Un espacio para la re-flexión y re-construccion del rol masculino.

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PRESENTACION INSTITUCIONAL

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domingo, 27 de enero de 2008

BALANCE DE LOS ESTUDIO DE MASCULINIDAD

BALANCE DE LOS ESTUDIOS SOBRE MASCULINIDAD
Juan Carlos Callirgos
Escuela para el Desarrollo
Lima, Junio de 2003
Han transcurrido trece a�os desde que Patricia Ruiz Bravo invitara a mirar lo que ella llamaba “la
otra cara de la moneda” en los estudios de g�nero: la ignorada y poco entendida masculinidad.
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En
ese provocador texto, Ruiz Bravo elaboraba un balance de ese campo acad�mico, resaltando los
avances logrados a partir de la formulaci�n de la categor�a de g�nero –que complejizaba nuestra
capacidad de analizar las relaciones entre hombres y mujeres—, e instando a trascender las
fronteras del simplista, y hasta entonces predominante, enfoque que identificaba a las mujeres como
v�ctimas y a los hombres como agresores.
A m�s de una d�cada de este llamado, parece necesario realizar un balance de lo que se ha
avanzado en este terreno. Revisar la utilidad y pertinencia de las categor�as y construcciones
discursivas que, de manera intuitiva, casi artesanal, fuimos construyendo sobre la masculinidad y
las identidades masculinas. Se trata de revisar de manera autocr�tica los sentidos comunes que nos
guiaron y que fuimos reproduciendo y cimentando, as� como la manera en que planteamos la
discusi�n.
Desde luego, ya pensamos en las diferencias entre hombres y mujeres no como algo
proveniente o derivado de la biolog�a y de las diferencias f�sicas: estamos acostumbramos a hablar
de g�nero como construcciones sociales, prestando atenci�n a la manera en que aprendemos a ser
hombres y a ser mujeres y a relacionarnos con los dem�s y nos entendemos a nosotros mismos. Se
ha instaurado un reconocimiento de que ser hombre o ser mujer no son hechos naturales, y hemos
dirigido nuestra atenci�n a las maneras en que se nos socializa y se nos hace devenir en seres
humanos “generados”, es decir, provistos de una identidad de g�nero: mucho se ha avanzado en
identificar qu� mandatos recibimos en nuestra socializaci�n como hombres. Hoy entendemos mejor
esos mandatos y entendemos mejor el papel que juegan diversas agencias de socializaci�n, como el
hogar, la escuela, el barrio, el trabajo o la Iglesia y los medios de comunicaci�n. Reconocemos que,
efectivamente, se nos va moldeando cuidadosamente como hombres y como mujeres de maneras
sutiles y efectivas que, parad�jicamente, hacen que las diferencias socialmente construidas
aparezcan como naturales. Este me parece el primer aporte positivo de los primeros trabajos de
masculinidad. Al mismo tiempo, creo que se ha llegado a comprender que si bien hay
desigualdades y distribuciones inequitativas de poder, el mundo no se divide en v�ctimas y
victimarios, es decir, que las mujeres no son simplemente v�ctimas de un mundo que las oprime y
que los hombres no somos simplemente verdugos, orondos y felices, que se benefician de una
estructura social que clara y solamente los favorece.
El concepto de g�nero nos hace ver que todos de alguna manera recibimos una socializaci�n que
potencia ciertos tipos de comportamiento y ciertas cualidades humanas y que al mismo tiempo
inhibe otras; las mujeres est�n mas permitidas a hacer ciertas cosas como llorar o expresar
sentimientos o emociones y los hombres no. Pero, por otro lado, a los hombres nos potencia a
conductas agresivas, la b�squeda del poder, la competencia, caracter�sticas que de modo general se
intenta inhibir en las mujeres. Los primeros estudios de masculinidad, de manera intuitiva,
empezaron a reconocer las formas en que se nos cercenaban, tanto a hombres como a mujeres, de
una parte de nuestras capacidades y potencialidades como seres humanos: aquellas interpretada o
etiquetada perteneciente al otro g�nero. Ese fue el primer paso para trascender los modelos
interpretativos dicot�micos de postulaban que los hombres gozaban de todo el poder y que
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Ruiz Bravo, Patricia, “De la protesta a la propuesta: Itinerario de la investigaci�n sobre relaciones de
g�nero”, en: Tiempos de ira y amor, Lima: DESCO, 1990.
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constru�an una noci�n de feminidad basado en el sufrimiento, la opresi�n y el desamparo. Hemos
aprendido a pensar que el sistema de g�nero de alguna manera nos otorga ciertos privilegios a
hombres y mujeres y al mismo tiempo nos limita ciertas capacidades humanas a ambos. Esto no
implica negar, por supuesto, las desigualdades en cuanto a cuestiones de poder. Y hablo de poder
entendiendo tanto a sus aspectos “macrosociales”, de la sociedad en general, como microsociales,
las que marcan nuestras relaciones cotidianas, inclusive en la esfera dom�stica. Ser�a un ejercicio
de cinismo negar los privilegios y las desigualdades, desde las m�s sutiles a las m�s objetivamente
medibles.
Como consecuencia imprevista de ese primer intento cr�tico, sin embargo, los trabajos sobre
masculinidad tendieron a poner su �nfasis en los costos de la masculinidad: en cu�nto cuesta ser un
hombre y cu�nto cuesta estar socializado para aguantar el dolor, para ganar, para asumir riesgos,
para competir, para demostrar que uno es “verdaderamente” hombre ante los dem�s y nosotros
mismos.
Aunque este nuevo enfoque ciertamente, complejizaba nuestra mirada de las relaciones de
g�nero –fundamentalmente, al ubicar a los hombres dentro del propio “sistema de g�nero” –, me
parece que los avances han sido un poco disparejos. Habr�a que preguntarse si realmente hemos
logrado trascender por completo las polarizaciones entre campos casi esenciales, o esencialmente
distintos y si hemos llegado a captar por completo mucho la complejidad de la construcci�n de los
g�neros y de las identidades, incluyendo las ambig�edades que hay en todos estos procesos. Es en
ese sentido que quiero proponer ciertas ideas, un poco en borrador, para construir una agenda,
se�alando vac�os que debemos llenar en adelante.
La primera cr�tica, me parece, es sobre la utilizaci�n de la noci�n de “machismo” como
noci�n explicativa de la masculinidad en su conjunto. Es un lugar demasiado com�n se�alar que
todos los hombres peruanos y latinoamericanos somos machistas: el machismo ser�a una especie de
esencia masculina, determinada hist�ricamente, en todo el sub-continente. Existe un modelo muy
difundido que separa a las sociedades en dos tipos: aquellas caracterizadas por el patriarcado, donde
existir�a un modelo de hombre m�s responsable, una figura de autoridad pero tambi�n con
compromisos y deberes, y sociedades “machistas” donde el aspecto de autoridad tambi�n estar�a
remarcado pero acompa�ado, y limitado por, el de la irresponsabilidad. De alguna manera, y lo
digo como autocr�tica, compramos la idea de que las sociedades latinoamericanas eran b�sicamente
machistas, es decir, que los hombres latinoamericanos viv�amos en una especie de permanente
adolescencia (“adolescencia vitalicia” dec�a yo mismo en mi libro), disfrutando de mayor prestigio
y autoridad, pero sin llegar a cumplir cabalmente con las obligaciones de proveedor, esposo y padre
responsable. As�, los hombres tendr�amos que pasar constantes pruebas para demostrar nuestra
masculinidad, siempre estar�amos sujetos a una intensa presi�n de los pares, y ser�amos una suerte
de donjuanes indomesticados, independientes, impulsivos, compelidos a demostrar nuestra fuerza
f�sica, nuestro coraje. Ser�amos seres agresivos en nuestras relaciones con otros hombres y con las
mujeres, adem�s de homof�bicos. Podr�amos seguir elaborando una larga lista de adjetivos con los
que hemos ido caracterizando a los hombres, en nuestro af�n de identificar los mandatos machistas
con los que somos socializados. Pero cabe preguntarse si pusimos excesivo �nfasis en la
construcci�n de un modelo, demasiado coherente y supuestamente universalmente explicativo, que
excluye la posibilidad de existencia de otros mandatos sociales, y de resistencias y manejos diversos
de esos discursos. En otras palabras, puede que el modelo nos haya impedido prestar mayor
atenci�n a la variabilidad de conductas masculinas en diferentes �mbitos y en distintas etapas de la
vida, a la diversidad de mandatos sociales, a las diferencias culturales dentro de nuestra sociedad, y
a las maneras –siempre variadas— en que recibimos, interpretamos y manipulamos los mensajes
que se nos transmiten como seres sociales. Al elaborar un modelo excluyente y generalizador,
hemos reducido a los hombres (a todos y en toda circunstancia) a simples receptores, pasivos y
acr�ticos de discursos. Los mandatos que podemos identificar como machistas son una parte de lo
que somos y podemos ser los hombres.
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En general, hemos pensado que las sociedades latinoamericanas �ramos sociedades “de
padre ausente”. Hemos denunciado que los modelos de paternidad en el Per� y Latinoam�rica
resaltan la distancia y no la responsabilidad. En ese sentido, hemos explorado lo que significa ser
padre, por ejemplo cuando se dice “�qui�n soy yo? pap�”, a la usanza de un ya desaparecido
programa c�mico nacional. La paternidad parece estar menos relacionada con la responsabilidad y
el afecto. El padre parece aparecer como un jefe que se impone, una figura autoritaria, arbitraria,
violenta y castigadora. Hemos remarcado las expresiones populares que apuntan a esa imagen,
como aquella que aparece en el f�tbol: cuando un equipo le gana constantemente a otro se dice que
“impone su paternidad”. Sin tener comunicaci�n entre nosotros, varios autores latinoamericanos
hemos escrito en base a las nociones de machismo y ausencia del padre. Asumimos, adem�s, que
este modelo masculino y de paternidad es una especie de estigma hist�rico para la regi�n. El
ensayista y poeta mexicano Octavio Paz fue el primero en afirmar que el hombre Mexicano era el
producto de una violenta conquista: b�sicamente el resultado de una violaci�n del conquistador
espa�ol a la mujer india. Nuestra sociedades ser�an el efecto traum�tico de ese desafortunado
suceso primario, que nos marcar�a indeleblemente como mestizos y que imprimir�a sobre nosotros
una manera poco sana de ser hombres. Creo que debemos trascender esa visi�n a-hist�rica que
reduce nuestro devenir como sociedades y como hombres a un trauma insolucionable. No se trata
de negar la importancia de los sucesos hist�ricos, sino de reconocer que la historia no es un estigma
que cargamos irremediablemente sobre nuestras espaldas. Los seres humanos, felizmente, tenemos
capacidad de acci�n y de generar los procesos hist�ricos.
Este modelo machista ilumina ciertos aspectos de los mandatos de la masculinidad, pero
impide ver la variedad y el cambio: de un lado, los distintos tipos de mandatos, y por otro, las
maneras en que los mandatos van siendo transformados. El modelo se basa en generalizaciones
est�ticas. Generalizaciones porque construyen una imagen unitaria del hombre: todos ser�amos
machistas, sin diferencias culturales, de clase, generacionales, de ciclo vital, e inclusive
situacionales. Una persona puede actuar de una manera en una situaci�n determinada y de otra en
otra situaci�n: porque todos no somos una sola cosa en nuestras vidas, tenemos diferentes roles de
acuerdo al contexto puntual en el que nos desenvolvamos. Estas generalizaciones son est�ticas
porque las vemos como inmutables. Hoy en d�a, me parece, no es tan evidente que cosa significa
ser hombre y que cosa significa ser mujer, lo cual nos deber�a invitar a reflexionar no s�lo en los
modelos y en los mandatos que se nos transmiten, sino tambi�n en nuestra capacidad de “agencia”,
es decir, en nuestra posibilidad de manipularlos. El modelo parece enfatizar una estructura s�lida
cuando los significados de g�nero son diversos, y son negociados, manipulados y cuestionados.
El modelo del machismo nos impide dar cuenta de otras im�genes, de repente, menos
coherentes ni claras, que van emergiendo y que deber�amos tomar en cuenta. Hoy en d�a somos
m�s capaces de pensar en la identidad como algo que est� siempre en proceso, siempre en
construcci�n: algo que no es, de manera fija y est�tica, sino que est� siempre en elaboraci�n. Esto
es algo que no ten�amos en cuenta hace 6 a�os. Nuestras reflexiones sobre masculinidad, entonces,
resultaban tautol�gicas: afirmamos que los hombres actuaban como machistas porque la sociedad
era machista. En realidad, estamos explicando poco cuando partimos de una etiqueta para llegar a
ella misma.
Desde el lado de c�mo se ha entendido la femineidad o feminidades se ha avanzado algo
m�s en este sentido: ya no se puede hablar de las mujeres simplemente como sacrificadas, pasivas,
abnegadas y v�ctimas. Se ha pasado a resaltar la creatividad, la resistencia, se ha reconocido la
capacidad de manipulaci�n de los mandatos recibidos. Creo que es un avance que los estudios
sobre masculinidad deben aprovechar: los hombres tampoco somos simples marionetas que
seguimos los modelos impuestos, tenemos capacidad de resistirnos a los sistemas de g�nero, a esos
mandatos, de una manera creativa. Mirando as� las cosas podremos dar mejor cuenta de los
cambios a nivel social e individual Mucho se ha reflexionado sobre las transformaciones
socioecon�micos y culturales de nuestros tiempos, en el caso del g�nero, sobre todo a partir de los
movimientos feministas y de la revoluci�n sexual. �Qu� nuevas maneras de ser hombres o nuevas
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im�genes van emergiendo y est�n disponibles en nuestra sociedad? Creo que la respuesta a esta
pregunta ser� necesariamente m�s compleja, porque las construcciones discursivas sobre los
g�neros son diversas y ambiguas. Debemos entender esa ambig�edad, con sus cambios y
negociaciones.
El segundo punto a reflexionar, es que tal vez nos quedamos cortos cuando
consider�bamos que la masculinidad ten�a mucho que ver con la “performance”, es decir, con la
actuaci�n y demostraci�n ante los dem�s y nosotros mismos. Hemos se�alado que la masculinidad
est� continuamente a prueba, y que para ello existe una serie de rituales para mostrar hombr�a ante
los dem�s en diferentes aspectos de nuestras vidas. Llegamos a esta formulaci�n, pero s�lo a
manera de diagn�stico, sin que �sta gu�e nuestras interpretaciones y an�lisis de una manera m�s
profunda: hemos tomado la “performance” como si fuera la realidad. Con esto quiero decir que
cuando hemos identificado ciertas conductas “machistas” no nos hemos preguntado si tales eran
parte de una presentaci�n, una careta preformativa. Hemos tomado esas conductas como prueba
fehaciente del peso del machismo y sus mandatos, llegando a generalizar a partir de ellas, como si
por ciertas conductas los hombres fueran “machos” en todos los aspectos y �mbitos de su vida. No
nos planteamos la posibilidad que un hombre puede aparecer como macho en ciertas
circunstancias y asumir otras posturas, que dif�cilmente calificar�amos de “machistas”, en otras. El
modelo, como dec�a anteriormente, se asume como global.
Debemos, entonces, reconocer que la construcci�n de discursos es m�s ambigua y flexible.
Que los hombres manejamos diferentes roles y posturas en diversas situaciones, y que vamos
moldeando nuestra manera de relacionarnos con los dem�s de maneras m�ltiples, a veces
tremendamente ambivalentes. Se puede representar roles acordes con las expectativas sociales en
determinados momentos y actuar de modo distinto en otros. Por ejemplo, las bromas respecto a la
debilidad de los hombres respecto a sus mujeres, que se sintetiza en la conocida noci�n popular de
“sacolargo” son una muestra de ambig�edad: se tiene que demostrar que es el hombre el que “lleva
los pantalones”, pero el humor que se genera pone de manifiesto que es una careta fr�gil, que
esconde, y a la vez revela, din�micas de poder –entre hombres y mujeres, pero tambi�n entre los
mismos hombres—m�s complejas.
En estos tiempos aparecen m�s claramente im�genes y mandatos distintos a los
considerados tradicionales. Ya no es extra�o ver representadas en los medios, relaciones
conyugales m�s equitativas, o padres tiernos a cargo del cuidado de sus hijos. Va haci�ndose
com�n que el machismo exacerbado sea criticado por los mismos hombres. Algunas actividades,
otrora consideradas como propias de uno u otro sexo, van perdiendo su car�cter de g�nero.
Tampoco se trata de que estas nuevas im�genes hayan sido interiorizadas al punto de ser
hegem�nicas, pero su proliferaci�n exige una mirada m�s atenta a la diversidad de discursos sobre
masculinidad, a sus ambiguas consecuencias en las vidas de hombres y mujeres, a los choques de
discursos. Existe, m�s que nunca, una amplia gama de construcciones discursivas, que exigen un
an�lisis m�s fino que el gobernado por el modelo machista. Los hombres y las mujeres disponemos
de una especie de gran cartera, con una gama de mensajes e identidades disponibles. Y podemos
asumir distintas en distintos momentos, manipulando y jugando con los mandatos y las identidades.
Sobre esto, confieso tener m�s intuiciones que certezas. El trabajo acad�mico se va
desarrollando lenta y progresivamente. La reflexi�n sobre lo avanzado debe llevarnos a construir
categor�as y conceptos m�s finos, que den cuenta de realidades complejas. Tal vez debamos
descartar las explicaciones s�lidas y generalizadoras y limitarnos a buscar, como dir�a el
antrop�logo James Clifford, verdades parciales, m�s limitadas y espec�ficas, que no intenten
explicarlo todo, pero que intenten dar cuenta de realidades cada vez m�s diversas y m�s complejas.
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