabiduría y formar sus personalidades, etc. A pesar que concluye que la paternidad es definida por el amor y está asociada con los sentimientos más profundos del ser humano, no le es permitido incursionar realmente en ese mundo de los afectos, como reafirmando la dificultad de los varones en expresarlos y el reto muy grande para un investigador incursionar en ese nivel de la subjetividad (Ver también Arias y Rodríguez, 1995 y R.L. Ramírez, 1997).
Hoy día es más común las imágenes de padres mostrando actitudes tiernas hacia sus hijos, en afiches, en las imágenes de los diversos medios de comunicación y en las calles. Si empezamos por los manuales de crianza de niños, existe notables cambios, desde los publicados a comienzos de este siglo que aconsejaban a los padres no mostrarse muy amigables con los hijos, ya que su autoridad quedaría debilitada (A.Giddens, 1995), hasta los actuales que refuerzan la idea de que los padres debían fomentar lazos emocionales con sus hijos, reconociendo claramente la autonomía de los mismos.
Haciendo una revisión de las representaciones simbólicas de la masculinidad y la feminidad a través de los medios de comunicación, se pueden constatar algunos cambios y muchas permanencias. En un estudio de Wernick, comentado por Juan Carlos Callirgos, sobre las representaciones masculinas en la publicidad norteamericana durante la década de los ochenta, concluye que en los últimos años han ido apareciendo nuevas representaciones masculinas. Así, por ejemplo, la versión masculina asociada al poder ante la familia y a la agresividad, ahora coexiste con otras versiones: hombres dulces, tiernos, preocupados por labores domésticas o por sus relaciones interpersonales, u hombres que aparecen como objeto de contemplación. Wernick señala que las imágenes masculinas ahora son menos uniformes y se empieza a (re)presentar a hombres y mujeres comportándose de manera similar....¿cuánto de esto significa un cambio real? (se pregunta el autor) ¿Cuánto refleja un cuestionamiento de las desigualdades de género?. ¿Es un nuevo disfraz para el mismo lobo?. En otro trabajo, también citado por Callirgos, Hawke se pregunta si las expresiones simbólicas del nuevo “ethos” de la paternidad, por ejemplo, son un logro de las feministas que demandaban cambios en la organización social de la paternidad, o más bien un intento de los hombres de reasegurar la autoridad patriarcal sobre las mujeres y los hijos (J.C.Callirgos, 1996).
En la investigación sobre varones de la clase media en el Perú N. Fuller concluye que éstos han asumido como propio el discurso sobre la paternidad que supone una participación activa en la crianza de los hijos, pero por otro lado la cultura masculina tradicional prohibe al varón inmiscuirse en las tareas domésticas. Existiría una falta de correspondencia entre el ideal de padre cercano y la división sexual del trabajo dentro de la familia que aleja al varón del hogar (N.Fuller, Op.cit.).
En otra investigación realizada en México con hombres de clase media, visiblemente progresistas, todos ellos reconocen que están poco tiempo con los hijos y que el contacto de la madre con los niños es más frecuente e intenso. Según la autora, la paradoja radica en el hecho de que es la responsabilidad paterna percibida como más relevante, es decir la obligación de proveer, la que más los aleja de ese deseo de involucrarse de manera más directa con los hijos. Y, en la competencia entre la necesidad de proveer económicamente y la necesidad de atender físicamente a los hijos –sobra decirlo- ni siquiera se cuestiona la preeminencia de la primera, que representa (todavía) uno de los principales anclajes de lo que significa ser hombre (M.W.Vivas, 1993). En el contexto actual de crisis económica y en donde ser proveedor es más complicado y aún más si intentáramos ser los únicos proveedores; unido al hecho que experimentamos un contexto de transición demográfica en donde la fecundidad ha bajado considerablemente por lo cual niños y niñas crecen con menos hermanos y demandan más atención de los padres, pero que a la vez, por esa misma crisis económica, se está ausente más tiempo que antes, se complejiza la paternidad.
Benno De Keijzer, en un trabajo sobre la paternidad y la crianza de los hijos, plantea que cada vez hay más hombres que se ven enfrentados con la necesidad de negociar o de perder a la pareja, puesto que ella ya trabaja y participa socialmente. Son los padres neomachistas que ya no pueden ejercer el patriarcado como lo hicieron sus padres y abuelos, pero que aún mantienen un marco de referencia con un encuadre machista. Más, también van creciendo en número los hombres involucrados en la crianza de sus hijos los cuales se encuentran abriendo nuevos caminos, puesto que es probable que hayan visto algo distinto en su propia crianza desde niños. Esto llevaría a una participación llena de contradicciones y ambivalencias que incluyen la competencia con su trabajo e imagen pública, el deseo de una mayor cercanía con sus hijos, la sensación de perder el tiempo y el reto de aprender múltiples aspectos de la crianza. Esto sin hablar de lo que este proceso podría significar a nivel del reacomodo de las relaciones de poder en la pareja. ¿Hasta qué punto, se pregunta, la crianza de los hijos puede convertirse a su vez en un espacio de competencia y de lucha? (De Keijzer s/f).
Muchos varones se han visto inmersos en rápidos procesos de cambio de los roles por género que no entienden, y se sienten presionados por las exigencias de sus parejas y por el discurso cada vez más presente que lo insta a compartir “la carga” de la crianza y de las labores domésticas. Pocos esfuerzos aún se han hecho para evidenciar, en la educación de los varones, que el poder que ostentamos está viciado y que muchos de nuestros privilegios suponen aislamiento, alienación y que no sólo causa dolor a los personas que nos rodean, sino también angustia, soledad y dolor a nosotros mismos (Ver al respecto Figueroa., 1997) Es fundamental que sintamos que la sociedad nos ha mutilado de una fuente de goce, de disfrute y de inmensas riquezas tanto relacionales como sensoriales. Si se presentara la crianza de los hijos no como una carga, sino como la posibilidad de gozar y recrearse con su compañía, sentiríamos las inmensas oportunidades de desarrollo humano que dejamos pasar. Los hombres tenemos derecho a expresar ternura a quienes nos rodean en el ámbito público y privado, sin tener que dar explicaciones a nadie. Tendremos que ir aprendiendo a recuperar nuestra capacidad sensitiva y de expresión amorosa que la sociedad se empeñó en atrofiar. Finalmente, necesitamos un nuevo modelo de hombre compartiendo una vida rica en afectos con las mujeres y no compitiendo por el mundo de los afectos, lo cual no sólo favorecerá el bienestar de las mujeres y de nuestros hijos, sino el de los mismos hombres.
BIBLIOGRAFIA
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[1] Publicado en: FEM. Publicación Feminista Mensual. Año 25 N°219. México D.F. Junio 2001
Docente- investigador. Facultad de Salud Pública y Administración. Universidad Peruana Cayetano Heredia
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