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La organización social de la masculinidad
Robert W. Connel∗•
Las principales corrientes de investigación acerca de la masculinidad han fallado en el intento de producir una ciencia coherente respecto a ella. Esto no revela tanto el fracaso de los científicos como la imposibilidad de la tarea. La masculinidad no es un objeto coherente acerca del cual se pueda producir una ciencia generalizadora. No obstante, podemos tener conocimiento coherente acerca de los temas surgidos en esos esfuerzos. Si ampliamos nuestro punto de vista, podemos ver la masculinidad, no como un objeto aislado, sino como un aspecto de una estructura mayor.
Esto exige la consideración de esa estructura y cómo se ubican en ella las masculinidades. La tarea de este trabajo es establecer un marco basado en el análisis contemporáneo de las relaciones de género. Este brindará una manera de distinguir tipos de masculinidad, y una comprensión de las dinámicas de cambio.
Sin embargo, antes debemos aclarar algo. La definición del término básico en discusión nunca ha estado suficientemente clara.
Definiendo la masculinidad
Todas las sociedades cuentan con registros culturales de género, pero no todas tienen el concepto masculinidad. En su uso moderno el término asume que la propia conducta es resultado del tipo de persona que se es. Es decir, una persona no-masculina se comportaría diferentemente: sería pacífica en lugar de violenta, conciliatoria en lugar de dominante, casi incapaz de dar un puntapié a una pelota de fútbol, indiferente en la conquista sexual, y así sucesivamente.
∗ En: Valdes, Teresa y José Olavarría (edc.). Masculinidad/es: poder y crisis, Cap. 2, ISIS-FLACSO:Ediciones de las Mujeres N° 24, pp. 31-48.
• Título original: “The Social Organization of Masculinity” de Masculinities, del mismo autor, University of California Press, Berkeley, 1995. Agradecemos la autorización del autor y de Blackwell Publishers. Traducción de Oriana Jiménez.
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Esta concepción presupone una creencia en las diferencias individuales y en la acción personal. Pero el concepto es también inherentemente relacional. La masculinidad existe sólo en contraste con la femineidad. Una cultura que no trata a las mujeres y hombres como portadores de tipos de carácter polarizados, por lo menos en principio, no tiene un concepto de masculinidad en el sentido de la cultura moderna europea/americana.
La investigación histórica sugiere que aquello fue así en la propia cultura europea antes del siglo dieciocho. Las mujeres fueron ciertamente vistas como diferentes de los hombres, pero en el sentido de seres incompletos o ejemplos inferiores del mismo tipo (por ejemplo, tienen menos facultad de razón). Mujeres y hombres no fueron vistos como portadores de caracteres cualitativamente diferentes; esta concepción también formó parte de la ideología burguesa de las esferas separadas en el siglo diecinueve.1
En cualquier caso, nuestro concepto de masculinidad parece ser un producto histórico bastante reciente, a lo máximo unos cientos de años de antigüedad. Al hablar de masculinidad en sentido absoluto, entonces, estamos haciendo género en una forma culturalmente específica. Se debe tener esto en mente ante cualquiera demanda de haber descubierto verdades transhistóricas acerca de la condición del hombre y de lo masculino.
Las definiciones de masculinidad han aceptado en su mayoría como verdadero nuestro punto de vista cultural, pero han adoptado estrategias diferentes para caracterizar el tipo de persona que se considera masculina. Se han seguido cuatro enfoques principales que se distinguen fácilmente en cuanto a su lógica, aunque a menudo se combinan en la práctica.
Las definiciones esencialistas usualmente recogen un rasgo que define el núcleo de lo masculino, y le agregan a ello una serie de rasgos de las vidas de los hombres. Freud se sintió atraído por una definición esencialista cuando igualó la masculinidad con la actividad, en contraste a la pasividad femenina -aunque llegó a considerar dicha ecuación como demasiado simplificada. Pareciera que la más curiosa es la idea del sociobiólogo Lionel Tiger de que la verdadera hombría, que subyace en
1 Bloch (1978) delinea este argumento para las clases medias protestantes de Inglaterra y Norteamérica. Laqueur, en 1990, entrega una discusión más vasta en líneas similares sobre visiones del cuerpo.
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el compromiso masculino y en la guerra, aflora ante "fenómenos duros y difíciles".2 Muchos fans del rock metálico pesado estarían de acuerdo con esto.
La debilidad del enfoque esencialista es obvia: la elección de la esencia es bastante arbitraria. Nada obliga a diferentes esencialistas a estar de acuerdo, y de hecho a menudo no lo están. Las demandas acerca de una base universal de la masculinidad nos dicen más acerca del ethos de quien efectúa tal demanda, que acerca de cualquiera otra cosa.
La ciencia social positivista, cuyo ethos da énfasis al hallazgo de los hechos, entrega una definición simple de la masculinidad: lo que los hombres realmente son. Esta definición es la base lógica de las escalas de masculinidad/femineidad (M/F) en psicología, cuyos ítemes se validan al mostrar que ellos diferencian estadísticamente entre grupos de hombres y mujeres. Es también la base de esas discusiones etnográficas sobre masculinidad que describen el patrón de vida de los hombres en una cultura dada, y lo que resulte lo denominan modelo de masculinidad.3
Aquí surgen tres dificultades. Primero, tal como la epistemología moderna lo reconoce, no hay ninguna descripción sin un punto de vista. Las descripciones aparentemente neutrales en las cuales se apoyan las definiciones, están subterráneamente apoyadas en asunciones sobre el género. Resulta demasiado obvio, que para comenzar a confeccionar una escala M/F se debe tener alguna idea de lo que se cuenta o lista cuando se elaboran los ítemes.
Segundo, confeccionar una lista de lo que hacen hombres y mujeres, requiere que esa gente ya esté ordenada en las categorías hombres y mujeres. Esto, como Suzanne Kessler y Wendy McKenna mostraron en su estudio etnometodólogico clásico de investigación de género, es inevitablemente un proceso de atribución social en el que se usan las tipologías de género de sentido común. El procedimiento positivista descansa así en las propias tipificaciones que supuestamente están en investigación en la pesquisa de género.
2 Tiger, 1969:211. Tiger continúa sugiriendo que la guerra puede ser parte de la "estética masculina", tal como conducir un automóvil a alta velocidad... Este pasaje merece una lectura; tal como Iron John, de Bly, un ejemplo notable sobre el pensamiento atontado que la cuestión de la masculinidad parece provocar, en este caso condimentado por lo que C. Wright Mills una vez denominó "el realismo alocado".
3 La lógica profundamente confusa de las escalas M/F fue desnudada en el ensayo clásico de Constantinople, 1973. El positivismo etnográfico sobre la masculinidad llega al nadir en Gilmore, 1990, quien oscila entre la teoría normativa y la práctica positivista.
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Tercero, definir la masculinidad como lo que-los-hombres-empíricamente-son, es tener en mente el uso por el cual llamamos a algunas mujeres masculinas y a algunos hombres femeninos, o a algunas acciones o actitudes masculinas o femeninas, sin considerar a quienes las realizan. Este no es un uso trivial de los términos. Es crucial, por ejemplo, para el pensamiento psicoanalítico sobre las contradicciones dentro de la personalidad.
Sin duda, este uso es fundamental para el análisis del género. Si hablamos sólo de diferencias entre los hombres y las mujeres como grupo, no requeriríamos en absoluto los términos masculino y femenino. Podríamos hablar sólo de hombres y mujeres, o varón y hembra. Los términos masculino y femenino apuntan más allá de las diferencias de sexo sobre cómo los hombres difieren entre ellos, y las mujeres entre ellas, en materia de género.4
Las definiciones normativas reconocen estas diferencias y ofrecen un modelo la masculinidad es lo que los hombres debieran ser. Esta definición se encuentra a menudo en los estudios sobre medios de comunicación, en discusiones sobre personajes tales como John Wayne, o de géneros cinematográficos como las películas policiales o thriller. La teoría de roles sexuales trata la masculinidad precisamente como una norma social para la conducta de los hombres. En la práctica, los textos sobre rol sexual masculino a menudo mezclan definiciones normativas con definiciones esencialistas, como ocurre en el registro de Robert Brannon sobre "el cianotipo (blueprint) de masculinidad de nuestra cultura": No Sissy Stuff (Nada con asuntos de mujeres), The Big Wheel (Sea el timón principal), The Sturdy Oak (Sea fuerte como un roble) y Give 'em Hell (Mándelos al infierno). (Easthope, 1986; Brannon, 1976)
Las definiciones normativas permiten que diferentes hombres se acerquen en diversos grados a las normas. Pero esto pronto produce paradojas, algunas de las cuales fueron reconocidas en los primeros escritos de la Liberación de los Hombres. Pocos hombres realmente se adecuan al "cianotipo" o despliegan el tipo de rudeza e independencia actuada por Wayne, Bogart o Eastwood. ¿Qué es normativo en relación a una norma que difícilmente alguien cumple? ¿Vamos a decir que la mayoría de hombres es no-masculino? ¿Cómo calificamos la rudeza necesaria para resistir la norma de rudeza, o el heroísmo necesario para expresarse como gay?
4 Kessler y McKenna (1978) desarrollan una discusión importante sobre la "primacía del atributo de género". Para un planteamiento iluminador sobre las mujeres masculinas, ver Devor, 1980.
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Una dificultad más sutil radica en el hecho que una definición puramente normativa no entrega un asidero sobre la masculinidad al nivel de la personalidad. Joseph Pleck señaló correctamente la asunción insostenible de una correspondencia entre rol e identidad. Pienso que esta es la razón por la que muchos teóricos de los roles sexuales a menudo derivan hacia el esencialismo.
Los enfoques semióticos abandonan el nivel de la personalidad y definen la masculinidad mediante un sistema de diferencia simbólica en que se contrastan los lugares masculino y femenino. Masculinidad es, en efecto, definida como no-femineidad.
Este enfoque sigue la fórmula de la lingüística estructural, donde los elementos del discurso son definidos por sus diferencias entre sí. Se ha usado este enfoque extensamente en los análisis culturales feminista y postestructuralista de género, y en el psicoanálisis y los estudios de simbolismo lacanianos. Ello resulta más productivo que un contraste abstracto de masculinidad y femineidad, del tipo encontrado en las escalas M/F. En la oposición semiótica de masculinidad y femineidad, la masculinidad es el término inadvertido, el lugar de autoridad simbólica. El falo es la propiedad significativa y la femineidad es simbólicamente definida por la carencia.
Esta definición de masculinidad ha sido muy efectiva en el análisis cultural. Escapa de la arbitrariedad del esencialismo, y de las paradojas de las definiciones positivistas y normativas. Sin embargo, está limitada en su visión, a menos que se asuma, como lo hacen los teóricos postmodernistas, que ese discurso es todo lo que podemos decir al respecto en el análisis social. Para abarcar la amplia gama de tópicos acerca de la masculinidad, requerimos también de otras formas de expresar las relaciones: lugares con correspondencia de género en la producción y en el consumo, lugares en instituciones y en ambientes naturales, lugares en las luchas sociales y militares.5
Lo que se puede generalizar es el principio de conexión. La idea que un símbolo puede ser entendido sólo dentro de un sistema conectado de símbolos se
5 Un enfoque semiótico estricto en la literatura sobre la masculinidad no es común; este enfoque se encuentra, en la mayoría de los casos, en tratados de género más generales. Sin embargo, Saco (1992) ofrece una defensa muy clara del enfoque, y su potencial se muestra en la colección donde aparece su ensayo, Craig, 1992.
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aplica igualmente bien en otras esferas. Ninguna masculinidad surge, excepto en un sistema de relaciones de género.
En lugar de intentar definir la masculinidad como un objeto (un carácter de tipo natural, una conducta promedio, una norma), necesitamos centrarnos en los procesos y relaciones por medio de los cuales los hombres y mujeres llevan vidas imbuidas en el género. La masculinidad, si se puede definir brevemente, es al mismo tiempo la posición en las relaciones de género, las prácticas por las cuales los hombres y mujeres se comprometen con esa posición de género, y los efectos de estas prácticas en la experiencia corporal, en la personalidad y en la cultura.
El género como una estructura de práctica social
El género es una forma de ordenamiento de la práctica social. En los procesos de género, la vida cotidiana está organizada en torno al escenario reproductivo, definido por las estructuras corporales y por los procesos de reproducción humana. Este escenario incluye el despertar sexual y la relación sexual, el parto y el cuidado del niño, las diferencias y similitudes sexuales corporales.
Yo denomino a esto un "escenario reproductivo" y no una "base biológica" para enfatizar que nos estamos refiriendo a un proceso histórico que involucra el cuerpo, y no a un conjunto fijo de determinantes biológicas. El género es una práctica social que constantemente se refiere a los cuerpos y a lo que los cuerpos hacen, pero no es una práctica social reducida al cuerpo. Sin duda el reduccionismo presenta el reverso exacto de la situación real. El género existe precisamente en la medida que la biología no determina lo social. Marca uno de esos puntos de transición donde el proceso histórico reemplaza la evolución biológica como la forma de cambio. El género es un escándalo, un ultraje, desde el punto de vista del esencialismo. Los sociobiólogos tratan constantemente de abolirlo, probando que los arreglos sociales humanos son un reflejo de imperativos evolutivos.
La práctica social es creadora e inventiva, pero no autónoma. Responde a situaciones particulares y se genera dentro de estructuras definidas de relaciones sociales. Las relaciones de género, las relaciones entre personas y grupos organizados en el escenario reproductivo, forman una de las estructuras principales de todas las sociedades documentadas.
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La práctica que se relaciona con esta estructura, generada al atarse personas y grupos con sus situaciones históricas, no consiste en actos aislados. Las acciones se configuran en unidades mayores, y cuando hablamos de masculinidad y femineidad estamos nombrando configuraciones de prácticas de género.
Configuración es quizás un término demasiado estático. Lo importante es el proceso de configurar prácticas (Jean-Paul Sartre habla en Search for a Method de la "unificación de los medios en acción"). Al adoptar una visión dinámica de la organización de la práctica, llegamos a una comprensión de la masculinidad y de la femineidad como proyectos de género. Estos son procesos de configuración de la práctica a través del tiempo, que transforman sus puntos de partida en las estructuras de género.
Encontramos la configuración genérica de la práctica en cualquier forma que dividamos el mundo social y en cualquiera unidad de análisis que seleccionemos. La más conocida es la vida individual, base de las nociones del sentido común de masculinidad y femineidad. La configuración de la práctica es aquí lo que los psicólogos han llamado tradicionalmente "personalidad" o "carácter".
Tal enfoque es responsable de exagerar la coherencia de la práctica que se puede alcanzar en cualquier lugar. No es sorprendente por lo tanto que el psicoanálisis, que originalmente enfatizaba la contradicción, derivara hacia el concepto de identidad. Los críticos post-estructuralistas de la psicología, tales como Wendy Hollway, han puesto énfasis en el hecho que las identidades de género se fracturan y cambian porque múltiples discursos intersectan cualquier vida individual (Hollway, 1984). Este argumento destaca otro plano: el discurso, la ideología o la cultura. En este caso el género se organiza en prácticas simbólicas que pueden permanecer por más tiempo que la vida individual (la construcción de masculinidades heroicas en la épica; la construcción de disforias de género o las perversiones en la teoría médica).
Por otra parte, la ciencia social ha llegado a reconocer un tercer plano de configuración de género en instituciones tales como el Estado, el lugar de trabajo y la escuela. Muchos hallan difícil de aceptar que las instituciones estén sustantivamente provistas de género, no sólo metafóricamente. Esto es, sin embargo, un punto clave.
El Estado, por ejemplo, es una institución masculina. Decir esto no significa que las personalidades de los ejecutivos varones de algún modo se filtren y dañen la
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institución. Es decir algo mucho más fuerte: que las prácticas organizacionales del Estado están estructuradas en relación al escenario reproductivo. La aplastante mayoría de los cargos de responsabilidad son ejercidos por hombres porque existe una configuración de género en la contratación y promoción, en la división interna del trabajo y en los sistemas de control, en la formulación de políticas, en las rutinas prácticas, y en las maneras de movilizar el placer y el consentimiento (Franzway et al. 1989; Grant y Tancred, 1992).
La estructuración genérica de la práctica no tiene nada que hacer con la reproducción en lo biológico. El nexo con el escenario reproductivo es social. Esto queda claro cuando se lo desafía. Un ejemplo es la lucha reciente dentro del Estado contra los homosexuales en el ejército, es decir, las reglas excluyen a soldados y marineros a causa del género de su opción sexual. En Estados Unidos, donde esta lucha ha sido más severa, los críticos argumentaron en términos de libertades civiles y eficacia militar, señalando que en efecto la opción sexual tiene poco que ver con la capacidad para matar. Los almirantes y generales defendieron el statu quo con una variedad de motivos espúreos. La razón no reconocida era la importancia cultural de una definición particular de masculinidad para mantener la frágil cohesión de las fuerzas armadas modernas.
Desde los trabajos de Juliet Mitchell y Gayle Rubin en los años 70 ha quedado claro que el género es una estructura internamente compleja, en que se superponen varias lógicas diferentes. Este es un hecho de gran importancia para el análisis de las masculinidades. Cualquier masculinidad, como una configuración de la práctica, se ubica simultáneamente en varias estructuras de relación, que pueden estar siguiendo diferentes trayectorias históricas. Por consiguiente, la masculinidad, así como la femineidad, siempre está asociada a contradicciones internas y rupturas históricas.
Requerimos un modelo de la estructura de género con, por lo menos, tres dimensiones, que diferencie relaciones de a) poder, b) producción y c) cathexis (vínculo emocional). Este es un modelo provisorio, pero da un asidero en los asuntos de la masculinidad.6
a) Relaciones de poder. El eje principal del poder en el sistema del género europeo/americano contemporáneo es la subordinación general de las mujeres y la
6 Mitchell, 1971; Rubin, 1975. El modelo de tres partes queda aclarado en Connell, 1987.
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dominación de los hombres -estructura que la Liberación de la Mujer denominó patriarcado. Esta estructura general existe a pesar de muchas reversiones locales (las mujeres jefas de hogar, las profesoras mujeres con estudiantes varones). Persiste a pesar de las resistencias de diversa índole que ahora articula el feminismo y que representan continuas dificultades para el poder patriarcal. Ellas definen un problema de legitimidad que tiene gran importancia para la política de la masculinidad.
b) Relaciones de producción. Las divisiones genéricas del trabajo son conocidas en la forma de asignación de tareas, alcanzando a veces detalles extremadamente finos. Se debe dar igual atención a las consecuencias económicas de la división genérica del trabajo, al dividendo acumulado para los hombres, resultante del reparto desigual de los productos del trabajo social. Esto se discute más a menudo en términos de discriminación salarial, pero se debe considerar también el carácter de género del capital. Una economía capitalista que trabaja mediante una división por género del trabajo, es, necesariamente, un proceso de acumulación de género. De esta forma, no es un accidente estadístico, sino parte de la construcción social de la masculinidad, que sean hombres y no mujeres quienes controlan las principales corporaciones y las grandes fortunas privadas. Poco creíble como suena, la acumulación de la riqueza ha llegado a estar firmemente unida al terreno reproductivo, mediante las relaciones sociales de género.77
c) Cathexis. El deseo sexual es visto como natural tan a menudo, que normalmente se lo excluye de la teoría social. No obstante, cuando consideramos el deseo en términos freudianos, como energía emocional ligada a un objeto, su carácter genérico es claro. Esto es válido tanto para el deseo heterosexual como para el homosexual.
Las prácticas que dan forma y actualizan el deseo son así un aspecto del orden genérico. En este sentido, podemos formular interrogantes políticas acerca de las relaciones involucradas: si ellas son consensuales o coercitivas, si el placer es igualmente dado y recibido. En los análisis feministas de la sexualidad, éstas han llegado a ser agudas preguntas acerca de la conexión de la heterosexualidad con la posición de dominación social de los hombres.8
7 Hunt, 1980. No obstante, la economía política feminista está progresando, y esas notas se basaron en Mies, 1986, Waring, 1988, Armstrong y Armstrong, 1990.
8 Algunos de los mejores escritos acerca de las políticas de heterosexualidad vienen de Canadá: Valverde, 1985, Buchbinder et al, 1987. El enfoque conceptual aquí es desarrollado en Connell y Dowsett, 1992.
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Dado que el género es una manera de estructurar la práctica social en general, no un tipo especial de práctica, está inevitablemente involucrado con otras estructuras sociales. Actualmente es común decir que el género intersecta –mejor dicho, interactúa- con la raza y la clase. Podemos agregar que constantemente interactúa con la nacionalidad o la posición en el orden mundial.
Este hecho también tiene fuertes implicaciones para el análisis de la masculinidad. Por ejemplo, las masculinidades de los hombres blancos se construyen no sólo respecto a mujeres blancas, sino también en relación a hombres negros. Hace más de una década Paul Hoch apuntó en White Hero, Black Beast a la permeabilidad del imaginario racial en los discursos occidentales sobre la masculinidad. Los miedos de los blancos por la violencia de los hombres negros tienen una larga historia en situaciones coloniales y post-coloniales. Los miedos de los negros por el terrorismo de los hombres blancos, fundados en la historia del colonialismo, tienen una base que se prolonga en el control de los hombres blancos de la policía, de las cortes y prisiones en las colonias. Los hombres afroamericanos están masivamente sobre-representados en las prisiones estadounidenses, tal como sucede con los hombres aborígenes en las prisiones australianas.
En forma similar, es imposible comprender el funcionamiento de las masculinidades de la clase trabajadora sin prestar importancia tanto a su clase como a sus políticas de género. Ello está claramente expuesto en obras históricas, tal como Limited Livelihoods de Sonya Rose, sobre la Inglaterra industrial del siglo diecinueve. Se construyó un ideal de virilidad y dignidad de la clase trabajadora como respuesta a las privaciones de clase y a las estrategias paternalistas de gestión, mientras mediante las mismas acciones se definía contra las mujeres trabajadoras. La estrategia del "salario familiar", que deprimió por largo tiempo los salarios de las mujeres en las economías del siglo veinte, surgió de este contexto.9
Para entender el género, entonces, debemos ir constantemente más allá del propio género. Lo mismo se aplica a la inversa. No podemos entender ni la clase, ni la raza o la desigualdad global sin considerar constantemente el género. Las relaciones de género son un componente principal de la estructura social considerada como un
9 Rose, 1992, especialmente el cap. 6.
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todo, y las políticas de género se ubican entre las determinantes principales de nuestro destino colectivo.
Relaciones entre masculinidades: hegemonía, subordinación, complicidad y marginación
Con la creciente aceptación del efecto combinado entre género, raza y clase, ha llegado a ser común reconocer múltiples masculinidades: negro y blanco, clase trabajadora y clase media. Esto es bienvenido, pero arriesga otro tipo de simplificación exagerada. Es fácil, en este marco, pensar que hay una masculinidad negra o una masculinidad de clase trabajadora.
Reconocer más de un tipo de masculinidad es sólo un primer paso. Tenemos que examinar las relaciones entre ellas. Más aún, tenemos que separar el contexto de la clase y la raza y escrutar las relaciones de género que operan dentro de ellas. Hay hombres gay negros y obreros de fábrica afeminados, así como violadores de clase media y travestis burgueses.
Es preciso considerar las relaciones de género entre los hombres para mantener la dinámica del análisis, para prevenir que el reconocimiento de las múltiples masculinidades colapse en una tipología de caracteres, como sucedió con Fromm y la investigación de la Personalidad Autoritaria. La masculinidad hegemónica no es un tipo de carácter fijo, el mismo siempre y en todas partes. Es, más bien, la masculinidad que ocupa la posición hegemónica en un modelo dado de relaciones de género, una posición siempre disputable.
El énfasis en las relaciones también da una ventaja de realismo. Reconocer múltiples masculinidades, sobre todo en una cultura individualista como la de Estados Unidos, conlleva el riesgo de tomarlas por estilos de vida alternativos, una materia de opción del consumidor. Un enfoque relacional hace más fácil reconocer las difíciles compulsiones bajo las cuales se forman las configuraciones de género, la amargura así como el placer en la experiencia de género.
Con estos lineamientos generales vamos a considerar las prácticas y relaciones que construyen los principales patrones de masculinidad imperantes actualmente en occidente.
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Hegemonía
El concepto de hegemonía, derivado del análisis de Antonio Grarnsci de las relaciones de clases, se refiere a la dinámica cultural por la cual un grupo exige y sostiene una posición de liderazgo en la vida social. En cualquier tiempo dado, se exalta culturalmente una forma de masculinidad en lugar de otras. La masculinidad hegemónica se puede definir como la configuración de práctica genérica que encarna la respuesta corrientemente aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, la que garantiza (o se toma para garantizar) la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres.10
Esto no significa que los portadores más visibles de la masculinidad hegemónica sean siempre las personas más poderosas. Ellos pueden ser ejemplares tales como actores de películas, o incluso figuras de fantasía, tales como un personaje del cine. Los poseedores individuales de poder institucional o de gran riqueza pueden estar lejos del modelo hegemónico en sus vidas personales.
No obstante, la hegemonía es probable que se establezca sólo si hay alguna correspondencia entre el ideal cultural y el poder institucional, colectivo si no individual. Así, los niveles más altos del mundo empresarial, militar y gubernamental entregan un despliegue corporativo bastante convincente de masculinidad, todavía muy poco cuestionado por las mujeres feministas o por los hombres disidentes. El recurso exitoso a la autoridad, más que a la violencia directa, es la marca de la hegemonía (aunque la violencia a menudo subyace o sostiene a la autoridad).
Enfatizo que la masculinidad hegemónica encarna una estrategia corrientemente aceptada. Cuando cambien las condiciones de resistencia del patriarcado, estarán corroídas las bases para el dominio de una masculinidad particular. Grupos nuevos pueden cuestionar las viejas soluciones y construir una nueva hegemonía. La dominación de cualquier grupo de hombres puede ser desafiada por las mujeres. Entonces, la hegemonía es una relación históricamente móvil. Su flujo y reflujo constituyen elementos importantes del cuadro sobre la masculinidad que propongo.
10 Yo enfatizaría el carácter dinámico del concepto de hegemonía de Gramsci, que no es la teoría funcionalista de la reproducción cultural a menudo descrita. Gramsci siempre tenía en mente una lucha social por el liderazgo en el cambio social.
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Subordinación
La hegemonía se refiere a la dominación cultural en la sociedad como un todo. Dentro de ese contexto general hay relaciones de género específicas de dominación y subordinación entre grupos de hombres.
El caso más importante en la sociedad europea/americana contemporánea es la dominación de los hombres heterosexuales y la subordinación de los hombres homosexuales. Esto es mucho más que una estigmatización cultural de la homosexualidad o de la identidad gay. Los hombres gay están subordinados a los hombres heterosexuales por un conjunto de prácticas cuasi materiales.
Estas prácticas fueron enumeradas en los primeros textos de la Liberación Gay, tales como la obra de Dennis Altman Homosexual: Oppression and Liberation. Ellas han sido documentadas extensamente en estudios tales como el informe Discrimination and Homosexuality elaborado por el Consejo Anti-Díscriminación del New South Wales, en 1982. No obstante, dichas experiencias son aún materia de vivencia cotidiana para los hombres homosexuales. Ellas incluyen exclusión política y cultural, abuso cultural, violencia legal (encarcelamiento por la legislación imperante sobre sodomía), violencia callejera (que va desde la intimidación al asesinato), discriminación económica y boicots personales.
La opresión ubica las masculinidades homosexuales en la parte más baja de una jerarquía de género entre los hombres. La homosexualidad, en la ideología patriarcal, es la bodega de todo lo que es simbólicamente expelido de la masculinidad hegemónica, con asuntos que oscilan desde un gusto fastidioso por la decoración hasta el placer receptivo anal. Por lo tanto, desde el punto de vista de la masculinidad hegemónica, la homosexualidad se asimila fácilmente a la femineidad. Y por ello –de acuerdo al punto de vista de algunos teóricos homosexuales- la ferocidad de los ataques homofóbicos.
La masculinidad gay es la masculinidad subordinada más evidente, pero no la única. Algunos hombres y muchachos heterosexuales también son expulsados del círculo de legitimidad. El proceso está marcado por un rico vocabulario denigrante: enclenque, pavo, mariquita, cobarde, amanerado, ano acaramelado, bollito de crema, hijito de la mamá, oreja perforada, ganso, floripondio, entre muchos otros. Aquí también resulta obvia la confusión simbólica con la femineidad.
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Complicidad
Las definiciones normativas de masculinidad, como lo he destacado, enfrentan el problema de que no muchos hombres realmente cumplen dichos modelos normativos. Este punto se relaciona con la masculinidad hegemónica. El número de hombres que rigurosamente practica los patrones hegemónicos en su totalidad, pareciera ser bastante reducido. No obstante, la mayoría de los varones gana por hegemonía, ya que ésta se beneficia con el dividendo patriarcal, aquella ventaja que obtienen los hombres en general de la subordinación de las mujeres.
Como he señalado anteriormente, los registros de masculinidad se han preocupado por los síndromes y tipos, pero no por las cifras. No obstante, al pensar sobre las dinámicas de la sociedad como un todo, las cifras sí importan. La política sexual es política de masas, y el pensamiento estratégico necesita preocuparse por dónde están las mayorías. Si un gran número de hombres tiene alguna conexión con el proyecto hegemónico, pero no encarna la masculinidad hegemónica, requerimos de una manera de teorizar su situación específica.
Esto se puede hacer al reconocer otra relación entre grupos de hombres, la relación de complicidad con el proyecto hegemónico. Las masculinidades construidas en formas que permiten realizar el dividendo patriarcal, sin las tensiones o riesgos de ser la primera línea del patriarcado, son cómplices en este sentido.
Es tentador tratarlos simplemente como versiones pusilánimes de la masculinidad hegemónica –la diferencia que se observa entre los hombres que avivan los encuentros de fútbol en su televisor y aquéllos que salen al barro y se atacan entre sí. Pero, a menudo existe algo más cuidadosamente elaborado que eso. El matrimonio, la paternidad y la vida comunitaria, con frecuencia involucran importantes compromisos con mujeres, más que dominación descarnada o un despliegue brutal de autoridad.11 La gran mayoría de los hombres que obtiene el dividendo patriarcal también respeta a sus esposas y madres, y nunca son violentos con las mujeres; ellos hacen su parte en los quehaceres domésticos, traen al hogar el sustento familiar, y pueden convencerse fácilmente de que las feministas deben ser extremistas que queman sus sostenes.
11 Ver, por ejemplo, las familias blancas de Estados Unidos descritas por Rubin, 1976.
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Marginación
La hegemonía, la subordinación y la complicidad, como acabamos de definirlas, son relaciones internas al orden de género. La interrelación del género con otras estructuras, tales como la clase y la raza, crea relaciones más amplias entre las masculinidades.
Las relaciones de raza pueden también convertirse en una parte integral de la dinámica entre las masculinidades. En un contexto de supremacía blanca, las masculinidades negras juegan roles simbólicos para la construcción blanca de género. Por ejemplo, las estrellas negras deportivas llegan a ser ejemplares de rudeza masculina, mientras la figura de fantasía de los violadores negros desempeña un rol importante en la política sexual entre los blancos, un papel muy explotado por los políticos de derecha en Estados Unidos. Contrariamente, la masculinidad hegemónica entre los blancos sostiene la opresión institucional y el terror físico que ha enmarcado la conformación de las masculinidades en las comunidades negras.
Las elaboraciones de Robert Staples sobre el colonialismo interno en Black Masculinity muestran al mismo tiempo el efecto de las relaciones de clase y raza. Tal como él argumenta, el nivel de violencia entre los hombres negros en Estados Unidos sólo puede ser entendido mediante la cambiante posición de la fuerza de trabajo negra en el capitalismo americano y por los medios violentos utilizados para controlarla. El desempleo masivo y la pobreza urbana interactúan poderosamente hoy día con el racismo institucional en la conformación de la masculinidad negra. 1212
Aunque el término "marginación" no es el ideal, no puedo utilizar uno mejor para referirme a las relaciones entre las masculinidades en las clases dominante y subordinada o en los grupos étnicos. La marginación es siempre relativa a una autorización de la masculinidad hegemónica del grupo dominante. Así, en Estados Unidos, algunos atletas negros pueden ser ejemplares para la masculinidad hegemónica. Pero la fama y la riqueza de estrellas individuales no tiene un efecto de chorreo y no brinda autoridad social a los hombres negros en general.
12 Staples, 1982. La literatura más reciente en Estados Unidos sobre la masculinidad negra, por ejemplo, Majors y Gordon, 1994, se ha retirado de un modo preocupante del análisis estructural de Staples hacia la teoría del rol sexual; favoreciendo -no sorprendentemente- la estrategia política de programas de consejería para resocializar a la juventud negra.
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La relación de marginación y autorización puede existir también entre masculinidades subordinadas. Un ejemplo destacado es el arresto y declaración de culpabilidad de Oscar Wilde, uno de los primeros hombres atrapados en la red de la legislación antihomosexual moderna. Se detuvo a Wilde a causa de sus conexiones con jóvenes homosexuales de clase trabajadora, una práctica no cuestionada hasta que su batalla legal con el adinerado aristócrata Marqués de Queensberry, lo hizo vulnerable (Ellmann, 1987).
Estos dos tipos de relación -hegemonía, dominación/subordinación y complicidad por un lado, y marginación/autorización, por otro lado- entregan un marco en el cual podemos analizar masculinidades específicas. Yo pongo énfasis en que términos tales como la "masculinidad hegemónica" y "las masculinidades marginadas", denominan no tipos de carácter fijos sino configuraciones de práctica generadas en situaciones particulares, en una estructura cambiante de relaciones. Cualquier teoría de la masculinidad que tenga valor debe dar cuenta de este proceso de cambio.
Dinámicas históricas, violencia y tendencias de la crisis
Reconocer al género como un patrón social nos exige verlo como un producto de la historia y también como un productor de historia. Anteriormente definí la práctica de género como dirigida hacia lo formativo, como constituyendo realidad, y ello es crucial en la idea de que la realidad social es dinámica en el tiempo. Habitualmente pensamos en lo social como menos real que lo biológico, lo que cambia como menos real que lo que permanece. Pero hay una realidad colosal para la historia. Es precisamente la modalidad de la vida humana lo que nos define como humanos. Ninguna otra especie produce y vive en la historia, reemplazando la evolución orgánica con determinantes del cambio radicalmente nuevas.
Reconocer la masculinidad y la femineidad como históricas, no es sugerir que ellas sean débiles o triviales. Es colocarlas firmemente en el mundo de la acción social. Y ello sugiere una serie de preguntas sobre su historicidad.
Las estructuras de relaciones de género se forman y transforman en el tiempo. Ha sido común en la escritura histórica ver este cambio como venido desde fuera del género -muy a menudo, desde la tecnología o de las dinámicas de clase. Pero se genera cambio también desde dentro de las relaciones de género. La dinámica es tan antigua como las relaciones de género. No obstante, ha llegado a estar más
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claramente definida en los últimos dos siglos con el surgimiento de una política pública de género y sexualidad.
Con el movimiento sufragista de mujeres y el primitivo movimiento homófilo, se hizo visible el conflicto de intereses basado en las relaciones de género. Los intereses se forman en toda estructura de desigualdad, lo cual necesariamente define grupos que ganarán y perderán diferentemente por sostener o por cambiar la estructura. Un sistema de género donde los hombres dominan a las mujeres no puede dejar de constituir a los hombres como un grupo interesado en la conservación, y a las mujeres como un grupo interesado en el cambio. Este es un hecho estructural, independiente de si los hombres como individuos, aman u odian a las mujeres, o creen en la igualdad o en el servilismo, e independientemente de si las mujeres persiguen actualmente el cambio.
Hablar de un dividendo patriarcal es relevar exactamente esta pregunta de interés crucial. Los hombres obtienen un dividendo del patriarcado en términos de honor, prestigio y del derecho a mandar. También ganan un dividendo material, como se mostró anteriormente. Es mucho más probable que los hombres controlen una mayor cantidad de capital como jefes ejecutivos de una gran corporación, o como dueños directos. Es más factible que los hombres tengan el poder del Estado. Así por ejemplo, los hombres tienen diez veces más probabilidad que las mujeres de tener cargos como miembros del parlamento (promedio considerando todos los países del mundo). 13
Dado estos hechos, la guerra de los sexos no es una broma. Las luchas sociales son resultado de grandes inequidades. De esta forma, las políticas de masculinidad no se pueden preocupar sólo de interrogantes sobre la vida personal y la identidad. Deben preocuparse también de asuntos de justicia social.
Una estructura de desigualdad a esta escala, que involucra un despojo masivo de recursos sociales, es difícil imaginaria sin violencia. El género dominante es, abrumadoramente, el que sostiene y usa los medios de violencia. Los hombres están armados muchísimo más a menudo que las mujeres. Incluso, bajo muchos regímenes de género se ha prohibido a las mujeres portar o usar armas (una regla que se aplica
13 Para modelos de riqueza, ver el estudio de millonarios de Estados Unidos de la revista Forbes, 19 de octubre de 1992. Acerca de los parlamentos, ver el estudio de 1993 por la Unión Inter- Parlamentaria publicado en San Francisco Chronicl, del 12 de septiembre de 1993,y el Programade Desarrollo de las Naciones Unidas 1992:145.
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igual, sorprendentemente aún dentro de los ejércitos). Definiciones patriarcales de femineidad (dependencia, temor) sumadas a un desarme cultural, que puede ser realmente tan efectivo como el de tipo físico. Frecuentemente, en casos de violencia doméstica se revela que las mujeres golpeadas son físicamente capaces de cuidarse a sí mismas, pero que han aceptado las definiciones que los abusadores entregan sobre ellas como seres incompetentes y desvalidos. 14
Dos patrones de violencia se derivan de esta situación. Primero, muchos miembros del grupo privilegiado usan la violencia para sostener su dominación. La intimidación a las mujeres se produce desde el silbido de admiración en la calle, al acoso en la oficina, a la violación y al ataque doméstico, llegando hasta el asesinato por el dueño patriarcal de la mujer, como en algunos casos de maridos separados. Los ataques físicos se acompañan normalmente de abuso verbal. La mayoría de los hombres no ataca o acosa a las mujeres; pero los que lo hacen, difícilmente piensan que ellos son desquiciados. Muy por el contrario, en general sienten que están completamente justificados, que están ejerciendo un derecho. Se sienten autorizados por una ideología de supremacía.
Segundo, la violencia llega a ser importante en la política de género entre los hombres. La mayoría de los episodios de violencia mayor (considerando los combates militares, homicidios y asaltos armados) son transacciones entre hombres. Se usa el terror como un medio de establecer las fronteras y de hacer exclusiones, por ejemplo, en la violencia heterosexual contra hombres homosexuales. La violencia puede llegar a ser una manera de exigir o afirmar la masculinidad en luchas de grupo. Este es un proceso explosivo cuando un grupo oprimido logra los medios de violencia –como se testifica en los niveles de violencia entre los hombres negros, contemporáneamente, en Sudáfrica y en Estados Unidos. La violencia de las bandas juveniles en ciertos sectores de las ciudades es un ejemplo notable de la afirmación de masculinidades marginadas contra otros hombres, que continúa con la afirmación de la masculinidad en la violencia sexual contra las mujeres.15
La violencia forma parte de un sistema de dominación, pero es al mismo tiempo una medida de su imperfección. Una jerarquía completamente legítima tendría menos necesidad de intimidar. La escala de violencia contemporánea apunta a las
14 Esta discusión se extrae de Russell, 1982, Connell, 1985, Ptacek, 1988, Smith, 1989.
15 Messerschmidt, 1992:105-17.
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tendencias de crisis (utilizando un término de Jürgen Habermas) en el orden de género moderno.
El concepto de tendencias de crisis requiere ser distinguido del sentido coloquial en que las personas hablan de una crisis de la masculinidad. Por el hecho de ser un término teórico crisis presupone un sistema coherente de algún tipo, el cual se destruye o se restaura como resultado de la crisis. La masculinidad, como la discusión hasta ahora lo ha mostrado, no es un sistema en ese sentido. Es, más bien, una configuración de práctica dentro de un sistema de relaciones de género. No podemos hablar lógicamente de la crisis de una configuración; más bien podemos hablar de su ruptura o de su transformación. Podemos, sin embargo, hablar de la crisis de un orden de género como un todo, y de su tendencia hacia la crisis.16
Tales tendencias de crisis siempre implicarán masculinidades, aunque no necesariamente su ruptura. Las tendencias de crisis pueden, por ejemplo, provocar intentos de restaurar una masculinidad dominante.17
Para entender la elaboración de masculinidades contemporáneas, entonces, necesitamos trazar las tendencias de crisis del orden de género. ¡Esta no es una tarea liviana! Pero es posible encontrar una salida, usando como marco las tres estructuras de relaciones de género definidas anteriormente.
Las relaciones de poder muestran las evidencias más visibles de las tendencias de crisis: un histórico colapso de la legitimidad del poder patriarcal, y un movimiento global por la emancipación de las mujeres. Esto es alimentado por una contradicción subyacente entre la desigualdad de mujeres y hombres, por un lado, y por las lógicas universalizantes de las estructuras del Estado moderno y de las relaciones del merca-do, por otro.
La incapacidad de las instituciones de la sociedad civil, particularmente la familia, para resolver esta tensión provoca una acción estatal amplia, pero incoherente (desde la legislación de la familia a la política de población) la cual por sí misma se convierte en foco de la turbulencia política. Las masculinidades se vuelven a configurar alrededor de esta tendencia de crisis, mediante el conflicto por las estrategias de
16 Para el concepto general de tendencias de crisis, ver Habermas, 1976, O'Connor, 1987; por su relevancia para el género, Connell, 1987:158-63.
17 Ver Kimmel, 1987; Theweleit, 1987; Gibson, 1994.
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legitimación, y a través de respuestas divergentes de los hombres hacia el feminismo. Mientras la tensión lleva a unos hombres a los cultos de la masculinidad, conduce a otros a apoyar las reformas feministas. 18
Las relaciones de producción han sido también el escenario de cambios institucionales masivos. Los más notables son el vasto crecimiento en la posguerra del empleo de mujeres casadas en los países ricos, y la mayor incorporación aún de la mano de obra femenina en la economía monetaria en los países pobres.
Existe una contradicción básica entre la igual contribución a la producción de hombres y mujeres y la apropiación de género del trabajo social. El control patriarcal de la riqueza se sostiene por mecanismos de la herencia, los cuales, sin embargo, incorporan a algunas mujeres como propietarias. La turbulencia de este proceso de acumulación genérica crea una serie de tensiones y desigualdades en las oportunidades de los hombres para beneficiarse de él. Algunos, por ejemplo, están excluidos de sus beneficios debido a la cesantía; otros se aprovechan de sus conexiones con las nuevas tecnologías físicas o sociales.
Las relaciones de cathexis han cambiado visiblemente con la estabilización de la sexualidad de lesbianas y gays, en cuanto alternativa pública dentro del orden heterosexual. Este cambio fue apoyado por la amplia demanda de las mujeres por el placer sexual y por el control sobre sus cuerpos, lo que ha afectado tanto la práctica heterosexual como la homosexual.
El orden patriarcal prohíbe ciertas formas de emoción, afecto y placer que la propia sociedad patriarcal produce. Surgen tensiones en torno a la desigualdad sexual y los derechos de los hombres en el matrimonio, en torno a la prohibición del afecto homosexual (dado que el patriarcado constantemente produce instituciones homosociales) y en tomo a la amenaza al orden social simbolizado por las libertades sexuales.
Este boceto de tendencias de crisis es un apretado resumen sobre un asunto amplio, pero quizás basta para mostrar los cambios en las masculinidades, sobre su verdadera perspectiva. El telón de fondo es mucho más vasto que las imágenes de un rol sexual masculino moderno o de lo que implica la renovación de lo masculino
18 Una respuesta documentada con gran detalle por Kimmel y Mosmiller, 1992.
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profundo. Involucra la economía, el Estado y relaciones globales, así como los hogares y las relaciones personales.
Las profundas transformaciones ocurridas en las relaciones de género en el mundo, producen a su vez cambios ferozmente complejos en las condiciones de la práctica a la que deben adherir tanto hombres como mujeres. Nadie es un espectador inocente en este escenario de cambio. Estamos todos comprometidos en construir un mundo de relaciones de género. Cómo se hace, qué estrategias adoptan grupos diferentes, y con qué efectos son asuntos políticos. Los hombres, tanto como las mujeres, están encadenados a los modelos de género que han heredado. Además, los hombres pueden realizar opciones políticas para un mundo nuevo de relaciones de género. No obstante, esas opciones se realizan siempre en circunstancias sociales concretas, lo cual limita lo que se puede intentar; y los resultados no son fácilmente controlables.
Entender un proceso histórico de esta profundidad y complejidad no es tarea para una teorización a priori. Requiere un estudio concreto; más exactamente, una gama de estudios que puedan iluminar la dinámica más amplia.
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La organización social de la masculinidad
Robert W. Connel∗•
Las principales corrientes de investigación acerca de la masculinidad han fallado en el intento de producir una ciencia coherente respecto a ella. Esto no revela tanto el fracaso de los científicos como la imposibilidad de la tarea. La masculinidad no es un objeto coherente acerca del cual se pueda producir una ciencia generalizadora. No obstante, podemos tener conocimiento coherente acerca de los temas surgidos en esos esfuerzos. Si ampliamos nuestro punto de vista, podemos ver la masculinidad, no como un objeto aislado, sino como un aspecto de una estructura mayor.
Esto exige la consideración de esa estructura y cómo se ubican en ella las masculinidades. La tarea de este trabajo es establecer un marco basado en el análisis contemporáneo de las relaciones de género. Este brindará una manera de distinguir tipos de masculinidad, y una comprensión de las dinámicas de cambio.
Sin embargo, antes debemos aclarar algo. La definición del término básico en discusión nunca ha estado suficientemente clara.
Definiendo la masculinidad
Todas las sociedades cuentan con registros culturales de género, pero no todas tienen el concepto masculinidad. En su uso moderno el término asume que la propia conducta es resultado del tipo de persona que se es. Es decir, una persona no-masculina se comportaría diferentemente: sería pacífica en lugar de violenta, conciliatoria en lugar de dominante, casi incapaz de dar un puntapié a una pelota de fútbol, indiferente en la conquista sexual, y así sucesivamente.
∗ En: Valdes, Teresa y José Olavarría (edc.). Masculinidad/es: poder y crisis, Cap. 2, ISIS-FLACSO:Ediciones de las Mujeres N° 24, pp. 31-48.
• Título original: “The Social Organization of Masculinity” de Masculinities, del mismo autor, University of California Press, Berkeley, 1995. Agradecemos la autorización del autor y de Blackwell Publishers. Traducción de Oriana Jiménez.
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Esta concepción presupone una creencia en las diferencias individuales y en la acción personal. Pero el concepto es también inherentemente relacional. La masculinidad existe sólo en contraste con la femineidad. Una cultura que no trata a las mujeres y hombres como portadores de tipos de carácter polarizados, por lo menos en principio, no tiene un concepto de masculinidad en el sentido de la cultura moderna europea/americana.
La investigación histórica sugiere que aquello fue así en la propia cultura europea antes del siglo dieciocho. Las mujeres fueron ciertamente vistas como diferentes de los hombres, pero en el sentido de seres incompletos o ejemplos inferiores del mismo tipo (por ejemplo, tienen menos facultad de razón). Mujeres y hombres no fueron vistos como portadores de caracteres cualitativamente diferentes; esta concepción también formó parte de la ideología burguesa de las esferas separadas en el siglo diecinueve.1
En cualquier caso, nuestro concepto de masculinidad parece ser un producto histórico bastante reciente, a lo máximo unos cientos de años de antigüedad. Al hablar de masculinidad en sentido absoluto, entonces, estamos haciendo género en una forma culturalmente específica. Se debe tener esto en mente ante cualquiera demanda de haber descubierto verdades transhistóricas acerca de la condición del hombre y de lo masculino.
Las definiciones de masculinidad han aceptado en su mayoría como verdadero nuestro punto de vista cultural, pero han adoptado estrategias diferentes para caracterizar el tipo de persona que se considera masculina. Se han seguido cuatro enfoques principales que se distinguen fácilmente en cuanto a su lógica, aunque a menudo se combinan en la práctica.
Las definiciones esencialistas usualmente recogen un rasgo que define el núcleo de lo masculino, y le agregan a ello una serie de rasgos de las vidas de los hombres. Freud se sintió atraído por una definición esencialista cuando igualó la masculinidad con la actividad, en contraste a la pasividad femenina -aunque llegó a considerar dicha ecuación como demasiado simplificada. Pareciera que la más curiosa es la idea del sociobiólogo Lionel Tiger de que la verdadera hombría, que subyace en
1 Bloch (1978) delinea este argumento para las clases medias protestantes de Inglaterra y Norteamérica. Laqueur, en 1990, entrega una discusión más vasta en líneas similares sobre visiones del cuerpo.
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el compromiso masculino y en la guerra, aflora ante "fenómenos duros y difíciles".2 Muchos fans del rock metálico pesado estarían de acuerdo con esto.
La debilidad del enfoque esencialista es obvia: la elección de la esencia es bastante arbitraria. Nada obliga a diferentes esencialistas a estar de acuerdo, y de hecho a menudo no lo están. Las demandas acerca de una base universal de la masculinidad nos dicen más acerca del ethos de quien efectúa tal demanda, que acerca de cualquiera otra cosa.
La ciencia social positivista, cuyo ethos da énfasis al hallazgo de los hechos, entrega una definición simple de la masculinidad: lo que los hombres realmente son. Esta definición es la base lógica de las escalas de masculinidad/femineidad (M/F) en psicología, cuyos ítemes se validan al mostrar que ellos diferencian estadísticamente entre grupos de hombres y mujeres. Es también la base de esas discusiones etnográficas sobre masculinidad que describen el patrón de vida de los hombres en una cultura dada, y lo que resulte lo denominan modelo de masculinidad.3
Aquí surgen tres dificultades. Primero, tal como la epistemología moderna lo reconoce, no hay ninguna descripción sin un punto de vista. Las descripciones aparentemente neutrales en las cuales se apoyan las definiciones, están subterráneamente apoyadas en asunciones sobre el género. Resulta demasiado obvio, que para comenzar a confeccionar una escala M/F se debe tener alguna idea de lo que se cuenta o lista cuando se elaboran los ítemes.
Segundo, confeccionar una lista de lo que hacen hombres y mujeres, requiere que esa gente ya esté ordenada en las categorías hombres y mujeres. Esto, como Suzanne Kessler y Wendy McKenna mostraron en su estudio etnometodólogico clásico de investigación de género, es inevitablemente un proceso de atribución social en el que se usan las tipologías de género de sentido común. El procedimiento positivista descansa así en las propias tipificaciones que supuestamente están en investigación en la pesquisa de género.
2 Tiger, 1969:211. Tiger continúa sugiriendo que la guerra puede ser parte de la "estética masculina", tal como conducir un automóvil a alta velocidad... Este pasaje merece una lectura; tal como Iron John, de Bly, un ejemplo notable sobre el pensamiento atontado que la cuestión de la masculinidad parece provocar, en este caso condimentado por lo que C. Wright Mills una vez denominó "el realismo alocado".
3 La lógica profundamente confusa de las escalas M/F fue desnudada en el ensayo clásico de Constantinople, 1973. El positivismo etnográfico sobre la masculinidad llega al nadir en Gilmore, 1990, quien oscila entre la teoría normativa y la práctica positivista.
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Tercero, definir la masculinidad como lo que-los-hombres-empíricamente-son, es tener en mente el uso por el cual llamamos a algunas mujeres masculinas y a algunos hombres femeninos, o a algunas acciones o actitudes masculinas o femeninas, sin considerar a quienes las realizan. Este no es un uso trivial de los términos. Es crucial, por ejemplo, para el pensamiento psicoanalítico sobre las contradicciones dentro de la personalidad.
Sin duda, este uso es fundamental para el análisis del género. Si hablamos sólo de diferencias entre los hombres y las mujeres como grupo, no requeriríamos en absoluto los términos masculino y femenino. Podríamos hablar sólo de hombres y mujeres, o varón y hembra. Los términos masculino y femenino apuntan más allá de las diferencias de sexo sobre cómo los hombres difieren entre ellos, y las mujeres entre ellas, en materia de género.4
Las definiciones normativas reconocen estas diferencias y ofrecen un modelo la masculinidad es lo que los hombres debieran ser. Esta definición se encuentra a menudo en los estudios sobre medios de comunicación, en discusiones sobre personajes tales como John Wayne, o de géneros cinematográficos como las películas policiales o thriller. La teoría de roles sexuales trata la masculinidad precisamente como una norma social para la conducta de los hombres. En la práctica, los textos sobre rol sexual masculino a menudo mezclan definiciones normativas con definiciones esencialistas, como ocurre en el registro de Robert Brannon sobre "el cianotipo (blueprint) de masculinidad de nuestra cultura": No Sissy Stuff (Nada con asuntos de mujeres), The Big Wheel (Sea el timón principal), The Sturdy Oak (Sea fuerte como un roble) y Give 'em Hell (Mándelos al infierno). (Easthope, 1986; Brannon, 1976)
Las definiciones normativas permiten que diferentes hombres se acerquen en diversos grados a las normas. Pero esto pronto produce paradojas, algunas de las cuales fueron reconocidas en los primeros escritos de la Liberación de los Hombres. Pocos hombres realmente se adecuan al "cianotipo" o despliegan el tipo de rudeza e independencia actuada por Wayne, Bogart o Eastwood. ¿Qué es normativo en relación a una norma que difícilmente alguien cumple? ¿Vamos a decir que la mayoría de hombres es no-masculino? ¿Cómo calificamos la rudeza necesaria para resistir la norma de rudeza, o el heroísmo necesario para expresarse como gay?
4 Kessler y McKenna (1978) desarrollan una discusión importante sobre la "primacía del atributo de género". Para un planteamiento iluminador sobre las mujeres masculinas, ver Devor, 1980.
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Una dificultad más sutil radica en el hecho que una definición puramente normativa no entrega un asidero sobre la masculinidad al nivel de la personalidad. Joseph Pleck señaló correctamente la asunción insostenible de una correspondencia entre rol e identidad. Pienso que esta es la razón por la que muchos teóricos de los roles sexuales a menudo derivan hacia el esencialismo.
Los enfoques semióticos abandonan el nivel de la personalidad y definen la masculinidad mediante un sistema de diferencia simbólica en que se contrastan los lugares masculino y femenino. Masculinidad es, en efecto, definida como no-femineidad.
Este enfoque sigue la fórmula de la lingüística estructural, donde los elementos del discurso son definidos por sus diferencias entre sí. Se ha usado este enfoque extensamente en los análisis culturales feminista y postestructuralista de género, y en el psicoanálisis y los estudios de simbolismo lacanianos. Ello resulta más productivo que un contraste abstracto de masculinidad y femineidad, del tipo encontrado en las escalas M/F. En la oposición semiótica de masculinidad y femineidad, la masculinidad es el término inadvertido, el lugar de autoridad simbólica. El falo es la propiedad significativa y la femineidad es simbólicamente definida por la carencia.
Esta definición de masculinidad ha sido muy efectiva en el análisis cultural. Escapa de la arbitrariedad del esencialismo, y de las paradojas de las definiciones positivistas y normativas. Sin embargo, está limitada en su visión, a menos que se asuma, como lo hacen los teóricos postmodernistas, que ese discurso es todo lo que podemos decir al respecto en el análisis social. Para abarcar la amplia gama de tópicos acerca de la masculinidad, requerimos también de otras formas de expresar las relaciones: lugares con correspondencia de género en la producción y en el consumo, lugares en instituciones y en ambientes naturales, lugares en las luchas sociales y militares.5
Lo que se puede generalizar es el principio de conexión. La idea que un símbolo puede ser entendido sólo dentro de un sistema conectado de símbolos se
5 Un enfoque semiótico estricto en la literatura sobre la masculinidad no es común; este enfoque se encuentra, en la mayoría de los casos, en tratados de género más generales. Sin embargo, Saco (1992) ofrece una defensa muy clara del enfoque, y su potencial se muestra en la colección donde aparece su ensayo, Craig, 1992.
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aplica igualmente bien en otras esferas. Ninguna masculinidad surge, excepto en un sistema de relaciones de género.
En lugar de intentar definir la masculinidad como un objeto (un carácter de tipo natural, una conducta promedio, una norma), necesitamos centrarnos en los procesos y relaciones por medio de los cuales los hombres y mujeres llevan vidas imbuidas en el género. La masculinidad, si se puede definir brevemente, es al mismo tiempo la posición en las relaciones de género, las prácticas por las cuales los hombres y mujeres se comprometen con esa posición de género, y los efectos de estas prácticas en la experiencia corporal, en la personalidad y en la cultura.
El género como una estructura de práctica social
El género es una forma de ordenamiento de la práctica social. En los procesos de género, la vida cotidiana está organizada en torno al escenario reproductivo, definido por las estructuras corporales y por los procesos de reproducción humana. Este escenario incluye el despertar sexual y la relación sexual, el parto y el cuidado del niño, las diferencias y similitudes sexuales corporales.
Yo denomino a esto un "escenario reproductivo" y no una "base biológica" para enfatizar que nos estamos refiriendo a un proceso histórico que involucra el cuerpo, y no a un conjunto fijo de determinantes biológicas. El género es una práctica social que constantemente se refiere a los cuerpos y a lo que los cuerpos hacen, pero no es una práctica social reducida al cuerpo. Sin duda el reduccionismo presenta el reverso exacto de la situación real. El género existe precisamente en la medida que la biología no determina lo social. Marca uno de esos puntos de transición donde el proceso histórico reemplaza la evolución biológica como la forma de cambio. El género es un escándalo, un ultraje, desde el punto de vista del esencialismo. Los sociobiólogos tratan constantemente de abolirlo, probando que los arreglos sociales humanos son un reflejo de imperativos evolutivos.
La práctica social es creadora e inventiva, pero no autónoma. Responde a situaciones particulares y se genera dentro de estructuras definidas de relaciones sociales. Las relaciones de género, las relaciones entre personas y grupos organizados en el escenario reproductivo, forman una de las estructuras principales de todas las sociedades documentadas.
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La práctica que se relaciona con esta estructura, generada al atarse personas y grupos con sus situaciones históricas, no consiste en actos aislados. Las acciones se configuran en unidades mayores, y cuando hablamos de masculinidad y femineidad estamos nombrando configuraciones de prácticas de género.
Configuración es quizás un término demasiado estático. Lo importante es el proceso de configurar prácticas (Jean-Paul Sartre habla en Search for a Method de la "unificación de los medios en acción"). Al adoptar una visión dinámica de la organización de la práctica, llegamos a una comprensión de la masculinidad y de la femineidad como proyectos de género. Estos son procesos de configuración de la práctica a través del tiempo, que transforman sus puntos de partida en las estructuras de género.
Encontramos la configuración genérica de la práctica en cualquier forma que dividamos el mundo social y en cualquiera unidad de análisis que seleccionemos. La más conocida es la vida individual, base de las nociones del sentido común de masculinidad y femineidad. La configuración de la práctica es aquí lo que los psicólogos han llamado tradicionalmente "personalidad" o "carácter".
Tal enfoque es responsable de exagerar la coherencia de la práctica que se puede alcanzar en cualquier lugar. No es sorprendente por lo tanto que el psicoanálisis, que originalmente enfatizaba la contradicción, derivara hacia el concepto de identidad. Los críticos post-estructuralistas de la psicología, tales como Wendy Hollway, han puesto énfasis en el hecho que las identidades de género se fracturan y cambian porque múltiples discursos intersectan cualquier vida individual (Hollway, 1984). Este argumento destaca otro plano: el discurso, la ideología o la cultura. En este caso el género se organiza en prácticas simbólicas que pueden permanecer por más tiempo que la vida individual (la construcción de masculinidades heroicas en la épica; la construcción de disforias de género o las perversiones en la teoría médica).
Por otra parte, la ciencia social ha llegado a reconocer un tercer plano de configuración de género en instituciones tales como el Estado, el lugar de trabajo y la escuela. Muchos hallan difícil de aceptar que las instituciones estén sustantivamente provistas de género, no sólo metafóricamente. Esto es, sin embargo, un punto clave.
El Estado, por ejemplo, es una institución masculina. Decir esto no significa que las personalidades de los ejecutivos varones de algún modo se filtren y dañen la
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institución. Es decir algo mucho más fuerte: que las prácticas organizacionales del Estado están estructuradas en relación al escenario reproductivo. La aplastante mayoría de los cargos de responsabilidad son ejercidos por hombres porque existe una configuración de género en la contratación y promoción, en la división interna del trabajo y en los sistemas de control, en la formulación de políticas, en las rutinas prácticas, y en las maneras de movilizar el placer y el consentimiento (Franzway et al. 1989; Grant y Tancred, 1992).
La estructuración genérica de la práctica no tiene nada que hacer con la reproducción en lo biológico. El nexo con el escenario reproductivo es social. Esto queda claro cuando se lo desafía. Un ejemplo es la lucha reciente dentro del Estado contra los homosexuales en el ejército, es decir, las reglas excluyen a soldados y marineros a causa del género de su opción sexual. En Estados Unidos, donde esta lucha ha sido más severa, los críticos argumentaron en términos de libertades civiles y eficacia militar, señalando que en efecto la opción sexual tiene poco que ver con la capacidad para matar. Los almirantes y generales defendieron el statu quo con una variedad de motivos espúreos. La razón no reconocida era la importancia cultural de una definición particular de masculinidad para mantener la frágil cohesión de las fuerzas armadas modernas.
Desde los trabajos de Juliet Mitchell y Gayle Rubin en los años 70 ha quedado claro que el género es una estructura internamente compleja, en que se superponen varias lógicas diferentes. Este es un hecho de gran importancia para el análisis de las masculinidades. Cualquier masculinidad, como una configuración de la práctica, se ubica simultáneamente en varias estructuras de relación, que pueden estar siguiendo diferentes trayectorias históricas. Por consiguiente, la masculinidad, así como la femineidad, siempre está asociada a contradicciones internas y rupturas históricas.
Requerimos un modelo de la estructura de género con, por lo menos, tres dimensiones, que diferencie relaciones de a) poder, b) producción y c) cathexis (vínculo emocional). Este es un modelo provisorio, pero da un asidero en los asuntos de la masculinidad.6
a) Relaciones de poder. El eje principal del poder en el sistema del género europeo/americano contemporáneo es la subordinación general de las mujeres y la
6 Mitchell, 1971; Rubin, 1975. El modelo de tres partes queda aclarado en Connell, 1987.
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dominación de los hombres -estructura que la Liberación de la Mujer denominó patriarcado. Esta estructura general existe a pesar de muchas reversiones locales (las mujeres jefas de hogar, las profesoras mujeres con estudiantes varones). Persiste a pesar de las resistencias de diversa índole que ahora articula el feminismo y que representan continuas dificultades para el poder patriarcal. Ellas definen un problema de legitimidad que tiene gran importancia para la política de la masculinidad.
b) Relaciones de producción. Las divisiones genéricas del trabajo son conocidas en la forma de asignación de tareas, alcanzando a veces detalles extremadamente finos. Se debe dar igual atención a las consecuencias económicas de la división genérica del trabajo, al dividendo acumulado para los hombres, resultante del reparto desigual de los productos del trabajo social. Esto se discute más a menudo en términos de discriminación salarial, pero se debe considerar también el carácter de género del capital. Una economía capitalista que trabaja mediante una división por género del trabajo, es, necesariamente, un proceso de acumulación de género. De esta forma, no es un accidente estadístico, sino parte de la construcción social de la masculinidad, que sean hombres y no mujeres quienes controlan las principales corporaciones y las grandes fortunas privadas. Poco creíble como suena, la acumulación de la riqueza ha llegado a estar firmemente unida al terreno reproductivo, mediante las relaciones sociales de género.77
c) Cathexis. El deseo sexual es visto como natural tan a menudo, que normalmente se lo excluye de la teoría social. No obstante, cuando consideramos el deseo en términos freudianos, como energía emocional ligada a un objeto, su carácter genérico es claro. Esto es válido tanto para el deseo heterosexual como para el homosexual.
Las prácticas que dan forma y actualizan el deseo son así un aspecto del orden genérico. En este sentido, podemos formular interrogantes políticas acerca de las relaciones involucradas: si ellas son consensuales o coercitivas, si el placer es igualmente dado y recibido. En los análisis feministas de la sexualidad, éstas han llegado a ser agudas preguntas acerca de la conexión de la heterosexualidad con la posición de dominación social de los hombres.8
7 Hunt, 1980. No obstante, la economía política feminista está progresando, y esas notas se basaron en Mies, 1986, Waring, 1988, Armstrong y Armstrong, 1990.
8 Algunos de los mejores escritos acerca de las políticas de heterosexualidad vienen de Canadá: Valverde, 1985, Buchbinder et al, 1987. El enfoque conceptual aquí es desarrollado en Connell y Dowsett, 1992.
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Dado que el género es una manera de estructurar la práctica social en general, no un tipo especial de práctica, está inevitablemente involucrado con otras estructuras sociales. Actualmente es común decir que el género intersecta –mejor dicho, interactúa- con la raza y la clase. Podemos agregar que constantemente interactúa con la nacionalidad o la posición en el orden mundial.
Este hecho también tiene fuertes implicaciones para el análisis de la masculinidad. Por ejemplo, las masculinidades de los hombres blancos se construyen no sólo respecto a mujeres blancas, sino también en relación a hombres negros. Hace más de una década Paul Hoch apuntó en White Hero, Black Beast a la permeabilidad del imaginario racial en los discursos occidentales sobre la masculinidad. Los miedos de los blancos por la violencia de los hombres negros tienen una larga historia en situaciones coloniales y post-coloniales. Los miedos de los negros por el terrorismo de los hombres blancos, fundados en la historia del colonialismo, tienen una base que se prolonga en el control de los hombres blancos de la policía, de las cortes y prisiones en las colonias. Los hombres afroamericanos están masivamente sobre-representados en las prisiones estadounidenses, tal como sucede con los hombres aborígenes en las prisiones australianas.
En forma similar, es imposible comprender el funcionamiento de las masculinidades de la clase trabajadora sin prestar importancia tanto a su clase como a sus políticas de género. Ello está claramente expuesto en obras históricas, tal como Limited Livelihoods de Sonya Rose, sobre la Inglaterra industrial del siglo diecinueve. Se construyó un ideal de virilidad y dignidad de la clase trabajadora como respuesta a las privaciones de clase y a las estrategias paternalistas de gestión, mientras mediante las mismas acciones se definía contra las mujeres trabajadoras. La estrategia del "salario familiar", que deprimió por largo tiempo los salarios de las mujeres en las economías del siglo veinte, surgió de este contexto.9
Para entender el género, entonces, debemos ir constantemente más allá del propio género. Lo mismo se aplica a la inversa. No podemos entender ni la clase, ni la raza o la desigualdad global sin considerar constantemente el género. Las relaciones de género son un componente principal de la estructura social considerada como un
9 Rose, 1992, especialmente el cap. 6.
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todo, y las políticas de género se ubican entre las determinantes principales de nuestro destino colectivo.
Relaciones entre masculinidades: hegemonía, subordinación, complicidad y marginación
Con la creciente aceptación del efecto combinado entre género, raza y clase, ha llegado a ser común reconocer múltiples masculinidades: negro y blanco, clase trabajadora y clase media. Esto es bienvenido, pero arriesga otro tipo de simplificación exagerada. Es fácil, en este marco, pensar que hay una masculinidad negra o una masculinidad de clase trabajadora.
Reconocer más de un tipo de masculinidad es sólo un primer paso. Tenemos que examinar las relaciones entre ellas. Más aún, tenemos que separar el contexto de la clase y la raza y escrutar las relaciones de género que operan dentro de ellas. Hay hombres gay negros y obreros de fábrica afeminados, así como violadores de clase media y travestis burgueses.
Es preciso considerar las relaciones de género entre los hombres para mantener la dinámica del análisis, para prevenir que el reconocimiento de las múltiples masculinidades colapse en una tipología de caracteres, como sucedió con Fromm y la investigación de la Personalidad Autoritaria. La masculinidad hegemónica no es un tipo de carácter fijo, el mismo siempre y en todas partes. Es, más bien, la masculinidad que ocupa la posición hegemónica en un modelo dado de relaciones de género, una posición siempre disputable.
El énfasis en las relaciones también da una ventaja de realismo. Reconocer múltiples masculinidades, sobre todo en una cultura individualista como la de Estados Unidos, conlleva el riesgo de tomarlas por estilos de vida alternativos, una materia de opción del consumidor. Un enfoque relacional hace más fácil reconocer las difíciles compulsiones bajo las cuales se forman las configuraciones de género, la amargura así como el placer en la experiencia de género.
Con estos lineamientos generales vamos a considerar las prácticas y relaciones que construyen los principales patrones de masculinidad imperantes actualmente en occidente.
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Hegemonía
El concepto de hegemonía, derivado del análisis de Antonio Grarnsci de las relaciones de clases, se refiere a la dinámica cultural por la cual un grupo exige y sostiene una posición de liderazgo en la vida social. En cualquier tiempo dado, se exalta culturalmente una forma de masculinidad en lugar de otras. La masculinidad hegemónica se puede definir como la configuración de práctica genérica que encarna la respuesta corrientemente aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado, la que garantiza (o se toma para garantizar) la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres.10
Esto no significa que los portadores más visibles de la masculinidad hegemónica sean siempre las personas más poderosas. Ellos pueden ser ejemplares tales como actores de películas, o incluso figuras de fantasía, tales como un personaje del cine. Los poseedores individuales de poder institucional o de gran riqueza pueden estar lejos del modelo hegemónico en sus vidas personales.
No obstante, la hegemonía es probable que se establezca sólo si hay alguna correspondencia entre el ideal cultural y el poder institucional, colectivo si no individual. Así, los niveles más altos del mundo empresarial, militar y gubernamental entregan un despliegue corporativo bastante convincente de masculinidad, todavía muy poco cuestionado por las mujeres feministas o por los hombres disidentes. El recurso exitoso a la autoridad, más que a la violencia directa, es la marca de la hegemonía (aunque la violencia a menudo subyace o sostiene a la autoridad).
Enfatizo que la masculinidad hegemónica encarna una estrategia corrientemente aceptada. Cuando cambien las condiciones de resistencia del patriarcado, estarán corroídas las bases para el dominio de una masculinidad particular. Grupos nuevos pueden cuestionar las viejas soluciones y construir una nueva hegemonía. La dominación de cualquier grupo de hombres puede ser desafiada por las mujeres. Entonces, la hegemonía es una relación históricamente móvil. Su flujo y reflujo constituyen elementos importantes del cuadro sobre la masculinidad que propongo.
10 Yo enfatizaría el carácter dinámico del concepto de hegemonía de Gramsci, que no es la teoría funcionalista de la reproducción cultural a menudo descrita. Gramsci siempre tenía en mente una lucha social por el liderazgo en el cambio social.
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Subordinación
La hegemonía se refiere a la dominación cultural en la sociedad como un todo. Dentro de ese contexto general hay relaciones de género específicas de dominación y subordinación entre grupos de hombres.
El caso más importante en la sociedad europea/americana contemporánea es la dominación de los hombres heterosexuales y la subordinación de los hombres homosexuales. Esto es mucho más que una estigmatización cultural de la homosexualidad o de la identidad gay. Los hombres gay están subordinados a los hombres heterosexuales por un conjunto de prácticas cuasi materiales.
Estas prácticas fueron enumeradas en los primeros textos de la Liberación Gay, tales como la obra de Dennis Altman Homosexual: Oppression and Liberation. Ellas han sido documentadas extensamente en estudios tales como el informe Discrimination and Homosexuality elaborado por el Consejo Anti-Díscriminación del New South Wales, en 1982. No obstante, dichas experiencias son aún materia de vivencia cotidiana para los hombres homosexuales. Ellas incluyen exclusión política y cultural, abuso cultural, violencia legal (encarcelamiento por la legislación imperante sobre sodomía), violencia callejera (que va desde la intimidación al asesinato), discriminación económica y boicots personales.
La opresión ubica las masculinidades homosexuales en la parte más baja de una jerarquía de género entre los hombres. La homosexualidad, en la ideología patriarcal, es la bodega de todo lo que es simbólicamente expelido de la masculinidad hegemónica, con asuntos que oscilan desde un gusto fastidioso por la decoración hasta el placer receptivo anal. Por lo tanto, desde el punto de vista de la masculinidad hegemónica, la homosexualidad se asimila fácilmente a la femineidad. Y por ello –de acuerdo al punto de vista de algunos teóricos homosexuales- la ferocidad de los ataques homofóbicos.
La masculinidad gay es la masculinidad subordinada más evidente, pero no la única. Algunos hombres y muchachos heterosexuales también son expulsados del círculo de legitimidad. El proceso está marcado por un rico vocabulario denigrante: enclenque, pavo, mariquita, cobarde, amanerado, ano acaramelado, bollito de crema, hijito de la mamá, oreja perforada, ganso, floripondio, entre muchos otros. Aquí también resulta obvia la confusión simbólica con la femineidad.
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Complicidad
Las definiciones normativas de masculinidad, como lo he destacado, enfrentan el problema de que no muchos hombres realmente cumplen dichos modelos normativos. Este punto se relaciona con la masculinidad hegemónica. El número de hombres que rigurosamente practica los patrones hegemónicos en su totalidad, pareciera ser bastante reducido. No obstante, la mayoría de los varones gana por hegemonía, ya que ésta se beneficia con el dividendo patriarcal, aquella ventaja que obtienen los hombres en general de la subordinación de las mujeres.
Como he señalado anteriormente, los registros de masculinidad se han preocupado por los síndromes y tipos, pero no por las cifras. No obstante, al pensar sobre las dinámicas de la sociedad como un todo, las cifras sí importan. La política sexual es política de masas, y el pensamiento estratégico necesita preocuparse por dónde están las mayorías. Si un gran número de hombres tiene alguna conexión con el proyecto hegemónico, pero no encarna la masculinidad hegemónica, requerimos de una manera de teorizar su situación específica.
Esto se puede hacer al reconocer otra relación entre grupos de hombres, la relación de complicidad con el proyecto hegemónico. Las masculinidades construidas en formas que permiten realizar el dividendo patriarcal, sin las tensiones o riesgos de ser la primera línea del patriarcado, son cómplices en este sentido.
Es tentador tratarlos simplemente como versiones pusilánimes de la masculinidad hegemónica –la diferencia que se observa entre los hombres que avivan los encuentros de fútbol en su televisor y aquéllos que salen al barro y se atacan entre sí. Pero, a menudo existe algo más cuidadosamente elaborado que eso. El matrimonio, la paternidad y la vida comunitaria, con frecuencia involucran importantes compromisos con mujeres, más que dominación descarnada o un despliegue brutal de autoridad.11 La gran mayoría de los hombres que obtiene el dividendo patriarcal también respeta a sus esposas y madres, y nunca son violentos con las mujeres; ellos hacen su parte en los quehaceres domésticos, traen al hogar el sustento familiar, y pueden convencerse fácilmente de que las feministas deben ser extremistas que queman sus sostenes.
11 Ver, por ejemplo, las familias blancas de Estados Unidos descritas por Rubin, 1976.
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Marginación
La hegemonía, la subordinación y la complicidad, como acabamos de definirlas, son relaciones internas al orden de género. La interrelación del género con otras estructuras, tales como la clase y la raza, crea relaciones más amplias entre las masculinidades.
Las relaciones de raza pueden también convertirse en una parte integral de la dinámica entre las masculinidades. En un contexto de supremacía blanca, las masculinidades negras juegan roles simbólicos para la construcción blanca de género. Por ejemplo, las estrellas negras deportivas llegan a ser ejemplares de rudeza masculina, mientras la figura de fantasía de los violadores negros desempeña un rol importante en la política sexual entre los blancos, un papel muy explotado por los políticos de derecha en Estados Unidos. Contrariamente, la masculinidad hegemónica entre los blancos sostiene la opresión institucional y el terror físico que ha enmarcado la conformación de las masculinidades en las comunidades negras.
Las elaboraciones de Robert Staples sobre el colonialismo interno en Black Masculinity muestran al mismo tiempo el efecto de las relaciones de clase y raza. Tal como él argumenta, el nivel de violencia entre los hombres negros en Estados Unidos sólo puede ser entendido mediante la cambiante posición de la fuerza de trabajo negra en el capitalismo americano y por los medios violentos utilizados para controlarla. El desempleo masivo y la pobreza urbana interactúan poderosamente hoy día con el racismo institucional en la conformación de la masculinidad negra. 1212
Aunque el término "marginación" no es el ideal, no puedo utilizar uno mejor para referirme a las relaciones entre las masculinidades en las clases dominante y subordinada o en los grupos étnicos. La marginación es siempre relativa a una autorización de la masculinidad hegemónica del grupo dominante. Así, en Estados Unidos, algunos atletas negros pueden ser ejemplares para la masculinidad hegemónica. Pero la fama y la riqueza de estrellas individuales no tiene un efecto de chorreo y no brinda autoridad social a los hombres negros en general.
12 Staples, 1982. La literatura más reciente en Estados Unidos sobre la masculinidad negra, por ejemplo, Majors y Gordon, 1994, se ha retirado de un modo preocupante del análisis estructural de Staples hacia la teoría del rol sexual; favoreciendo -no sorprendentemente- la estrategia política de programas de consejería para resocializar a la juventud negra.
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La relación de marginación y autorización puede existir también entre masculinidades subordinadas. Un ejemplo destacado es el arresto y declaración de culpabilidad de Oscar Wilde, uno de los primeros hombres atrapados en la red de la legislación antihomosexual moderna. Se detuvo a Wilde a causa de sus conexiones con jóvenes homosexuales de clase trabajadora, una práctica no cuestionada hasta que su batalla legal con el adinerado aristócrata Marqués de Queensberry, lo hizo vulnerable (Ellmann, 1987).
Estos dos tipos de relación -hegemonía, dominación/subordinación y complicidad por un lado, y marginación/autorización, por otro lado- entregan un marco en el cual podemos analizar masculinidades específicas. Yo pongo énfasis en que términos tales como la "masculinidad hegemónica" y "las masculinidades marginadas", denominan no tipos de carácter fijos sino configuraciones de práctica generadas en situaciones particulares, en una estructura cambiante de relaciones. Cualquier teoría de la masculinidad que tenga valor debe dar cuenta de este proceso de cambio.
Dinámicas históricas, violencia y tendencias de la crisis
Reconocer al género como un patrón social nos exige verlo como un producto de la historia y también como un productor de historia. Anteriormente definí la práctica de género como dirigida hacia lo formativo, como constituyendo realidad, y ello es crucial en la idea de que la realidad social es dinámica en el tiempo. Habitualmente pensamos en lo social como menos real que lo biológico, lo que cambia como menos real que lo que permanece. Pero hay una realidad colosal para la historia. Es precisamente la modalidad de la vida humana lo que nos define como humanos. Ninguna otra especie produce y vive en la historia, reemplazando la evolución orgánica con determinantes del cambio radicalmente nuevas.
Reconocer la masculinidad y la femineidad como históricas, no es sugerir que ellas sean débiles o triviales. Es colocarlas firmemente en el mundo de la acción social. Y ello sugiere una serie de preguntas sobre su historicidad.
Las estructuras de relaciones de género se forman y transforman en el tiempo. Ha sido común en la escritura histórica ver este cambio como venido desde fuera del género -muy a menudo, desde la tecnología o de las dinámicas de clase. Pero se genera cambio también desde dentro de las relaciones de género. La dinámica es tan antigua como las relaciones de género. No obstante, ha llegado a estar más
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claramente definida en los últimos dos siglos con el surgimiento de una política pública de género y sexualidad.
Con el movimiento sufragista de mujeres y el primitivo movimiento homófilo, se hizo visible el conflicto de intereses basado en las relaciones de género. Los intereses se forman en toda estructura de desigualdad, lo cual necesariamente define grupos que ganarán y perderán diferentemente por sostener o por cambiar la estructura. Un sistema de género donde los hombres dominan a las mujeres no puede dejar de constituir a los hombres como un grupo interesado en la conservación, y a las mujeres como un grupo interesado en el cambio. Este es un hecho estructural, independiente de si los hombres como individuos, aman u odian a las mujeres, o creen en la igualdad o en el servilismo, e independientemente de si las mujeres persiguen actualmente el cambio.
Hablar de un dividendo patriarcal es relevar exactamente esta pregunta de interés crucial. Los hombres obtienen un dividendo del patriarcado en términos de honor, prestigio y del derecho a mandar. También ganan un dividendo material, como se mostró anteriormente. Es mucho más probable que los hombres controlen una mayor cantidad de capital como jefes ejecutivos de una gran corporación, o como dueños directos. Es más factible que los hombres tengan el poder del Estado. Así por ejemplo, los hombres tienen diez veces más probabilidad que las mujeres de tener cargos como miembros del parlamento (promedio considerando todos los países del mundo). 13
Dado estos hechos, la guerra de los sexos no es una broma. Las luchas sociales son resultado de grandes inequidades. De esta forma, las políticas de masculinidad no se pueden preocupar sólo de interrogantes sobre la vida personal y la identidad. Deben preocuparse también de asuntos de justicia social.
Una estructura de desigualdad a esta escala, que involucra un despojo masivo de recursos sociales, es difícil imaginaria sin violencia. El género dominante es, abrumadoramente, el que sostiene y usa los medios de violencia. Los hombres están armados muchísimo más a menudo que las mujeres. Incluso, bajo muchos regímenes de género se ha prohibido a las mujeres portar o usar armas (una regla que se aplica
13 Para modelos de riqueza, ver el estudio de millonarios de Estados Unidos de la revista Forbes, 19 de octubre de 1992. Acerca de los parlamentos, ver el estudio de 1993 por la Unión Inter- Parlamentaria publicado en San Francisco Chronicl, del 12 de septiembre de 1993,y el Programade Desarrollo de las Naciones Unidas 1992:145.
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igual, sorprendentemente aún dentro de los ejércitos). Definiciones patriarcales de femineidad (dependencia, temor) sumadas a un desarme cultural, que puede ser realmente tan efectivo como el de tipo físico. Frecuentemente, en casos de violencia doméstica se revela que las mujeres golpeadas son físicamente capaces de cuidarse a sí mismas, pero que han aceptado las definiciones que los abusadores entregan sobre ellas como seres incompetentes y desvalidos. 14
Dos patrones de violencia se derivan de esta situación. Primero, muchos miembros del grupo privilegiado usan la violencia para sostener su dominación. La intimidación a las mujeres se produce desde el silbido de admiración en la calle, al acoso en la oficina, a la violación y al ataque doméstico, llegando hasta el asesinato por el dueño patriarcal de la mujer, como en algunos casos de maridos separados. Los ataques físicos se acompañan normalmente de abuso verbal. La mayoría de los hombres no ataca o acosa a las mujeres; pero los que lo hacen, difícilmente piensan que ellos son desquiciados. Muy por el contrario, en general sienten que están completamente justificados, que están ejerciendo un derecho. Se sienten autorizados por una ideología de supremacía.
Segundo, la violencia llega a ser importante en la política de género entre los hombres. La mayoría de los episodios de violencia mayor (considerando los combates militares, homicidios y asaltos armados) son transacciones entre hombres. Se usa el terror como un medio de establecer las fronteras y de hacer exclusiones, por ejemplo, en la violencia heterosexual contra hombres homosexuales. La violencia puede llegar a ser una manera de exigir o afirmar la masculinidad en luchas de grupo. Este es un proceso explosivo cuando un grupo oprimido logra los medios de violencia –como se testifica en los niveles de violencia entre los hombres negros, contemporáneamente, en Sudáfrica y en Estados Unidos. La violencia de las bandas juveniles en ciertos sectores de las ciudades es un ejemplo notable de la afirmación de masculinidades marginadas contra otros hombres, que continúa con la afirmación de la masculinidad en la violencia sexual contra las mujeres.15
La violencia forma parte de un sistema de dominación, pero es al mismo tiempo una medida de su imperfección. Una jerarquía completamente legítima tendría menos necesidad de intimidar. La escala de violencia contemporánea apunta a las
14 Esta discusión se extrae de Russell, 1982, Connell, 1985, Ptacek, 1988, Smith, 1989.
15 Messerschmidt, 1992:105-17.
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tendencias de crisis (utilizando un término de Jürgen Habermas) en el orden de género moderno.
El concepto de tendencias de crisis requiere ser distinguido del sentido coloquial en que las personas hablan de una crisis de la masculinidad. Por el hecho de ser un término teórico crisis presupone un sistema coherente de algún tipo, el cual se destruye o se restaura como resultado de la crisis. La masculinidad, como la discusión hasta ahora lo ha mostrado, no es un sistema en ese sentido. Es, más bien, una configuración de práctica dentro de un sistema de relaciones de género. No podemos hablar lógicamente de la crisis de una configuración; más bien podemos hablar de su ruptura o de su transformación. Podemos, sin embargo, hablar de la crisis de un orden de género como un todo, y de su tendencia hacia la crisis.16
Tales tendencias de crisis siempre implicarán masculinidades, aunque no necesariamente su ruptura. Las tendencias de crisis pueden, por ejemplo, provocar intentos de restaurar una masculinidad dominante.17
Para entender la elaboración de masculinidades contemporáneas, entonces, necesitamos trazar las tendencias de crisis del orden de género. ¡Esta no es una tarea liviana! Pero es posible encontrar una salida, usando como marco las tres estructuras de relaciones de género definidas anteriormente.
Las relaciones de poder muestran las evidencias más visibles de las tendencias de crisis: un histórico colapso de la legitimidad del poder patriarcal, y un movimiento global por la emancipación de las mujeres. Esto es alimentado por una contradicción subyacente entre la desigualdad de mujeres y hombres, por un lado, y por las lógicas universalizantes de las estructuras del Estado moderno y de las relaciones del merca-do, por otro.
La incapacidad de las instituciones de la sociedad civil, particularmente la familia, para resolver esta tensión provoca una acción estatal amplia, pero incoherente (desde la legislación de la familia a la política de población) la cual por sí misma se convierte en foco de la turbulencia política. Las masculinidades se vuelven a configurar alrededor de esta tendencia de crisis, mediante el conflicto por las estrategias de
16 Para el concepto general de tendencias de crisis, ver Habermas, 1976, O'Connor, 1987; por su relevancia para el género, Connell, 1987:158-63.
17 Ver Kimmel, 1987; Theweleit, 1987; Gibson, 1994.
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legitimación, y a través de respuestas divergentes de los hombres hacia el feminismo. Mientras la tensión lleva a unos hombres a los cultos de la masculinidad, conduce a otros a apoyar las reformas feministas. 18
Las relaciones de producción han sido también el escenario de cambios institucionales masivos. Los más notables son el vasto crecimiento en la posguerra del empleo de mujeres casadas en los países ricos, y la mayor incorporación aún de la mano de obra femenina en la economía monetaria en los países pobres.
Existe una contradicción básica entre la igual contribución a la producción de hombres y mujeres y la apropiación de género del trabajo social. El control patriarcal de la riqueza se sostiene por mecanismos de la herencia, los cuales, sin embargo, incorporan a algunas mujeres como propietarias. La turbulencia de este proceso de acumulación genérica crea una serie de tensiones y desigualdades en las oportunidades de los hombres para beneficiarse de él. Algunos, por ejemplo, están excluidos de sus beneficios debido a la cesantía; otros se aprovechan de sus conexiones con las nuevas tecnologías físicas o sociales.
Las relaciones de cathexis han cambiado visiblemente con la estabilización de la sexualidad de lesbianas y gays, en cuanto alternativa pública dentro del orden heterosexual. Este cambio fue apoyado por la amplia demanda de las mujeres por el placer sexual y por el control sobre sus cuerpos, lo que ha afectado tanto la práctica heterosexual como la homosexual.
El orden patriarcal prohíbe ciertas formas de emoción, afecto y placer que la propia sociedad patriarcal produce. Surgen tensiones en torno a la desigualdad sexual y los derechos de los hombres en el matrimonio, en torno a la prohibición del afecto homosexual (dado que el patriarcado constantemente produce instituciones homosociales) y en tomo a la amenaza al orden social simbolizado por las libertades sexuales.
Este boceto de tendencias de crisis es un apretado resumen sobre un asunto amplio, pero quizás basta para mostrar los cambios en las masculinidades, sobre su verdadera perspectiva. El telón de fondo es mucho más vasto que las imágenes de un rol sexual masculino moderno o de lo que implica la renovación de lo masculino
18 Una respuesta documentada con gran detalle por Kimmel y Mosmiller, 1992.
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profundo. Involucra la economía, el Estado y relaciones globales, así como los hogares y las relaciones personales.
Las profundas transformaciones ocurridas en las relaciones de género en el mundo, producen a su vez cambios ferozmente complejos en las condiciones de la práctica a la que deben adherir tanto hombres como mujeres. Nadie es un espectador inocente en este escenario de cambio. Estamos todos comprometidos en construir un mundo de relaciones de género. Cómo se hace, qué estrategias adoptan grupos diferentes, y con qué efectos son asuntos políticos. Los hombres, tanto como las mujeres, están encadenados a los modelos de género que han heredado. Además, los hombres pueden realizar opciones políticas para un mundo nuevo de relaciones de género. No obstante, esas opciones se realizan siempre en circunstancias sociales concretas, lo cual limita lo que se puede intentar; y los resultados no son fácilmente controlables.
Entender un proceso histórico de esta profundidad y complejidad no es tarea para una teorización a priori. Requiere un estudio concreto; más exactamente, una gama de estudios que puedan iluminar la dinámica más amplia.
Referencias
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