Un espacio para la re-flexión y re-construccion del rol masculino.

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PRESENTACION INSTITUCIONAL

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domingo, 27 de enero de 2008

LA MASCULINIDAD EN CONSTRUCCION: UN ANALISIS DE GENERO


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SANTIAGO (108) 2005
Universidad de Oriente. Santiago de Cuba, CUBA.
Damiana Perera Calzadilla
Susel A. Domínguez Almaguer
La masculinidad en
construcción. Un análisis
de género
El siglo XX fue el siglo de la revolución femenina. En esta centuria
la mujer, junto a la tecnología, se convirtió en el motor decisivo de
la vertiginosa transformación que sufrió el mundo. Estas transformaciones
ocurrieron en el ámbito de las fuerzas productivas y
provocaron cambios cualitativos en el desempeño social de las
mujeres. Su lucha fue y es todavía, dura, prolongada y llena de
dificultades pero, también, repleta de satisfacciones y avances,
tanto personales como sociales. Impresiona comparar la situación
de las mujeres hace apenas cien años con la que disfrutan ahora.
El proceso de liberación de la mujer ha removido los cimientos de
toda nuestra sociedad. Hemos tenido que cambiar nuestros pensamientos,
valores y hábitos, desde el trabajo hasta nuestro propio
hogar. Visto desde ahora, el camino recorrido ha sido enorme.
Históricamente la sociedad asignó a la mujer un papel desigual con
respecto al hombre, la cultura patriarcal le confinó una dependencia
marcada fundamentalmente por lo económico, al hombre
correspondía el deber de ser proveedor y sustento, mientras que
ellas tenían la responsabilidad de la reproducción social, la
procreación y el cuidado de los hijos.
Significativos resultan los avances alcanzados por las mujeres,
luego de siglos de subordinación que las ubicaban ante una
desventajosa posición con respecto a los varones. La conquista del
espacio público por las féminas se convirtió en cotidiano, haciendo
necesario una redistribución de tareas, tanto para hembras, como
para varones.
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SANTIAGO (108) 2005
Para la mujer, llegar a disfrutar de los mismos derechos que los
hombres se constituyó en una meta, lo que determinó el punto de
viraje de toda la historia, asociada a la cultura patriarcal, que las
sentenciaba al poder de los afectos en función de los otros y
limitaba su inteligencia para el desempeño de otras actividades
desarrolladoras de su personalidad.
Asociado a esto, podemos decir que, la transmisión de valores a
través de la cultura, la religión, las costumbres y las normas
asociadas a los roles que deben asumir y desempeñar los diferentes
sexos, está condicionada por la forma peculiar en la que los
diferentes grupos sociales, fundamentalmente la familia, han ido
construyendo los modelos de feminidad y masculinidad.
Estos modelos son elaborados por la sociedad y se trasmiten de
generación en generación, para formar parte de un proceso de
socialización que significa los patrones que norman el ser hombre
o mujer.
Como proceso, la socialización se realiza desde que el individuo
nace y trascurre a lo largo de toda su vida y se refiere, específicamente,
al “proceso de interiorización de las normas, valores
sociales y a la apropiación de toda la experiencia social que se da
en el individuo, proporcionándole la posibilidad de integrarse a la
vida social y establecer los vínculos sociales necesarios para ello”
(Norma Vasallo). Es un proceso que se realiza en dos direcciones,
por un lado se ubica toda la influencia social que recibe el individuo
durante su desarrollo y por el otro, la codificación y decodificación
que este realiza de toda esa influencia, es decir el individuo se
manifiesta como objeto y como sujeto de las relaciones sociales.
La socialización ocurre entonces en el marco de diferentes grupos
sociales, entre los que se encuentran la familia, la escuela, el grupo
de amigos, etc. En el caso de la familia podríamos decir que esta
se ubica en el centro de este proceso, por la influencia especial que
ejerce desde el propio nacimiento de la niña o el niño, la socialización
en la familia adquiere valor a través de todas las acciones que
ponen en una situación relacional a padres e hijos, en este sentido
el individuo va recibiendo un conjunto de signos sociales a partir de
las representaciones de su ámbito familiar y va registrando una
serie de símbolos que le permiten ir adquiriendo su identidad, de
esta forma el individuo aprende si es niño o niña y logra identificar
las diferencias que existen entre el ser mujer o el ser hombre.
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SANTIAGO (108) 2005
Universidad de Oriente. Santiago de Cuba, CUBA.
Este aprendizaje de roles femenino y masculino ha transcurrido en
los marcos de la subordinación, donde lo femenino ha estado
siempre supeditado a lo masculino. El contexto familiar se ha
encargado de reforzar las diferencias entre los sexos al distribuir
tareas y actividades diferentes a niños y niñas, los primeros están
destinados a realizar actividades que requieren fortaleza física y un
dominio del medio exterior, mientras que las niñas ocupan el lugar
privilegiado en aquellas en las que deben servir y atender a los
otros, para poder poner en práctica toda su sensibilidad y delicadeza.
Evidentemente las asignaciones tradicionales han trascendido
nuestros días y perduran aún, a pesar de los cambios que se han
operado en el terreno femenino. La familia se ha mantenido como
portadora y trasmisora de la tradición patriarcal, generando conflictos
y malestares como consecuencia de sus limitaciones para
redimensionar los desempeños de cada rol.
Sin embargo las auto-concepciones de hombres y mujeres en
masculinidad y feminidad comienzan a mostrar cambios socioculturales
significativos con expresión en el desempeño de los roles,
principalmente en las relaciones de pareja y familiares, la nueva
distribución nos muestra un escenario en el que los primeros han
ganado un espacio diferente en el ámbito privado, al asumir con
un mayor protagonismo el rol de padres y cuidadores. La creciente
participación de la mujer en todas las áreas de la vida social, su
progresiva preparación profesional, su mayor accesibilidad a
puestos laborales diversos, incluyendo los de poder y decisión y su
incuestionable aporte al ingreso familiar, han sido en el caso
femenino algunos de los más significativos.
Pero se hace muy difícil cambiar, cuando las generaciones precedentes
influyen decisivamente en la trasmisión de valores y normas
de comportamiento estereotipados que refuerzan los de la familia
patriarcal. No puede negarse que todavía persiste la sobrecarga
femenina, determinada por los prejuicios relacionados con la
educación y crianza de los hijos y las tareas del hogar y en relación
con ello las exigencias de proveedor recaen todavía sobre los
hombres.
Ante estos cambios culturales se ha hecho evidente una reconceptualización
por ambos roles de una serie de significados simbólicos
acerca del ser mujer y el ser hombre en función de limar ciertas
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desigualdades que limitan el crecimiento desarrollador en ambos
casos. Las féminas han tenido y tienen al patrón masculino como
modelo a alcanzar, pero ¿qué ha pasado con los varones?
La masculinidad muchas veces silenciada también ha sufrido los
efectos negativos de la cultura patriarcal que, como ya explicamos,
puso sobre sus hombros la responsabilidad del control y el poder,
y los limitó en la expresión de sus afectos, como resultado de una
representación desacertada del ser hombre.
Por regla general, el hombre ha sido un sujeto pasivo de este
proceso, ha observado los grandes cambios que se han ido
produciendo y ha intentado asumirlos lo mejor que ha podido. La
mayoría de las veces no lo ha logrado, o lo ha hecho a medias, o
demasiado tarde.
Ante los cambios femeninos, los hombres se han visto frente a una
nueva dificultad, en este caso sin un modelo claro a seguir que les
indique cómo desempeñarse eficazmente, en un rol que les exige
prácticas en las que no han sido entrenados.
La falta de claridad en la nueva concepción de la masculinidad
conduce a marcadas limitaciones en el proceso de socialización de
los niños varones. Padres y madres continúan trasmitiendo enseñanzas
tradicionales que limitan la expresión espontánea de emociones
y sentimientos y refuerzan características asociadas a la
fortaleza física y el control económico. Frases tales como: “los
hombres no lloran...”, “los varones andan solos...”, “los niños
deben cuidar y proteger a las niñas...”; resultan cotidianas en los
hogares cubanos, donde incluso las madres, impiden que sus hijos
varones colaboren en tareas domésticas, incluyendo aquellas que
tienen que ver con su validísmo personal.
Durante el proceso de socialización de la masculinidad, que implica
la formación de una identidad genérica, caracterizada por un
conjunto de valores personales y sociales que posibiliten la inserción
de los varones en los diferentes grupos, no se observan
cambios que faciliten la formación de un hombre mejor preparado
para enfrentar las exigencias de un medio que cada vez le es más
adverso y generador de malestares.
La separación física y emocional entre padre e hijo, dificulta el
aprendizaje del significado de la masculinidad. En la bibliografía se
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SANTIAGO (108) 2005
Universidad de Oriente. Santiago de Cuba, CUBA.
plantea que en la sociedad actual, son evidentes tres métodos de
aprendizaje de la masculinidad (Michel Kimmel).
En un primer plano encontramos que, los niños suelen ilustrarse
acerca de la masculinidad mediante los medios de comunicación,
donde los patrones de masculinidad exhibidos son de galanes,
deportistas, o de hombres agresivos y muy violentos.
Otra fuente importante de transmisión del modelo masculino es
el grupo de amigos. Los niños, pasan mucho más tiempo con otros
niños de su edad que con hombres adultos. En estos grupos
siempre resulta vencedor el más agresivo y violento, el que más
afronta la autoridad. Y es él quien termina dando el ejemplo de una
masculinidad "triunfante".
La tercera forma en que los niños y los jóvenes se instruyen acerca
de la masculinidad es por reacción. Al estar rodeado principalmente
de mujeres, el niño llega a interpretar lo "masculino" como "no
femenino". Los riesgos particulares en esta forma de aprendizaje
son la muy limitada gama de conductas que llegan a ser aceptadas
como "masculinas" y el probable desarrollo de actitudes antagónicas
hacia las mujeres.
Estas tres formas de aprendizaje de la masculinidad que se
transmiten cotidianamente a niños y jóvenes, expresan una imagen
altamente estereotipada, distorsionada y limitada de la masculinidad.
Así un alto porcentaje de niños continúa aprendiendo que ser
hombres implica ocultar sentimientos que expresen ternura, cariño
o dolor, reservándoseles los de ira, agresividad, audacia y placer
como muestras de la masculinidad ideal, construimos de esta
forma el “macho” castrado de su sensibilidad.
Es obvio que los hombres sienten tanto como las mujeres, pero
desde muy temprano aprenden a enmascarar sus sentimientos y
son lanzados al afuera donde se les exige un comportamiento
potente y agresivo.
Se hace necesario entonces describir cuáles son los elementos
que, en nuestro país, caracterizan el proceso de socialización de
la masculinidad de niños varones, en función de desarrollar
programas de intervención comunitaria que brinden espacios de
reflexión sobre la transmisión de patrones masculinos que potencien
comportamientos saludables y reviertan la situación de ese género
163
SANTIAGO (108) 2005
Bibliografía
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1992.
• Castellano, Roxanne.”Psicología. Selección de textos”. Editorial.
Félix Varela, 2003.
• Criquillión, Ana. ”La cuestión masculina: ¿Otro problema femenino?”.
Suplemento vamos de compras, Diario Prensa Libre (Guatemala), 16-
XII-94.
• Kimmel, Michel. “La producción teórica sobre la masculinidad:
nuevos aportes”, en: Fin de siglo, género y cambio civilizatorio. ISIS
Internacional. Chile, 1992.
• Mérola, Giovanna. “Hombres y masculinidades”. Revista/fempress
(Chile) No. 183, enero de 1997.
• Stoessiger, Nick.” Subdividir y dominar”. Revista XY: men, sex,
politics, 6(3). Australia, 1996.

EL FÚTBOL COMO ORGANIZADOR DE LA MASCULINIDAD

248 LA VENTANA, NÚM. 8 / 1998
EL FÚTBOL COMO
ORGANIZADOR DE LA
MASCULINIDAD1
DÉBORA TAJER
La interrelación de los estudios de
género con el psicoanálisis ha sido muy
fructífera en su indagación de la complejidad
de la problemática de la feminidad;
recientemente ha comenzando
a dirigir su mirada y sus herramientas
también a la comprensión de las
vicisitudes de la masculinidad.
Este trabajo se inscribe en la preocupación por estudiar áreas
de la vida social con una fuerte presencia masculina que tienen
una gran relevancia en la historia de vida de los varones
de la región.2 Se verificó que el fútbol, por lo menos para el
caso argentino, se constituye en un
área social privilegiada de la constitución
de la subjetividad masculina y
de relevamiento de la vida cotidiana
de los varones.
Dicha constatación motivó que el Foro de Psicoanálisis y
Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires, inte-
1 Este trabajo es una revisión corregida de las
ponencias: “La mujer y el fútbol” presentada en
el panel del mismo nombre en las jornadas
“Fútbol, pasión y negocio”, organizadas por
Futbolistas Argentinos Agremiados, el Club
Huracán y la Fundación Banco Patricios en el
mes de septiembre de 1996, y “Varones
argentinos. El fútbol como organizador de la
masculinidad”, dada a conocer en el panel del
mismo nombre en el Foro de Psicoanálisis y
Género de la Asociación de Psicólogos de
Buenos Aires, el 25 de septiembre de 1997.
Nota: Se ha decidido mantener en la versión
escrita el estilo coloquial que tuvieron las
ponencias.
2 Si bien se consideran las diferencias que
existen entre los diversos países, dadas por la
idiosincrasia y particularidad de la cultura local,
creemos que hay algunos vectores que coinciden.
También debemos hacer la salvedad de aquellos
países de la región donde este lugar está ocupado
por el béisbol (Cuba, Venezuela y otros).
DÉBORA TAJER 249
resado por la investigación, debate y producción sobre la feminidad
y la masculinidad de finales de milenio, decidiese
abrir un espacio de reflexión acerca de este campo.
Una de las primeras constataciones realizadas se relaciona
con lo que se denomina captura de la escena deportiva, en la
cual reside gran parte de la fascinación masculina por este
deporte: la impredictibilidad, la sorpresa, la ambigüedad entre
ganar y perder, la creencia en los espectadores de que su
entusiasmo puede cambiar las oportunidades de su equipo,
la suposición en los jugadores de que otra cosa acontece cuando
son mirados por el público. Captura ligada a la conformación
del ideal ligado a la masculinidad.
Introducirse en el tema del fútbol tuvo como efecto una fuerte
conexión con los afectos y los recorridos biográficos, tanto personales
como de la gente entrevistada en relación con la búsqueda
de información en el área. A poco de comenzar la
investigación, comencé a percibir que hablar de fútbol es hablar
de un componente muy importante de la vida cotidiana en
nuestra región; es uno de los modos en los cuales se expresa el
afecto, la pasión y los vínculos. Y también las construcciones
de género, masculinas y femeninas. El fútbol está sexuado y
pintado de género, o generado, con predominio masculino, aun
cuando en los últimos tiempos aparecen cada vez más mujeres
apasionadas por este deporte. Cabe señalar que no es novedosa
su presencia en el fútbol, pues siempre hubo gustadoras; lo
nuevo es el fenómeno de entrada masiva en la actualidad.
250 LA VENTANA, NÚM. 8 / 1998
En cuanto a los varones, se podría señalar que hay una
manera particular de creación de subjetividad masculina en
nuestro país, que se expresa en una distintiva manera de jugar
al fútbol que ha ido cambiando con el tiempo. Si se toma
como referencia el modelo utilizado por Birman3 en “Fazer
estilo criando géneros”, podríamos
afirmar que el fútbol argentino ha construido
un tipo particular de género
masculino en nuestro país y viceversa, el estilo particular de
construcción de la masculinidad en la Argentina marcó un
estilo en la creación de un fútbol nacional.
Resulta interesante caracterizar entonces el significado
del fútbol en la constitución de la identidad masculina y
en especial de ésta en la Argentina: qué relación existe
entre el fútbol y el hacerse hombre y ser hombre en la
Argentina.
Y como el mismo concepto de género lo señala, por su carácter
relacional, no es posible hablar de un hacerse hombre
que no sea simultáneo a un proceso de hacerse mujer, motivo
por el cual también se hará un recorrido acerca de la relación
entre el fútbol y el hacerse mujer y ser mujer en la Argentina.
O dicho de otro modo, de las vicisitudes de devenir mujer
conviviendo con hombres argentinos con una núm. 5 en el
corazón.4 Sin duda, en nuestro país
el fútbol se ha constituido como un
organizador de la identidad nacional
3 Patricia Birman. Fazer estilo criando gênero.
Possessão e diferencias de gênero em terreiros de
umbanda e candomblé no Río de Janeiro, UERJ, Río
de Janeiro, 1995.
4 Con el número 5 nos referimos al nombre
popular que adopta el balón de fútbol en nuestro
país, derivado del tamaño utilizado, el núm. 5,
para este deporte.
DÉBORA TAJER 251
casi desde sus inicios, diferenciándose del fútbol extranjero,
en especial del inglés, del cual es heredero.
Este deporte se constituyó en uno de los modos de transformar
a los hijos de inmigrantes en criollos, con base en las
posibilidades brindadas por la preferencia en el juego, de la
habilidad por sobre la clase. Las habilidades personales y el
desarrollo de las mismas por sobre la pertenencia al grupo de
origen, el triunfo del sujeto por sobre la “sangre”.
Los medios especializados hacían especial hincapié en la
valoración del estilo rioplatense y de la conformación de una
identidad masculina con características propias de nuestras
pampas, ligada más al potrero5 que
al pizarrón, al arte y a la creatividad
más que a la máquina6 y la potencia.
El potrero era caracterizado por estos
medios, reflejando las concepciones
populares, como espacio del hombre libre, de la verdad democrática.
Esta imagen del hombre libre se instituye en relación
con una virtud masculina importante de conservar: el
estilo infantil y puro. El potrero se constituye en un mundo
de pibes traviesos, pícaros y “vivos”, que escapan de los colegios
y de los clubes.
Ya en 1928, el Gráfico7 caracterizaba
el estilo criollo, en la descripción
de un jugador como liviano, veloz, afiligranado, con mayor
habilidad individual y menor acción colectiva; mañoso, con
5 Nombre dado en nuestro país al terreno
deshabitado donde se suelen armar espontáneamente
las canchas de fútbol.
6 Podemos identificar aquí algunos rasgos
“antimodernos” en la valorización de las virtudes
masculinas.
7 Publicación especializada en fútbol que aún
continúa editándose en el país.
252 LA VENTANA, NÚM. 8 / 1998
la indolencia como virtud, no necesitado de la fuerza para
imponerse.
Éstas son las características generales del fútbol nacional,
aun cuando también se marcan las diferencias entre distintos
estilos que coexisten en su interior, fundamentalmente el contrapunto
entre el habilidoso y el que tiene fuerza, sostenido
en la oposición entre cerebro y cuerpo.
Se expresa también otro tipo de contradicciones: entre el
aristócrata del fútbol y el obrero; el primero juega para divertirse,
mientras el segundo se describe como hecho para la
lucha y el esfuerzo.
Cabe señalar la coexistencia de diferentes modelos, cada
cual con su estilo, poseedor de un tipo de cuerpo y de virtudes
masculinas. Y el público, los otros varones, identificándose
con los mismos, dependiendo de cuál le resulte más cercano
y afín.
Podemos afirmar que desde la década de los veinte, aproximadamente,
el fútbol forma parte de la genealogía masculina
de nuestro país. Desde entonces un padre tiene para transmitirle
y heredarle a su hijo varón tres blasones identificatorios:
un nombre, un apellido y una camiseta.
La pertenencia a la escuadra familiar, identificada con la
camiseta, instituye el linaje en un intento de construirse una
pertenencia nacional. Pertenencia que en la actualidad representa
uno de los pocos organizadores de identidad fuerte cuando
se asiste al estallido y reordenamiento de varios de los
DÉBORA TAJER 253
organizadores instituidos de la vida en la modernidad. La afición
por un equipo permite un anclaje identificatorio de gran
relevancia frente a los otros posibilitadores de identidades
fuertes y depositarios de ansiedades de la modernidad, que
han adquirido el status de perecedero: el matrimonio, el trabajo,
los partidos políticos, los pactos, los referentes y los
líderes, entre otros.
Parecería que lo único perenne es el fútbol, ya que —salvo
raras excepciones— se nace y se muere con la misma camiseta.
Un varón contemporáneo puede cambiar de mujer, de partido,
de jefe y hasta de país, pero nunca de equipo de fútbol.
Este fenómeno explica el asombro que produce el hecho
de que muchos varones que tiempo atrás no le prestaban atención
a este deporte, en la actualidad lo hagan con fervor. Una mirada
ingenua podría caracterizarlo como una desinhibición
de ciertas pasiones producto del paso de los años, para luego
percatarse de que en realidad se trata de un disfrute del último
refugio generador de pasión y dador de identidad fuerte
que les queda. Apelan al reservorio de genealogía de género
masculino argentino que no encuentra un equivalente genealógico
en la feminidad: el nombre, el apellido y la camiseta.
En lo que respecta a la contribución del fútbol a la clínica
psicoanalítica, cabría señalar que la pesquisa de la predilección
por algún equipo de fútbol y sus vicisitudes es una buena
vía de acceso a los avatares de la función paterna en un
sujeto.
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Frente a la pregunta a los niños
varones en nuestro país,8 muy común
en la vida cotidiana: “Y vos, pibe, ¿de
qué equipo sos?” Pregunta que se refiere
a con quién se afilia, qué modelo de masculinidad ha
incorporado y cuál elige incorporar. Son varias las respuestas
que se dan.
El niño puede decidir pertenecer al club del padre, al del
mejor amigo del padre, al del nuevo esposo o amor de la madre,
al del abuelo materno o paterno, al del tío, al de la banda
de amigos (ésta suele ser una elección secundaria), al del padre
valorado de un amigo, al club de la ciudad o el país al
cual se migró en un intento de adquirir una identidad nueva
(modalidad que repite la señalada de adquisición de la identidad
criolla). Para ser más precisos, el fútbol nos transmite
información sobre el recorrido de las identificaciones con los
varones como una “hoja de ruta” de la masculinidad.
El modelo de cómo se constituye este mosaico de identificaciones
que precipitan en la construcción de una subjetividad
masculina, está muy bellamente descrito por Antonio Tabucchi
en su libro Sostiene Pereira. En el mismo, el autor nos ofrece,
en boca de un médico de “almas”, su inclinación a pensar en
la existencia de una confederación de almas, donde alguna
de las mismas rige en algún momento en particular, para luego
posiblemente ser sustituida por otra que adquiere más fuerza
en un momento distinto. Este modelo es muy caro a un psi-
8 Un reconocido psicoanalista argentino con
experiencia en niños y sensibilizado en la
perspectiva de género me comentaba sobre su
comprobación clínica de que ésta es una de las
primeras preguntas que un adulto suele hacer a
un niño varón para ganar su confianza.
DÉBORA TAJER 255
coanálisis con perspectiva de género, que valora la posibilidad
de adquirir riqueza y complejidad en la elucidación de
la pertenencia al linaje del colectivo masculino, que rompe la
suposición moderna de que el niño debe construir su identidad
genérica sólo con el material provisto por el padre de la
familia nuclear.
En la práctica cotidiana se puede observar que ese mismo
niño que elige su pertenencia al equipo del tío, pudo haber
tomado la decisión al percatarse del amor que éste siente por
la camiseta y su gusto por conducir al niño al estadio; cabe
señalar que la condición para ser llevado a un estadio es pertenecer
a la misma escuadra que el adulto en cuestión. Decimos
que este mismo niño puede elegir, simultáneamente, seguir
la profesión del padre, su ideología política, sus gustos estéticos,
etcétera.
Es dable señalar, de todos modos, que los padres modernos
toleran de mal modo que sus hijos no elijan los colores de su
corazón. En esas ocasiones suelen sentirse totalmente rechazados
y desvalorizados, aun cuando estos mismos sujetos sean
capaces de tolerar e incluso estimular a sus hijos para que
sigan una carrera que les guste y sea adecuada a su vocación,
sin pretender que sigan los propios pasos en ese campo.
Comentaré una observación que ejemplifica esta aseveración.
Un psicoanalista, especialista en adolescentes, comentó
en una reunión de trabajo una anécdota personal para dar
un ejemplo de esta situación que lo incluye y lo excede en su
256 LA VENTANA, NÚM. 8 / 1998
manejo. Su hijo varón una vez le preguntó si cabría la posibilidad
de poder pertenecer a un cuadro de fútbol que no fuese
el del padre, a lo cual éste le respondió que sí pero que tendría
como consecuencia que él no lo llevase más a un estadio.
Si quería seguir yendo con él, debía permanecer fiel al
equipo legado. El grupo de colegas femeninas que estaban
presentes en la reunión lo miraron con gestos de perplejidad
y desagrado. El único varón presente lo miró con complicidad
y empatía. Había entendido el significado de esa situación
condensadora de sentidos, por compartir el mismo universo
simbólico de su propia pertenencia al colectivo masculino.
Volviendo a las características particulares del fútbol argentino
en la actualidad, para así dar cuenta de las características
de los varones argentinos que se construyen y se
representan en él, podría señalarse que en su mayor parte son
idénticas a las descritas en su origen, pero algunas han cambiado
e intentaremos señalarlas.
Suele decirse que el fútbol argentino ha sido históricamente
un semillero de buenos defensores, lo cual ha motivado
una también histórica envidia por parte de los eternos rivales
sudamericanos, los brasileños.
Uno de los cambios que se han producido en la actualidad es
el haber perdido la fijeza de los puestos. Hoy día, ya casi nadie
es un especialista, las diferencias de ubicación sólo suelen estar
marcadas por la mayor habilidad con la pierna derecha o
izquierda; pero casi no existe el puesto fijo, salvo el arquero,
DÉBORA TAJER 257
algún muy buen defensor o el goleador. Todos pueden sorprender,
valorándose la capacidad de explosión. Algunos especialistas
sostienen que dichos cambios guardan una correlación con
las nuevas modalidades de relaciones laborales, organizacionales
y gerenciales que han impactado e inspirado a muchas otras
actividades grupales; en este caso, las deportivas.
Como contrapartida, la cultura futbolística subyace como
cosmovisión a partir de la cual los varones —no sólo los nativos
de esta región— interpretan el mundo y utilizan como
código para referirse a diversos aspectos de la vida social.
Para ilustrarlo relato a continuación algunas situaciones.
Hace dos años en un congreso internacional de políticas en
salud, el director de un organismo internacional de cooperación,
para referirse a la situación de inequidad social de nuestra
región, producto de la polarización económica de los últimos
años, utilizó una metáfora futbolística para ejemplificar su
planteamiento; señaló que estos problemas, que redundan en
las condiciones de salud de las poblaciones, son dificultades
instaladas en el medio campo.
Por otro lado, hace algunos años, un grupo organizador
de un congreso internacional se encontraba cenando en un
restaurante; la reunión era con motivo de agasajar a una profesora
de otro país latinoamericano que había venido a dictar un
curso. En un momento dado, uno de los miembros del equipo
que hasta ese punto había permanecido silencioso, comunicó
a los otros participantes que había estado meditando
258 LA VENTANA, NÚM. 8 / 1998
acerca de cómo optimizar la organización del futuro congreso,
y dijo que a su entender había que organizarse como un
equipo de fútbol, donde él, que se tenía mucha fe, era el
número 5, lo cual implica ser el armador del equipo; otro
miembro del equipo debía ser el número 9, la armadora del
ataque; otra debía ser la portera, pues no se le escapaba ninguna
pelota; y así siguió otorgando puestos hasta que incorporó
a otro comensal de la mesa que no participaba de la
organización, como jugador número 4. Algunos integrantes
de la mesa, que por supuesto eran de género masculino, se
echaron a reír; al poco rato, los otros, en realidad las otras
comensales, fueron sacadas de la ignorancia que les producía
el no compartir el código. El número 4 suele ser el marcador
de ala derecha, puesto que le habían otorgado como
chicana política por los cambios producidos en la posición
ideológica de ese comensal en los años anteriores.
Al comentar esta anécdota con un colega varón y especialista
en grupos, él mismo señaló que este modelo podía resultar
muy interesante en el armado de grupos terapéuticos.
Que incluso el doctor Enrique Pichón Riviere, pionero en el
trabajo con grupos terapéuticos en el país desde una perspectiva
psicoanálitica, fue uno de los precursores en pensar
el fútbol de esta manera.
En lo que respecta a las mujeres argentinas y el fútbol, se
puede hablar de su relación tolerante o no y de acompañamiento
o no de esa pasión masculina. Ya que, aun en nuesDÉBORA
TAJER 259
tros días, hablar de las mujeres y el fútbol sigue manteniendo
esta figura, incorporando gradualmente el fenómeno de
creciente integración de las mujeres a todos los ámbitos de
la vida social, en los cuales el fútbol está incluido.
Pero este deporte no es cualquier ámbito de la vida social
argentina, sino que es uno de los dadores de identidad más
fuertes que existen y menos modificable en estos tiempos
posmodernos periféricos. Es un referente que señala rápidamente
quién es un sujeto y quién no. Como se dijo con anterioridad,
existe una convicción de que todos los ámbitos de
pertenencia pueden cambiar pero la camiseta, salvo raras ocasiones,
suele ser la misma hasta la muerte. Y de este fenómeno
nadie quiere quedar excluido, tampoco las mujeres.
Podríamos organizar la relación de las mujeres con el fútbol
en dos grupos:
Las mujeres a quienes les gusta el fútbol.
Las mujeres a quienes no les gusta el fútbol.
Las primeras podrían dividirse, a su vez, en dos subgrupos:
Las que han ingresado o pugnan por ingresar
como actoras directas: jugadoras, árbitros, periodistas,
dirigentes y entrenadoras.
Las que simplemente son gustadoras del espectáculo,
asisten a los partidos o los miran por televisión.
260 LA VENTANA, NÚM. 8 / 1998
Ambos grupos han decidido participar de la fiesta y la pasión
nacional que representa el fútbol en nuestro país; a menudo
deben enfrentar escollos que se les plantean cuando
deciden entrar en alguna rama de la actividad social de predominio
masculino. Un ejemplo es que no existan todavía
mujeres entrenadoras, ni siquiera de equipos femeninos.
Otro ejemplo: hace dos años, cuando a una réferi egresada
de una escuela oficial de arbitraje no la dejaban dirigir partidos,
hubo un gran debate nacional en torno a este hecho,
pues si bien ha desaparecido la idea de poder excluir públicamente
de alguna tarea para la que está capacitada a una
mujer sólo por el hecho de serlo, no existe consenso aún en
que un partido del “gran deporte nacional” sea dirigido por
una mujer. El modo de resolución del conflicto de legitimidades
consistió en una oferta de capacitación en la escuela de la
AFA9 y, una vez “capacitada”, le permitieron
ejercer.
Con respecto a algunas de las atracciones que este deporte
puede tener, es dable significar el efecto que causa en los
sujetos ser subjetivados en relación con un juego colectivo,
donde, más allá de las habilidades individuales, si no hay equipo,
no se puede jugar, lo cual implica un aprendizaje de “pasar
la pelota”, jugar en relación con los otros, a no “comérsela”.
Esto otorga una tradición muy importante que el colectivo
de mujeres no tiene como acervo, precisamente por estar
excluido de la estimulación en una práctica generalizada de
9 Siglas de la Asociación de Fútbol Argentino.
DÉBORA TAJER 261
deportes colectivos, que considero podría ser una de las adquisiciones
más ricas que deben incorporarse en este deseo
de formar parte de la Pasión Nacional, con mayúsculas.
De las segundas, las que no les gusta el fútbol, hay también
diversos tipos, que podríamos dividir en cuatro grandes
subgrupos.
Las que se sienten molestas por sentirse excluidas
de una actividad que causa todo el interés
de su amado, mientras dura un partido. Ellas intentan
continuamente una manera de persuadir a
su partenaire para que no asista a un estadio o desista
de ver un partido por televisión, en prueba de su
amor por ellas. En estos casos, podemos advertir
que la escuadra favorita ha resultado investida como
la “otra”.
Las indiferentes. A estas mujeres no les importa
ni les molesta el fútbol, hay muy pocos ejemplares
que pertenecen a este grupo, pero las existentes
ameritan la introducción de esta categoría en estos
subgrupos.
Las que acompañan. Mujeres con experiencia
en la vida que han aprendido la estrategia de que
al no poder vencer a un poderoso enemigo, lo más
inteligente resulta unírsele.
262 LA VENTANA, NÚM. 8 / 1998
Las perplejas. No se sienten molestas, pero no
logran entender la fascinación masculina por ver a
veintidós sujetos adultos corriendo simultáneamente
detrás de una pelota.
Lo que suelen compartir, muchas veces inconfesadamente, las
pertenecientes a estos subgrupos es la envidia que les provoca
la pasión que ven que ellos sienten y a la cual no le encuentran
equivalente sustitutivo en el universo de la feminidad.
Pero interesadas o no por el fútbol como juego y como espectáculo,
el mismo no está ausente de los afectos y de la
historia de vida de las mujeres que han desarrollado su existencia
en un lugar donde el fútbol es una actividad de gran
importancia social. Para ilustrarlo apelaré a una viñeta clínica.
Una paciente, en análisis, al hablar de la relación con su
padre, relata que de niña recuerda haber experimentado un odio
irrefrenable por su padre todos los domingos por la tarde, momento
en el cual su padre solía escuchar los partidos transmitidos en
directo por la radio; esta costumbre la había adquirido después
de que su hijo varón, varios años mayor que la paciente,
había decidido dejar de acompañarlo a la cancha al ponerse de
novio, ya que los intelectuales en los años setenta preferían
salir con la compañera a ser fieles a la camiseta.
La escucha radial podía ser durante un paseo en auto, en
la casa o de visita en otro lugar. El padre, según el relato,
acompañaba físicamente al resto de la familia en el esparciDÉBORA
TAJER 263
miento del día domingo, pero su cabeza y corazón quedaban
en el estadio. Se sentía abandonado y solo con las mujeres
de la casa. Y aun habiendo renunciado a ir al estadio, no
había hecho lo mismo con el rito de escuchar el partido por
radio. La paciente comentaba que mientras éste escuchaba
el partido, el mundo se detenía. Nada más le importaba, ni
siquiera su hijita del alma.
Con el tiempo la paciente pudo comprender que ese odio
que creía sentir por su padre era, en realidad, provocado por
el hecho de que éste se metiese en un mundo que la excluía
por ser mujer, pues era un mundo para transmitir y compartir
sólo con el hijo varón.
Esta viñeta nos permite observar un fenómeno que he identificado
claramente en el relato de algunas de las mujeres
que participan y gustan del fútbol. Las mismas se refieren al
gusto por el mismo conectándolo con su relación con el padre,
como un don que han recibido de ellos, una herencia
que les han transmitido y con la cual ellas se han filiado aun
cuando la misma no represente una herencia típicamente legada
a las mujeres.
Es posible que para entender los argumentos de las representaciones
psíquicas de las mujeres que participan en el fútbol,
debamos apelar a un paralelismo con el modelo clínico que
se utiliza, desde la perspectiva de un psicoanálisis revisitado
desde los estudios de género, para trabajar con las identificaciones
vocacionales y laborales de las mujeres cuyas ma264
LA VENTANA, NÚM. 8 / 1998
dres han sido amas de casa y sus padres trabajadores en el
espacio público. Sabemos que, por razones generacionales,
las mismas, para adquirir su propia modalidad femenina de
inserción en el mundo del trabajo, deben apelar al reservorio
de identificaciones de la vía paterna y con ese material ir constituyendo
y agenciando representaciones propias en cuanto
a su ejercicio.
Considero que gran parte de la relación de las mujeres con
el fútbol está en íntima conexión con el tipo de vínculo establecido
y posible con los varones significativos. Visualizamos
en los padres de las mujeres gustadoras del fútbol la posibilidad
de haber podido prestarse como modelo identificatorio
para estas hijas, sin asimilar los rasgos propios encontrados
en sus herederas como un indicador de masculinización de
la mismas.
De todos modos, cabe señalar que este logro suele coexistir
con aspectos del padre de reafirmación de su diferencia en
relación con las mujeres, y de desconocimiento de alguno de
los atributos de agencia de sus hijas. Por lo tanto, estas niñas
suelen carecer de conciencia de la coexistencia de reconocimiento/
desconocimiento hasta que se ven envueltas en ciertas
vicisitudes amorosas, laborales u otras, que entran en contradicción
con la imagen que han forjado de sí mismas.
Volviendo al relato clínico, la paciente en cuestión, ya en
su preadolescencia, estaba enamorada de un compañero de
colegio muy bonito y buen jugador de fútbol; jugador de
DÉBORA TAJER 265
estilo inteligente y fino al cual apodaban “El Mariscal”, en
homenaje a un famoso jugador argentino con similar estilo.
Ella, al igual que sus compañeras de grado, moría por él,
pero el galán en cuestión, según le confesó muchos años
después, aun cuando estaba advertido de la situación sólo
tenía en ese entonces lugar en su corazón para la número 5.
Estas vicisitudes tuvieron como consecuencia que ya mayor,
al igual que otras congéneres, viese como sumamente
atractivo en un hombre que no le gustase el fútbol, para luego
comprender, desilusionada, que ese lugar lo puede ocupar
cualquier otra pasión. También advirtió su propia fascinación
al ver a un hombre concentrado y
puesto todo en una acción.10
Por tal motivo, comenzó a visualizar la situación de otra
manera, pudiendo enternecerse por los sentimientos que un
varón llega a experimentar por la camiseta de sus amores y
los sacrificios que está dispuesto a cometer por ella.
Forma parte del colectivo de mujeres que en la actualidad
se han percatado que en una casa puede haber dos televisores
y que existen muchos programas alternativos, amistades
y familiares que visitar un domingo por la tarde. Y que uno
de esos programas puede incluir acompañar al amado en la
visión de un partido. Han llegado a la conclusión de que desconocer
el fútbol es desconocer una parte importante de la
vida nacional y de los varones argentinos. Saben que el corazón
puede resultar un músculo muy elástico y que puede
10 Jacques Lacan hablaba de esta fascinación
femenina por un hombre puesto todo en un acto.
266 LA VENTANA, NÚM. 8 / 1998
albergar cariño por otro equipo, además del que el padre les
heredó.
De todos modos podemos comprender que el afianzamiento
de este proceso va de la mano de los cambios que se están
produciendo en el ejercicio de la función parental, y de la
democratización de las relaciones entre los géneros en su sentido
más amplio.
Para ejemplificar estos cambios, relataré la escena de una
película de cine independiente norteamericano de reciente
aparición que se llama Ella es. Es la historia de un padre y
dos hijos varones que suelen irse de
pesca11 juntos, siendo la máxima del
padre “que las mujeres en el barco traen mala suerte”. Durante
la película se suceden variadas situaciones de los hijos
y del padre en su relación con las mujeres, donde la
frase “las mujeres en el barco traen mala suerte” se juega
de diversos modos. Casi al final de la película les está yendo
muy mal con sus mujeres actuales a todos ellos. El único
que aún está en condiciones de salvar su pareja, a punto
de naufragar, es uno de los hijos, quien había luchado hasta
el momento para salirse de la prescripción con muchas
contradicciones. Es entonces cuando el padre advierte que
puede ayudarlo y que para hacerlo debe precisamente derogar
su propia ley, motivo por el cual decide invitarla también
a ella a pescar en la escena final.
11 Otra de las actividades sociales de coto masculino.
DÉBORA TAJER 267
Por último, queda señalar que el fenómeno futbolístico es
un espacio social posible de brindarnos información que nos
permite pensar acerca de la conformación de la subjetividad
masculina en nuestro país, de los vínculos entre los varones,
del ejercicio de la paternidad, de los vínculos con las mujeres
y de cómo se pueden organizar tareas, lo que puede constituirse
en un aporte al trabajo clínico.
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.

LA CONSTRUCCIÓN DE LA MASCULINIDAD

LA CONSTRUCCIÓN DE LA MASCULINIDAD
Y SUS RELACIONES CON LA VIOLENCIA
HACIA LAS MUJERES
Antonio Ramírez*

Buenas tardes. Comenzaré mi exposición analizando varias explicaciones de por qué el hombre es violento en el hogar. Las podemos dividir en tres: biológicas, psicológicas y sociales.

Explicación biológica
Para empezar podemos definir la violencia desde una posición biológica, como una respuesta de supervivencia de un individuo u organismo a su medio ambiente. El medio ambiente está lleno de peligros naturales como el hambre, sed, picaduras de animales como alacranes, ataques de animales como perros, lobos, etc. Para poder sobrevivir a estos eventos naturales, es necesario en muchas ocasiones actuar de una manera violenta; por ejemplo, para satisfacer el hambre una persona puede matar un animal y comérselo. Esta violencia es parte de la cadena de supervivencia y por lo tanto normal. Esta idea es importante porque en parte nos ayuda a entender por qué una persona cree que tiene que ser violenta con otra.
Para definir la violencia intrafamiliar desde esta explicación, se dice que la violencia es parte de la estructura biológica del hombre. Se supone que para sobrevivir el hombre ha tenido que ser violento y por lo tanto ha tenido que desarrollar su agresividad. De esta forma se supone que el hombre es violento porque está genéticamente propenso a ser violento, pues por medio de esta violencia ha podido sobrevivir. Se dice que el hombre, comparado con la mujer, es naturalmente más agresivo sólo por tener más fuerza física y tener el papel de protector.
Esta explicación deja de lado el hecho de que los humanos estamos más alejados de nuestra naturaleza biológica que de la social y que, de hecho, los procesos cognoscitivos y sociales están más evolucionados que los biológicos.
Esta explicación no clarifica, sin embargo, por qué el hombre es violento, pues existen también muchos hombres que no son violentos, aunque sean mucho más fuertes físicamente que su pareja o que otros hombres. Mucho menos explica por qué existen mujeres que son violentas con sus compañeros, ni por qué en relaciones homosexuales también existe la violencia entre los o las compañeras.
Es claro que la violencia es selectiva. Cuando el hombre violento se encuentra con una persona más fuerte que él, mejor decide evitar el choque. Si la violencia está predispuesta genéticamente, automáticamente se sugeriría que aunque la otra persona fuera de mayor tamaño o de mayor fuerza, esto no tendría influencia en cuándo, cómo y en contra de quién esta violencia se cometería. La violencia en el hogar es selectiva y va dirigida hacia quien tiene menos poder físico y especialmente social.


Explicación psicológica

La segunda explicación de la violencia del hombre hacia la mujer en el hogar es asumir que el hombre tiene un problema psicológico o psiquiátrico y por esto es violento. Muchos terapeutas trabajaron y aún trabajan con hombres basándose en esta explicación psicodinámica. Las explicaciones psicológicas más comunes dicen que el hombre sufre de una disfunción psicológica que lo hace sentir vulnerable, inseguro y con baja autoestima y, por lo tanto, tiene que sobrecompensar por medio de violencia al enfrentarse a su pareja, para afirmar su valor. En muchas ocasiones se busca el origen de esta inseguridad en su infancia y los problemas que vivió al crecer. Se asume que porque vio violencia en el hogar, va a ser violento él mismo. Se supone que al resolver su enfermedad psicológica, el hombre dejará de ser violento pues la causa de sus reacciones agresivas serán resueltas. Al obtener autoestima, no tendrá razón para ser violento con su pareja, pues si se siente seguro de quién es y de su valor, las acciones de su pareja no le afectarán tanto.
En la gran mayoría de los casos, cuando se tratan los problemas psicológicos del hombre, se deja el tema de su violencia para investigar sus procesos internos, como si lo importante fuera esto, en lugar de parar la violencia que el hombre comete. Es muy fácil culpar a su infancia o a la presión psicológica bajo la que está, asumiendo que su conducta violenta es sólo un resultado de la influencia de su historia y que él es una parte pasiva en el proceso.
También se ha explicado la conducta de hombres violentos como una respuesta a su enojo o ira. Se creó, de hecho, una forma de tratamiento en que se le permite al hombre "sacar" su enojo por medio de poner en práctica ese enojo para entenderlo y expresarlo adecuadamente. Este tipo de tratamiento se conoce como "control de la ira". Esta forma de tratamiento tiene el problema de que no aclara por qué el hombre es violento, pues todas las personas se enojan y llegan a la ira muchas veces al día, pero no son necesariamente violentas. Se supone, en esta teoría, que el hombre tiene que aprender a expresar la ira adecuadamente. Se asume que el hombre toma decisiones erróneas al ser violento por causa de la ira, pero entonces ¿por qué la violencia del hombre es calculada y llevada a cabo en forma tal, que daña hasta un punto y no destruye totalmente? Se supondría que al perder control el hombre por su enojo o ira, no podría medir el daño que su violencia causaría. Se asume al hombre como una entidad pasiva en el proceso de violencia, que lo dejaría sin poder cambiar esa violencia.
Otra forma de explicación desde una posición psicológica, es desde la teoría de sistemas. Se supone que la pareja es la que está dañada, no solo el hombre. Se trata de esclarecer cómo ambas partes de la pareja participan como responsables de la violencia que existe. Se ve a la pareja como un sistema que tiene cierto balance y cuando sale de balance por influencia de una o ambas partes, existe el potencial de violencia. Se supone que ambas personas tienen que aprender a participar para restablecer el balance del sistema.
Esta forma de explicación tiene varios problemas. En primer lugar, ese sistema familiar forma parte de una estructura social jerárquica y por lo tanto desigual y que por principio está desbalanceada. Se espera que ambos miembros de la pareja tomen papeles preestablecidos de sumisión o dominio. Segundo, se asume que la constelación familiar es única y universal; que la forma de ser en una relación es siempre en dúos y heterosexual. Tampoco toma en cuenta que cada una de las partes de la pareja tiene sus propios procesos de decisión muy aparte de la otra persona y que la decisión de ser o no violenta es un proceso muy personal. Tercero, al haber violencia en una pareja, es casi imposible restaurar un punto medio de negociación, pues la persona violentada no puede tener la seguridad de no ser castigada por sus opiniones, especialmente si éstas se oponen a las de la otra persona.
Nuevamente, estas formas de explicación quedan sin darnos una respuesta satisfactoria a por qué el hombre es violento con su pareja.
Otra explicación paralela es la psiquiátrica. Esta forma de explicación sugiere que el hombre tiene una enfermedad mental grave y por esto es violento con su pareja. Esto sugiere que el hombre está dañado a tal grado, que está fuera de la realidad. Sus formas de razonamiento están fuera de las normas sociales y por lo tanto se creería que es un psicópata o sociópata. Esta explicación se usa especialmente cuando la violencia del hombre llega a nivel "impensable", por ejemplo, cuando ataca a la mujer con un objeto punzocortante y le amputa un miembro. Se cree que hombres que no tienen un problema psiquiátrico no llegarían a este nivel de violencia y, por lo tanto, se asume que los que comenten estos grados de violencia tienen un problema psiquiátrico grave. Cabe decir que sí existen casos en que el hombre tiene un problema psiquiátrico y por esto es violento con su pareja. Estos casos son realmente raros comparados con el número de casos en que no existe una enfermedad psiquiátrica.
Si es verdad que la violencia del hombre es causada por una enfermedad mental, ¿por qué su violencia es selectiva? Los hombres que son violentos en su hogar con sus parejas, no son necesariamente violentos en la misma forma en su trabajo o con sus amigos de fútbol o con otros miembros de su familia. Si el hombre tiene una enfermedad mental y por esto es violento, esta violencia no puede ser selectiva: sería violento en muchas situaciones.
Tampoco explica cómo y por qué hombres que tienen posiciones de poder, altos grados de educación y salarios altos, son violentos. Hay ejecutivos, médicos, políticos, actores de cine, boxeadores, etc. que son violentos con sus parejas y es obvio que no hubieran podido llegar a esas posiciones si no tuvieran una alta autoestima que les permitiera desarrollarse a tales niveles. ¿Por qué hombres que funcionan sin violencia en unos niveles de vida son violentos en sus hogares con las personas que aman? La explicación psicológica se queda corta al tratar de contestar a esta pregunta.


Explicación social

La historia de la humanidad está llena de ejemplos en que se divide a la raza humana en dos opuestos: mujeres/hombres, ricos/pobres, altos/bajos, jefes/trabajadores, blancos/negros, etc. De hecho, antes de que existiera una división entre razas o clases existió una división entre géneros. Así, se ha creado una división artificial en que se cree que los hombres y las mujeres son diferentes. Dado que los hombres son los que han establecido leyes y reglas en nuestras sociedades, éstas precisamente están basadas en mantener las diferencias entre los sexos. La idea de dividir la sociedad en esta forma es para obligar a las mujeres a que sean las que aportan sus recursos para ser usados por los hombres, para poder obligar a las mujeres a aportar sus recursos. Casi desde el principio de la humanidad se ha asumido la superioridad del hombre sobre la mujer, y para mantener esa superioridad y dominio es imperante hacer uso de la violencia.
La explicación social dice que la violencia tiene unos objetivos muy específicos que no necesariamente tienen que ver con la supervivencia del individuo. Cuando el hombre es violento con su pareja, el objetivo es tener a su compañera bajo control para obtener beneficios de los recursos de ella. Dicho de otro modo, la violencia en el hogar es una forma de imponer esclavitud de una persona para que sirva a otra.
Con base en este concepto, los hombres se han convertido en los cuidadores y promotores de esa supuesta superioridad del hombre sobre la mujer. Para poder mantener este tipo de dinámica social, es imperante que haya una forma de control social; ésta es la violencia doméstica. Cuando se mantiene a una mujer desbalanceada, sin alternativas, desprovista de recursos económicos o intelectuales, desprovista de sus propias capacidades para nutrirse a sí misma y tomar decisiones, cansada hasta estar exhausta de cuidar a toda la familia, se está manteniendo el paradigma que conocemos como patriarcado. El patriarcado es un sistema de relaciones sociales en que se usa a los individuos para imponer control sobre sí mismos y sobre otros para usar sus recursos y proveer de control al superior: el patriarca. Por esto es importante concebir a la violencia doméstica o intrafamiliar, como un problema de control social de un grupo sobre otro, hombres sobre mujeres.
Esta visión explica mejor por qué un hombre es violento con su pareja. Cada hombre desde muy pequeño aprende que hay dos posiciones sociales: unos que son los que dan órdenes y son servidos; por ejemplo, cuando llegan a casa se les trata como reyes y son vistos con admiración y respeto. Se les ve lejanos y libres pues salen a buscar la supervivencia de la familia y por lo tanto son los jefes, los que merecen crédito por todo lo que hacen y tienen necesidad de descansar y divertirse en formas diferentes del resto de la familia. Son aquellos seres grandes y seguros que llevan las riendas de la familia y por lo tanto son los guías que lo saben todo. Son los que dan permiso y castigo cuando es necesario.
Por otro lado están las otras, las inferiores que son muy comunes y son las que sirven, aceptan órdenes y castigos y son vistas como algo que se puede desechar fácilmente porque sólo reciben del hombre y no aportan. Son las que tienen poder en el hogar hasta que llega otro, el hombre. Son las que tienen que actuar para satisfacer cada necesidad del hombre y pueden y deben ser castigadas si quieren salirse de ese papel. Son las que son reemplazables, pues siempre habrá otra que sea más joven y bella que quiera encontrar un hombre a quien servir. Son las que son severamente castigadas si se les ocurre querer tener las mismas capacidades y derechos del hombre-jefe.
Cada hombre, por principio, es entrenado desde muy pequeño a ser hombre-dueño-jefe-padre, que tomará algún día el papel que su padre lleva mientras él es niño. A los pocos años de edad se encuentra en una situación de tener que decidir si se quiere aliar con los que dirigen, o con las que son dirigidas, y la respuesta es lógica, dadas las circunstancias. Nunca se le da alternativas al pequeño y cuando tenga que relacionarse con otras personas, especialmente del otro sexo, lo va a hacer desde esa posición dicotómica en que dirige o es dirigido. Esta decisión está basada no solamente en su aprendizaje de lo que se supone que debe de ser un hombre, sino en su propia experiencia de haber sobrevivido también él mismo al hombre-dueño-jefe-padre en su propia vida.
Tomamos esta explicación social de la violencia del hombre. Al identificarse como el "hombre-dueño-jefe-padre", está suprimiendo su verdadera identidad y cambiándola por una imagen externa de supuesta superioridad. Esta imagen externa es lo que conocemos como masculinidad o machismo.
Dentro de esta masculinidad, la promesa de ser superior en el hogar también requiere que, si no lo hace, va a ser castigado por romper las reglas del patriarcado. Al intercambiar su verdadera identidad, está suprimiendo su habilidad de conocerse tal cual es y basa su identidad en la creencia de que es superior en su hogar; su imagen externa. Al creerse superior, por definición va a ser violento para imponerse y mantenerse como dominante. De aquí viene la violencia del hombre en el hogar. Para mantener una posición de superior, es necesario ser violento porque nadie quiere ser inferior y las personas sobre las que se quiere ser superior se van a rebelar a esta supuesta superioridad. Al rebelarse, el hombre cree entonces que es justificado usar la violencia para imponerse.


Un marco de análisis

La gran mayoría de actos violentos es ejecutada por hombres. Existe entonces una clara conexión entre el género de la persona violenta y su violencia. Las características de la masculinidad están directamente relacionadas con el potencial de violencia del individuo. Por eso es necesario analizar qué es la masculinidad.
La masculinidad, de acuerdo con Gilmore, es "la forma aprobada de ser un hombre adulto en un determinada sociedad". Las características de la masculinidad en nuestras sociedades, dictan que el hombre adquiera ciertas características para "obtener el ser hombre". La masculinidad espera que el hombre "construya"(1) su masculinidad o identidad de "hombre". Es interesante notar que la identidad masculina es tan precaria que "es un premio que se tiene que ganar por medio de lucha" y las sociedades crean "una imagen de la masculinidad que es elusiva o excluyente, por medio de sanciones culturales, rituales o pruebas de habilidad y fortaleza".(2) Parte de esa sanción se da por medio de dos mecanismos: identificación y diferenciación. La diferenciación es clave para el desarrollo de la masculinidad, pues el hombre aprende desde pequeño a "ser diferente" de la persona con quien más contacto tiene, su madre. Esta diferenciación se logra alejándose de las características que ve en su madre. El pequeño se aleja de las conductas que son nutritivas, sensibles, emocionales, cooperativas, demostrativas, suaves, etc. para adoptar las características masculinas de competencia, desconfianza, alejamiento, rudeza, individualidad, dominación, etc.
Esta forma aprobada de "ser hombre" en nuestra sociedad conlleva también una forma de relaciones sociales. "La cuestión de género es una forma de ordenar la práctica social",(3) según Connell. Esta forma de ordenamiento de la práctica social es muy clara en la violencia intrafamiliar: el hombre se asume superior a la mujer y, por lo tanto, la tiene que controlar por medio de violencia.
Vamos a analizar cuáles son las expectativas de la masculinidad y cómo maneja el hombre violento estas expectativas de acuerdo a sus cinco espacios, para sentar las bases de explicación de la violencia del hombre hacia su pareja.


El espacio intelectual y la masculinidad

El espacio intelectual es aquél donde se generan ideas para entender lo que está sucediendo por medio de estructuras simbólicas. Estas estructuras están basadas en definiciones de las causas de un hecho por medio de conceptos conocidos. Por sí solas, las estructuras intelectuales no tienen la validez necesaria para entender estos hechos, pues se requiere que estos conceptos estén en interacción con los espacios emocionales, físicos, sociales y culturales.
Desde pequeño se le enseña al hombre a no poner atención a sus procesos emocionales, pues supuestamente obstaculizan una forma clara de pensar. Se supone que el pensamiento, por sí solo, es la única forma de entender hechos. El problema es que entender un hecho es muy diferente de procesar ese hecho. Se puede entender algo intelectualmente, pero esto no garantiza que se va a poder generar una solución adecuada, si es necesaria. Para llegar a una solución adecuada, es necesario poner en juego todos los cinco espacios de la persona para que esa solución considere todos los parámetros posibles.
El espacio intelectual es el más importante para la masculinidad y el hombre violento, porque es ahí donde realmente es el jefe, el superior y el que ordena. No hay alguien en el mundo que le pueda demostrar al "hombre-superior" que lo que piensa es erróneo. Se le puede dar pruebas empíricas y, sin embargo, el hombre que ha decidido definir un hecho a su manera no podrá ser convencido de otra forma de ver las cosas. Esto es especialmente cierto cuando el hecho del que se habla es subjetivo, y su identidad de superior es absolutamente subjetiva. Como ha aprendido a creer que es superior a la naturaleza, cree automáticamente que es más inteligente, sagaz, creativo, poderoso, rápido, sarcástico, y que sus definiciones son las únicas válidas. Cree que sus ideas son las más apropiadas y superiores a las de los demás. Aunque reciba pruebas empíricas, puede controlarse para probarse a sí mismo que lo que está observando es incorrecto y lo que piensa es correcto o verdadero. De aquí surge la violencia emocional a otras personas y a sí mismo.
Su concepto de superior vive solamente en su pensamiento y allí mismo lo puede justificar. Es por esto que para el hombre violento es tan importante que se acepte siempre su punto de vista como el único válido y acertado. Es fácil para el hombre justificar sus actos violentos dentro de un marco de análisis, porque en primer lugar usa su propia lógica con sus propias bases y este análisis no puede ser comprobado y/o cambiado por otra persona.
Cuando el hombre se da cuenta de que no es superior, busca una forma de explicación de qué fue lo que lo hizo flaquear y en todo caso se dice a sí mismo que realmente no quería ser el ganador en esa situación. Se crea un ciclo tautológico en que su mismo pensamiento refuerza sus creencias de estar siempre en lo correcto.
El lenguaje es también parte de su comprobación de superioridad. Todas las groserías buscan descalificar a la otra persona y mantener al que las dice por encima de los demás.
El espacio intelectual es el mediatizador entre los espacios. Sus espacios intelectual, social y cultural se pueden manipular por medio de su pensamiento y sus espacios físico y emocional se controlan sólo reprimiéndolos.
En términos de su pareja, dado que el hombre violento cree siempre estar en lo correcto, exige que ella siempre apoye su forma de pensar. Para hacer esto, crea una guerra intelectual en que su pareja siempre es la que tiene que perder o afirmar que él tiene razón. Ella debe dejar su propia forma de pensar, porque ahora que está en una relación con él, es él su dueño, incluyendo sus pensamientos.


El espacio físico y la masculinidad

El espacio físico es también fundamental para la masculinidad y el hombre violento, porque es allí donde se comprueba a sí mismo que es superior, al creer obtener una prueba empírica. El hombre compara su fuerza física con la de las mujeres y la gran mayoría del tiempo termina siendo el más fuerte, lo que lo hace creer que es una prueba irrefutable de que es superior en todos aspectos. Para mantener esta superioridad física se controla a sí mismo y toma actitudes que según él comprueban su superioridad. Al caminar expande los brazos para parecer más grande y más fuerte, camina generalmente rápido, serio y con la frente fruncida, se abre la camisa porque cree que se ve "sexy". Cuando pasa una mujer a su lado, le dice cosas para demostrar que está listo para conquistarla, comprobando su potencia sexual.
Los deportes son muy importantes para el hombre, porque le dan una forma de competencia física que es tangible y relativamente objetiva. Este espacio físico también es controlado por su actividad intelectual; si hizo ejercicio se siente fuerte y más hombre. Si jugó fútbol, ráquetbol o básquetbol, espera que las mujeres lo vean con admiración, porque hizo la hazaña de aventarse contra el enemigo, o por su rapidez en la pequeña cancha de ráquetbol, por ejemplo.
En el hogar, su superioridad física se comprueba al usar fuerza física sobre su pareja. En este caso recibe una prueba empírica irrefutable de su superioridad. Al llegar al hogar toma el espacio físico como si él fuera el único que está presente. Si está cansado se acuesta y espera que su pareja y sus hijos e hijas se adapten a sus necesidades. Generalmente toma los lugares más cómodos, enfrente de la televisión o en la cabecera de la mesa, donde no se le va a molestar. Cuando hay otras personas, actúa como si fuera muy benevolente con su pareja y esto, nuevamente, no es para apoyarla, sino para demostrar que es físicamente más fuerte. Al dejarla sentarse en el autobús o si están en un restaurante, le cede a su pareja el lugar más cómodo, no para nutrirla, sino para que ella lleve a los niños cargados y convencerla de que él es más fuerte, pues ella se cansa muy rápido, y para protegerla de otros hombres, pues ella es de su propiedad.


El espacio emocional y la masculinidad

El espacio emocional son los sentimientos o emociones muy particulares de la persona. Es la forma de reacción interna de una persona hacia su medio ambiente y hacia sí misma. El espacio emocional se refiere a los sentimientos y expresiones de una persona de sí misma o hacia otras personas o situaciones. El espacio emocional son las experiencias individuales de cómo la persona procesa internamente su relación con el mundo externo e interno. Cada individuo se relaciona diferente con las experiencias que tiene, debido a la relación emocional que tiene con esa experiencia.
El espacio emocional es el menos desarrollado en el hombre. Se le ve con cautela pues las emociones hacen sentir al hombre vulnerable, ya que requieren que él tenga flexibilidad para procesarlas. Una característica de la masculinidad es la inflexibilidad, pues el hombre cree que al ser inflexible, se va a mantener en total control de sí mismo. Evita, por lo tanto, este nivel de acción emocional y lo reprime lo más posible. Al reprimir este nivel emocional, se quita su propia individualidad para ajustarse al parámetro social que le indica cómo mantenerse como superior.
Las emociones son la base de la individualidad, pues cada experiencia es procesada emocionalmente en una forma muy diferente de acuerdo con las experiencias internas de cada persona. Presenciar violencia, para una persona, va a ser muy diferente si esta persona creció en una familia violenta, o creció en un hogar en que no hubo violencia.
Sabemos que la identidad del hombre-superior es una construcción externa que se impone por medio de coacción y control. Como vimos, cuando el hombre trata de llenar un estereotipo que se le impone desde el exterior, deja sus habilidades de supervivencia y cree que sólo va a poder sobrevivir por medio de ajustarse al patrón social de superior que se le enseñó. Desecha sus procesos internos de supervivencia como algo que sólo interesa a las mujeres y que no valen la pena, porque son superficiales y no corresponde a los hombres trabajar en ellos. Traslada su supervivencia interna a las expectativas externas de ser superior a su mujer, hijos e hijas y a todas las demás personas. Cree que sus emociones, son las expectativas externas que le marca su grupo social. Esto lo pone en una situación de total vulnerabilidad, porque nunca sabe lo que está sucediendo consigo mismo, y para resolver sus sentimientos, los reprime y espera que su pareja o alguien más los satisfaga. Así, deja su espacio emocional vacío y, por lo tanto, una quinta parte de su supervivencia está en constante crisis. Es por esto que el hombre se afirma constantemente que no tiene miedo, ni dolor, que poco le importa lo que le suceda, porque es heroico y masculino sufrir sin quejarse.
La imagen exterior le da unas formas de resolver sus necesidades imponiéndole aspectos que cree que vienen de sí mismo. La sexualidad, por ejemplo, dentro de la masculinidad es una receta que tiene que seguir. El hombre, desde esta masculinidad, es activo sexualmente y es el dueño de la sexualidad de la o las otras u otros; siempre desea a una mujer, la que sea, y en cada acción que ejecuta está intentando afirmar su sexualidad. Así, se desarrollan juegos de control sexual, en que el hombre se afirma llenando los requisitos de la sexualidad desde la masculinidad, no desde sus necesidades de compañía o afecto, o sea, suplantando sus emociones por sexo.


El espacio social y la masculinidad

El espacio social es donde se desarrollan contactos, interacciones e intercambios con otras personas.
El espacio social para el hombre es otro plano en donde puede comprobarse que es superior. Todas las personas que lo rodean son percibidas como sujetos de competencia que pueden demostrarle si es superior o no. El hombre crea relaciones sociales de competencia para comprobarse a sí mismo su superioridad. De aquí surgen los juegos como los albures, que son formas de demostración simbólica de su superioridad ante otro hombre. Al crear relaciones de competencia, el hombre asume que cada uno de los otros hombres quiere destruirlo, pues también están en competencia y tratando de demostrarse su superioridad. Con su pareja también crea estas relaciones de competencia. Cree que siempre tiene que "conquistarla" para impresionarla, pues si hay otro que es superior, ella lo preferirá.
El espacio social es usado por el hombre violento como un aspecto que también debe controlar. El espacio social se divide en muchas formas dependiendo de quién está envuelto y las características de tal interacción. El hombre espera ser dueño de los espacios sociales de otras personas, pero él no acepta responsabilidad y equidad con otras personas.
El hombre violento controla los contactos sociales de su pareja; éstos tienen que ser aprobados por él. También espera controlar qué tipos de contactos tiene con otras personas. Por ejemplo, le prohíbe tener contacto con su madre y, si lo tiene, le prohibe que hable con ella de determinados temas. Al limitar los contactos sociales, el hombre está quitando poder a su pareja, pues mientras más dependa de él, menos podrá tener otro tipo de apoyo que sea diferente a las ideas de él. La mujer no podrá validar su experiencia de acuerdo a otros puntos de vista y esto la lleva al aislamiento.
El hombre, por otro lado, sabe que la mujer es más sensible a sí misma y por lo tanto al medio ambiente, y utiliza esa sensibilidad para sobrevivir por medio de ella. Le da a ella la tarea de mantener las relaciones sociales nutritivas y cuando él necesita algo, recurre a su pareja para que sea ella la que negocie los intercambios, pues él sólo sabe competir. Así, ella es vulnerable, no él.
Si necesitan bautizar al hijo, por ejemplo, es ella la que se acerca a los futuros padrinos y el hombre sólo dirige quién y cómo van a ser las condiciones del intercambio. De esta forma es ella la que es rechazada, no él. El espacio social es siempre un medio de competencia para el hombre y por lo tanto una forma de reafirmación de su identidad de superior.


El espacio cultural y la masculinidad

Espacio cultural son formas de procesar la realidad, de acuerdo con parámetros establecidos por medio del aprendizaje que ha pasado el individuo en su grupo social más inmediato: su familia, grupo económico, religioso, educativo y geográfico.
En la gran mayoría de culturas se acepta que la mujer tiene que ser inferior al hombre. El hombre crea formas culturales en que se define y refuerza esta inferioridad de la mujer. Los mitos y tradiciones desde la masculinidad refuerzan estas creencias. Dentro de su familia aprende la cultura de que la mujer se queda en casa a cuidar a los hijos y a llevar a cabo las labores del hogar que no son remuneradas y donde manda el padre. En su grupo religioso aprende que las mujeres no pueden ser más que seguidoras de los hombres, sin tener "acceso directo a Dios", por ser mujeres. En su grupo educativo y político, el hombre aprende que la mujer está limitada a puestos inferiores y los puestos donde se hacen las decisiones pertenecen a hombres. Por ejemplo, si va al hospital, espera ver al doctor hombre y a obtener ayuda de la enfermera; si va al banco, va a ver a la cajera y si tiene algún problema va a ver al director hombre; si su hijo tiene problemas en la escuela, va a ver a la maestra y si no puede resolver el problema va a hablar con el director, etc. Esto le forma una cultura en que el hombre es el que toma decisiones que van a ser seguidas y apoyadas por las mujeres.
El hombre violento obviamente apoya estas creencias, pues es él quien obtiene beneficios. Al unirse a él, la mujer tiene que cambiar muchos de sus patrones culturales para ajustarse a los del hombre. Antes de unirse por ejemplo, celebran los dos juntos yendo al cine, o yendo a bailar, o con sus amigos y amigas. Al unirse, el hombre empieza a "celebrar" sin ella, se emborracha en las fiestas cuando ella nunca había aceptado que se embriagara en su presencia y no sólo tiene que aceptar que lo haga, sino que lo tiene que apoyar sacándolo de los problemas en que se mete. Así, la mujer termina cambiando parte de su cultura.


Causas de la violencia del hombre en el hogar

Los procesos que hemos visto nos ponen en condición de saber la razón por la que el hombre es violento con su pareja. Dos aspectos están siempre presentes: primero, el hombre se cree superior a su pareja y a la naturaleza. Segundo, al creerse superior, hace todo lo posible para imponer esta superioridad y la única forma de hacerlo es controlando por medio de violencia.
Así, la necesidad de controlar es uno de los ejes de la violencia del hombre en el hogar. Aunando su deseo de control y la confusión de su identidad con el estereotipo machista, entendemos por qué un hombre es violento con su pareja. Si su identidad está basada en ser superior y ser el dueño de su pareja, en el momento que siente que no tiene ese control, cree que está entrando en una crisis que lo puede matar. Si está esperanzado en que va a obtener su validación de la obediencia de su pareja, en el momento en que ella no acepta hacerlo, él siente que ella lo está atacando mortalmente. No se da cuenta de que la que está siendo atacada es su autoridad, no él mismo como ser humano. Al sentirse atacado, entonces recurre al proceso biológico que lo puede ayudar a sobrevivir: la violencia.
En nuestra sociedad creemos que un hombre que no controla a "su mujer" no es un hombre, y de hecho se le castiga por su inhabilidad de mantenerse como superior. "El mandilón" es una forma de definirlo como inferior por no imponerse. Es interesante notar que el concepto tiene dos partes que son muy importantes para la masculinidad: la diferenciación entre sexos por medio de lugares, herramientas o vestimentas que definen la pertenencia a determinado género. Para la masculinidad es fundamental tener un opuesto, dado que la única forma de saber que se es masculino es "no ser lo otro", lo femenino. Su identidad se establece como opuesto a alguien más, a las mujeres y especialmente a su mujer. Para el hombre es mortal convertirse en algo que no es un hombre superior, pues de nada le sirve parecerse o ser como su pareja/mujer. De aquí que cuando su pareja pide o exige igualdad, el hombre siente que está en peligro mortal. A este momento lo conocemos como "riesgo fatal" y éste es el momento en que cree que está a punto de morir porque su identidad de superior ya no existe.
Es importante ver que el hombre está más preocupado por mantener su identidad de superior que le impone el medio social, que en crear relaciones de igualdad, que lo van a ayudar a desenvolverse en un proceso nutritivo y de intimidad.
Para poder parar la violencia, el hombre necesita aceptar que su pareja es igual a él y tratarla como tal. Esto quiere decir que el hombre necesita alejarse de la identidad machista de superioridad, nutrir y apoyar los espacios de su pareja y aprender a relacionarse en una forma cooperativa.

Referencias

1. Badinter, E.: "XY La Identidad Masculina" Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1993.
2. Gilmore. D.: "Manhood in the Making", p. 1, Ed. Yale, 1990.
3. Connell, RW.: "Masculinities", p. 71. University of California Press, 1995.


* Antonio Ramírez realizó estudios superiores en Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México y de Música en la Universidad de Santa Cruz, California, y en el Conservatorio de Música de San Francisco. Ha sido maestro en Psicología y consejero en Psiquiatría. Actualmente es, entre muchas otras cosas, director de Capacitación del Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias, A.C. (CORIAC) de México. Correo electrónico: ARamirez10@compuserve.com

Esta ponencia fue presentada durante las
Jornadas de Reflexión sobre la Violencia hacia las Mujeres
Guatemala, 27 - 29 de noviembre de 1997
Grupo Interagencial de Género y Avance de la Mujer
Sistema de Naciones Unidas

BALANCE DE LOS ESTUDIO DE MASCULINIDAD

BALANCE DE LOS ESTUDIOS SOBRE MASCULINIDAD
Juan Carlos Callirgos
Escuela para el Desarrollo
Lima, Junio de 2003
Han transcurrido trece a�os desde que Patricia Ruiz Bravo invitara a mirar lo que ella llamaba “la
otra cara de la moneda” en los estudios de g�nero: la ignorada y poco entendida masculinidad.
1
En
ese provocador texto, Ruiz Bravo elaboraba un balance de ese campo acad�mico, resaltando los
avances logrados a partir de la formulaci�n de la categor�a de g�nero –que complejizaba nuestra
capacidad de analizar las relaciones entre hombres y mujeres—, e instando a trascender las
fronteras del simplista, y hasta entonces predominante, enfoque que identificaba a las mujeres como
v�ctimas y a los hombres como agresores.
A m�s de una d�cada de este llamado, parece necesario realizar un balance de lo que se ha
avanzado en este terreno. Revisar la utilidad y pertinencia de las categor�as y construcciones
discursivas que, de manera intuitiva, casi artesanal, fuimos construyendo sobre la masculinidad y
las identidades masculinas. Se trata de revisar de manera autocr�tica los sentidos comunes que nos
guiaron y que fuimos reproduciendo y cimentando, as� como la manera en que planteamos la
discusi�n.
Desde luego, ya pensamos en las diferencias entre hombres y mujeres no como algo
proveniente o derivado de la biolog�a y de las diferencias f�sicas: estamos acostumbramos a hablar
de g�nero como construcciones sociales, prestando atenci�n a la manera en que aprendemos a ser
hombres y a ser mujeres y a relacionarnos con los dem�s y nos entendemos a nosotros mismos. Se
ha instaurado un reconocimiento de que ser hombre o ser mujer no son hechos naturales, y hemos
dirigido nuestra atenci�n a las maneras en que se nos socializa y se nos hace devenir en seres
humanos “generados”, es decir, provistos de una identidad de g�nero: mucho se ha avanzado en
identificar qu� mandatos recibimos en nuestra socializaci�n como hombres. Hoy entendemos mejor
esos mandatos y entendemos mejor el papel que juegan diversas agencias de socializaci�n, como el
hogar, la escuela, el barrio, el trabajo o la Iglesia y los medios de comunicaci�n. Reconocemos que,
efectivamente, se nos va moldeando cuidadosamente como hombres y como mujeres de maneras
sutiles y efectivas que, parad�jicamente, hacen que las diferencias socialmente construidas
aparezcan como naturales. Este me parece el primer aporte positivo de los primeros trabajos de
masculinidad. Al mismo tiempo, creo que se ha llegado a comprender que si bien hay
desigualdades y distribuciones inequitativas de poder, el mundo no se divide en v�ctimas y
victimarios, es decir, que las mujeres no son simplemente v�ctimas de un mundo que las oprime y
que los hombres no somos simplemente verdugos, orondos y felices, que se benefician de una
estructura social que clara y solamente los favorece.
El concepto de g�nero nos hace ver que todos de alguna manera recibimos una socializaci�n que
potencia ciertos tipos de comportamiento y ciertas cualidades humanas y que al mismo tiempo
inhibe otras; las mujeres est�n mas permitidas a hacer ciertas cosas como llorar o expresar
sentimientos o emociones y los hombres no. Pero, por otro lado, a los hombres nos potencia a
conductas agresivas, la b�squeda del poder, la competencia, caracter�sticas que de modo general se
intenta inhibir en las mujeres. Los primeros estudios de masculinidad, de manera intuitiva,
empezaron a reconocer las formas en que se nos cercenaban, tanto a hombres como a mujeres, de
una parte de nuestras capacidades y potencialidades como seres humanos: aquellas interpretada o
etiquetada perteneciente al otro g�nero. Ese fue el primer paso para trascender los modelos
interpretativos dicot�micos de postulaban que los hombres gozaban de todo el poder y que
1
Ruiz Bravo, Patricia, “De la protesta a la propuesta: Itinerario de la investigaci�n sobre relaciones de
g�nero”, en: Tiempos de ira y amor, Lima: DESCO, 1990.
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constru�an una noci�n de feminidad basado en el sufrimiento, la opresi�n y el desamparo. Hemos
aprendido a pensar que el sistema de g�nero de alguna manera nos otorga ciertos privilegios a
hombres y mujeres y al mismo tiempo nos limita ciertas capacidades humanas a ambos. Esto no
implica negar, por supuesto, las desigualdades en cuanto a cuestiones de poder. Y hablo de poder
entendiendo tanto a sus aspectos “macrosociales”, de la sociedad en general, como microsociales,
las que marcan nuestras relaciones cotidianas, inclusive en la esfera dom�stica. Ser�a un ejercicio
de cinismo negar los privilegios y las desigualdades, desde las m�s sutiles a las m�s objetivamente
medibles.
Como consecuencia imprevista de ese primer intento cr�tico, sin embargo, los trabajos sobre
masculinidad tendieron a poner su �nfasis en los costos de la masculinidad: en cu�nto cuesta ser un
hombre y cu�nto cuesta estar socializado para aguantar el dolor, para ganar, para asumir riesgos,
para competir, para demostrar que uno es “verdaderamente” hombre ante los dem�s y nosotros
mismos.
Aunque este nuevo enfoque ciertamente, complejizaba nuestra mirada de las relaciones de
g�nero –fundamentalmente, al ubicar a los hombres dentro del propio “sistema de g�nero” –, me
parece que los avances han sido un poco disparejos. Habr�a que preguntarse si realmente hemos
logrado trascender por completo las polarizaciones entre campos casi esenciales, o esencialmente
distintos y si hemos llegado a captar por completo mucho la complejidad de la construcci�n de los
g�neros y de las identidades, incluyendo las ambig�edades que hay en todos estos procesos. Es en
ese sentido que quiero proponer ciertas ideas, un poco en borrador, para construir una agenda,
se�alando vac�os que debemos llenar en adelante.
La primera cr�tica, me parece, es sobre la utilizaci�n de la noci�n de “machismo” como
noci�n explicativa de la masculinidad en su conjunto. Es un lugar demasiado com�n se�alar que
todos los hombres peruanos y latinoamericanos somos machistas: el machismo ser�a una especie de
esencia masculina, determinada hist�ricamente, en todo el sub-continente. Existe un modelo muy
difundido que separa a las sociedades en dos tipos: aquellas caracterizadas por el patriarcado, donde
existir�a un modelo de hombre m�s responsable, una figura de autoridad pero tambi�n con
compromisos y deberes, y sociedades “machistas” donde el aspecto de autoridad tambi�n estar�a
remarcado pero acompa�ado, y limitado por, el de la irresponsabilidad. De alguna manera, y lo
digo como autocr�tica, compramos la idea de que las sociedades latinoamericanas eran b�sicamente
machistas, es decir, que los hombres latinoamericanos viv�amos en una especie de permanente
adolescencia (“adolescencia vitalicia” dec�a yo mismo en mi libro), disfrutando de mayor prestigio
y autoridad, pero sin llegar a cumplir cabalmente con las obligaciones de proveedor, esposo y padre
responsable. As�, los hombres tendr�amos que pasar constantes pruebas para demostrar nuestra
masculinidad, siempre estar�amos sujetos a una intensa presi�n de los pares, y ser�amos una suerte
de donjuanes indomesticados, independientes, impulsivos, compelidos a demostrar nuestra fuerza
f�sica, nuestro coraje. Ser�amos seres agresivos en nuestras relaciones con otros hombres y con las
mujeres, adem�s de homof�bicos. Podr�amos seguir elaborando una larga lista de adjetivos con los
que hemos ido caracterizando a los hombres, en nuestro af�n de identificar los mandatos machistas
con los que somos socializados. Pero cabe preguntarse si pusimos excesivo �nfasis en la
construcci�n de un modelo, demasiado coherente y supuestamente universalmente explicativo, que
excluye la posibilidad de existencia de otros mandatos sociales, y de resistencias y manejos diversos
de esos discursos. En otras palabras, puede que el modelo nos haya impedido prestar mayor
atenci�n a la variabilidad de conductas masculinas en diferentes �mbitos y en distintas etapas de la
vida, a la diversidad de mandatos sociales, a las diferencias culturales dentro de nuestra sociedad, y
a las maneras –siempre variadas— en que recibimos, interpretamos y manipulamos los mensajes
que se nos transmiten como seres sociales. Al elaborar un modelo excluyente y generalizador,
hemos reducido a los hombres (a todos y en toda circunstancia) a simples receptores, pasivos y
acr�ticos de discursos. Los mandatos que podemos identificar como machistas son una parte de lo
que somos y podemos ser los hombres.
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En general, hemos pensado que las sociedades latinoamericanas �ramos sociedades “de
padre ausente”. Hemos denunciado que los modelos de paternidad en el Per� y Latinoam�rica
resaltan la distancia y no la responsabilidad. En ese sentido, hemos explorado lo que significa ser
padre, por ejemplo cuando se dice “�qui�n soy yo? pap�”, a la usanza de un ya desaparecido
programa c�mico nacional. La paternidad parece estar menos relacionada con la responsabilidad y
el afecto. El padre parece aparecer como un jefe que se impone, una figura autoritaria, arbitraria,
violenta y castigadora. Hemos remarcado las expresiones populares que apuntan a esa imagen,
como aquella que aparece en el f�tbol: cuando un equipo le gana constantemente a otro se dice que
“impone su paternidad”. Sin tener comunicaci�n entre nosotros, varios autores latinoamericanos
hemos escrito en base a las nociones de machismo y ausencia del padre. Asumimos, adem�s, que
este modelo masculino y de paternidad es una especie de estigma hist�rico para la regi�n. El
ensayista y poeta mexicano Octavio Paz fue el primero en afirmar que el hombre Mexicano era el
producto de una violenta conquista: b�sicamente el resultado de una violaci�n del conquistador
espa�ol a la mujer india. Nuestra sociedades ser�an el efecto traum�tico de ese desafortunado
suceso primario, que nos marcar�a indeleblemente como mestizos y que imprimir�a sobre nosotros
una manera poco sana de ser hombres. Creo que debemos trascender esa visi�n a-hist�rica que
reduce nuestro devenir como sociedades y como hombres a un trauma insolucionable. No se trata
de negar la importancia de los sucesos hist�ricos, sino de reconocer que la historia no es un estigma
que cargamos irremediablemente sobre nuestras espaldas. Los seres humanos, felizmente, tenemos
capacidad de acci�n y de generar los procesos hist�ricos.
Este modelo machista ilumina ciertos aspectos de los mandatos de la masculinidad, pero
impide ver la variedad y el cambio: de un lado, los distintos tipos de mandatos, y por otro, las
maneras en que los mandatos van siendo transformados. El modelo se basa en generalizaciones
est�ticas. Generalizaciones porque construyen una imagen unitaria del hombre: todos ser�amos
machistas, sin diferencias culturales, de clase, generacionales, de ciclo vital, e inclusive
situacionales. Una persona puede actuar de una manera en una situaci�n determinada y de otra en
otra situaci�n: porque todos no somos una sola cosa en nuestras vidas, tenemos diferentes roles de
acuerdo al contexto puntual en el que nos desenvolvamos. Estas generalizaciones son est�ticas
porque las vemos como inmutables. Hoy en d�a, me parece, no es tan evidente que cosa significa
ser hombre y que cosa significa ser mujer, lo cual nos deber�a invitar a reflexionar no s�lo en los
modelos y en los mandatos que se nos transmiten, sino tambi�n en nuestra capacidad de “agencia”,
es decir, en nuestra posibilidad de manipularlos. El modelo parece enfatizar una estructura s�lida
cuando los significados de g�nero son diversos, y son negociados, manipulados y cuestionados.
El modelo del machismo nos impide dar cuenta de otras im�genes, de repente, menos
coherentes ni claras, que van emergiendo y que deber�amos tomar en cuenta. Hoy en d�a somos
m�s capaces de pensar en la identidad como algo que est� siempre en proceso, siempre en
construcci�n: algo que no es, de manera fija y est�tica, sino que est� siempre en elaboraci�n. Esto
es algo que no ten�amos en cuenta hace 6 a�os. Nuestras reflexiones sobre masculinidad, entonces,
resultaban tautol�gicas: afirmamos que los hombres actuaban como machistas porque la sociedad
era machista. En realidad, estamos explicando poco cuando partimos de una etiqueta para llegar a
ella misma.
Desde el lado de c�mo se ha entendido la femineidad o feminidades se ha avanzado algo
m�s en este sentido: ya no se puede hablar de las mujeres simplemente como sacrificadas, pasivas,
abnegadas y v�ctimas. Se ha pasado a resaltar la creatividad, la resistencia, se ha reconocido la
capacidad de manipulaci�n de los mandatos recibidos. Creo que es un avance que los estudios
sobre masculinidad deben aprovechar: los hombres tampoco somos simples marionetas que
seguimos los modelos impuestos, tenemos capacidad de resistirnos a los sistemas de g�nero, a esos
mandatos, de una manera creativa. Mirando as� las cosas podremos dar mejor cuenta de los
cambios a nivel social e individual Mucho se ha reflexionado sobre las transformaciones
socioecon�micos y culturales de nuestros tiempos, en el caso del g�nero, sobre todo a partir de los
movimientos feministas y de la revoluci�n sexual. �Qu� nuevas maneras de ser hombres o nuevas
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im�genes van emergiendo y est�n disponibles en nuestra sociedad? Creo que la respuesta a esta
pregunta ser� necesariamente m�s compleja, porque las construcciones discursivas sobre los
g�neros son diversas y ambiguas. Debemos entender esa ambig�edad, con sus cambios y
negociaciones.
El segundo punto a reflexionar, es que tal vez nos quedamos cortos cuando
consider�bamos que la masculinidad ten�a mucho que ver con la “performance”, es decir, con la
actuaci�n y demostraci�n ante los dem�s y nosotros mismos. Hemos se�alado que la masculinidad
est� continuamente a prueba, y que para ello existe una serie de rituales para mostrar hombr�a ante
los dem�s en diferentes aspectos de nuestras vidas. Llegamos a esta formulaci�n, pero s�lo a
manera de diagn�stico, sin que �sta gu�e nuestras interpretaciones y an�lisis de una manera m�s
profunda: hemos tomado la “performance” como si fuera la realidad. Con esto quiero decir que
cuando hemos identificado ciertas conductas “machistas” no nos hemos preguntado si tales eran
parte de una presentaci�n, una careta preformativa. Hemos tomado esas conductas como prueba
fehaciente del peso del machismo y sus mandatos, llegando a generalizar a partir de ellas, como si
por ciertas conductas los hombres fueran “machos” en todos los aspectos y �mbitos de su vida. No
nos planteamos la posibilidad que un hombre puede aparecer como macho en ciertas
circunstancias y asumir otras posturas, que dif�cilmente calificar�amos de “machistas”, en otras. El
modelo, como dec�a anteriormente, se asume como global.
Debemos, entonces, reconocer que la construcci�n de discursos es m�s ambigua y flexible.
Que los hombres manejamos diferentes roles y posturas en diversas situaciones, y que vamos
moldeando nuestra manera de relacionarnos con los dem�s de maneras m�ltiples, a veces
tremendamente ambivalentes. Se puede representar roles acordes con las expectativas sociales en
determinados momentos y actuar de modo distinto en otros. Por ejemplo, las bromas respecto a la
debilidad de los hombres respecto a sus mujeres, que se sintetiza en la conocida noci�n popular de
“sacolargo” son una muestra de ambig�edad: se tiene que demostrar que es el hombre el que “lleva
los pantalones”, pero el humor que se genera pone de manifiesto que es una careta fr�gil, que
esconde, y a la vez revela, din�micas de poder –entre hombres y mujeres, pero tambi�n entre los
mismos hombres—m�s complejas.
En estos tiempos aparecen m�s claramente im�genes y mandatos distintos a los
considerados tradicionales. Ya no es extra�o ver representadas en los medios, relaciones
conyugales m�s equitativas, o padres tiernos a cargo del cuidado de sus hijos. Va haci�ndose
com�n que el machismo exacerbado sea criticado por los mismos hombres. Algunas actividades,
otrora consideradas como propias de uno u otro sexo, van perdiendo su car�cter de g�nero.
Tampoco se trata de que estas nuevas im�genes hayan sido interiorizadas al punto de ser
hegem�nicas, pero su proliferaci�n exige una mirada m�s atenta a la diversidad de discursos sobre
masculinidad, a sus ambiguas consecuencias en las vidas de hombres y mujeres, a los choques de
discursos. Existe, m�s que nunca, una amplia gama de construcciones discursivas, que exigen un
an�lisis m�s fino que el gobernado por el modelo machista. Los hombres y las mujeres disponemos
de una especie de gran cartera, con una gama de mensajes e identidades disponibles. Y podemos
asumir distintas en distintos momentos, manipulando y jugando con los mandatos y las identidades.
Sobre esto, confieso tener m�s intuiciones que certezas. El trabajo acad�mico se va
desarrollando lenta y progresivamente. La reflexi�n sobre lo avanzado debe llevarnos a construir
categor�as y conceptos m�s finos, que den cuenta de realidades complejas. Tal vez debamos
descartar las explicaciones s�lidas y generalizadoras y limitarnos a buscar, como dir�a el
antrop�logo James Clifford, verdades parciales, m�s limitadas y espec�ficas, que no intenten
explicarlo todo, pero que intenten dar cuenta de realidades cada vez m�s diversas y m�s complejas.
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