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domingo, 27 de enero de 2008

LA MASCULINIDAD EN CONSTRUCCION: UN ANALISIS DE GENERO


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SANTIAGO (108) 2005
Universidad de Oriente. Santiago de Cuba, CUBA.
Damiana Perera Calzadilla
Susel A. Domínguez Almaguer
La masculinidad en
construcción. Un análisis
de género
El siglo XX fue el siglo de la revolución femenina. En esta centuria
la mujer, junto a la tecnología, se convirtió en el motor decisivo de
la vertiginosa transformación que sufrió el mundo. Estas transformaciones
ocurrieron en el ámbito de las fuerzas productivas y
provocaron cambios cualitativos en el desempeño social de las
mujeres. Su lucha fue y es todavía, dura, prolongada y llena de
dificultades pero, también, repleta de satisfacciones y avances,
tanto personales como sociales. Impresiona comparar la situación
de las mujeres hace apenas cien años con la que disfrutan ahora.
El proceso de liberación de la mujer ha removido los cimientos de
toda nuestra sociedad. Hemos tenido que cambiar nuestros pensamientos,
valores y hábitos, desde el trabajo hasta nuestro propio
hogar. Visto desde ahora, el camino recorrido ha sido enorme.
Históricamente la sociedad asignó a la mujer un papel desigual con
respecto al hombre, la cultura patriarcal le confinó una dependencia
marcada fundamentalmente por lo económico, al hombre
correspondía el deber de ser proveedor y sustento, mientras que
ellas tenían la responsabilidad de la reproducción social, la
procreación y el cuidado de los hijos.
Significativos resultan los avances alcanzados por las mujeres,
luego de siglos de subordinación que las ubicaban ante una
desventajosa posición con respecto a los varones. La conquista del
espacio público por las féminas se convirtió en cotidiano, haciendo
necesario una redistribución de tareas, tanto para hembras, como
para varones.
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Para la mujer, llegar a disfrutar de los mismos derechos que los
hombres se constituyó en una meta, lo que determinó el punto de
viraje de toda la historia, asociada a la cultura patriarcal, que las
sentenciaba al poder de los afectos en función de los otros y
limitaba su inteligencia para el desempeño de otras actividades
desarrolladoras de su personalidad.
Asociado a esto, podemos decir que, la transmisión de valores a
través de la cultura, la religión, las costumbres y las normas
asociadas a los roles que deben asumir y desempeñar los diferentes
sexos, está condicionada por la forma peculiar en la que los
diferentes grupos sociales, fundamentalmente la familia, han ido
construyendo los modelos de feminidad y masculinidad.
Estos modelos son elaborados por la sociedad y se trasmiten de
generación en generación, para formar parte de un proceso de
socialización que significa los patrones que norman el ser hombre
o mujer.
Como proceso, la socialización se realiza desde que el individuo
nace y trascurre a lo largo de toda su vida y se refiere, específicamente,
al “proceso de interiorización de las normas, valores
sociales y a la apropiación de toda la experiencia social que se da
en el individuo, proporcionándole la posibilidad de integrarse a la
vida social y establecer los vínculos sociales necesarios para ello”
(Norma Vasallo). Es un proceso que se realiza en dos direcciones,
por un lado se ubica toda la influencia social que recibe el individuo
durante su desarrollo y por el otro, la codificación y decodificación
que este realiza de toda esa influencia, es decir el individuo se
manifiesta como objeto y como sujeto de las relaciones sociales.
La socialización ocurre entonces en el marco de diferentes grupos
sociales, entre los que se encuentran la familia, la escuela, el grupo
de amigos, etc. En el caso de la familia podríamos decir que esta
se ubica en el centro de este proceso, por la influencia especial que
ejerce desde el propio nacimiento de la niña o el niño, la socialización
en la familia adquiere valor a través de todas las acciones que
ponen en una situación relacional a padres e hijos, en este sentido
el individuo va recibiendo un conjunto de signos sociales a partir de
las representaciones de su ámbito familiar y va registrando una
serie de símbolos que le permiten ir adquiriendo su identidad, de
esta forma el individuo aprende si es niño o niña y logra identificar
las diferencias que existen entre el ser mujer o el ser hombre.
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Este aprendizaje de roles femenino y masculino ha transcurrido en
los marcos de la subordinación, donde lo femenino ha estado
siempre supeditado a lo masculino. El contexto familiar se ha
encargado de reforzar las diferencias entre los sexos al distribuir
tareas y actividades diferentes a niños y niñas, los primeros están
destinados a realizar actividades que requieren fortaleza física y un
dominio del medio exterior, mientras que las niñas ocupan el lugar
privilegiado en aquellas en las que deben servir y atender a los
otros, para poder poner en práctica toda su sensibilidad y delicadeza.
Evidentemente las asignaciones tradicionales han trascendido
nuestros días y perduran aún, a pesar de los cambios que se han
operado en el terreno femenino. La familia se ha mantenido como
portadora y trasmisora de la tradición patriarcal, generando conflictos
y malestares como consecuencia de sus limitaciones para
redimensionar los desempeños de cada rol.
Sin embargo las auto-concepciones de hombres y mujeres en
masculinidad y feminidad comienzan a mostrar cambios socioculturales
significativos con expresión en el desempeño de los roles,
principalmente en las relaciones de pareja y familiares, la nueva
distribución nos muestra un escenario en el que los primeros han
ganado un espacio diferente en el ámbito privado, al asumir con
un mayor protagonismo el rol de padres y cuidadores. La creciente
participación de la mujer en todas las áreas de la vida social, su
progresiva preparación profesional, su mayor accesibilidad a
puestos laborales diversos, incluyendo los de poder y decisión y su
incuestionable aporte al ingreso familiar, han sido en el caso
femenino algunos de los más significativos.
Pero se hace muy difícil cambiar, cuando las generaciones precedentes
influyen decisivamente en la trasmisión de valores y normas
de comportamiento estereotipados que refuerzan los de la familia
patriarcal. No puede negarse que todavía persiste la sobrecarga
femenina, determinada por los prejuicios relacionados con la
educación y crianza de los hijos y las tareas del hogar y en relación
con ello las exigencias de proveedor recaen todavía sobre los
hombres.
Ante estos cambios culturales se ha hecho evidente una reconceptualización
por ambos roles de una serie de significados simbólicos
acerca del ser mujer y el ser hombre en función de limar ciertas
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desigualdades que limitan el crecimiento desarrollador en ambos
casos. Las féminas han tenido y tienen al patrón masculino como
modelo a alcanzar, pero ¿qué ha pasado con los varones?
La masculinidad muchas veces silenciada también ha sufrido los
efectos negativos de la cultura patriarcal que, como ya explicamos,
puso sobre sus hombros la responsabilidad del control y el poder,
y los limitó en la expresión de sus afectos, como resultado de una
representación desacertada del ser hombre.
Por regla general, el hombre ha sido un sujeto pasivo de este
proceso, ha observado los grandes cambios que se han ido
produciendo y ha intentado asumirlos lo mejor que ha podido. La
mayoría de las veces no lo ha logrado, o lo ha hecho a medias, o
demasiado tarde.
Ante los cambios femeninos, los hombres se han visto frente a una
nueva dificultad, en este caso sin un modelo claro a seguir que les
indique cómo desempeñarse eficazmente, en un rol que les exige
prácticas en las que no han sido entrenados.
La falta de claridad en la nueva concepción de la masculinidad
conduce a marcadas limitaciones en el proceso de socialización de
los niños varones. Padres y madres continúan trasmitiendo enseñanzas
tradicionales que limitan la expresión espontánea de emociones
y sentimientos y refuerzan características asociadas a la
fortaleza física y el control económico. Frases tales como: “los
hombres no lloran...”, “los varones andan solos...”, “los niños
deben cuidar y proteger a las niñas...”; resultan cotidianas en los
hogares cubanos, donde incluso las madres, impiden que sus hijos
varones colaboren en tareas domésticas, incluyendo aquellas que
tienen que ver con su validísmo personal.
Durante el proceso de socialización de la masculinidad, que implica
la formación de una identidad genérica, caracterizada por un
conjunto de valores personales y sociales que posibiliten la inserción
de los varones en los diferentes grupos, no se observan
cambios que faciliten la formación de un hombre mejor preparado
para enfrentar las exigencias de un medio que cada vez le es más
adverso y generador de malestares.
La separación física y emocional entre padre e hijo, dificulta el
aprendizaje del significado de la masculinidad. En la bibliografía se
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plantea que en la sociedad actual, son evidentes tres métodos de
aprendizaje de la masculinidad (Michel Kimmel).
En un primer plano encontramos que, los niños suelen ilustrarse
acerca de la masculinidad mediante los medios de comunicación,
donde los patrones de masculinidad exhibidos son de galanes,
deportistas, o de hombres agresivos y muy violentos.
Otra fuente importante de transmisión del modelo masculino es
el grupo de amigos. Los niños, pasan mucho más tiempo con otros
niños de su edad que con hombres adultos. En estos grupos
siempre resulta vencedor el más agresivo y violento, el que más
afronta la autoridad. Y es él quien termina dando el ejemplo de una
masculinidad "triunfante".
La tercera forma en que los niños y los jóvenes se instruyen acerca
de la masculinidad es por reacción. Al estar rodeado principalmente
de mujeres, el niño llega a interpretar lo "masculino" como "no
femenino". Los riesgos particulares en esta forma de aprendizaje
son la muy limitada gama de conductas que llegan a ser aceptadas
como "masculinas" y el probable desarrollo de actitudes antagónicas
hacia las mujeres.
Estas tres formas de aprendizaje de la masculinidad que se
transmiten cotidianamente a niños y jóvenes, expresan una imagen
altamente estereotipada, distorsionada y limitada de la masculinidad.
Así un alto porcentaje de niños continúa aprendiendo que ser
hombres implica ocultar sentimientos que expresen ternura, cariño
o dolor, reservándoseles los de ira, agresividad, audacia y placer
como muestras de la masculinidad ideal, construimos de esta
forma el “macho” castrado de su sensibilidad.
Es obvio que los hombres sienten tanto como las mujeres, pero
desde muy temprano aprenden a enmascarar sus sentimientos y
son lanzados al afuera donde se les exige un comportamiento
potente y agresivo.
Se hace necesario entonces describir cuáles son los elementos
que, en nuestro país, caracterizan el proceso de socialización de
la masculinidad de niños varones, en función de desarrollar
programas de intervención comunitaria que brinden espacios de
reflexión sobre la transmisión de patrones masculinos que potencien
comportamientos saludables y reviertan la situación de ese género
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Bibliografía
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1992.
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• Criquillión, Ana. ”La cuestión masculina: ¿Otro problema femenino?”.
Suplemento vamos de compras, Diario Prensa Libre (Guatemala), 16-
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• Kimmel, Michel. “La producción teórica sobre la masculinidad:
nuevos aportes”, en: Fin de siglo, género y cambio civilizatorio. ISIS
Internacional. Chile, 1992.
• Mérola, Giovanna. “Hombres y masculinidades”. Revista/fempress
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• Stoessiger, Nick.” Subdividir y dominar”. Revista XY: men, sex,
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