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lunes, 5 de enero de 2009

La Violencia Masculina en la Relación de Pareja en la Ciudad de México.

La Violencia Masculina en la Relación de Pareja en la Ciudad de México.
Análisis desde la perspectiva de género y de la estructuración


Roberto Garda Salas11


Introducción


El presente trabajo teoriza sobre el fenómeno de la violencia masculina desde una perspectiva de género y de la teoría de la estructuración. En la primera sección, denominada “Los estudios sobre la masculinidad y la violencia masculina”, presento las diversas corrientes que han reflexionado sobre la masculinidad y el lugar que ocupa en estas los estudios sobre la violencia masculina. Concluyo señalando que son la perspectiva de género y la sociología, las corrientes que más han brindado reflexiones, pues han construido un método y principios teóricos, reflexionaré desde esas perspectivas sobre la violencia masculina en la relación de pareja.

En la segunda parte “La Violencia Masculina: Una mirada desde la estructuración” brindo las ideas centrales de la teoría de la estructuración de Anthony Giddes y Michel Kimmel, con base en las cuales analizo la violencia masculina. Esta perspectiva brinda elementos para hacer visibles a las instituciones patriarcales dentro de la socialización de los hombres, señalo que así como nos aclara cómo los hombres llegan a estructurarse en las instituciones masculinas, hasta llegar a constituir la dominación masculina; también abre la posibilidad de hacer visibles los procesos de resistencia y reflexividad de los hombres.

En la tercera parte, “La Estructuración de la Violencia Masculina y el Cuerpo de los Hombres”, establezco cómo los cuerpos de los hombres llegan a formar parte del proceso de estructuración, y los costos para sus cuerpos. Señalo que los hombres involucran sus cuerpos en tres niveles: como entidades hechas para trabajar, producir dinero y constituirse en cuerpos hegemónicos; como entidades que sufren los costos de este proceso y pueden resistirse a él, y que construyen una sexualidad centrada en la coitalidad donde el pene es el símbolo de esa hegemonía; y como cuerpos con la capacidad de romper estos mandatos y crear acción reflexiva (agency). Así, especifico, que los cuerpos de los hombres construyen diversas formas de actuar, pero algunos se estructuran más que otros, siendo los cuerpos más normativizados parte de las instituciones hegemónicas, y los cuerpos menos normativizados parte de las resistencias. Concluyo, que los primeros corresponden a hombres que tienen parejas y familias donde frecuentemente hay violencia, pero ello no implica que sólo haya esa posibilidad, pues son hombres que pueden tener la posibilidad de cambio en momentos de crisis.

En la cuarta sección denominada “La Estructuración de la Violencia Masculina en la Familia y la Relación de Pareja” reflexiono sobre el espacio público y privado, y la desvalorización social del segundo. Advierto, que las familias que viven violencia son aquellas donde el rol tradicional de la masculinidad ha entrado fuertemente con normas de verticalidad, ausencia de sentimientos y poca autonomía para sus integrantes; donde los hombres terminan por hacer uso de sus parejas reduciéndolas a una servidumbre femenina. Señalo que, cuando la mujer se niega a servir está deteniendo el proceso de estructuración masculina y de reproducción de un sistema de dominación, ello provoca experiencias de malestar en los hombres que se pueden traducir ya sea en reflexión y negociación, o bien en violencia e imposición. Reflexiono que al haber violencia masculina contra la pareja el proceso de estructuración se reinicia y con ello el proceso de desvalorización de la mujer y la sobrevalorización del hombre. Sin embargo, señalo que si bien se reinicia un sistema de dominación, hay costos de la violencia que impactan en el cuerpo de los hombres y su salud emocional.

En la sección “La Estructuración de la Violencia Masculina en México”, analizo entrevistas a profundidad a cuatro hombres que reconocen sus problemas de violencia contra su pareja y desean compartir sus experiencias. En esta sección reflexiono sobre las diversas categorías que desarrollé en el análisis: “contexto”, “primera socialización”, “socialización con otros hombres adultos”, “socialización con el padre”, “socialización con la madre”, “relación de noviazgo”, “conflictos con la pareja”, “intimidad en la relación de pareja” y “violencia masculina en la relación de pareja”.

Al analizar las entrevistas y las categorías que derivan de éstas, propongo que la violencia masculina en la relación de pareja es parte de un complejo sistema de violencia que surge desde las instituciones sociales como el Estado y la escuela, y que los hombres reproducen en el ámbito familiar. Propongo que hay que reflexionar sobre este proceso, pues de esa forma se ve la responsabilidad de éstas instituciones y la de los hombres en procesos de estructuración.

Finalmente, en la sección de conclusiones señalo que este trabajo muestra un camino: el de la estructuración de la violencia masculina contra la pareja. Pero que habría que complejizar más la mirada, profundizando el análisis en las resistencias de los hombres a este proceso, y en las posibilidades de cambio que tienen en contextos de instituciones patriarcales y de dominación masculina. Indico que ello nos permitirá ver las posibilidades de cambio de los hombres.

Este trabajo presenta el análisis de la acción violenta de los hombres contra la pareja, pero de ninguna forma intenta reducir el actuar de los hombres a ésta forma de actuar. Es importante aclarar esto, porque la teoría de la estructuración es un marco útil para comprender la violencia masculina, pero no agota el amplio actuar de los hombres que incluye también experiencias de resistencia y agencia. De hecho, considero que muchos hombres también se resisten a algunos mensajes de la masculinidad, e incluso algunos buscan ayuda y entran en procesos reflexivos cuestionando su violencia. Pero, el análisis de esas formas de actuar, no lo presentaré en este trabajo, pues ese es justamente un proceso de desestructuración y un proceso de construcción de agencia (agency) que se complementaría con los procesos de estructuración que aquí se expondrán.

Una vez aclarado este proceso de estructuración de la violencia masculina desarrollaré ese trabajo en otro espacio. La idea es caminar hacia una comprensión general del actuar de los hombres, e identificar cuáles actos se relacionan con las creencias de la masculinidad, y cuales no, e identificar sus relaciones.



I) Los estudios sobre la masculinidad y la violencia masculina


Con el fin de aclarar la relación entre masculinidad y violencia masculina a continuación haré una breve reseña de las principales corrientes de los estudios de la masculinidad.

Connell comenta que los primeros estudios sobre los hombres fueron del psicoanálisis feminista. Señala que esta corriente hace una critica a Freud y propone que, los hombres construyen su identidad de forma incompleta al alejarse de la madre y buscar al padre con quien desean identificarse. Sin embargo, frecuentemente éste está ausente, y los hombres tienen la necesidad de controlar a la mujer ante una identidad incompleta.

Posteriormente, en las décadas de los setenta y los ochenta Connell señala que surge la teoría de los roles de género, según la cual la masculinidad y la feminidad son roles internalizados que dan “estabilidad” a la sociedad pero que generan malestar en los hombres. Por ello, esta corriente impulsa los “movimientos de liberación de los hombres” que señalan que los hombres se encuentran “presionados o limitados” por los roles sociales que se les imponen, e impulsan la reflexión de grupos de hombres de clases sociales acomodadas en Estados Unidos e Inglaterra.

El movimiento propone que los hombres debieran de generar narrativas donde expresen su inconformidad con los roles tradicionales que les imponen ser duros, fuertes, etc. y debieran hablar de sus experiencias personales en el cuidado de los hijos, en la relación con el padre, o sus preocupaciones sobre la mediana edad, entre otros temas. Si bien la virtud de este tipo de movimientos es que sensibilizaron a varios hombres sobre los roles de género, esta propuesta no realizan una crítica a los privilegios y al ejercicio del poder de los hombres. Por tanto deviene en una propuesta normativa que desalienta el cambio social y se limita a una clase privilegiada de hombres que tiene los recursos económicos para darse tiempo de reflexionar y expresar su malestar (Connell, 2003 y Scott, 1998).

Por otro lado, otra corriente que impulsa los estudios de la masculinidad es la historia. Montesinos señala que esta corriente analiza la relación entre los roles de la masculinidad y las crisis históricas. Indica que siempre que estos se flexibilizan ocurren crisis que revitalizan los roles tradicionales. Esto ocurrió en la Revolución Francesa de 1789, en la Primera Guerra Mundial y en los años recientes con la nueva identidad de las mujeres. (Montesinos, 2002).

Reflexionando sobre esta misma corriente, Roberto Miranda señala que la masculinidad tiene formas históricas de expresarse, pues son producto de procesos sociales que impulsan la construcción de la masculinidad (Miranda, 1998).

Otra corriente que ha estudiado la masculinidad es la antropología. Centra su análisis en las formas en la que los hombres expresan su masculinidad en diversas culturas en múltiples partes del mundo. Con ello, se intentan establecer similitudes culturales y se busca una “esencia” masculina que sea transcultural. Un estudio clásico de este tipo, es el de D. D. Gilmore Hacerse hombre (Scott, 1998, Montesinos, 2002 y Gilmore 1990). Este autor concluye que en todas las culturas los hombres adultos y con mayor estatus, imponen a hombres más jóvenes ritos riesgosos y violentos para “hacerlos hombres”, y demostrar así su virilidad a la sociedad, pero principalmente a los otros hombres. Sin embargo, si bien es valioso que se hagan visibles estos ritos, éstas propuestas no permiten ver las diferencias que hay entre los hombres de diversas culturas, y los homogeniza haciendo invisibles sus prácticas.

La ciencia más empleada para comprender la masculinidad es la sociología, particularmente la perspectiva de género que surge de ella. Scott y Connell señalan que esta corriente surge de organizaciones de hombres pro-feministas u hombres feministas. Estos proponen “contestar” a los “movimientos de liberación masculina”, que no basta con reconocer los roles opresivos de los hombres. Sino que, hay que reflexionar sobre el poder de los hombres en la sociedad y sobre todo aquél uso abusivo que ejercen hacia las mujeres. Estos estudios secundan al movimiento feminista y “…se comienza a vislumbrar que la identidad de género sí está relacionada con relaciones de poder que perpetúan la desigualdad en la sociedad” (Scott, 1998)

Para explicar este abuso proponen que hay que estudiar las formas de dominación masculina, y cómo se han inscrito en la estructura social jerarquizada donde tanto la mujer como otros hombres son subordinados por formas hegemónicas de masculinidad (Connell, 2003 y Scott, 1998).

De la misma manera, Montesinos señala que ésta corriente surge porque en los años sesenta y setenta el orden económico, político y social entró en crisis, y ello generó conflicto en la identidad de los hombres y la masculinidad tradicional fundada en la violencia. (Montesinos, 2002).

La investigación generada desde el campo del feminismo en torno a la violencia masculina ha sido amplia y se remonta aproximadamente a la década de los ochentas.

Al analizar los textos encontramos estudios de corte psicológico y sociológico. Ejemplos de los primeros son: The Male Batterer. A Tratment Approach (1985) de Daniel Jay Sonkin y Leonore E.A. Walker; Women, violence and social change (1992) de R. Emerson Dobash y Russell P. Dobash; El golpeador. Un perfil psicológico (1995) de Donald G. Dutton y Susan K. Golant. Y ejemplos de los segundos son: Hombres. Placer, poder y cambio (1989) de Michael Kaufman; Masculinidades (1993) de R. W. Connell; y La dominación masculina (1999) de Pierre Bourdieu; The Gender Society (2004) de Michael Kimmel.

Los primeros se centran en comprender el malestar emocional de los hombres y es frecuente que se hable de perfiles psicológicos e incluso psiquiátricos. Los segundos consideran que la violencia masculina debiera ser comprendida en el contexto de las estructuras sociales y las formas de dominación. Recientemente, en los países desarrollados se está buscando una síntesis no sólo de los temas relacionados con la violencia masculina, sino de los estudios de la masculinidad en general (donde se incluyen otros temas como sexualidad, paternidad, juventud, salud, etc). Ejemplos de esta síntesis son: Handbook of Studies on Men and Masculinities (2005) editado por Michael S. Kimmel, Jeff Hearn y R.W. Connell y European Perspectives on men and masculinities. National and transnational Approaches (2006) editado por Jeff Hearn y Keith Pringle.

También en los ochentas y noventas en América Latina y España comienzan a producirse reflexiones sobre la masculinidad. Al igual que en los países desarrollados, hay estudios de corte más psicológico o que buscan ofrecer técnicas de apoyo a los hombres: Personalidades violentas (1994) de Enrique Echeburúa, Violencia Masculina en la pareja. Una aproximación al diagnóstico y a los modelos de intervención (1995) de Jorge Corsi y Violencia masculina en el hogar (2000) de Felipe Antonio Ramírez Hernández.

Existen otros textos que se orientan hacia reflexiones más sociológicas que analizan las estructuras de poder, y en algunos casos usan técnicas de corte cualitativo. Por ejemplo: Teresa Valdés y José Olavarría (eds.) Masculinidad/es. Poder y crisis (1997)2Nadando contra corriente. Buscando pistas para prevenir la violencia masculina en las relaciones de pareja (1998) de Oswaldo Montoya Tellería; “Modernidad y violencia de los hombres. Reflexiones desde la masculinidad sobre el espacio-tiempo y el poder” en La Ventana (1998) de Roberto Garda; “Violencia masculina: algo más que gobernarse a sí mismo” (1998) de Juan Carlos Ramírez R.; Hombres: identidad/es y violencia (2001) de José Olavarría. Considero que estos estudios brindan las primeras reflexiones en la región sobre la problemática de la violencia masculina. Pero, en algunos de ellos se traducen muchos textos de los teóricos de los países desarrollados; o son propuestas de trabajo traídas de otros contextos culturales, hay poca investigación local que sustente sus propuestas. Y en caso de que haya, existe poco rigor metodológico, y menos aún una propuesta teórica original.

Considero que en América Latina el rigor teórico y metodológico se está desarrollando recientemente. Trabajos como los de Martha Alida Ramírez Solórzano, Hombres violentos. Un estudio antropológico de la violencia masculina (2002); el de Juan Carlos Ramírez Madejas, Entreveradas. Violencia, Masculinidad y Poder (2005); la compilación de Jorge Corsi, Maltrato y abuso en el ámbito doméstico (2003); Daniel Cazés Menache y Fernanado Huerta Rojas, Hombres ante la misoginia: miradas múltiples (2005); el de Miguel Angel Ramos Padilla, Masculinidades y violencia conyugal. Experiencias de vida de hombres de sectores populares de Lima y Cusco (2006); brindan nuevas reflexiones que buscan sustentarse en metodologías más originales que expresen no sólo la realidad de los hombres de América Latina, sino que además generen metodologías y propuestas teóricas que permitan comprender la realidad de los hombres de esta región. Además estas propuestas intentan comprender la violencia masculina en contextos de nuestras realidades latinoamericanas, las cuales tienen características de profunda violencia, diversidad cultural y desigualdad social.

Como podemos observar, los estudios de la masculinidad han pasado de expresiones de malestar de los hombres, a estudios que se han preocupado por generar una metodología y una teoría que permitan comprender las experiencias individuales de los hombres en contextos de procesos y cambios sociales. Ello ha ocurrido sobre todo en los estudios de la masculinidad que realizan análisis sociológico y desde la perspectiva de género. A continuación reflexionaremos cómo estas miradas pueden enriquecer el análisis de la violencia masculina desde una teoría de la estructuración.


II) La Violencia Masculina: Una mirada desde la estructuración


La propuesta de la teoría de la estructuración, surge a partir de los años noventa cuando se crítica a las corrientes macrosociológicas o estructurales de la sociología, y se hace una síntesis con las corrientes microsociológicas o interaccionistas.

La teoría de la estructuración surge de la síntesis de ambas corrientes, busca problematizar y relacionar de forma compleja el concepto de estructura social, de instituciones sociales, de sujeto/a y de subjetividad procurando hacer una teoría dinámica flexible, que retome la capacidad reflexiva de la instituciones y los/las individuos/as, pero que lo haga también reconociendo las estructuras de poder y dominación en las cuales se encuentran inscritos.

Uno de los fundadores de esta corriente es Anthony Giddens, quien junto con otros teóricos como Ulrich Beck o Scott Lash, han desarrollado esta perspectiva. Este autor señala que las instituciones y los individuos pueden reproducir mandatos sociales, pero también pueden resistirse a ellos, negarse a ellos y generar nuevas alternativas (agency). De esta forma, para Giddens, los agentes sociales (personas e instituciones) tienen un saber que surge de que realizan acciones que permiten la reflexión y la acción en la sociedad, y ello es la definición de poder que nos brinda la teoría de la estructuración: el poder es el saber que surge de la acción reflexiva que responde a los contextos de la modernidad en la sociedad (Giddens, 1995). Giddens señala:

El saber sobre convenciones sociales, sobre sí mismos y sobre otros seres humanos, requerido para ser capaz de “ser con” en la diversidad de contextos de la vida social es minucioso e incalculable. Todos los miembros competentes de la sociedad tienen amplia destreza en la realización práctica de actividades sociales y son “sociólogos” expertos. El saber que poseen no es adjetivo para el diseño persistente de la vida social, sino que es un elemento constitutivo de ese diseño (Giddens, 1995).


En este sentido, las personas y las instituciones se relacionan en contextos de poder y de reflexividad, donde ambos sufren procesos de estructuración en donde se desarrollan procesos de empoderamiento. Así, si bien hay opresión, las y los individuos/as puedan responder, y de hecho, llegar a la cooperación con las instituciones.

Esto lleva a un proceso de estructuración de las personas donde se desarrolla una estructura legal, cultural, social y económica y en la cual las personas pueden ejercer su ciudadanía plenamente a través del diálogo entre los individuos y las instituciones del Estado.

En este punto es importante diferenciar los procesos de estructuración de los procesos de socialización. La diferencia central radica en el reconocimiento del peso o poder institucional en el momento de la interacción social. Esto es, la perspectiva de la estructuración desde Kimmel comparte la idea de la construcción social pero se diferencia en el énfasis que hace de la interacción individuo/a-institución, pues la socialización implicaría un proceso más individuo/a-individuo/a en contextos sociales y culturales determinados.

¿Por qué considero interesante esta propuesta para comprender el fenómeno de la violencia masculina? Porque, al reflexionarla desde una perspectiva de género, la experiencia de la estructuración que propone, ilustra el proceso que se da sobre todo en instituciones patriarcales con hombres o con mujeres que ejercen el poder como la hegemonía masculina lo demanda. Además, porque abre la posibilidad para problematizar este proceso de estructuración. En este sentido Michael Kimmel sigue estas líneas de reflexión en su libro The Gendered Society. Este autor propone que hay que hacer más visible a la sociedad en cuanto a la construcción de los roles de género. Particularmente a las instituciones de ésta: la familia, la escuela, la iglesia, el Estado, etc. y para ello propone que: “Institutions created gendered normative standars, express a gendered institucional logic, and are major factors in the reproduction of gendered inequiality. The gendered indentity of individuals shape those gendered institutions, and gendered institutions express and reproduce the inequalities that compose gender identity” (Kimmel, 2004).


Considero que la propuesta de este autor es valiosa porque muestra cómo las instituciones sociales enseñan los roles de género a las personas, y con ello las estructuran. Así, las normas de las instituciones, y sus intereses políticos, económicos, de género, de raza y clase social relacionados con ellos devienen en sociales a través de los procesos de normativización de los hombres y las mujeres que pertenecen a determinados grupos sociales y posiciones socioeconómicas.

Kimmel centra su análisis en los roles de género que crean y recrean las instituciones en la sociedad. Propone que en lugar de ver roles estáticos, veamos que el género se reproduce en un continuo en el cual se va “haciendo” (doing gender), y se va construyendo en interacciones entre las personas y las instituciones. Así, lo que dicen los medios de comunicación, los que se enseña en la familia, las opiniones de las y los compañeros del trabajo, lo que dice el maestro/a va recreando y creando la identidad de género en las personas. Pero esas “voces” en contextos institucionales no sólo construyen el género de las personas, también lo hacen en las instituciones y los espacios institucionales (Kimmel, 2004).3

Así, Kimmel propone que reconozcamos que las instituciones tienen género y que las personas interactúan en forma dual, creando y recreando en sus propias personas, pero también recreando en las instituciones. Sin embargo, este proceso de estructuración del género no se hace libre de violencia. De hecho, es un proceso violento, pues en su desarrollo toman forma las relaciones jerarquizadas y desiguales entre los géneros. Así, los procesos de estructuración reproducen formas de dominación entre los roles de género que las personas construyen. Por tanto, señala Kimmel, el poder produce las diferencias de género en la sociedad, no las diferencias de género las desigualdades de poder en la sociedad (Kimmel, 2004). Así, concluye Kimmel, este proceso de jerarquización es masculino, pues son los grupos de hombres quienes más detentan el poder en la las instituciones sociales.

De esta forma, al hacer la propuesta estructuralista con perspectiva de género, Kimmel incorpora un tema central: la desigualdad derivada de diferencias de género en contextos institucionales, señala que ésta se contrae cuando las Instituciones transforman la diferencia en jerarquías y en opresiones. De esa forma este autor sienta las bases para que desde una teoría de la estructuración se pueda explicar la violencia de género.4 Sin embargo, cuando Kimmel desarrolla el tema de la violencia de género (y uno piensa que va a incorporar en su corpus teórico el concepto de violencia masculina en un contexto de estructuración) sólo señala que son los hombres quienes más han ejercido la violencia, pero no vincula su propia propuesta de estructuración de las y los individuos y las instituciones, al de la violencia de género. También es interesante que su capítulo sobre violencia de género no tiene el nivel teórico que tiene el resto de su propuesta, y se convierte en un capítulo anecdótico.

Por ello, es importante que reflexionemos qué aspectos institucionales y estructurales debería de contener una propuesta estructuralista de la violencia masculina. En primer lugar, es importante reconocer que el proceso de estructuración de las personas en contextos institucionales se da de forma reflexiva. Esto es, no es lineal y tampoco es exclusivamente violento. Las personas entran a las dinámicas estructurales reflexivamente, al entrar a las escuelas, el objetivo de las y los alumnos/as no es aprender cómo ser hombres o mujeres, es aprender materias para un trabajo futuro. Lo mismo ocurre con el trabajo, las personas acuden para buscar un ingreso; o en el transporte público, las personas acuden para trasladarse. Sin embargo en todas ellas se dan enseñanzas de género de forma más o menos manifiesta, y las personas las aceptan o no de forma reflexiva.

¿Qué significa esto? Significa que las personas se estructuran de una forma calculada, reflexionando la conveniencia de aceptar o no determinadas normas y calculando el riesgo y los castigos. La misma reflexión desarrollan las instituciones: calculan el riesgo, establecen una economía de la violencia e imponen ciertas normas sólo a determinadas personas o puestos. Así, los procesos de jerarquización de género se construyen de forma compleja, con contradicciones, pero finalmente se imponen.

Al reconocer la capacidad reflexiva de las instituciones podemos hablar no de “la estructura” sino de “las estructuras”, construidas en contextos de relaciones de género. Hay instituciones más racistas y patriarcales que otras, y de hecho las hay aquéllas que luchan contra el racismo y la violencia contra las mujeres. Entre estas también existen jerarquías y relaciones de poder. Aquí nos centraremos en reflexionar sobre aquellas instituciones muy masculinizadas, proclives a fomentar relaciones de violencia masculina.

¿Qué características tienen estas? En primer lugar, tienen un proceso profundo de jerarquización en el sentido que señala Celia Amorós de que el patriarcado “…instaura el poder del reconocimiento y el reconocimiento como poder; todo reconocimiento es una forma de situar en un a priori jerárquico, de echar un pulso simbólico; se reconoce clasificando, organizando en rangos…” (Amorós, 1994). Estas instituciones también crean un proceso de racionalización de sus estrategias, técnicas y tácticas para mantener su poder y llevar a cabo sus fines. Y este proceso es decidido principalmente por grupos de hombres, por ello son procesos androcentristas en el sentido de que consideran lo masculino y a los hombres como la medida de todas las cosas. Asimismo, son espacios en donde frecuentemente no existe la expresión de los sentimientos, y las ideas machistas y la objetualización de las mujeres y homosexuales son frecuentes con prácticas sexistas (como acoso y violencia sexual, distribución desigual del dinero y de los salarios por sexo, etc.) (Varela, 2005).

Estos procesos de racionalización, insensibilización, jerarquización, andocentrismo, machismo y sexismo se establecen en el trato cotidiano en los espacios institucionales (familia, escuela, empresa, etc). Por ejemplo, Marina Castañeda nos muestra en El Machismo Invisible, muchas formas en las que las interacciones en contextos machistas estructuran posiciones desequilibradas de poder y en última instancia violentas hacia las mujeres. Por ejemplo, señala que el machismo puede darse en la comunicación cuando un hombre usa un doble mensaje al trasmitir una idea o sentimiento, y obliga a las otras personas a pensar en el y por él, y con ello realiza una “maniobra de poder” donde la otra persona usa tiempo, energía, en el otro, y finalmente ello la subordina. Denomina a esto el uso del metamensaje, en el cual “…gracias a la ambigüedad de todo metamensaje, por lo general no es necesario dar órdenes en la vida cotidiana: lo no dicho es mucho más eficaz para inducir a los demás a hacer algo que quizá no haría si uno se los ordenara explícitamente” (Castañeda, 2002)5.

Castañeda nos explica otras formas de comunicación donde los hombres usan la violencia. Señala que el “yoísmo” es cuando los hombres sólo hablan de ellos y relegan a los demás al papel de oyentes; o surge cuando no hay empatía con lo que expresa la mujer y en lugar de escuchar los hombres ofrecen ayuda. También la autora reconoce que hay violencia cuando hay intimidación física y ella siente miedo ante un forma de expresarse de él, de hacer algo o de hacer un gesto; o cuando los hombres usan el silencio para decidir un conflicto a su favor, o cuando los hombres interrumpen a las mujeres y no escuchan los que ellas desean decir.6 Todas otras, y más que da la autora, son formas de violencia en las relaciones de comunicación muy frecuentes en cualquier espacio institucional. Señala que ello lleva a un “doble vínculo” en donde la otra persona es descalificada y hay una comunicación contradictoria. Concluye la autora:

Tampoco debemos ver el doble vínculo como una patología personal ni de la pareja, de manera aislada. Los dobles vínculos tienden a proliferar en épocas de cambio social y cultural, porque los roles tradicionales se pierden y la gente no sabe qué modelo seguir, ni a que aspirar. Surgen deseos confusos y expectativas encontradas. [...] El machismo, como cualquier sistema de creencias, refleja la complejidad de este momento histórico: nada es blanco o negro, no existen verdades simples en los albores del siglo XXI. Las contradicciones que a veces percibimos y experimentamos en nuestras vidas no son meramente personales, sino el reflejo cambiante y confuso de un mundo en plena transformación (Castañeda, 2002).


Así, las instituciones machistas implican muchas y diversas formas de violencia y control sobre las y los demás. La idea es mantener la jerarquía para dejar intacta la subordinación cotidiana de la familia a través de la violencia, del maltrato a la esposa, de la descalificación y golpizas a los hijos y de la crítica cotidiana a los mejores esfuerzos de ella y las y los hijos para salir del control.


El espacio laboral es la institución central para los hombres, ahí mantienen sus relaciones jerarquizadas y sus beneficios, en este sentido Martha Alida Ramírez señala “En este desempeño, el hombre encuentra recompensas y prerrogativas. Además de ganar estatus frente a la familia y la comunidad, tiene autoridad en la toma de decisiones en el hogar y es reconocido como cabeza de familia. Con frecuencia, la dominación masculina está asociada con el desempeño como proveedor” (Ramírez, 2002). De esta forma, el trabajo otorga poder real a los hombres, el cual se redistribuye al resto de la sociedad: en la familia se convierte en el principal proveedor, y ello le “concede” el poder sobre los otros miembros de la familia. El tener una familia así, a su vez le abre nuevas puertas en el mundo laboral donde las mismas u otras instituciones sociales le brindan privilegios. Así, se genera un círculo de privilegios trabajo-familia-trabajo que le brinda más poder y más hegemonía.

Para los hombres que viven este proceso de estructuración, obviamente las instituciones no son opresivas mientras están en sus contextos. Por ello, no podemos ver los procesos de estructuración de forma lineal y simple, más bien hay que mirarlas de forma compleja. La empresa capitalista no es opresora con los capitalistas, lo son con los obreros, las obreras, los homosexuales, las mamás, los hombres inmigrantes, etc. Las instituciones racistas no violentan a los blancos, pero sí a los mestizos, a las personas de origen oriental, a las hindúes, a las indígenas, etc. Vaya, el machismo, en el espacio institucional, cree no maltratan a los machos; así como el racismo no maltrata a los blancos. Ahí radica la importancia de relacionar este espacio con el espacio privado (la familia), pero antes veamos los costos para quienes aceptan institucionalizarse de esa forma.


III) La Estructuración de la Violencia Masculina y el Cuerpo de los Hombres


¿Qué ocurre con aquellos hombres que se quedan dentro de estas instituciones, y asimilan los mensajes tradicionales de la masculinidad? Decíamos que son hombres que adquieren beneficios y privilegios; pero también reflexionemos sobre otra dimensión de su experiencia: su subjetividad, que incluye al cuerpo.

La perspectiva construccionista,7 pone énfasis en tres elementos para analizar el cuerpo de los hombres: el cuerpo como práctica en el contexto de las estructuras sociales; los significados sociales que adquiere el cuerpo a nivel simbólico (subjetividad); y el cuerpo de los hombres como agencia, con identidad sexual relacionada con las estructuras sociales pero no determinada por ellas.

En el primer aspecto, Kimmel señala que los cuerpos al tener prácticas sociales van constituyéndose en géneros masculino y femenino, y con ello entran en “procesos de configuración dinámicos” y dicotómicos donde mujeres y hombres terminan jerarquizados y con “proyectos de género” opuestos (Kimmel, 1997).

Esto se hace por la diferenciación entre los cuerpos que tienen pene y los que tienen vagina, entre las mujeres y los hombres, y entre lo masculino y lo femenino. Esta misma idea la presenta Bourdieu, al señalar que la diferencia anatómica entre los cuerpos de mujeres y hombres (un hecho biológico) es la justificación de la diferencia social de lo masculino y femenino (una situación social). Señala que con ese proceso de construcción se forma una “causalidad circular” propia de las formas de dominación, el cual tiene un aspecto objetivo y uno subjetivo en las personas (Bourdieu, 2000).

Esto nos lleva al segundo aspecto, el cuerpo como entidad significativa y constructora de los procesos de subjetividad. Los procesos de estructuración jerarquizada enseñan a los hombres que sus cuerpos sí tienen un significado social. Y que sobretodo, lo tienen en instituciones patriarcales. Kimmel señala que “The body did not contain the man, it was the man” (El cuerpo no contiene el hombre, es el hombre) (Kimmel, 2004). De hecho, desde niños, los hombres conciben que sus cuerpos son “expansivos” (Gerschick en Kimmel et. al., 2005), y consideran que la institución es una extensión de su cuerpo. Esto ocurre cuando los hombres ven sus cuerpos sólo en su aspecto “productivo”. Collinson y Hearn señala que en el espacio de trabajo las diferencias entre los hombres se anulan y surgen prácticas hegemónicas comunes: “…multiple forms that value physical tougghness, perseverante, aggressiveness, a rugged heterosexuality, unemotional logia, and a stoic refusal to complain…” (Collinson y Hearn en Kimmel et. al., 2005).

El trabajo permite que los hombres “dejen su esfuerzo” en el espacio público, donde crean valor y de hecho dejan una experiencia emocional. Esto les permite acceso al dinero y les da poder para adquirir bienes, y a su vez le da poder en la familia. Así crean un círculo virtuoso: su esfuerzo público le genera bienes sociales que reproducen su jerarquía en la familia, y a su vez le crea un bienestar que reproduce en el ámbito público. De esta forma, los cuerpos de los hombres comienzan a adquirir una dimensión simbólica. Lo simbólico en el proceso de socialización de los hombres se funda en lo hegemónico debido a la exclusión que hace. En este sentido Bourdieu señala:

El orden social funciona como una inmensa máquina simbólica que tiende a ratificar la dominación masculina en la que se apoya: es la división sexual del trabajo, distribución muy estricta de las actividades asignadas a cada uno de los dos sexos, de su espacio, su momento, sus instrumentos; es la estructura del espacio con la oposición entre el lugar de reunión y el mercado, reservados a los hombres, y a la casa, reservada a las mujeres, o, en el interior de ésta, entre la parte masculina como el hogar, y la parte femenina como el establo…” (Bourdieu, 2000).


Así, concluye Bourdieu, lo simbólico no sólo crea una “imagen aumentada” del cuerpo de los hombres, crea un sistema “simbólicamente estructurado” que genera una estructura de dominación (Bourdieu, 2001). Este sistema, señala el autor, permite la dominación masculina.

Gerschick señala que las relaciones de género en los hombres terminan por construir dos tipos de cuerpos: los “cuerpos normativos” (normative bodies), y los cuerpos no normativos (less normative bodies). Los primeros se acercan a la norma social y reciben privilegios y poder, los segundos no. Gerschick advierte que los hombres moldean sus cuerpos según las instituciones, y con ello a los estándares de la institución. (Gerschick en Kimmel et. al., 2005). Esto afecta la sexualidad de los cuerpos, pues la misma norma implica una sexualidad activa y heterosexual, deben de ser cuerpos preparados para la competencia, atléticos e independientes, con racionalidad, beben y soportan el dolor.

Esto también se relaciona con el falocentrismo, en el sentido de sobredimensionar la actividad sexual del hombre, clasificándola como incontrolable, con la necesidad de tener un pene grande y con capacidad de frecuente erección y penetración. Así, el simbolismo va de la actividad pública a la práctica intima de los hombres. El símbolo se convierte en verbo, cuando los hombres creen que en su vida sexual “deben rendir” de la misma forma que en el trabajo, los deportes y que en sus relaciones sociales. Aquí ocurre una genitalización del cuerpo de los hombres. A nivel de imagen, el cuerpo como centro de placer se reduce al pene, y la sexualidad a la genitalización y particularmente a la penetración.

En este sentido, Ivonne Szasz retoma a Seidler y señala que existen tensiones entre los deseos de los varones y la construcción occidental de la masculinidad, que se expresan en su sexualidad. Junto con la noción de la sexualidad como una "necesidad irresistible", que es expresión de la "naturaleza animal" de los humanos. La modernidad occidental protestante proclama el dualismo cartesiano entre mente y cuerpo e identifica la masculinidad con la racionalidad, situando al cuerpo como una entidad separada, que necesita ser controlada por la mente, entrenada y disciplinada (Seidler citado por Szasz, 1996). Para Seidler citado por Szasz “…los varones insertos en esta masculinidad dominante crecen con la idea de la sexualidad en términos de conquista y rendimiento, como una manera de probar su masculinidad frente a los pares, y no en relación con sus deseos y emociones. De esta manera, los varones se sienten acosados por el temor a la intimidad y al rechazo y tienden a separar la sexualidad del contacto y las emociones” (Seidler citado por Szasz, 1996).

Pero entonces ¿Es posible pensar los cuerpos de los hombres de otra forma que no sean como símbolos de dominación? Esto es, ¿Es posible que los hombres generen actos de agencia con sus cuerpos, si sólo los contemplan como cuerpos que reproducen un sistema que les da privilegios? Castoriadis señala que: “Las relaciones profundas y oscuras entre lo simbólico y lo imaginario aparecen en seguida si se reflexiona en este hecho: lo imaginario debe utilizar lo simbólico, no sólo para «expresarse», lo cual es evidente, sino para existir, para pasar de lo virtual a cualquier otra cosa más. [...] Pero también, inversamente, el simbolismo presupone la capacidad imaginaria, ya que presupone la capacidad de ver en una cosa lo que no es, de verla otrade lo que es...” (Castoriadis, 1983). Las ideas de Castoriadis las citamos porque nos invitan a pensar ¿Habrán perdido la capacidad de ver a sus cuerpos de otra forma a cómo las instituciones se los han presentado a ellos mismos?.

El mismo Castoriadis, señala que en contextos de lucha social, lo imaginario crea nuevos símbolos para que a su vez, impulse nuevas instituciones8. Pero, considero que en contextos de hegemonía, lo simbólico termina con la imaginación, reduce o constriñe (violenta) la imaginación del grupo opresor para que no se piensen en nuevas situaciones: que no miren que hay la posibilidad de nuevos cuerpos, de otros cuerpos, y sobre todo que no imaginen ni reconozcan los costos de esa hegemonía, porque entonces surge la necesidad de nuevas instituciones y del cambio social.

Por esto la mirada del cuerpo de los hombres como agencia. Esto es, como acción reflexiva que transforma las relaciones sociales y personales de dominación, viene no de los grupos de hombres en el poder, sino de los hombres con cuerpos no normativizados (less normative bodies, en el sentido que presenta Gerschick).

Son los hombres de clases sociales bajas, de clase media con formación social crítica, hombres indígenas, jóvenes, hombres con discapacidad, gays u hombres en situaciones particulares de crisis como desempleados o en crisis de pareja; quienes pueden imaginar la realidad de otra forma, y por tanto a sus cuerpos.

Pero el cambio social de los hombres, no es sólo cuestión de imaginar a las instituciones y al propio cuerpo diferente. Los hombres y sus cuerpos, para cambiar, deben de pasar por experiencias de malestar y dolor, pero, para ello hay que comprender la dinámica de violencia. Pues es en la violencia donde los cuerpos expresan el poder social que han acumulado, donde se fusiona el mensaje social de la masculinidad con la creencia personal de ser hombre. Pero también, es en la violencia donde se encuentra el límite corporal y emocional del poder; donde la conciencia del cuerpo encuentra sus límites, y donde el significante social comienza a ser cuestionado por el malestar personal. Es ahí donde algunos hombres llegan a contemplar la posibilidad de la reflexión y de la agencia, pero en donde la gran mayoría llegan a confirmar que las ideas de la masculinidad no son tales; más bien son práctica social que subordina y daña, pero que engrandece y restablece el orden y el control de los hombres.


IV) La Estructuración de la Violencia Masculina en la Familia y la Relación de Pareja


Como hemos visto, el proceso de estructuración es sobretodo, un proceso de construcción de la hegemonía en los hombres, y que este proceso se da en dos niveles: a nivel de instituciones y a nivel de subjetividad en los cuerpos de los hombres. El resultado del primero es poder y adquisición de privilegios, el segundo autocontrol sobre el cuerpo. Los hombres que se encuentran en esos procesos se mueven en las instituciones sociales, no están estáticos en una sola, están en acción. Y un movimiento común en las sociedades con jerarquías de género es la división entre los espacios sociales público y privado.

Celia Amorós señala que “…las actividades socialmente más valoradas, las que tienen un mayor prestigio, las realizan prácticamente en todas las sociedades conocidas los varones. Puede haber alguna rara excepción, pero son las actividades más valoradas las que configuran o constituyen el espacio de lo público: es el espacio más valorado por ser el del reconocimiento, de lo que se ve de aquello que está expuesto a la mirada pública, por definición. Es decir, cuando una tarea tiende a hacerse valorar tiende a hacer pública, tiende a masculinizarse y a hacerse reconocer... […] Por el contrario, las actividades que se desarrollan en el espacio privado, las actividades femeninas, son las menos valoradas socialmente, fuere cual fuere su contenido, porque éste puede variar, son las que no se ven ni son objeto de apreciación pública. En el espacio público se contrastan las actividades […], pero en el privado no hay forma de discernir los distintos niveles de competencia con ciertos parámetros objetivables” (Amorós, 1994).

Por tanto, tenemos a la familia como una institución profundamente desvalorizada. Y lo es, porque es un espacio “feminizado” asignado tradicionalmente a la mujer. Esto es, no es que el espacio privado se encuentre desvalorizado. Se le desvaloriza en el momento en que se le asigna a la mujer. Para las instituciones patriarcales es el cuerpo de los hombres lo que les asigna valor, y lo contrario ocurre cuando una mujer asume el liderazgo en una institución. Por tanto, para comprender la dinámica de la violencia familiar y en la pareja debemos de reconocer este contexto social de la institución familiar: es un espacio desvalorizado.

Jorge Corsi, señala que las familias con violencia son lugares en donde se internalizan los valores de jerarquización. Apunta que es frecuente que se de la verticalidad, la disciplina, la obediencia, la jerarquía, y que se busque el respeto y el castigo como formas de regular las relaciones intrafamiliares. Advierte que en éstas los hombres dictan “leyes”: “Los hijos deben respeto a los mayores”, “La mujer debe seguir al marido”, “Los hijos deben obedecer a los padres”, “El padre es el que impone la ley”, “Las faltas de obediencia y al respeto deben ser castigadas”, etc. (Corsi, 1999). Así existe una “…aceptación estricta de esta “normativa” [que] legitima diversas formas de abuso intrafamiliar. […donde…] se suele poner el acento en las obligaciones, más que en los derechos de los miembros. Por lo tanto, los más débiles tienen una oscura conciencia de sus opciones y facultades. De ahí que su dependencia con respecto a los más fuertes se acentúa y su autonomía personal se ve cortada” (Corsi, 1999).

Al internalizarse esos mandatos, las normas de poder y jerarquías sociales se reproducen en el interior de la familia, y esto reproduce la desigualdad, que Marta Torres define como: “…posiciones asimétricas donde alguien manda y alguien obedece, alguien decide y ordena, y alguien acepta sin mayores cuestionamientos. Se trata en síntesis, de un arriba y un abajo.” (Torres, 2001).

De esta forma, la violencia contra la pareja se da en un contexto de instituciones familiares fuertemente masculinizadas, que están externamente subordinadas a otras instituciones, e interiormente están disciplinadas. Ese “orden” puede darse de forma “tradicional”: el marido que subordina a pareja mujer, y ésta que subordina a las y los hijos, y entre estos subordinándose por edad y género. Pero esto puede cambiar: hijos varones jerarquizando a las mamás; abuelos a hijas; hijas a abuelas; madres a hijos. Así, la jerarquía masculino sobre lo femenino se mantiene, aunque los cuerpos circulen en esa estructura. En ese sentido entenderemos la violencia masculina: no se limita al análisis de los cuerpos y saber quién violenta, sino también al contexto social y cultural en el cual está la familia, y este es frecuentemente el contexto de dominación masculina tal y como lo definimos arriba.

¿Pero cómo es la dinámica de dominación de los hombres al interior de la familia? Retomemos una investigación con hombres que realizó Oswaldo Montoya. Este autor, se reunió en varios grupos focales con hombres nicaragüenses, exploró qué querían los hombres de sus relaciones de pareja. Con base en las respuestas construyó seis categorías: i) que la esposa lo atienda (servidumbre femenina); ii) que la esposa lo entienda (resignación y tolerancia femenina); iii) ser él, el que dirige la relación (pasividad femenina); iv) que la esposa dependa de él (dependencia femenina); v) que la esposa sea fiel (control de la sexualidad femenina); vi) que le de hijos (fecundar como prueba de virilidad) (Montoya, 1998).

Montoya encontró que los hombres entienden por relación de pareja, la subordinación de las mujeres. Los hombres esperan que las mujeres satisfagan demandas cotidianas, que en la práctica, imponen la concepción de poca valía a las mujeres y la familiar en general. Que ellas les sirvan a ellos, y no de forma recíproca ni negociada. Si bien estas demandas de los hombres hacia las mujeres no son en sí mismo violentas, en las interacciones cotidianas de las parejas, los hombres terminan por expresarlas de forma violenta e imponiéndolas. Así, un “dame la sopa por favor” se traduce en un instante en un “¡Dame la sopa!” de un hombre que ejerce violencia hacia su pareja.

¿Por qué los hombres tienen esos cambios? Montoya señala que se debe a que los hombres tienen miedo en sus relaciones de pareja. Pero, ¿a que le tienen miedo?, Montoya construyó las siguientes categorías: i) miedo a ser dominado; ii) miedo a tener una esposa independiente; iii) miedo a que la esposa tenga relaciones con otro; y iv) miedo a no rendir sexualmente.

De esta forma, Montoya concluye: “…todas estas expectativas y temores revelan su carácter sistémico, como un todo integrado. Las expectativas y temores se complementan entre sí. Por ejemplo, el temor a ser dominado por la esposa guarda estrecha relación al temor de su independencia como persona, que a su vez se relaciona con la posibilidad de la esposa” (Montoya, 1998). Así, la demanda de servicios y miedos se articulan. Cuando el servicio no se cumple, él siente miedo, y traduce ese temor en violencia emocional, física, económica y/o sexual.

Pero, ¿por qué los hombres habrían de tener miedo? Porque las mujeres después de años de atender al marido, de comprenderlo y quererlo, sobre todo de servirle, termina cansándose y agotándose. Si bien hay mujeres que terminan por internalizar estos mandatos de servidumbre y se ven toda su vida subordinadas a ellos (violencia simbólica), otras empiezan a clarificar lo injusto de la relación. Así, comienzan a resistirse, y rechazar este tipo de trato. Por ejemplo, dicen que “no”. Que no lo entenderá, que no lo comprenderá, que no le dará hijos, etc.

El “no” de las mujeres pone en jaque a los hombres, pues es una negativa a algo que él contempla como “natural” desde la infancia. Pero además del “no” a la pareja, hay muchos sí que las mujeres comienzan a ejercer: “sí ejerzo mi derecho a trabajar”, “sí salgo con amigas y amigos, y recupero mi vida afectiva”, “sí estudio”, etc.

Finalmente, además del “no” y el “si”, las mujeres recuerdan a los hombres los deberes que tienen por ejemplo con el trabajo doméstico, las promesas que no han cumplido, y el daño emocional, económico o físico de su violencia. Las mujeres les recuerdan a ellos sus ausencias con sus hijos, su ejercicio -a veces impuesto- de la sexualidad, etc.. Esto es, cuando la mujer comienza decirle no frecuentemente a su pareja, comienza a decirse sí a ella, y aquellas energías destinadas a servirle a él, poco a poco van siendo usadas para satisfacer sus propias necesidades.

¿Pero, qué ocurre con los hombres? Estos “descubren” que la “verdad” de las mujeres es cotidiana, es real y que responde a una demanda de trato mínimo de igualdad: “Si ensucias el vaso, pues lávalo”, “si tienes hijos, pues también ve por ellos”, “Si quieres tener relaciones sexuales, aprende a hacer el amor”, etc. La verdad de la mujeres choca con la racionalidad masculina de dominación, mando y control que aprendió en el proceso de estructuración. En unas palabras, los hombres ven que la familia y la relación de pareja implican espacios donde la lógica técnica del poder no puede reproducirse como en la empresa, la Iglesia, la escuela, etc. El proceso de estructuración se para porque la mujer lo detiene con su verdad, y los hombres pasan de un conflicto relacional a una crisis personal y social, y con ello a una crisis de identidad.

Así, al hablar ella su razón, los hombres se dan cuenta que ellos están en la sinrazón. Cuando los hombres se descubren sin razón, sin “verdades” sobre el maltrato, entonces se quedan “sin palabras” para explicarse y justificarse. Entran en crisis a nivel corporal, pues los hombres cuestionados sienten dolor, malestar y miedo; pero también a nivel de identidad, pues si la mujer no le hace caso entonces los hombres “no se sienten hombres”. Ante esto Kaufman señala que los hombres suprimen sus sentimientos, pues los asocian con la feminidad. Este autor señala: “Tenemos que mantener una coraza dura, proveer y lograr objetivos. Mientras tanto, aprendemos a eliminar nuestros sentimientos, a esconder nuestras emociones y a suprimir nuestras necesidades” (Kaufman, 1997).

Al ser rota esa coraza, algunos hombres reflexionan y evitan la confrontación con ella, a la larga buscan ayuda y ordenar su sentimiento de malestar. Buscan traducir su dolor y malestar en reflexión, en ideas claras que les permitan comprender la crisis y su profundo malestar. Estos hombres abren la posibilidad para un actuar reflexivo, donde los mandatos de la masculinidad comienzan a ser cuestionados, pues se dan cuenta que la violencia sólo acrecienta los problemas.

Pero otros hombres –y por desgracia la mayoría—aumentan sus estrategias de control y violencia. “Activan” la imagen aumentada de su cuerpo, la insensibilidad hacia las necesidades y demandas de su pareja, buscan instituciones y a otros hombres que validen su violencia. Así, lo social y cultural organizado en la identidad masculina termina “autorizando” el uso de la violencia física, emocional, sexual o económica. La mujer es obligada a cumplir el servicio que él le solicita, y comienza un proceso de pedagogía de la violencia donde se busca que ella no vuelva a insubordinarse. La mujer internaliza la culpa por demandar sus derechos, por recordar las irresponsaibilidades de él, y por aspirar a la autonomía. Se impone el hombre, se impone la masculinidad en la familia, en la relación de pareja, en el cuerpo del hombre y en su subjetividad. Se impone el control en todos los niveles, social y personal. El proceso de estructuración se ha restablecido.


V) La Estructuración de la Violencia Masculina en México


Como hemos visto, los procesos de estructuración implican una serie de experiencias de personas a las cuales la sociedad les otorga significado genérico. En el caso de los hombres, los mensajes que reciben a través de diversos agentes sociales son los de la masculinidad.

En este apartado reflexionamos cómo se da este proceso en los hombres con relación al tema que nos ocupa, la violencia masculina. En general, encontramos que los procesos de socialización se construyen desde la infancia, la adolescencia, en la relación con el padre y la madre en diversos contextos socioeconómicos y culturales de la Ciudad de México.

Por cuestiones de espacio, no analizaremos la influencia de otros hombres, las formas de resistencia a estos mandatos y las posibilidades de cambio. Esto tiene un fin teórico: comprender la experiencia del hombre cuando violenta, donde los mensajes sociales de la masculinidad, identidad masculina, abuso de poder y dolor se convierten en uno solo; y se traduce en cuerpos que dañan a otros cuerpos. Ello nos permitirá comprender la dimensión política y emocional de la experiencia de los hombres teniendo claro que no es la única.


Los hombres entrevistados fueron cuatro, todos de la Ciudad de México. Dos de la zona oriente y dos de la zona norte de la ciudad; los primeros vienen de clases sociales bajas, y los otros dos de clase media. Tienen entre 45 y 55 años en el momento de la entrevista. Dos tienen negocios al menudeo en establecimientos fijos, otro es profesionista y trabaja en el Gobierno y otro trabaja en empleos esporádicos sin un trabajo fijo.

Todos son papás de al menos dos hijos/as, los cuales oscilan entre hijos/as pequeños e hijos/as terminando sus estudios profesionales. Sólo uno continua casado con su pareja con la que tuvo a sus hijos/as, hay dos que están separados y tienen una segunda o tercera relación o no tienen; y un tercero que esta en pláticas con su pareja actual sobre si se separan o no.

Todos han pasado por procesos de reflexión en los grupos del Programa de Hombres Renunciando a su Violencia. Tres de ellos han cursado los tres niveles del programa y sólo uno continuó en terapia individual, los otros tres dicen que les gustaría, pero no han asistido .9


Ahora bien, qué encontramos en las entrevistas. En primer lugar, los hombres hablaron del contexto en el cual vivieron su infancia y juventud.

Por la categoría contexto, entenderemos aquellas experiencias relacionadas con la violencia que los hombres ubicaban en su comunidad. Al ser todos los hombres de la Ciudad de México, el contexto se relaciona con los acontecimientos de esta Ciudad.

Todos los hombres hacen referencia al movimiento de 1968 y a la represión de 1971 como algo relevante en cuanto a sus experiencias de violencia. Cuando ocurrieron estos eventos, ellos eran adolescentes. Para algunos, el acercamiento fue muy directo, al presenciar hechos de violencia en la calle, en manifestaciones, o en las escuelas con el choque entre grupos de porros y de estudiantes del movimiento. Otros escuchaban a parientes cercanos hablar sobre la represión que hubo y los estudiantes asesinados. En todos los casos identifican esa situación social como “violencia” que estaba en el ambiente en su infancia y juventud. Por ejemplo, Luis comentaba: “…el hecho de que los tanques que estuvieron en Tlaltelolco, y que efectivamente estaban matando estudiantes, y el miedo y las historias que me contaron de que vieron cómo mataban a unas compañeras, ahí morían asesinadas, bajo una escalera, desangradas, con los zapatos…”. O Antonio: “Yo oigo los balazos, porque son balazos, para mi son balazos, y ya salimos y vemos, veo no sé si veo el cadáver o no más veo las manchas de sangre”.

Todos comentan que en aquella época tenían temor y preocupación, pero sólo uno comenta que eso fue algo que le dio ideales e identidad: ”…parte de mi identidad era tener posters del Che Guevara y todo el movimiento estudiantil”.

El que la mayoría de los hombres entrevistados hagan referencia a la violencia institucional y social de aquella época es relevante, pues ellos crecieron en una cultura represiva que a pesar de su corta edad sí reconocían. Así, un primer proceso de estructuración de estos hombres, es un Estado que se percibe como represivo con una parte de la sociedad.

Una segunda categoría que analizamos fue la primera socialización. Por ésta, entenderemos las experiencias de los hombres relacionadas con su infancia y adolescencia.

Lo primero que destaca, es que ésta se desarrolla en lugares públicos: la calle, la escuela, el trabajo, ya sea en el Distrito Federal o en Oaxaca (en un caso). Los hombres platican que de niños o adolescentes convivían con otros niños en juegos. Ricardo comenta que “…inventábamos toda clase de juegos y, juegos tradicionales, canicas, trompo, balero, encantados, la cuerda, me acuerdo […] jugábamos, jugábamos futbol jugábamos béisbol, muchos juegos así…” y en otros momentos estos juegos se relacionaban con violencia: “…jugar canicas, jugar raya, tacón, todo ese tipo, pero con cierta malicia, ya no con el juego, simplemente empiezas a conocer con quien te debes de juntar, pues a mi me pegaban y luego les pegaba…”. De esta forma juego y violencia se entremezclan y son procesos de socialización y de identificación entre pares.

Otro aspecto relevante de su socialización son los grupos. Hay varios grupos diferenciados por clase social. Por ejemplo, Luis decía que andar en grupos de jóvenes era estar en la “palomilla”. En la “palomilla” de este hombre los integrantes usaban un tipo de ropa (de negro y con cuellos de tortuga), tendían automóviles, y cuando había violencia con otros grupos se daban fajillazos y golpes, y eran estudiantes que regresaban a casa en las noches, y en la mañana iban a la escuela. Así, estos hombres son de un grupo social medio con ciertas posibilidades hasta de vestir.

La experiencia de Antonio era muy diferente: “Era una esquina contra la otra, pero sobre todo era una esquina donde yo transitaba porque eran muy peleoneros, eran muy borrachos, drogadictos algunos, y esos se peleaban con muchos otros”. La zona de la que habla Antonio era Iztapalapa.

Por su parte, Daniel señala que desde pequeño lo mandaron a Oaxaca a trabajar como mensajero y a abrir en canal a cerdos. Recuerda la vivencia en la escuela sin ninguna orientación ni aprendizaje, al regresar a la ciudad de México asistió de forma muy irregular a la escuela, y vivió confrontaciones con los otros niños y adolescentes “chilangos”, que a decir de él son “…con más malicia, con más colmillo, o sea todo lo que es un… es un chilango…”. Peleaban con él físicamente en la calle, y el maltrato fue frecuente. De esta forma, un segundo espacio de estructuración importante para los hombres es la calle, particularmente los procesos de socialización que se tienen con otros niños y jóvenes en grupos. Ahí conviven entre el juego y la violencia, donde las niñas simplemente no son mencionadas. Existen diferencias, pero los procesos de violencia son los mismos.

Otro momento de la socialización de los hombres, es la socialización con otros hombres adultos. Por esta categoría entenderemos aquellas interacciones significativas que los hombres tuvieron con otros hombres adultos. Los entrevistados mencionan principalmente dos grupos de hombres con los que se relacionaron: aquellos hombres violentos que vivían relacionados con situaciones de drogas, pandillerismo, y violencia contra las mujeres, y en general. Y otro grupo que identifican como hombres que les dieron ideales, y una orientación significativa alejada de la violencia.

Sobre la primera situación, Antonio recuerda que vivió muy cerca de hombres que traficaban con drogas, que las usaban, y recuerda que se “enroló en ese mundo” donde había desolación y “no trabajaban ni hacían nada, y se dedicaban a robar”. Dice que conoció a hombres en donde “todos los hermanos se drogan, y hay uno que se llama Raúl, tiene un puesto de vísceras, tiene una novia guapa, hermosa, y fuma mota, y él decía que su papá le decía no importa, la mota no te hace daño…”. También dice que en ese ambiente era común la violencia contra las mujeres. Recuerda que una vez, una novia de un hombre drogadicto al hacer el amor “…ella lo empieza a abrazar, lo empieza a apretar, entonces, y él le pega, dice que le pongo en su madre pues me empezó a apretar bien fuerte, y entendí que estaba teniendo un orgasmo esta mujer y este desgraciado…”. Antonio mismo señala que en ese ambiente él se siente enfermo, trastornado y que no pertenece ahí.

Por otro lado, están los hombres que brindaron otro tipo de mensajes a los entrevistados. Por ejemplo, Luis señala que su relación con otros hombres fue muy satisfactoria. Manifiesta que él convivió mucho con hombres involucrados en luchas sociales, y que para él estar en contacto con esos hombres le dio ideales: “Pues idealizarnos, vernos como un estandarte, uno de ellos, médico ingeniero o sea… que con respecto a ellos, su forma de hablar y las fuerzas y verlos cómo se podía ser de joven, creo que eso fue lo que me envolvió de ellos…”. Cuenta que su palomilla o grupo, si bien llegaban a pelear con otra palomilla, también jugaban mucho en fiestas, en juegos con patines, burro castigado, etc. Dice que varios de estos compañeros “…son preparados ahorita, doctores, ingenieros, comerciantes, vamos es un grupo de clase media…”. De hecho, Luis recuerda que con relación a la violencia de esos grupos él se resistía a participar: “…porque yo era uno de esos de los que no quería ¿no? precisamente de los que estaban atrás por miedo y tenía que entrar porque me veía obligado a defenderlos…”. Asimismo, recuerda que en su grupo “…nunca, nunca, se dio violencia hacia las mujeres, […] ese respeto que le teníamos a las mujeres, nosotros jamás llegamos a decir una grosería fuerte a nuestra mujer, era una ética, una parte de nuestro código…”.

Así, los procesos de socialización con los otros hombres son duales, por una parte hay hombres que muestran caminos donde diversas problemáticas como alcohol, drogas, violencia social y contra las mujeres están involucradas; y hay hombres que muestran alternativas distintas, donde se brindan ideales, respeto a las mujeres y aspiración a una formación profesional.

Al analizar las categorías relacionadas con el padre y la madre, es interesante observar que se abren también estas dos posibilidades, una opción más violenta en donde el machismo está muy presente, y otra opción alternativa donde ideales y los valores son importantes. Veamos cómo el padre es el principal representante de la primera, y la mamá de la segunda.

La categoría socialización con el padre, la definimos como todas aquellas prácticas y creencias significativas que se vivieron con el padre en la infancia y juventud. Al hablar de sus papás, los hombres recuerdan en primer lugar, historias en donde ellos “…se abrieron paso por la vida”. Los papás de estos hombres o bien vivieron mucha violencia y abandono, o tuvieron metas y logros sociales.

Por ejemplo, Ricardo comenta que su padre fue abandonado desde los 8 años en un establecimiento para que trabajara. Los abuelos del entrevistado iban por el dinero que le pagaban a su papá de niño, pero no lo recogían ni se preocupaban si comía. Narra cómo esta situación llevó a su papá al alcoholismo desde la infancia. Otro tipo de historia, es la de Luis que cuenta que su padre “…se forjó realmente. Más adelante, siempre en todos lados donde estuvo destacó y siempre con miras a salir más y más y más adelante, y se hizo de la nada…”. Señala que el admiraba eso en su papá y lo recuerda con gusto.

Sin embargo, independientemente de las historias de dolor o logros, todos los padres de estos hombres tuvieron problemas con el alcohol y se relacionaron con sus hijos de forma violenta. En algunos casos, la violencia era más sutil y emocional como las descalificaciones y burlas a los niños, y en otros casos los abusos eran físicos.

Antonio señala que “yo tendría unos seis, siete años cuando empezó [su papá] a ejercer la violencia física, emocional, y verbal…”. Asimismo recuerda que en una ocasión su papá “…tenía un cable de luz y eran ¡uno! ¡dos! o ¡tres! golpes, y pero aún así yo creo que uno se va marcando sino conforme va creciendo la violencia va siendo más feo, y recuerdo esa vez que me golpeó tan feo, yo tendría como doce años, pero tan feo, yo decía por qué ¿no? […] porque él me comparaba con un hombre de su edad…”.

En todos estos eventos, el alcohol esta presente, y frecuentemente es un medio que facilita la violencia hacia la pareja y los hijos. Pero, ¿porque se daba esta violencia hacia estos hombres en la infancia? Antonio dice “…sí yo recuerdo, porque no nos podíamos equivocar en nada, eso es lo más cañón, ¿no? que no podíamos cometer errores, y los errores eran de agarrar algo que no fuera tuyo, no obedecer ¡uh! ¡no obedecer era catastrófico!, ¿no?” Indica que la obediencia a los adultos debía de ser total: “…de hecho no obedecer a mi abuelo, no obedecer a mi mamá, no obedecer a quien fuera más adulto que yo, porque él decía que las personas adultas se respetaban y se obedecían ¿no?”.

Esta violencia y esa demanda de obediencia a los adultos hacen que los hombres vean a sus padres como una carga o estigma. “…y todo eso pues sí de alguna forma marca, estoy hablando del estigma ¿no? yo creo que no hay otras cosa más grande más que eso, y en parte las huellas emocionales, porque no hay afecto, no hay abrazos, no hay besos, no hay caricias, no hay reconocimiento a pesar de que haces algo bueno, no hay nada, nada, y no hay nada”. Así, la violencia física con el objetivo de que los hijos aprendieran a obedecer, se relaciona con el abandono emocional de parte del padre.

Finalmente, hay breves historias de cercanía con el padre, a veces el padre “llevaba al béisbol”, a veces “jugaba canicas” o en ocasiones, cuando bebía, “podíamos reírnos todos…” nos indica un entrevistado. Sin embargo, en relación con el papá las narraciones de los hombres que predominan son las de malestar. Luis recuerda: “..cuando íbamos al parque el domingo, y yo quería jugar, pero en lugar de hacerlo se iba a acostar, a dormir. Y comíamos y terminaba él durmiendo. Nos llevaba, pero no se divertía con nosotros sino que ahí se divierten ustedes. Por eso, momentos íntimos, no, realmente no”. Esa ambivalencia es común en estos momentos de intimidad. Si bien sí existen, estos ocupan poco tiempo y espacio en los recuerdos de estos hombres, y frecuentemente están acompañados de sentimientos de miedo, dolor y alegría. Los momentos de afecto con el padre no son plenos, pues siempre el castigo y la violencia son una posibilidad.

Por otro lado, tenemos la categoría socialización con la madre, la cual definimos como todas aquellas prácticas y creencias significativas que se vivieron con la madre en la infancia y juventud. De los cuatro hombres tres indican que tuvieron una mamá cercana y cálida: Ricardo comenta que “…la imagen que más me llega es que mi mamá está en casa con nosotros y haciendo las tareas, y nos da un peso y de ahí para abajo hasta cincuenta centavos. O sea es una relación muy bonita, muy luminosa, muy afable.”

Los entrevistados hablan de que la madre les dio caricias, apapachos, afectos, etc. e indican que les brindó una guía moral y/o valores ,que son una serie de directrices sobre cómo comportarse en la vida.

Por ejemplo, Luis recuerda de su madre “Igualdad, honestidad, equidad, respeto, nobleza. Todavía la escucho, nunca fueron gritos estridentes, nunca un grito fuerte. Sí la recuerdo […] lo que aprendí como hombre de parte de mi mamá fue eso, que, tener ideales altos, luchar por algo, creo que eso fue lo que como hombre aprendí [también] tenía su manual de Carreño, siempre estaba a disposición, siempre estaba a la mano así en cualquier rincón, el manual de Carreño, y casi lo leíamos de diario o sea recomendaban mucho los modos de las reglas de etiqueta, el comer, el usar los utensilios, los casos, con qué se acompañaba la comida, cómo se debía ceder la acera a los principales, el respeto a los adultos, incluso ya entonces me parecía curioso que enseñaba a quitarse el sombrero”.

De hecho, indican que cuando la mamá llegaba a pegarles siempre había un motivo de corrección, y no de castigo. En este sentido Antonio señala:

ella me bañaba y era rico, y [una vez] me caí en a la agua negra, y me sentó en el lavadero ahí en una pileta y con agua fría me bañó. Y estaba chico, pero ese baño no lo sentí como… como que no me castigaba por haberme equivocado. Ahí eso es lo más importante, ella no castigaba por habernos equivocado, no pegaba, ese sí es muy importante, no pegaba, y cuando pegaba, pegaba con razón, pero no había resentimiento, ese es otro detalle importante, no le guardábamos rencor por los golpes que nos daba, nos daba con la mano, el único día que robé, y eso me lo quitó “no se roba el dinero”, pero incluso a veces no tenía dinero pero ahí estaba. Y sí eso es muy importante, no me pegaba por pegarme.


En ese sentido, Ricardo recuerda que “…se enojaba mucho porque mi papá bebía ¿no?, aborrecía que bebiera, en segundo lugar pues mi papá siempre le dedicó mucho tiempo al béisbol, mucho, mucho, mi papá jugaba pues por lo menos, por lo menos dos veces a la semana, entre semana una vez y los sábados y los domingos a veces también o sea que le dedicaba mucho tiempo, pero el problema no era que le dedicara tiempo al juego, el que fuera al juego y regresara, sino que generalmente era embriagarse ¿no?”. Por eso, concluye Ricardo, la violencia de su mamá “…era reactiva ante una situación que le molestaba mucho, que le dolía incluso ¿no?”.

De hecho, los hombres de las clases bajas recuerdan a su madre en una situación de opresión en relación con el marido que las violentaba, pero también en relación con la falta de dinero y trabajo de ella, y su incapacidad para solucionar los problemas cotidianos y básicos de la familia. Por otro lado, los hombres de clases medias recuerdan a sus mamás sirviendo a sus maridos en las reuniones, en la comida; en la interacción cotidiana la recuerdan atenta al marido e hijos, sin proyecto personal de vida.

Por ejemplo Luis comparte que su papá “…estaba en la fiesta tomando con todos los hombres, y la mujer casi no estaba, estaba el hombre tomando, en la fiesta tomando, cantando con guitarra y todo eso; y las mujeres sirviendo. Recuerdo a mi mamá sirviéndole a mi papá en las fiestas, abocada a que todos los estén atendiendo. […] pero la mamá, mi mamá y las mujeres que estaban entonces, las esposas de los amigos estaban siempre como “a ver, te sirvo otra”, “te traigo las botanas”, o sea no compartían, no estaban cantando, no estaban con nosotros…”. Señalan que el servicio a los papás era lo común en sus casas, y que a ellos eso no les agradaba.

Finamente, Daniel tiene una experiencia de socialización diferente con su madre. Señala que ella le dio mensajes sobre asumir responsabilidades en la casa desde niño por ser “el hombre de la casa”. Ella lo introduce al mundo del trabajo cuando lo manda a Oaxaca a trabajar, y al regresar cuando le da las tareas del padre ausente. Narra que “…a los cuatro años me mandaron a Oaxaca, y el pretexto fue de que eran puras mujeres y yo era hombre entonces la idea que tenía mi mamá era que pues convivir con mujeres hubiera sido yo maricón”. En Oaxaca, trabaja en el oficio de la carnicería desde temprana edad destazando puercos: “…pus había que atender el oficio y había que atender los terrenos, entonces pues ahí todo mundo trabajaba, este me gustaba, hasta la fecha me gusta el oficio, y era pues matar puercos y pelarlos, destazarlos y pus yo ayudaba…”. Sin embargo, reflexiona que eso no estaba bien, pues fue muy abandonado por su madre y descuidó su escuela. Dice que vivía maltrato de parte de los abuelos y tíos: “…me empiezan a sobajar o a este hacer menos, que pues un niño que se, iba a jugar, era un vago, o sea no había derechos a ir a jugar porque era perder tiempo, una vez este se me ocurrió irme a jugar con unos niños, eran pocos y llegué a la casa a las ocho de la noche y pus casi casi me estaban corriendo ¿no?...”.

Los procesos de estructuración de los hombres no son lineales. Al parecer, en la Ciudad de México, la generación de hombres nacidos en los cincuenta y sesenta vivieron en contextos de instituciones y comunidades muy violentas. Pero en la interacción cotidiana con otros hombres, había tanto la posibilidad de vivir procesos de violencia, como la posibilidad de contemplar procesos que ofrecían un desarrollo con ideales y una profesión y al parecer con menos violencia hacia las mujeres. Pero ambos mensajes son más nítidos en las familias de estos hombres.

En las historias de estos hombres, los padres continúan con procesos violentos de socialización hacia sus hijos donde la ausencia de afectos es muy común. Pero, por otro lado, existen mensajes más afectivos de parte de la madre, donde se muestra como una guía con valores. Tampoco los padres juegan una relación lineal. Hay papás que intentan ser más cercanos y afectivos y dar una guía a sus hijos, y mamás mas autoritarias que terminan abandonando y violentando a sus hijos. Los padres también circulan en estas posibilidades de violencia y no violencia, pero al parecer sí se ubica más a los padres en la violencia y a las madres en la no violencia.

Es interesante observar que los hombres que tuvieron una mamá afectiva y una guía, sí alcanzaron cierta estabilidad profesional; pero el hombre que vivió mucha violencia de parte de su madre, tiene una experiencia personal y laboral mas desarticulada. Por eso podríamos suponer que el sistema de estructuración masculina requiere que al menos un miembro juegue el papel afectivo y de guía en la familia. Pues esto le es funcional a las instituciones patriarcales. Así, un hombre con ese afecto y guía puede soportar más los procesos violentos de estructuración masculinos, que uno que recibe violencia tanto del padre como de la madre.

También hay que observar que los procesos de estructuración masculinos no son lineales porque los mensajes de violencia y no violencia se ven afectados por la clase social y el género. Al parecer, en la experiencia de estos hombres, pertenecer a la clase social media les garantizó recibir de otros hombres mensajes alternativos a una socialización violenta. Y convivir con la mamá –independientemente de la clase—al parecer les brindó la posibilidad de recibir afectos y una guía moral. Pero los hombres que vivieron sin contacto con hombres de clase media o con mamás afectivas sí se acercaron más a procesos de estructuración social violenta. Así, los procesos de mucha estructuración social violenta los acercan a experiencias de mucha desestructuración personal. Por ello, al parecer el sistema patriarcal requiere regulación: no se puede estructurar a los hombres sin un contrapeso de guía y afectos, en el cual es colocada la mujer. Sin ellas los hombres terminan en procesos de mucha violencia social y de género, y no son funcionales para el sistema patriarcal.

Ahora veamos ¿Cómo afectan estos procesos a la relación con la pareja? Encontré que se desarrolla en tres momentos: en el noviazgo, en la dinámica de conflictos en la relación de pareja, y en los momentos concretos de violencia. Para comprender la dinámica de la primera construí la categoría relación de noviazgo, que es definida como todas las ideas y prácticas que los hombres mencionan en torno al noviazgo principalmente con la mujer que después sería su esposa. En ésta los entrevistados comentan que ejercieron diversas formas de maltrato en el noviazgo. Luis señala que “…como novia creo que con ella fui un poco… no le tenía respeto a mi esposa en el sentido de que la veía menos en un principio, vamos era de origen de una familia humilde y creo que sí la minimizaba a mi esposa como novia…”. De hecho es interesante que Luis recuerde que no violentó a otras novias, pero con la mujer con la que se casó sí llegó a ejercer violencia.

Por otro lado, Antonio recuerda que dominó desde el principio a su novia: “…yo dije pues que me van a hacer caso ¿no? […] entonces yo las veía, entonces ya empezó a haber cierto roce “hola cómo estás, cómo te va” […] yo a ella le digo oye, no quieres ser mi chava, “no pues es que, no luego te digo”, “…no, no”, pero yo la capacidad de ¡zas! atacar esos huecos, ese espacio ¿no?, “no pus dime de una vez sino para qué, si me vas a decir que no pus mejor de una vez”. Y me dice “no pero no…” y yo “de una vez, si o sí”, hasta que sale el sí, muy forzado realmente. El típico clásico de ese de que ahora o nunca ¿no? […] era no dejarla respirar, no dejarla, pus yo era gandallísmo, era agandallarse ¿no? y aparte tendría como catorce años, y yo tenía como diecinueve años, y me dice que sí y yo digo pues ya empiezo a imponer condiciones…”.

Por otro lado Ricardo tiene varios conflictos con su novia donde surge la violencia emocional, y Daniel señala que al iniciar el noviazgo quería “…tener una persona que pudiera yo hacerla a mi modo, […] la más tontita pues por decirlo así…”.

Es interesante observar que en el noviazgo los hombres llegan con una idea de inferioridad de la mujer, y la mujer que ellos eligen para relacionarse tiene esa característica. A ella se le ve como menos y es tratada como tal. Desde el momento mismo de la propuesta de noviazgo y durante su desarrollo. Incluso alguno de los hombres señalaba que a él le gustan las mujeres fuertes, pero aún así cuando ella ejercía esa fortaleza el la violentaba en el noviazgo. Entonces, al parecer los hombres que asimilan más los mensajes sociales de machismo y violencia, y en donde los mensajes de ideales y valores de la mamá y otros hombres no influyeron, buscan este tipo de relaciones.

Así, los procesos de estructuración que enseñan a ver el mundo en dicotomías, terminan por reproducir éstas y sus jerarquías en las relaciones de pareja.

Todos los hombres comentan que tuvieron relaciones sexuales en el noviazgo, y que ellos las embarazaron, y por ese motivo deciden casarse. Entonces desarrollamos una segunda categoría que nos explica qué ocurre cuando las parejas se casan: conflictos con la pareja, la cual es definida como aquellas problemáticas con la esposa que son significativas durante la relación de matrimonio o unión libre. Una vez casados, todos los hombres coinciden en señalar que comenzaron conflictos.

Para Luis ella se involucró mucho en su negocio, y eso lo hizo sentir “invadido”. Señala que “…yo empiezo a verla como una gran competencia entonces ahí empieza mi violencia, empiezo a no dejarme, plantearme que ella no tenía por qué subírseme a los bigotes”.

Algo muy similar pasa con Antonio, él señala que “…ella ya dejó de trabajar porque ya los niños crecieron y todo eso, pero ahí viene el cambio pues ya empiezo el cambio paulatinamente al machismo total, al control total cuando empiezo a trabajar sábados y domingos y… y empieza a haber alcohol de por medio ¿no? entonces ya, incluso si ganaba, siempre sí separaba lo que le correspondía a mis hijos y a ella, pero si me sobraba un peso o dos, me los echaba de cervezas y todo, ya empieza el cambio, a transformarse, y más trabajo, más, más, y también empieza en cierta forma la infidelidad, porque siempre hay, pues para ella tiene que no se entera ¿no?..” y comenta que también llegó a propinar golpizas a su pareja, y diversas formas de “controlarla” y cuando ella decide serle infiel con otro hombre, deciden el rompimiento de la relación.

Por otro lado, Ricardo señala que también comenzaron los conflictos en su relación de pareja. Expresa que él entró a la Universidad y a la militancia política. Pero el problema “era no darle tiempo a la familia […porque…] Era incompatible un poco las actividades con la familia, y bueno cuando me entra la política pues más…”. Esta dinámica de la escuela y de la militancia comienza a afectar a la relación: “…yo por ejemplo siempre andaba de prisa y tenía que tratar de llegar temprano ¿no? a todos lados, al trabajo, y a veces ella se le complicaba pues este, por ejemplo yo me iba en la mañana, salía a prender el boiler, ella se levantaba a darme de desayunar, yo me salía como a las seis y media, veinte para las siete para llegar a la escuela a las siete y veinticinco que empezaban las clases, entonces de repente ella no se quería levantar o le daba flojera como era lógico, y a veces me iba sin desayunar…”. Otro conflicto además de su ausencia era el la falta de dinero. Ricardo señala que ella le decía “…qué onda, que no estaba con ellos, que no le gustaba y que este, que hacía falta dinero para algunas cosas y pues obviamente sí hacía falta ¿no? yo le daba poco, yo estaba de camillero ¿no?, no era un sueldo muy grande…”. Explica que a la larga “…había proyectos distintos, ella quería que yo me dedicara a trabajar y a ganar dinero […]y yo le dije no, sabes qué, yo voy a trabajar en una carrera, porque también eso es algo que es verídico ¿no?”. Posteriormente esta pareja también decide separarse.

Daniel también señala que “…Los conflictos eran de que yo estaba muy metido en la cuestión de la Unidad, de estar participando en las juntas […] Llegaba tarde del trabajo, ella me decía vente más temprano, pus llegaba a las nueve, diez de la noche, entonces no había coche en esos momentos, […] salía yo a las nueve llegaba a las diez, ya tarde y luego salía muy temprano entonces me veía muy poco…”.

Un elemento común en esta dinámica de conflictos con la pareja es la ausencia de momentos de intimidad. Intimidad en la relación de pareja, la definimos como los actos de acercamiento emocional que se considera satisfactorio en la relación de pareja. Los hombres relacionan mucho la intimidad con la comunicación, con la capacidad de expresar los sentimientos o las problemáticas, y que en algunos casos deviene en violencia.

Daniel comenta que “…ese silencio que se hace ¿no? que lo provocas, o sea yo, ese silencio a lo mejor yo no le di golpes pero ese silencio te va matando, esas opiniones que no das, las respuestas que no das es como romper la relación…”. Lo mismo comenta Ricardo, quien señala que “…pues sí de esa intimidad, esa acción de decir: “bueno, oye, vamos a platicar algo, quiero platicar algo, este me interesa platicarte algo… si estás de acuerdo o si también te interesa…” “entonces carecía yo un poco de esa formación ¿no?, de decir quiero platicar algo y propicio del ambiente o el momento para conversar…”.

En esa situación de conflicto, los hombres entrevistados indican que sentían que tenían ideas sobre lo que sus parejas hacían cuando ella les reclamaba: “ella me faltaban al respecto”, yo “…ya no podían con esa situación”, que “no se valía que me hubiera engañado”, que ella lo iba a “sobrepasar, y al sentirme pues, señalado, en mis defectos”. Otro hombre indica que: “…era el afán de hacerle daño a ella, entonces le pegué…”.

Ricardo recuerda qué pensaba cuando ella no estaba y él se enojaba: “…decía bueno, me pudo haber dicho o dejado, o avisado que no iba a estar”. Se acuerda que pensaba: “Bueno, esta pendeja qué se cree o qué se trae…”. Asimismo otro hombre señala: “…qué tal si le hubiera abierto la boca o le hubiera tirado los dientes, qué hubiera pasado….”.

Así, todos los hombres expresan ideas de sorpresa y negativas en el momento de los conflictos. Algunas ideas son sorpresa, otras tienden a devaluarla y a no abrir posibilidades de diálogo, a imaginar situaciones de violencia.

En este sentido, es claro cómo inicia la violencia. La categoría violencia masculina en la relación de pareja, es definida como aquellos actos de abuso al cual recurren los hombres para tener control sobre su parejas.

Luis recuerda que “…yo empiezo a verla como una gran competencia entonces ahí empieza mi violencia, empiezo a no dejarme, plantearme que ella no tenía por qué subírseme a los bigotes”. Debido a esa competencia que establece con su esposa, indica que la relación se pone más tensa, hasta que comienza la violencia física: “…yo le llegaba a pegar a mi esposa porque este se quería salir, ya no me pedía permiso (risa) me decía sabes qué yo me voy, por qué te vas a ir, porque quiero ¿no?, y yo le decía: no es porque quieres, aquí me respetas. […] Le dije tu no vas a ir, dice ¿por qué no voy a ir?, no, tu no vas a ir, por qué, porque soy tu esposo ¿no?. Yo voy a ir, y en eso sentí que me faltaba al respeto. Me le fui a golpes, por eso porque pus cómo sin más ni más, el que manda aquí ahorita soy yo, cómo que, pídeme permiso y te lo doy…”. Después reflexiona sobre su violencia:

entonces su forma de reaccionar conmigo pues me voy a alejar de ti, yo la doblegué físicamente pero ella es muy fuerte emocionalmente y pues eso no se quedaba así ¿no? a final de cuentas cuando podía se desquitaba y me golpeaba y quedaba como una triste herida y entonces yo siento que yo la golpeaba cuando yo ya no podía, bueno. Después de los golpes me sentía mucho muy mal moralmente, y me rendía todo lo que podía hacer. Pero sí, era pelar que cuando ya pasaba el evento le suplicaba ¿no? que me perdonara y le compraba todo lo que ella lo quería, me apenaba muchísimo, pero podía caer otra vez en lo mismo, y es que le llegaba a dar golpes incapaz de controlar la situación, cuando me decía que no porque no, no, porque no, ah, cómo de que no.


Antonio recuerda su experiencia de violencia en una de las reuniones familiares en donde fue la primera vez que la golpeó: “…en la familia ya empieza a haber ciertas discusiones, ciertas agresiones, y bueno ya después de la golpiza mía a ella, de pegarle así en ese momento no, yo creo que ella se va a ir; pero y se va con su papá…”.

Asimismo Ricardo recuerda:

hubo un hecho, ya cuando el niño estaba como de tres años cuando yo le di un golpe a ella porque ella me empezó a agredir y, yo ponía música por ejemplo y ya no la escuchaba, y me reclamaba, no es que tu no sé qué, no me gusta, quítala y me lo decía a gritos, yo no le hacía caso generalmente entonces pero eso es, estaba yo con mucha presión, habíamos tenido ya algunas discusiones previas y yo…me manoteó ahí en la mesa, estaba una grabadora de esas antiguas grandotas, estaba escuchando esa y me la tiró y se abrió, entonces yo me levanté y la empujé y ella me empezó a manotear también y me tiraba golpes pero yo los paraba con las manos y como yo me empecé a enojar y le di un golpe, entonces ella, aparte de que se asustó empezó a llorar y a gritar y […] empezó a gritar y empezó a llorar y bueno, yo también me asusté y le pedí perdón y se calmó el asunto un poco porque los dos nos asustamos del asunto ¿no?.


¿Qué sentían los hombres, que decían de sus cuerpos en el contexto de la dinámica de violencia? Un entrevistado indica que “…yo empezaba a apretar la mandíbula, apretar pues los puños…”; otro señala que “…casi casi se me partía el corazón, casi me daba un ataque cardiaco ahí, me victimizaba mucho…”; “Yo lo que sí sentía era un agotamiento enorme, como que estaba muy cansado, y el estómago sí lo sentía medio vacío…”. Otro asistente comenta: “no pus si me ama pues se va aguantar todo lo que yo haga y diga ¿no?”. Otros hombres, señalan lo que apreciaban en torno a sus sentimientos: unos dicen que no sentían: “mi me daba miedo”, otro: “me aguantaba pero cuando me enojaba sí era la típica historia…”; otro señala que “Es doloroso”; otro expresa malestar emocional: “yo me sentía culpable, qué hice, soy un estúpido, bruto, por qué lo hice, qué me obligó a hacerlo ¿no?...”.

Daniel comenta: “…sí me duele esa parte porque pues digo finalmente era mi pareja, el problema es que no supe sostener la relación […] yo creo que es lo que le duele me duele a mi también me dolió…”.

Veamos cómo se da el proceso de estructuración en la relación de pareja y cómo se articula con la violencia.

Decíamos que los hombres que construyen procesos de estructuración violentos en la infancia y la juventud, y que reprodujeron esas jerarquías en el noviazgo, al parecer eligen una pareja muy similar a la mamá con la que vivieron: sumisa, cariñosa, pasiva, etc. El matrimonio o unión se establece siempre por accidente: embarazo, en la mayoría de los casos, y no es libre de conflictos con la familia hasta que se da la convivencia cotidiana bajo el mismo techo.

Una vez viviendo juntos, los hombres mismos ubican el centro de sus actividades en el espacio público y ella se ubica en el privado. Por supuesto, al ser roles aprendidos no habría que decir que se ubica, más bien es una combinación entre decisión y procesos sociales que influyen a las personas. Pero en las historias de estos hombres ellas son ubicadas en la familia y ellos luchan para colocarse en alguna institución social. Al darse ese proceso dicotómico surgen en la familia diversos conflictos como competencia en el trabajo, alcoholismo, problemas económicos, ausencia de convivencia con la familia y problemas de comunicación y expresión de los sentimientos (intimidad). Es interesante observar que todos estos conflictos son generados en el espacio social, y afectan a la familia.

De forma más precisa, los hombres realizan actividades en el espacio público que terminan por chocar con la idea que tiene la mujer sobre la pareja en el espacio privado. Ella sueña que él va a estar con ella, y él contempla diferente el espacio familiar: más bien pareciera un espacio de descanso para la lucha que libra en el espacio público. Pero los hombres piensan así, porque han sido educados para sostener con el trabajo ése espacio público, en el papel de proveedores. Por esto, al parecer los conflictos en la pareja lo son por los roles opuestos que ambos piensan que deben desempeñar en la relación.

Sin embargo, planteado así, debiera de suponerse que cuando una pareja decide salir de su espacio, al público entonces los conflictos debieran de disminuir. Y no es así, pues cuando una mujer decide trabajar incrementa la violencia. Entonces, podemos decir, que los procesos de estructuración si requieren de espacios diferenciados por género, pero este espacio no es la única condición. Podemos decir que la diferenciación más fuerte es la que se centra en los cuerpos. Y una forma de analizarla es por medio de los conflictos. Si leemos con atención los conflictos, podemos ver que la lucha es por una economía de los cuerpos: ella le pide a él que esté en la casa; el le solicita a ella que le sirva el desayuno y tenga la casa; él le pide a ella que no compita tanto, y ella lucha para entrar en el negocio; el se alcoholiza y arremete contra el cuerpo de ella. De fondo, las relaciones con violencia implican demanda del cuerpo del otro u otra para que reproduzcan roles genéricamente construidos en donde rompen o no mandatos sociales. Ellas quieren que él tenga un rol que ellos no conciben, y la mujer cuestiona su rol sólo cuando empiezan a recibir la violencia de él.

Esta dinámica que podríamos llamar de “jaloneo” en la relación de pareja tiene dos niveles: es simbólica y relacional, pero también es personal y concreta. Simbólica y relacional porque ambos se demandan ideales sobre lo que deberían de ser el otro/a en la pareja. Ellos les demandan a ellas ser amas de casa, y que cumplan con las funciones que se espera de una ama de casa: trabajo doméstico, cuidados de hijos, etc.; y ellas les demandan a ellos ser proveedores pero también que estén en el hogar para la convivencia cotidiana.

Por otro lado, esta dinámica es personal porque las mujeres se demandan a ellas mismas ser amas de casa, aunque actúan otros roles que no entran en ese rol: ser infieles, ser empresarias, etc. Y los hombres también, se demandan ser proveedores, pero ellos mismos contemplan que no sólo pueden ser proveedores, sino que es importante que estén en casa con otros roles afectivos que no cumplen. Habría que reflexionar si la tensión al interior de cada persona es la que lleva a la tensión y los conflictos en la relación de pareja, o si las demandas en la relación de pareja llevan a procesos internos de tensión.

Así, los conflictos surgen porque las mujeres y los hombres se demandan a sí mismos, y a la otra/o ser de una forma, y que el otro/a actúe de una forma determinada. Esas expectativas son sociales, antes de que ellos vivieran en pareja, y se reproducen al interior de la misma, y termina por tensionar la idea de sí que cada uno tiene.

Así, podemos decir que los procesos de estructuración en la pareja pasan por lo menos por tres ámbitos: las demandas sociales que se tienen sobre las mujeres y hombres en la pareja; la forma en la que cada mujer u hombre ha internalizado esas demandas y aprendizajes; y cómo se reproducen en la relación de pareja hacia la otra persona. Si bien este proceso no puede ser considerado lineal, por lo menos en relaciones con violencia parece ser que existe este orden que es profundamente violento.

La violencia viene a imponer ese orden de coerción interna y externa en la relación de pareja. El violenta para que ella haga cosas como servirle, o que no trabaje o no le sea infiel, pero en ultima instancia está imponiendo el rol que el mismo vivió en la infancia y que critica de adulto porque ve las consecuencias en su mamá. Es interesante ver que los hombres actúan ciegamente y no ven que reproducen lo que vivieron.

La justificación cambia en relación con lo que decían los papás, pero el resultado es muy similar en cuanto a violencia en la pareja se refiere: padres e hijos terminan violentando. Ambos se sienten mal con esa experiencia, porque sus cuerpos reproducen formas de control social que les rebasan, y que van más allá de la compresión del conflicto cotidiano.

Hablando sólo de los hombres, el malestar de él no es que ella haya sido infiel, o que ella gane más dinero que él. El problema de género de él es que ella no se adapta a un rol socialmente construido de mujer, y el cree que si ella no es esa mujer ideal, él no es él hombre ideal. O al revés: el problema de ella no es que él no esté con su hijo, sino que estar con él implica ser un tipo de hombre que socialmente no está validado en sociedades muy machistas.

Por eso es la “ceguera” de los hombres, porque ven en a pareja como la responsable del malestar y los conflictos en la relación, no ven las relaciones sociales y los aprendizajes sociales en donde se formaron para a ver el mundo como lo ven, pero no como es; no ven que fueron las instituciones violentas del Estado, la violencia en las escuelas, la violencia política, la violencia en la infancia y la recibida con el padre y los amigos el verdadero malestar que les impone una forma de ser que suprime experiencias emocionales, cosifica a las mujeres, y les hace ver sus cuerpos como medios de producción.

Pero los hombres no ven esa dimensión social de su violencia porque sus cuerpos están entregados a los espacios públicos y se encuentran “anestesiados” ante los conflictos. Los hombres comienzan un proceso de alejamiento corporal. Y al ejercer la violencia este aumenta. Así, el dolor y el malestar emocional es racionalizado en ideas negativas sobre la mujer, y en mirarla a ella como la responsable del otro. Los hombres ven en ella todos los malestares porque se encuentran alejados de su propio cuerpo, producto del proceso de estructuración social masculina que vivieron.

Así, la violencia masculina en la relación de pareja, desde una perspectiva de la teoría de la estructuración, nos permite observar cómo la violencia es un proceso educativo que se da a lo largo de la vida de los hombres.

Comienza en los espacios sociales y en las instituciones patriarcales, se apropia de la vida emocional de los hombres y sus afectos. Forma (y deforma) la vida en pareja y las relaciones familiares. Alcanza su punto cumbre en la violencia contra la mujer, en la relación de pareja; y termina con hombres solos y/o separados, con dolor en sus cuerpos y malestar emocional y sin la habilidad para establecer nuevas relaciones con las mujeres. Por tanto, la ceguera de los hombres es también con cuerpos y con la sociedad y sus instituciones que les enseñó a ser como son, y que construye un mundo en dicotomías y jerarquías de género.

Finalmente, podemos generar la hipótesis de que las personas que viven relaciones de pareja que no viven violencia –o que no la viven tan frecuentemente—han logrado romper o resistirse más a los procesos de estructuración masculina tradicional. Esto es, que en la infancia y adolescencia recibieron mucha influencia de figuras con mensajes alternativos; que al elegir una pareja no lo hicieron desde la jerarquía, sino desde otros parámetros de equidad; y que al vivir en pareja no asumieron roles tan estereotipados (mujer en casa y hombre en el trabajo o la calle) y alternaron esos roles. Así, las personas al concebirse desde la infancia diferentes pueden actuar diferente roles diferentes en la adultez y alejarse las formas de violencia. Los hombres que logren esto, podrían construir un discurso propio de su responsabilidad y una mirada y acciones que critiquen lo que pasa en la sociedad. Pero esta posibilidad de cambio, es otro tema a desarrollar en otro espacio.


VI) Conclusiones


Considero que mirar la violencia masculina desde una perspectiva de género y de la estructuración, nos abre la posibilidad para hacer más visible la responsabilidad que tienen las instituciones patriarcales en la socialización de los hombres, y en los actos violentos con sus parejas.

Esto es, centramos la mirada no sólo en las personas que viven el conflicto, en él y ella, sino además, vemos la importancia de las instituciones y la responsabilidad de la sociedad. Esta mirada nos permite mirar cómo esos procesos entran en la vida íntima de los hombres, se apropian de sus cuerpos, de sus subjetividades e incluso de su imaginación.

Estos hombres ven su vida familiar y en pareja profundamente estructurada. Convirtiéndola a ella en alguien ajeno y en una persona que le sirva. Esto es, los hombres al alejarse de su cuerpo y de ella, se alejan de su vida sexual, de su sensibilidad erótica, del amor, de los sentimientos, y se relacionan desde la autoridad y el poder. Los hombres con esta estructura terminan profundamente solos, pero con poder.

Analizar el proceso de estructuración de algunos hombres en instituciones patriarcales nos permite reflexionar sobre otros hombres que buscan formas de actuar diferentes. Hombres que rechazan la estructuración institucional masculina, y la socialización tradicional con otros hombres tradicionales. Esa es la posibilidad de la agencia o actuar reflexivo. Este tema no lo desarrollé mucho en este trabajo, pero queda la promesa de ir profundizando en explorar las posibilidades de cambio de los hombres. Otro tema también pendiente es el de las resistencias de los hombres a estos procesos de estructuración. Si bien se puede contemplar en las narraciones de los hombres entrevistados, es poco lo que se ha documentado aún.


Podemos decir que los hombres entrevistados son un ejemplo de cómo la crisis de 1968 dejó profundos aprendizajes en la sociedad civil mexicana. Huellas donde se enseñó que la autoridad puede recurrir a la violencia, donde se enseñó que los padres pueden maltratar a sus hijos y a las mujeres sin ninguna consecuencia. Se muestra el profundo impacto de la violencia institucional en la vida de los hombres, y en las relaciones de pareja que establecen. Y cómo, a la larga, termina desarticulando la vida afectiva de los hombres, y la relación consigo mismos y sus cuerpos.

Es de destacar, cómo la violencia masculina en la relación de pareja no sólo esta relacionada con los procesos de enseñanza masculinos que se dan en determinadas etapas de la vida de los hombres. Más bien, es un proceso de construcción social amplio, donde las instituciones sociales como el Estado, la escuela y la familia van enseñando los significados de ser hombres como una forma de cosificar y violentar lo femenino. Es muy interesante observar cómo esto brinda un “sendero” o “camino” a los hombres, el cual no es el único, pero sí se muestra muy atractivo, y de hecho es el que tiene coptados muchos espacios de socialización de éstos. Ello lleva a una mirada dicotómica en la elección de pareja, y la construcción de la vida en pareja, donde la convivencia, la coincidencia y la búsqueda un proyecto en común se hace muy difícil y las diferencias parecieran “irremediables”.

Ahora bien, la dificultad de este tipo de análisis es la posibilidad de mostrar a la violencia masculina como causística. Esto es, verla como un resultado de la socialización y de la violencia masculina.

Mas allá, el esfuerzo que he hecho dirige la mirada a contemplar relaciones. Donde instituciones patriarcales, mensajes de una masculinidad tradicional como una forma de pensar los conflictos de manera racional, el control de sentimientos y los mensajes misóginos (entre otros muchos), están relacionados con la forma violenta en que muchos hombres deciden “solucionar” los conflictos con sus parejas. Hablo de relaciones, y considero que las líneas a seguir debieran de explorar la posibilidad de más relaciones. De hecho, creo que este estudio apenas inicia este camino.

Considero que para comprender la violencia masculina no debiéramos de pensar en relaciones lineales y causales. Más bien de forma compleja, en donde diversas variables se relacionan de forma múltiple y contradictoria. Pienso que esa mirada sólo se puede construir si indagamos y reflexionamos sobre las diversas formas de actuar de los hombres, los significados que le brindan a su acción, y si comprendemos los contextos sociales en los cuales desarrollan sus diversas acciones. Si miramos con atención los caminos de los hombres, la comedia y el drama que surge en el transcurso de su vida, podremos teorizar de forma más amplia sobre la masculinidad. Creo que es en la capacidad de ver no algunos, sino los múltiples caminos que recorren los hombres en la construcción de su identidad, donde podremos encontrar nuevas ideas, reflexiones y sorpresas para comprender el fenómeno de la violencia masculina en la relación de pareja. Realidad que nos duele y daña a todas y todos.


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Scott Joan W., “El género: una categoría útil para el análisis histórico”, en Lamas Marta (Comp.), El género. La construcción cultural de la diferencia sexual, México, UNAM-PUEG -Porrúa, 2000.

Szasz Ivonne, Algunas reflexiones sobre la sexualidad de los hombres a partir de los estudios de la masculinidad, México, mimeo, 1996

Torres Falcón Marta, La violencia en casa, México, Paidós, 2001.

Varela Nuria, Feminismo para principiantes, Barcelona, Ediciones B, 2005.

1 Economista con maestría en Sociología. Director de Hombres por la Equidad. Centro de Intervención con Hombres e Investigación sobre Género y Masculinidades, AC (correo: rgarda@hombresporlaequidad.org.mx)

2 Este libro constituye una compilación de escritos de los países del primer mundo y algunas experiencias de la región.

3 Por tanto el concepto de “doing gender” es entendido más como un proceso reflexivo del individuo en contextos interinstitucionales que tienen mensajes de género, y en donde ellos están relacionados con situaciones de poder. Así, no se propone que las personas asimilen de forma pasiva los mensajes del género. Más bien, toman decisiones en el sentido reflexivo que hace la teoría de la estructuración. Podemos comparar “doing gender” con el “agency” que no es ni un proceso de racionalización ni de sumisión, sino de ejercicio de derechos en contextos de instituciones que llegan a ejercer inequidades de poder. Así, “doing gender” se inscribe en el contexto del “agency” en el sentido de comprender la acción de forma reflexiva y no fuera de contextos de poder.

4 En este punto se aleja de la propuesta de Giddens quien no aborda el tema de la violencia y desigualdad de una forma consistente en sus escritos.

5 Por mensaje la autora entiende el mensaje trasmitido verbalmente, y el metamensaje es lo que la persona refleja en su estado emocional aunque no lo haya dicho verbalmente, consiste en tonos de voz, posición corporal y gestos (Castañeda, 2002).

6 Son muchas las formas que identifica Marina Castañeda como formas de violencia en la comunicación. Otras son la falta de comunicación de los hombres, la infantilización de la mujer, los temas que se eligen para platicar, la devaluación de la mujer o la no escucha de lo que la mujer desea decir.

7 En este sentido Gerschick señala que esto implica ver al cuerpo de los hombres desde una mirada construccionista, pues esta “…are interested in how meanings, practices, and identities consolidate consciously and unconsciously in the body and the ramifications of this for men and women. Thus, they are interested in the interplay between agency and structure” (Gerschick en Kimmel et. al., 2005). De esta forma, la línea de reflexión que propone este autor señala que el cuerpo debe estudiarse desde su acción y su identidad en relación con la estructura. Una idea similar la propone Connell, quien señala que hay que recuperar los cuerpos en la teoría social, pero no reducidos a prácticas sino a cuerpos participantes: “Necesitamos afirmar la actividad, literalmente la agencia, de los cuerpos en los procesos sociales” (Connell, 2003). De esta forma, este autor reconoce que la acción de los hombres es “ontoformativa”; en el sentido de que el mundo tiene una dimensión corporal, no delimitado por la biología, y que tiene una dimensión política.

8 ¿Cómo surge según Castoriadis lo institucional de lo simbólico?: a) cada grupo social tiene su propio simbolismo, por ello cada grupo crea sus propias significaciones; b) cada grupo de significaciones produce determinados sentidos y signos. Ninguno de los dos (signo y sentido) tienen relaciones de causalidad ya que terminarían con la característica indeterminable de lo imaginario; c) existen sentidos y signos que sí encuentran expresión en “estructuras significantes” (como el lenguaje) y al mismo tiempo existen sentidos y signos que no encuentran esa “salida” en las estructuras significantes. Los primeros son insustituibles, mientras que los segundos se "quedan" en el imaginario de la sociedad. (Garda, 1997a)

9 Es importante señalar que se intentó entrevistar a hombres que no estuvieran en este tipo de proceso reflexivo para poder contrastar respuestas, pero al comentarles el objetivo de la investigación frecuentemente señalaban: “yo no soy violento”, “yo no vivo eso”, etc.



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